Con toda deliberación, se alisó los pliegues de la falda con las manos, para acentuar sus delgadas caderas y observó con satisfacción que la mirada de Pedro seguía ese movimiento. Los hombres eran tan torpes… ¡y pensar que un día había considerado a ese hombre en particular como la personificación de sus sueños! Sin ser llamado y mucho menos deseado, el recuerdo de esa falda que le quedaba pequeña se presentó en su mente. Jamás olvidaría las crueles palabras de Pedro y sus ojos se convirtieron en dos pedazos de esmeralda cuando él se volvió para pedirle el agua al camarero. Después Pedro señaló al hombre rubio que estaba a su lado.
—Mi cuñado, Santiago Martínez. Santiago, la señorita Chaves.
Paula le tendió la mano. Sin embargo, cuando comprendió el significado de lo que Pedro decía, la sonrisa que se estaba formando en sus labios desapareció. Su cuñado… ¡ese hombre estaba casado con la hermana de Pedro! Al evocar la forma gráfica que había usado para describir el cuerpo femenino, apenas pudo contestar con una fría inclinación de cabeza a la sonrisa de él.
—Encantado de conocerla, señorita Chaves. He visto su pase. ¡Sensacional!
—¿Le gustó a su esposa también? —su tono era helado.
—¿A Luciana? No pudo venir esta noche. No se siente bien.
—Lo lamento —con un esfuerzo, logró que sus palabras sonaran corteses. Sintió simpatía por la ausente Luciana. ¿Qué hubiera pensado si hubiera visto a su esposo referirse a una mujer voluptuosa de esa forma?
—Tu bebida —le susurró Pedro al oído.
—Oh, gracias… —tomó el vaso y sorbió la fresca agua burbujeante, mientras su cabeza se llenaba con pensamientos furibundos al recordar que Pedro se había reído en respuesta al comentario de Santiago.
—Bueno, me voy —anunció Santiago Martínez, terminando su bebida—. Luciana debe estar esperándome y estoy seguro de que ustedes desearán quedarse a solas. Ha sido un placer conocerla, Paula. Quizá Pedro quiera llevarla a nuestra casa a cenar. A Luciana le encantaría. Estaba muy desilusionada por no haber asistido a la exhibición de esta noche.
—A mí también me agradará conocerla.
Las palabras no reflejaron su irritación porque hubiera asumido que ellos deseaban estar solos. De repente, tuvo el absurdo deseo de detener a Santiago y charlar con él, todo menos quedarse a solas con Pedro. Pero el otro hombre ya estaba en la puerta, desde donde agitó la mano en señal de despedida.
Volvió a beber, agradeciendo el frescor del agua mineral que aliviaba su garganta reseca. Cada uno de sus nervios despertaba con la presencia del hombre que se encontraba a su lado. Estaba acostumbrada a ser tan alta o más que los hombres que le presentaban, así que la altura de su compañero la inquietaba. La hacía sentir pequeña y vulnerable; sensaciones a las que no estaba habituada.
—¿Subimos? —la pregunta de Pedro la sobresaltó.
—¿Subir? —repitió y él asintió.
—Me hospedo en el hotel esta semana para no viajar de un lado a otro todo el tiempo. Tengo un departamento y pensé que podíamos cenar allí.
Paula tragó saliva sin saber qué decir. Al aceptar la invitación, había supuesto que cenarían en un restaurante, un lugar público e impersonal. Estar a solas con él, en la intimidad de un apartamento de hotel, no era lo que había planeado. Implicaba…
¿Qué implicaba? Intentaba que Pedro creyera que la atraía para después humillarlo, igual que él había hecho hacía años.
Forzó una sonrisa brillante y cálida, y tuvo la satisfacción de que los ojos grises se oscurecieron en respuesta a ese gesto.
—Estoy lista —dijo en tono superficial.
La mano del hombre descansó en su cintura mientras la conducía hacia el ascensor y pudo sentir su tibieza a través del lino de su traje. En lugar de rechazar ese contacto posesivo, como estaba deseando, se apoyó en él para que la ligera presión aumentara y sintió que los dedos masculinos la acariciaban.
—¿Qué te pareció la exhibición? —preguntó mientras el ascensor subía, esta vez al piso número seis.
—Muy bien organizada —contestó en un tono neutro y Paula sintió que le picaba el orgullo. Había esperado un comentario halagador de su parte.
—¿Te gustó el vestido rojo? —continuó, tratando de alentarlo a que le dijera un piropo.
—Prefiero el azul —murmuró secamente. Un brillo irónico en sus ojos indicaba que se había dado cuenta de lo que la chica pretendía.
—¡Ése me cubría de la cabeza a los pies!
—Exacto —el brillo divertido de su mirada se intensificó—. Creo que esa sutil sugestión es más sensual que la piel al desnudo. Cuando una mujer es tan hermosa como tú, no tiene que mostrar todos sus atractivos, como en un escaparate. Un hombre prefiere creer que esos deleites están reservados para sus ojos.
Durante un segundo, la joven fue incapaz de responder.
—El vestido rojo es lo mejor de la exhibición —declaró, a la defensiva—. Todos consideran que es el diseño estrella de Rafael este año.
—Quizá —aceptó Pedro cuando el ascensor se detuvo—, pero yo prefiero el azul.
Paula tuvo que reconocer que la había desconcertado. ¿Qué otras sorpresas la aguardaban? Entrar en el apartamento de Pedro no contribuyó a tranquilizarla.
El dormitorio que había visto la noche anterior le había gustado, pero aquél, en el último piso del hotel, le pareció magnífico. Estaba decorado en los mismos tonos que el diecisiete, pero constaba de tres habitaciones: una sala, una alcoba matrimonial y un baño. Un enorme ventanal ocupaba una pared entera del cuarto y desde allí se podían admirar las luces de Londres.
Ayyyyyy, qué lindos todos los caps, quier más please!!!!!!
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