sábado, 7 de noviembre de 2015

Mi Bella Tramposa: Capítulo 10

En circunstancias normales, Paula se hubiera echado en sus brazos, pero en ese momento, consciente de la presencia del otro hombre en la habitación, apenas abrazó a Gonzalo y de inmediato retrocedió, para impedir que le alborotara el pelo, como era su costumbre. Gonzalo no la dejó escapar con tanta facilidad.
—¡Hey! ¿Qué pretendes? ¿Huir de mí? —le dió un abrazo que le cortó el aliento y después la soltó, con un gesto de desagrado—. ¡Fuchi! ¿Qué te has echado? —era un comentario muy poco halagador para el perfume con que se había rociado en abundancia—. ¿Por qué te has emperifollado como si fueras al circo? ¿Y qué te has hecho en el pelo?
—Me lo he rizado —explicó Paula, con un aire que ella esperaba fuera tranquilo y natural, pero en su interior ardía de vergüenza por la manera en que su hermano la trataba. En otra ocasión, hubiera tomado sus bromas con buen humor, pero no cuando Pedro Alfonso estaba en la sala. Se echó el pelo hacia atrás, con un gesto que creía sensual y provocativo. La permanente era resultado de un último ataque de inspiración de Estefanía—. ¿Te gusta?
La pregunta estaba dirigida a Gonzalo, aunque miró la cara de Pedro, tratando de leer sus pensamientos. Estaba encantada de que la observara con atención, pero sus facciones y gesto eran imposibles de interpretar.
—Parece como si te hubiera pescado un huracán —fue la respuesta de Gonzalo y la chica deseó darle un puñetazo.
—Es un poquito exagerado —comentó su madre con voz suave—. ¿Quién te lo hizo?
—Estefi, en su casa. De repente tuvo esa idea y la pusimos en práctica —le agradó explicarlo así, la catalogaba como una criatura impulsiva, ligera y espontánea, y por la sonrisa que cruzó la cara de Pedro, supo que él la había interpretado de esa forma. Le correspondió con otra.
—Gonzalo nos comentó que administras tus propios hoteles, ¿es cierto?
—Sí, es cierto —el tono del joven era cortés—. Están pasados de moda y bastante descuidados, pero pienso reformarlos.
—Gonzalo nos explicó que tenías muchas ideas. Debe ser muy interesante.
No le fue difícil mantener un tono sofocado en la voz. Cuando la atención de Pedro se centraba en ella, le costaba trabajo respirar y su corazón latía dos veces más rápido que de costumbre.
—¿No te sientas, Paulina? —intervino su madre, llamando su atención sobre el hecho de que Pedro todavía estaba de pie. Obediente, Paula lo volvió a envolver con una brillante sonrisa.
—Oh, sí, por favor siéntate. Pedro. Aquí no somos ceremoniosos.
El joven le indicó un sofá doble. Fascinada porque fuera tan caballeroso para no sentarse hasta que ella lo hiciera, Paula tomó asiento. Su sonrisa desapareció en cuanto lo hizo. El cinturón la apretó todavía más, haciéndole daño, y la falda, demasiado corta ya cuando estaba de pie, casi desapareció al sentarse, descubriendo sus largas piernas cubiertas con medias negras, pues según Estefi ese color las hacía más delgadas.
No obstante, su corazón saltó cuando Paula se sentó a su lado y se volvió hacia él decidida a ignorar su incomodidad.
—¿Por qué no nos explicas lo que planeas hacer con tus hoteles, Pedro?
Más tarde, no pudo acordarse de una sola palabra de la explicación, pues estaba como hipnotizada por su físico, el aroma que exhalaba su cuerpo y su voz profunda. Pero no importaba. Él estaba allí, le hablaba y la posición del sofá, en una esquina del cuarto, excluía a los demás de su conversación. Y si Pedro de repente se refería a su madre o a Norberto, ella preguntaba algo y le ponía la mano sobre el brazo para que le hiciera caso.
Coqueteó con él deliberadamente usando todo lo que había leído u oído acerca del lenguaje corporal, para asegurarse de que él entendiera lo que ella sentía.
—Me encantaría vivir en Londres —suspiró cuando el tema de la reforma de los hoteles se agotó. Se inclinó hacia Pedro de modo que no pudiera pasar inadvertido cómo sus senos se oprimían contra la tela de la blusa. Vio cómo sus ojos se posaban en las suaves curvas y se quedó sin aliento; apenas pudo articular las siguientes palabras—: Debe de ser maravilloso, muy diferente de la vida que llevamos aquí.
—¿Lo crees? —el tono del hombre era seco—. Yo más bien envidio tu vida en el campo.
—¡No es posible! —replicó Paula con petulancia—. Es aburridísima. No hay nada que hacer.
Eso no era verdad. Tenía una vida social activa y le gustaba el pueblo, pero no podía creer que un sofisticado londinense como Pedro se conformara con unas cuantas fiestas y las contadas discotecas y no tenía el menor deseo de parecerle una provinciana poco interesante.
—Entonces, quizá podrías quedarte con Gonzalo en la ciudad. Si tengo tiempo, te enseñaré lo que hay que conocer.
«¡Oh, sí, por favor! ¡Me encantaría!». Consiguió reprimir las palabras, aunque la alegría coloreó sus mejillas y su sonrisa fue natural. Su reacción atrajo la mirada de los ojos grises con una expresión nueva y diferente, pero para entonces, Paula ya se había repuesto y recordaba el papel sofisticado que se había impuesto, repitiéndose los consejos de Estefi de actuar con frialdad y hacerse la difícil. Transformó su sonrisa de adolescente en un gesto frívolo.
—Sería agradable. Si alguna vez voy a la ciudad, te lo recordaré.
Cometió un error. La sonrisa de Pedro se apagó y una mueca ensombreció su cara. Paula maldijo a Estefi en su mente. Su amiga estaba equivocada, los hombres necesitaban saber que estabas interesada; hacerse la difícil no daba buen resultado. Se propuso reparar el daño a la mayor brevedad.
—¿Te quedarás con nosotros mucho tiempo? —preguntó, con una mirada llena de esperanza.

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