—¿Fue Norberto el hombre que te hirió?
La inesperada pregunta interrumpió la conversación superficial que habían mantenido durante la cena. Por un segundo Paula no estuvo segura de haber oído bien. ¿Herirla? Norberto le daría el mundo entero, si se lo pidiera. Entonces, el sentido de la pregunta se le aclaró y negó con la cabeza.
—No —sintió alivio al comprender que sus palabras impensadas no la habían traicionado por completo—. No, no fue Norberto.
Demasiado tarde comprendió que su respuesta sincera la sometería a un nuevo interrogatorio.
—Entonces, ¿quién fue? ¿Qué te hizo, Paula?
Atrapada en una trampa que ella misma había tenido, no pudo encontrar la respuesta adecuada. Si hubiera tenido valor, había aprovechado la oportunidad para confesarle la verdad. Su tonto plan de venganza se había hecho añicos y, si Pedro supiera quién era y por qué estaba allí, le daría su bolso y la dejaría partir. Los nervios le fallaron y al mismo tiempo le llegó la inspiración.
—Se llamaba Facundo Pieres—trató de mantener firme la voz, pero sólo logró un susurro vacilante—. Era diez años mayor que yo… frívolo, elegante, con mucha experiencia. Pensé que me amaba y lo que lo atraía era que fuera la modelo del año, la estrella del mundo de la moda. Quería que lo vieran conmigo y me exigió una relación física, como no acepté, me dejó —consciente del dolor que reflejaba su voz, forzó una sonrisa que, a juzgar por la expresión del hombre, resultó poco convincente—. Es la misma historia de siempre. Sucede a cientos de muchachas y seguirá ocurriendo en el futuro.
—Pero quizás otras muchachas reaccionan con menos sensibilidad.
El tono de Pedro hizo que Paula se quedara inmóvil en su asiento. Aunque había hablado con voz suave, llena de simpatía, había algo en las profundidades de sus ojos que la hizo observarlo con atención hasta descubrir un brillo de ira en las pupilas grises. ¡Ira! ¡Pedro estaba furioso por la manera en que Facundo la había tratado! La mente de Paula giró, al tratar de asimilar ese nuevo e inesperado acontecimiento. ¿También él despreciaba a ese tipo de hombre? Y, ¿qué quería decir al afirmar que otras mujeres reaccionarían con menos sensibilidad a la misma experiencia? —Paula… —se inclinó hacia ella, muy serio.
—Todo sucedió hace mucho tiempo —lo interrumpió ella, asustada de pronto por lo que él pudiera decir—. Es mejor olvidarlo.
«Sin embargo, Pedro pronunció esas crueles palabras muchos años antes», le susurró una vocecilla indiscreta, «antes de que conocieras a Facundo, y no las has olvidado».
Una leve caricia en su brazo atrajo la atención de su sorprendida mirada hacia los dedos bronceados de Pedro, que resaltaban contra la blancura de su piel. Estaba demasiado cerca y esos ojos grises la interrogaban con insistencia.
—No debes sufrir por hombres como Pieres, Paula—musitó y su dulzura la conmovió de una manera que ni su ira, ni sus sátiras burlonas habían conseguido antes. No podía soportar la simpatía que le demostraba, no en ese momento.
Cuando los dedos de Pedro empezaron a cerrarse sobre los suyos, apartó su mano como si la hubiera quemado y se lanzó a hablar para llenar el silencio que los envolvía:
—Creo que me gustaría oír un poco de música, ¿a tí, no? —indagó, trémula.
Se inquietó cuando vió que la frente de Pedro se fruncía, pero un momento después se borró ese gesto y su voz continuó siendo tranquila, como si quisiera calmar a un pajarillo asustado al que se proponía domesticar.
—¿Qué te gustaría oír?
Paula se dió cuenta de que no podía recordar el nombre de ninguna canción ni de un compositor.
—Oh, cualquier cosa… lo que tú escojas.
Se arrepintió de sus palabras poco después, pues escuchó las notas de una canción que conocía muy bien. Había comprado el disco cuando tenía diecisiete años y en aquellas primeras semanas después de que Gonzalo le enseñara la fotografía de Pedro, con frecuencia se encerraba en su habitación para mirarla, mientras escuchaba la melodía y murmuraba «Pedro Alfonso» una y otra vez. Ese recuerdo fue demasiado para sus emociones y, sin importarle la sorpresa de Pedro, ni su exclamación de angustia, se puso de pie y subió por la escalera corriendo. Pedro no se lo impidió.
Varias horas después, Paula todavía estaba despierta, con la vista fija en el techo de su cuarto a oscuras, mientras en su mente se repetía el recuerdo de su primer encuentro con Pedro y las palabras que había pronunciado al día siguiente bajo su ventana, como si se tratara de una película loca, sin principio, ni fin.
Había sucedido hacía mucho tiempo. ¿Por qué no era capaz de olvidar ese episodio, como había hecho con el de Facundo? Decirle a Pedro lo que había pasado entre ella y ese hombre no le había causado dolor; entonces, ¿por qué aquellos comentarios continuaban supurando dentro de ella, como una herida infectada que la había obligado a buscar una venganza infantil? ¿Por qué unas cuantas palabras tenían el poder de herirla mucho más que el egoísta comportamiento de Facundo?
Se dijo que le dolían porque amaba a Pedro pero en el momento en que se daba esa explicación, supo que no era correcta. A los diecisiete sólo había experimentado un capricho de colegiala, poderoso mientras duró, pero en última instancia temporal e inconsecuente. ¿Así que?…Y después, en un momento de claridad deslumbradora, supo la verdad.
Las palabras de Pedro la habían herido porque las esperaba. Porque siempre se había sentido fuera de sitio con su propio cuerpo. Las burlas de sus compañeros de escuela habían reforzado ese sentimiento y, cuando descubrió los atractivos del sexo opuesto, la imposibilidad de usar los vestidos de moda, además de las bromas de que había sido objeto, le habían producido un terrible complejo de inferioridad que había tratado de ocultar detrás de una máscara de maquillaje y una permanente mal hecha y poco atractiva. En el fondo, nunca había esperado que Pedro la viera como algo más que una adolescente gorda y fea. Si la hubiera aceptado, no hubiera sabido qué hacer. Sus palabras la habían destruido no porque le parecieron injustificadas, sino porque la enfrentaban con algo que ya sabía de antemano.
¿Qué haría con sus planes de venganza, ahora que veía el pasado con una luz nueva y diferente? Para su sorpresa, descubrió que después de haberse agitado en la cama durante tanto tiempo, por fin empezaba a tener sueño. Lo último que se le ocurrió antes de dormir fue que quizá debería estarle agradecida a Pedro, en lugar de odiarlo. Como resultado de la humillación, había reaccionado y se había propuesto modificar su apariencia. De hecho, nunca hubiera alcanzado tanto éxito en su carrera profesional si no hubiera sido por Pedro Alfonso.
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