martes, 17 de noviembre de 2015

Mi Bella Tramposa: Capítulo 25

—Te daré otra lección —se puso de pie—. Ven, siéntate frente al espejo y observa cómo lo aplico. Es muy fácil.

Dedicaban muchas visitas a esas lecciones de maquillaje. Al principio, Luciana se había mostrado reacia; luego le había tomado gusto a esa nueva experiencia y ya usaba con entusiasmo las técnicas que le indicaba Paula. Como una estudiante aplicada, preguntaba sus dudas y a veces telefoneaba a la modelo, cuando no podía ir a verla en persona.

—Aquí es donde va —tocó los pómulos de Luciana suavemente—. Y lo mezclas una y otra vez, hasta que parece natural.

«Por lo menos, sé mucho más de maquillaje que Estefanía», pensó mientras trabajaba, recordando el efecto que su amiga había logrado esa fatídica tarde de hacía nueve años. Para sus adentros, reconoció que había debido quedar como un fenómeno.

Riendo y charlando como dos adolescentes, no oyeron que la puerta del edificio se abría. Paula la había dejado abierto, pues esperaba a Valentina en unos minutos, así que ambas se sobresaltaron cuando una figura alta y sombría apareció en el apartamento y una voz masculina exclamó:

—Así que aquí es donde te refugias, ¿eh, Luciana? Santiago casi se vuelve loco pensando que te habían ocurrido varias catástrofes. Tuve que luchar para que no llamara al hospital preguntando si habías tenido un accidente. Me dijo que quedaste en verlo hace una hora.

—¡Una hora! —Luciana se puso en pie de un salto, quitándose la capa—. No sé cómo ha pasado el tiempo. Lo siento, Paula, tengo que irme…

—¡No hemos terminado! —protestó la chica, tomándose la libertad de dudar que Santiago estuviera tan preocupado como Pedro decía—. ¿No puedes?…

—No, no puede —la interrumpió él con firmeza y la frialdad de su voz atrajo la atención de Paula, que descubrió por primera vez la furia que se reflejaba en sus ojos. Un estremecimiento de aprensión la sacudió al pensar que su enojo estaba dirigido a ella, pues ignoraba qué había hecho para merecerlo—. ¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó Pedro, con más suavidad, a su hermana.

—No, gracias, tengo el coche fuera —recogió su bolso y se dirigió hacia la puerta—. Siento irme de esta manera, pero ya sabes cómo es esto… ¡Adiós!

Cuando escuchó las rápidas pisadas bajando por las escaleras, Paula pensó que si Luciana no amara tanto a su marido, quizás él tendría más miedo de perderla. Ella jamás estaría a la merced de un hombre, fuera o no su esposo. Ese pensamiento le recordó la presencia de Pedro y se volvió hacia él.

—¿Tenías que estropearlo todo? ¡Luciana se estaba divirtiendo!

—Quizá —el tono de Pedro era despectivo—. Pero Santiago estaba muy preocupado.

—¡Preocupado! —no pudo reprimir una risa sarcástica—. Aunque eso no le impida admirar a otras mujeres.

—¿Otras mujeres? ¿Santiago? —un asombro total reemplazó a la ira en los ojos de Pedro—. ¿De qué demonios hablas? Santiago adora a Luciana, todo el mundo lo sabe. Y ahora le preocupa cuánto ha cambiado y tú tienes la culpa, con tu obsesión por tu apariencia y el maquillaje.

—¡No es una obsesión! —protestó ella, indignada—. Sólo me gusta estar lo mejor posible y he ayudado a tu hermana a hacer lo mismo. Me lo pidió y… —se interrumpió, recordando que al principio Luciana se había negado y que había tenido que convencerla.

—¿Te lo pidió o tú le impusiste tu ayuda? Mi hermana no tiene tiempo para pretensiones o artificios. Nunca le habían gustado las poses o los trucos que usan otras mujeres… hasta que te conoció.

Estaba muy enojado y sus palabras herían a Paula como latigazos. ¿Qué había desatado esa tormenta? Pedro se comportaba como si hubiera cometido un crimen cuando ni siquiera sabía de qué la acusaba.

—Ahora se pasa las horas arreglándose el pelo y maquillándose. Ha cambiado por completo y Santiago no sabe qué hacer con ella.

—¡Mejor! —declaró, recuperando un poco la compostura—. Ahora quizá la aprecie como Luciana merece, y no coquetee con otras mujeres.

La reacción de Pedro fue violenta.

—¿De dónde demonios has sacado esa idea? Conozco a Santiago, lo he tratado durante años, y jamás ha mirado a otra mujer.

—¿Ah, no? —la convicción de Pedro la sacaba de quicio—. ¡Entonces explícame ese gesto! No soy ciega, ni estúpida y…

—¿Qué gesto? —la interrumpió—. ¡Maldición, mujer, no puedes hacer esa clase de acusaciones sin tener una prueba! —avanzó un paso hacia ella, que tuvo que dominarse para no retroceder—. ¿Qué gesto? —repitió, furioso.

—La noche de la exhibición… —deseó tener más control sobre su voz, que disminuía y aumentaba de volumen, traicionando su nerviosismo—. En el bar… él…

No encontró las palabras adecuadas, así que curvó las manos haciendo la forma de un ocho, como Santiago.

—¡A eso te referías!

Consternada, vió que Pedro echaba hacia atrás la cabeza y soltaba una carcajada. Su reacción era tan distinta a la que había esperado que lo observó en silencio hasta que él se puso serio de repente y su mirada de desprecio borró la risa de su cara.

—¿Siempre juzgas por las apariencias? —preguntó con una voz tan dura como su expresión—. Santiago estaba describiendo a Luciana.

Pese a que Paula no se atrevió a expresar su incredulidad, su mirada era bastante escéptica. Pedro se pasó una mano por el pelo.

—Me informaba de que Luciana estaba embarazada. Ya lo sospechaban, desde luego. Luciana siempre había tenido el cuerpo de un muchacho desde pequeña…

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