—¿Que qué? Yo pensé que la idea…
—Ya sé que no lo planeaba así —la interrumpió Paula—. Pero las cosas no salieron como había calculado.
¿Cómo podía explicarle lo que había pasado? Había tardado mucho tiempo en dormirse preguntándose por qué había permitido que la convenciera de volver a verlo y aún no lo comprendía del todo.
—¿Aún es como lo recordabas?
—Sí, exacto —apretó los labios—. Igual de atractivo, arrogante y egoísta que antes.
—Entonces, ¿por qué quieres verlo?
Se pasó una mano por el pelo, pensativa.
—No estoy segura. Quiero que me vea como alguien diferente de la adolescente que conoció, pero no es suficiente. Me hirió, Valentina, y quiero herirlo también, hacerle saber lo que se sufre cuando alguien nos aplasta y pensamos que jamás nos recuperaremos.
—¿Qué harás?
La sonrisa de Paula fue dura.
—Saldré con él algunas veces y después, cuando se enamore, lo rechazaré… — vaciló—. ¿No lo apruebas?
—¿Quién soy yo para aprobar o desaprobar tus actos? Entiendo tus sentimientos. Me contaste que Pedro Alfonso se comportó como un cerdo contigo, pero eso ocurrió hace muchos años. ¿Vale la pena traer ese rencor al presente?
Por un momento, Paula reconoció que Valentina decía la verdad. Sin embargo, la noche anterior, esas emociones habían despertado otra vez, haciéndola sentirse tan vulnerable como la adolescente que había conocido a Pedro Alfonso: la confianza que había adquirido a través de los años desapareció en unas cuantas horas. La imagen de la cara morena de Paula flotaba en su cabeza y volvió a estudiar el efecto que sus ojos grises tenían sobre ella. Había visto el mismo brillo en los ojos de otros hombres, como Facundo Pieres. Hombres que consideraban a las mujeres juguetes decorativos, para divertirse y descartarlas luego sin remordimientos.
—No se trata sólo del pasado, sino del presente. Ayer se comportó igual que Facundo.
—¡Ah! —no hacían falta más explicaciones.
Valentina conocía la historia de Facundo Pieres y muchos otros que, atraídos por la belleza de Paula, habían tratado de conquistarla pensando que era una presa fácil y luego la habían olvidado con frialdad al darse cuenta de que no estaba dispuesta a irse con ellos a la cama.
—No puedes vengarte de Pedro Alfonso por lo que te hizo Facundo.
—No, pero conocer a Facundo me permitió descubrir su tipo en Pedro Alfonso. Era demasiado joven para manejar a Facundo y me hizo mucho daño. Las cosas son distintas ahora —y Pedro Alfonso lo sabría muy pronto.
—Entonces, ¿estás decidida a seguir adelante?
Asintió con firmeza y sus facciones se endurecieron.
—Ese tipo de hombres nos usan como si fuéramos objetos, Valentina. No somos más que una cara atractiva y un cuerpo bonito. Tú deberías saberlo —agregó, refiriéndose al divorcio de su amiga—. Diego era igual. Todo lo que haré es darle un poco de su propia medicina. Usaré a Pedro Alfonso como a él le gustaría usarme.
—Es tu decisión, niña —Valentina estaba seria—. Pero ten cuidado. A veces la venganza se vuelve contra nosotros mismos, cuando menos lo esperamos.
«A veces la venganza se vuelve contra nosotros mismos». Las palabras de Valentina se repetían como un eco en los oídos de Paula mientras la maquillaban. «Es una tontería», se dijo con determinación y se concentró en poner en orden los vestidos que iba a pasar. Era una profesional y esa noche actuaría como nunca en su vida.
A la mitad de la exhibición, vió a Pedro. Estaba apoyado en la pared, en un rincón de la habitación, con un traje azul oscuro. No dejaba de observarla, como si pudiera ver más allá de los vestidos, quitarle el cuidadoso maquillaje y descubrir a Paulina Schulz.
Paula vaciló un momento y estuvo a punto de perder el compás, pero se recobró con rapidez. Alzó la cabeza y siguió trabajando con una pose arrogante, aristocrática, escondiendo cualquier huella de nerviosismo bajo una máscara de seguridad. Paulina ya no existía: ¡que Pedro viera a la verdadera Paula!
Durante el resto de la noche, evitó mirarlo, aunque no por eso pudo olvidar su presencia. Y cuando hizo su aparición final, con un traje largo, de falda abierta y mucho escote, sentía la mirada de él en la piel descubierta de sus brazos y hombros, quemándola.
Por fin acabó la exhibición y Paula se dejó caer en una silla con un suspiro de alivio. El maquillador se apresuró a su encuentro para felicitarla.
—Y te traigo un mensaje —añadió—. El señor Alfonso te espera en el bar.
—Gracias, Juan—replicó la chica sin prestar mucha atención.
Había llegado el momento de tomar la decisión que había estado posponiendo durante toda la velada. ¿Iba a continuar con esa farsa o no?
Todavía indecisa, se dirigió al bar y se detuvo ante las puertas de vidrio de la entrada. Ante sus ojos tenía la figura familiar de Pedro, dándole la espalda. Hubiera sido muy sencillo llamar al portero y pedirle que le dijera que había cambiado de opinión y que no lo acompañaría a cenar. Pero eso sería una cobardía, la clase de comportamiento típico de la tímida Paulina. Paula estaba hecha de un material diferente; si decidía cancelar la cita, por lo menos se lo diría a la cara.
Sin embargo, no podía hacer que sus pies se movieran para cruzar el bar. Desde donde estaba, observó la anchura de sus hombros bajo la chaqueta perfectamente cortada, la longitud de sus piernas y las ondas de su espeso pelo castaño. A los diecisiete años, se había sentido tan atraída por él que, cada vez que lo veía, sentía las piernas de gelatina y la cabeza echa un borrón, incapaz de pensar. Muy pronto aprendió que, por atractiva que fuera la envoltura, el contenido de ese paquete no era de su gusto.
De repente le pareció que los años pasados se esfumaban, que la atmósfera que la rodeaba desaparecía y que ella tenía otra vez diecisiete años y vivía feliz con su madre y su padrastro a los que adoraba.
Espectaculares los caps jajajaja, me encanta esta historia.
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