martes, 10 de noviembre de 2015

Mi Bella Tramposa: Capítulo 16

Su silencio duró todo el trayecto al apartamento y la chica tuvo tiempo de pensar y cambiar de opinión. Era probable que hubiera humillado a Pedro al rechazar sus pretensiones sexuales. Si decidía no volver a verla, no le importaba. Había hecho lo que se había propuesto: probar que lo atraía. De esa manera, se vengaba del insulto que había sufrido la Paulina de diecisiete años.
Estaba tan convencida de que no volverían a concertar una segunda cita que se llevó una sorpresa cuando, al detener el coche ante la entrada del edificio, Pedro se volvió hacia ella y le dijo:
—Me gustaría verte otra vez. Me temo que estaré muy ocupado los próximos días, pero después tendré tiempo. ¿Qué te parece el jueves?
Paula negó con la cabeza de forma automática. Pasaba los jueves con Valentina, descolgaban el teléfono y descansaban, olvidándose de sus problemas de trabajo.
—Me temo que el jueves está descartado.
Se las ingenió para que pareciera como si lo sintiera mucho, esperando que Pedro creyera que ansiaba volver a verlo. Sacó de su bolso una pequeña agenda y la consultó.
—El viernes también me es imposible —continuó, ignorando que esa página estaba en blanco—. No tengo compromisos el sábado.
—Entonces, el sábado. Saldremos todo el día. Te recogeré a las diez.
«No me lo pide por favor ni me pregunta si estoy de acuerdo», pensó la chica, irritada. La invitación de Pedro tenía todas las características de una orden, que él esperaba que obedeciera sin titubear.
—A las diez —confirmó, cerrando la agenda con fuerza innecesaria para expresar su disgusto. Abrió la puerta y bajó del coche—. Buenas noches, Pedro y… gracias por la cena.
—Gracias por acompañarme —la respuesta fue rápida, pero ese convencionalismo no la tranquilizó. Sólo cuando las luces posteriores del Jaguar desaparecían calle abajo, adivinó la razón de sus emociones.
Esperaba que la besara para despedirse y ya había calculado hasta el último detalle la forma en que reaccionaría. Respondería con cierto agrado, y nada más. Sin embargo, como Pedro no había intentado tocarla y ni siquiera había detenido el motor del coche, puso la mano en las llaves para encender el motor antes que ella se desabrochara el cinturón de seguridad, su plan de acción había fracasado.
Movió la cabeza, desconcertada. El comportamiento de Pedro no concordaba con la pasión que había mostrado antes. Parecía decidido a poner cierta distancia entre ellos y, sin embargo, le había pedido otra cita. Caminó lentamente hacia la puerta y metió la llave en la cerradura. Se alegró de que no hubiera luz en el apartamento de Valentina. Si su amiga le hubiera preguntado cómo había pasado la velada, se habría visto en la necesidad de admitir que lo ignoraba.
—Te dije que te pusieras cómoda —Pedro  no se molestó en saludar cuando Paula abrió la puerta de su apartamento, el sábado por la mañana. La crítica implícita en su tono la puso nerviosa.
—Esto es cómodo —replicó secamente señalando el conjunto de algodón que llevaba.
Después de que él la llamara para proponerle un día de campo, si el tiempo lo permitía, ella había revuelto todo su guardarropa para escoger algo adecuado y había decidido que ese traje era ideal. La expresión de disgusto del hombre se convirtió en burla cuando observó las sandalias de cuero blanco.
—¿Puedes caminar con eso?
—¡Claro que puedo! Son muy cómodas.
Cruzó los dedos detrás de su espalda, por la mentirita. Y dudaba de que pudiera caminar una distancia considerable con los tacones altos y finos. Le habían costado una fortuna, pero se había enamorado de ellos a primera vista y aún no había encontrado una oportunidad para usarlas… y combinaban a la perfección con su conjunto.
Pedro encogió los hombros, como si no le importara. Él sí estaba vestido para ir al campo. Llevaba una camisa azul de algodón, abierta en el cuello, que dejaba entrever la piel bronceada y el nacimiento de un vello rizado y oscuro. El pantalón vaquero se ajustaba a sus caderas y los zapatos náuticos parecían viejos y muy cómodos.
—¿Estás lista? —la impaciencia tiñó su voz—. Hace un día precioso… demasiado, para quedarse dentro de la casa.
—Estoy lista —luchó porque la irritación no se reflejara en su réplica, aunque no lo logró del todo—. Además, has llegado antes de la hora.
La sonrisa de Pedro descartó la importancia de esa acusación con una indiferencia que la sulfuró.
—Sólo unos minutos. Tuviste tiempo para arreglarte.
Haciendo un gran esfuerzo, Paula apretó los labios para no contestar con toda la furia que amenazaba desbordarse como la lava de un volcán.
—¿Hace mucho sol? ¿Necesitaré sombrero?
El hombre alzó las cejas con incredulidad.
—¡Un sombrero! —repitió como un eco, asombrado—. ¿Para qué?
—Para proteger mi piel —repuso ella secamente. Solía ponerse un sombrero de ala ancha en verano, pues no le gustaba que el sol le llenara la cara de pecas.
Pedro la estudió de cerca y analizó el cuidadoso maquillaje que había tardado veinte minutos en aplicar sobre su tez.
—¿Crees que los rayos del sol atravesarán esa capa para quemar tu cara? — inquirió y el desprecio que se reflejaba en su voz tuvo el efecto de un latigazo sobre ella—. No sé para qué te pones esa porquería.
—Siempre trato de estar…
—Lo mejor posible —la interrumpió con énfasis satírico—. Ya sé… me lo dijiste. No puedo dejar de preguntarme cómo serías sin ese arco iris en el rostro.

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