sábado, 14 de noviembre de 2015

Mi Bella Tramposa: Capítulo 21

Luciana Alfonso Martínez era muy distinta de lo que Paula había imaginado. No tenía la altura imponente de su hermano, ni su pelo castaño. Al contrario, era bastante más baja que Paula y su pelo y sus pupilas mucho más claros que los de Pedro. Además, no era elegante y sofisticada, como había supuesto, conociendo a su hermano. Luciana no usaba maquillaje y la melena rubia le caía sobre los hombros en desorden. Parecía joven y dulce, sacada del cuento de Alicia en el País de las Maravillas que recordaba haber leído de niña.

«La melena es demasiado pesada», pensó, observando a su anfitriona desde el otro lado de la mesa. Demasiado pelo para aquellas facciones delicadas. Y eso que era una hermosa mujer, o más bien podría ser si se peinara de un modo diferente y usara maquillaje para hacer resaltar sus ojos y los ángulos de su cara. Quizá por esa razón su marido se fijaba en otras mujeres. Paula  hizo una mueca de disgusto al recordar el gesto que había visto. Con un poco de esfuerzo, Luciana podría convertirse en una mujer a la que su marido le fuera fiel. Después de todo, poseía un buen cuerpo, aunque su busto y sus caderas fueran más generosos de lo que dictaba la moda.


—¿Paula? —la voz de Pedro interrumpió sus pensamientos, sobresaltándola. Se recobró con rapidez y le sonrió, disculpándose.

—Lo siento, estaba distraída. ¿Qué decías?

—Luciana decía que todo el mundo cree que la profesión de modelo es fascinante — su tono era seco, con un leve reproche—. Por lo que me has contado, no es cierto.

—Ah, sí —se volvió para explicárselo a su anfitriona—. La gente ve las fotografías en las revistas y cree que sólo se trata de ponerse un vestido y posar frente a una cámara. No tienen idea del esfuerzo que supone conseguir una toma perfecta. Se requiere mucha disciplina para mostrarse feliz cuando a uno le duele la cabeza y los pies la están matando. Después de varias horas, tu sonrisa parece una máscara.

—Lo imagino.

La sonrisa de Luciana era dulce y agradable. ¡Cómo podía Santiago pensar en otras! Paula miró con disgusto a su anfitrión. Delgado y elegante, con traje azul marino y camisa blanca impecable, Santiago Martínez era el mismo tipo de hombre que Pedro.

¿Sería ésa la razón por la que Luciana se había casado con él? Era evidente que idolatraba a su hermano mayor; su pálido rostro se había iluminado al verlo entrar y escucharle con suma atención cada palabra que pronunciaba.

Y también era obvio que Pedro sentía una gran ternura por su hermana, debía admitirlo. La trataba con delicadeza, comportándose de modo muy diferente al hombre agresivo que ella conocía. ¿No sufriría la adoración de Luciana si supiera que su hermano se había reído cuando Santiago hizo ese gesto soez?

—¿Tomamos nuestro café en el estudio? —preguntaba Luciana en ese momento—. Si han terminado, quiero decir… Paula, ¿estás segura de que no te has quedado con hambre? Tú…

—He comido muy bien, gracias —respondió con rapidez, esperando evitar el comentario de que apenas había probado bocado. Sintió que Pedro la miraba con atención y se sonrojó, agregando de prisa—: Todo estaba delicioso, eres una cocinera excelente.

También Luciana se ruborizó ante el elogio.

—Me gusta cocinar —admitió con suavidad—, lo que es una ventaja, porque Santiago devora como un lobo y, en cuanto a mi hermano mayor… —contempló a Pedro con ternura, parado a su lado, como una torre—. Dudo que alguien pueda llenar su estómago. Sin embargo, no engorda porque corre de un lado a otro, como tú.

—Sí, yo hago mucho ejercicio —encontró difícil mantener su voz calmada. Por alguna razón, las palabras de Luciana acerca del cuerpo ágil y delgado de su hermano la habían turbado.

—¿Te gusta correr? —intervino Santiago—. Mi cuñado corre varios kilómetros todos los días.

La mirada de Paula se clavó en Pedro. Así era como se mantenía en forma. Sin desearlo, admiró el soberbio corte de su traje, que se ajustaba al musculoso cuerpo, de delgadas caderas y largas piernas. Después, furiosa consigo misma, respondió a la pregunta de Santiago.

—No, prefiero el aerobic. Voy a clase dos veces por semana y los demás días practico en casa.

—Algunas veces pienso que debería ir a clases de gimnasia —comentó Luciana—. Pero…

—Todo el mundo debería hacer ejercicio —declaró Paula con firmeza—. Sólo contamos con un cuerpo y tenemos la responsabilidad de mantenerlo en las mejores condiciones posibles.

En el breve silencio que siguió a sus palabras, vio que Santiago y Pedro cruzaban una rápida mirada.

—Estás bien así, Luciana —aseguró Pedro, dándole unas palmaditas en la espalda—. Te queremos tal como eres.

«¡Te queremos!». Paula sofocó la risa cínica que amenazaba con escapar de su garganta. Si tanto quería a su hermana, ¿cómo era posible que se riera cuando su cuñado describía a otra mujer con un gesto lascivo? La resolución de darle a Pedro una lección se afirmó en su interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario