jueves, 26 de noviembre de 2015

La Traición: Capítulo 2

—Será mejor que me cuentes lo que pasó —pidió, más controlada.

—Joaquín fue quien los vio primero. Regresábamos del brazo de mar, cuando vimos una camioneta roja estacionada junto a la antigua zona de casa. Miré por los binoculares y vi que cinco tipos cargaban animales muertos en la camioneta.

—Por lo menos se llevaron tres —intervino Joaquín.

—Sí. Nos dirigimos hacia allá lo más pronto que pudimos, pero nos oyeron y se marcharon. Esa colina es tan pronunciada que no puedes subirla a gran velocidad.

Los ojos azules de Paula brillaron con el deseo de la venganza. Era probable que esos tipos regresaran dentro de unas semanas, pues habían tenido éxito en sus, robos.

—¿Podrías reconocer esa camioneta, Luis?

—Por supuesto. Era roja y tenía una abolladura en la puerta trasera —se tornó sombrío—No te preocupes. Trataré de encontrarla.

Paula  y su guardabosque no se preocupaban de si la gente de los alrededores mataba algún animal, obligada por la necesidad de comer; lo que detestaban eran las pandillas que venían del sur a matar a los animales sólo por dinero.

—Será mejor que le avise a Alfonso que esté pendiente de ellos —al verla tensarse, Luis añadió—. Hay veces en que aun los enemigos declarados deben cooperar por el bien de todos.

—Haz, lo que consideres que es mejor —se encogió ella de hombros.

Luis le dijo a su hijo que fuera a hacerse cargo de la cierva muerta y bajó la voz al quedarse con Paula.

—Hay algo más que quiero decirte acerca de Alfonso. Iba a esperar a que estuvieras de mejor humor, pero creo que eso nunca sucederá.

—¿Qué pasa? —suspiró, exasperada.

—Tiene un topógrafo en Para Mhor. Están tomando medidas.

Al oír ese nombre, la chica sintió un vuelco en el corazón. El recuerdo de esa tarde de locura la invadió. Para Mhor… la tormenta… el miedo… y luego la calidez… la pasión intensa y, por fin, el éxtasis y después, la fría y despiadada traición.

Se dió cuenta de que Luis la observaba, intrigado, y Paula intentó relajarse. Para Mhor era una isla que estaba a media hora de Kinvaig, en bote. Medía un kilómetro y medio de largo y un kilómetro de ancho. Estaba desierta y allí sólo crecía el pasto, de modo que era adecuada para que los animales pastaran.

En lo único en que los Chaves y los Alfonso estuvieron de acuerdo, fue en que no tenía caso pelear por una propiedad sin importancia. Habían llegado a un acuerdo de que la isla se usaría durante el verano para que los borregos pastaran. Después de la trasquila, cada clan llevaba a cincuenta animales a la isla y los recogía a finales de septiembre.

—¿Para qué necesita de los servicios de un topógrafo? —se tomó suspicaz.

—Bueno, sólo es un rumor, pero en Kinvaig la gente dice que Para Mhor se convertirá en un sitio vacacional para turistas ricos. Habrá un hotel, una marina, cabañas…

—No puede hacer eso —jadeó, escandalizada—, Para Mhor no es de su propiedad. Es un pastizal común.

—¿Ah, sí? Pues creo que desde hace cuarenta años se les ha olvidado llevar a las ovejas a pastar en Para Mhor.

—Ese no es el punto —se enojó—. Pedro debió consultarme primero.

Su expresión de rabia alarmó a Luis.

—Mirta, será mejor que le sirvas un trago para que se calme.

—No quiero whisky. Quiero matar a Alfonso —apretó los dientes—. ¿Quién demonios se siente? Jamás se habría atrevido a hacer algo semejante si mi padre estuviera vivo. Supongo que piensa que puede pisotearme.

—Lo dudo —murmuró el guardabosque El año pasado, cuando se presentó en el funeral de Miguel, recuerdo que lo amenazaste con volarle los órganos reproductivos con un rifle, si él volvía a poner un pie en tu propiedad. No actuaste con la típica hospitalidad escocesa.

—Sí, y lo hiciste frente al reverendo MacLeod —rió Mirta—. El pobre hombre nunca ha sido el mismo desde entonces.

—El funeral de Miguel habría sido un momento adecuado para olvidar la maldita disputa que existe entre las familias —declaró el guardabosque con aspereza—. Te quejas de que él no te consultó respecto de Para Mhor. ¿Cómo iba a hacerlo, cuando ni siquiera contestas sus llamadas telefónicas? Si fueras sensata, irías a verlo ahora mismo, para averiguar qué es lo que trama. Al menos, así terminaría esta incertidumbre.

La joven se mordió el labio y se pasó los dedos por el corto cabello pelirrojo. Luis no sabía que el odio que ella albergaba por Alfonso, no era tan sólo el resultado de esa disputa familiar. Nunca prestó mucha atención a todas las historias que su padre le contaba acerca de las tradiciones de los Alfonso… hasta que ella misma descubrió la verdad.

Sólo ella y Pedro Alfonso sabían lo que sucedió ese fatídico día, y él no iba a revelárselo a nadie. Siempre le asombró el hecho de que Pedro hubiera regresado a Kinvaig. Durante muchos años, dejó que un grupo de administradores y contadores se hicieran cargo de todo; pero el día en que Miguel fue enterrado, Pedro se apareció, ofreciendo su simpatía y apoyo a Paula.

Esta sintió asco al ver su hipocresía. ¿Acaso Pedro pensaba que ella había olvidado o perdonado el sufrimiento que le provocó? No. El debió suponer que ella seguía siendo la ingenua chica virgen de antes. Bueno, pues ya no era ingenua ni tonta. Y tampoco era virgen. El se encargó de eso.

Mirta colocó una colcha junto al horno.  El cervato pasaría unos días en la cocina, hasta que recuperara la energía, y luego sería sacado al patio.

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