jueves, 5 de noviembre de 2015

Mi Bella Tramposa: Capítulo 6

—Hace una noche espantosa —comentó Pedro al avanzar por la calle oscura, tratando de ver a través de la cortina de agua que caía sobre el parabrisas.
—Podía haberme ido en el taxi, ya se lo dije.
—Y yo contesté que era más conveniente que te llevara yo —la miró un instante—. No voy a violarte, señorita Chaves, ni a venderte como esclava. ¿Por qué no te tranquilizas?
La ironía de su voz la hizo reparar en la manera en que estaba sentada, derecha como una estaca y apretando el bolso contra su regazo. Se apoyó en el asiento y trató de relajarse, pero le fue imposible. La mano del hombre casi rozaba su pierna al cambiar las velocidades.
—No eres la clase de hombre que acepte una sugerencia, ¿verdad? —preguntó con sequedad y lo escuchó lanzar una risita.
—Oh, puedo aceptar una sugerencia, aunque a veces prefiero ignorarla.
—¿Y esta noche es una de esas ocasiones?
—Exacto —concedió, imperturbable.
—¿Te importaría si indago la causa?
—Desde luego que no, aunque estoy seguro de que lo adivinas.
—No sé a qué te refieres.
Pedro volvió a reír.
—Oh, vamos, Paula… eres muy guapa y lo sabes. No serías modelo en caso contrario. No acabas de salir del colegio, debes saber muy bien cuándo un hombre se interesa por tí.
—¿Y tú… estás interesado? —sintió que se le secaba la boca.
—¿Qué crees?
—Creo que eres un arrogante y egoísta que no puede aceptar un no por respuesta.
—Puedo —la corrigió con sequedad—, pero no tengo intención de hacerlo. Quiero conocerte.
Guardaron silencio, mientras ella analizaba ese comentario. Las cosas se movían demasiado rápido para su gusto y no estaba segura de si le agradaba la dirección que tomaban. Había planeado demostrarle a Pedro que era una persona diferente de la muchacha que había humillado en el pasado, y por el brillo que había encendido sus ojos al verla mirar sabía que lo había logrado… pero nunca se había propuesto que se interesaba de esa manera.
—¿Y qué pasaría si yo me negara?
—Sería un juicio precipitado —repuso él con falsa dulzura—. ¿He sido mal educado o hecho algo que te ofenda?
«Me besaste». Quería gritárselo, pero se contuvo con esfuerzo. No era el beso lo que la había molestado, sino el insulto, la arrogancia de tomar lo que quería sin pensar en los demás. Y, sobre todo, al saber que deseaba besar a Paula Chaves cuando nunca se había sentido atraído por Paulina Schulz. Un sabor amargo la invadió al recordar las noches en que había soñado con ese beso, creando una fantasía muy diferente a la realidad. El beso de Pedro confirmaba su sospecha de que todos los hombres eran iguales: lo atraía sólo la belleza exterior y por esa razón lo despreciaba.
—Mira —trató de parecer tranquila y razonable—. ¿No puedes aceptar que no me atraes aunque yo te atraiga? Pasa a menudo.
—Si puedes darme una razón lógica, lo pensaré.
¡Darle una razón! La cabeza de Paula giró mientras trataba de reflexionar. No tenía otra explicación que ofrecerle excepto que era Paulina Schulz y que, por motivos que no le parecían muy claros ni a ella misma, no deseaba que lo supiera todavía.
—Lo único que te pido —le decía Pedro—, es que me veas otra vez. No es demasiado pedir que pasemos una velada juntos, ¿o sí?
—No.
Se le escapó la respuesta antes de pararse a pensar si era prudente o no aceptar esa invitación. Implicaba una concesión, y no estaba dispuesta a ceder. Pero aun mientras reflexionaba, otra idea se formaba en su mente. Ya había admitido que no era suficiente que Pedro Alfonso mostrara interés en ella. En el fondo deseaba que él pagara por el dolor que le había causado a la Paulina de diecisiete años, destruyendo su incipiente seguridad.
Miró al hombre que estaba a su lado, dejando descansar sus ojos en el atractivo rostro que las farolas de la calle iluminaban intermitentemente. Quería destruir ese egoísmo, humillarlo, desconcertarlo. Y él le estaba brindando la oportunidad.
—Hemos llegado, Cenicienta. Estás en tu casa y todavía falta media hora para que sean las doce de la noche.
Paula miró por la ventanilla, asombrada. Absorta en sus pensamientos, no se había dado cuenta de que habían llegado a la calle donde vivía. Cuando el coche se detuvo ante su portal comprendió que había llegado el momento de tomar una decisión. Pedro apagó el motor y se volvió a mirarle.
—Paula… —empezó y el uso de su nombre la impulsó a la acción. No le había dado permiso de llamarla Paula, ni hecho nada que alentara esa familiaridad, sin embargo lo pronunciaba con una tranquilidad que sugería que eran amigos… nada más. Era típico que supusiera, en su inmensa vanidad que, ya que todas las mujeres lo consideraban irresistible, también ella caería rendida ante sus encantos. Desde luego se equivocaba y ella se daría el gusto de demostrárselo.
—¿Una velada, dijiste? —preguntó, como si sopesara las consecuencias y necesitara un poco más de persuasión para rendirse.
—Podríamos cenar después del pase de modelos de mañana. ¿Estás libre?

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