sábado, 7 de noviembre de 2015

Mi Bella Tramposa: Capítulo 11

—Sólo una noche. Había pensado quedarme más tiempo, pero surgió un imprevisto y tendré que regresar mañana.
«¿Tan pronto?», quiso protestar. Apenas empezaba a conocerlo. Pero parecía lamentar no poder quedarse y ese pensamiento la mantuvo animada el resto de la tarde y de la noche. Estaba encantada y la felicidad le soltó la lengua, de manera que brilló en la mesa, asombrando a su familia que estaba acostumbrada a su manera de ser más bien tímida. Conservó sus más deslumbrantes sonrisas, sus más interesantes comentarios, sus miradas lánguidas para Pedro, sentado frente a ella. Cuando por fin se retiró a dormir, sentía que flotaba en una nube color de rosa. En cuanto su cabeza descansó en la almohada, empezó a soñar con un hombre alto, de pelo oscuro y ojos grises.
Despertó muy temprano y se sentó ante su tocador para luchar con los frascos y los polvos de maquillaje que Estefanía le había prestado. No era tan fácil como su amiga le había asegurado, pero al fin logró un efecto parecido al del día anterior y su atención se concentró en su pelo. La permanente le parecía una inspiración divina, pues la masa de bucles le daba un aire de gitana que bien valía la pena el tormento de desenredar su melena. Casi había terminado cuando oyó voces en el jardín, a través de su ventana entreabierta.
—Creo que muy pronto estaré listo para la re inauguración —era la voz de Pedro, hubiera reconocido ese tono profundo en cualquier lugar, pues durante toda la noche le había susurrado palabras de amor al oído, mientras soñaba.
Se acercó a la ventana y espió. Pedro y su hermano estaban debajo de ella, de espaldas a la ventana. Inclinándose tanto como podía, dejó que su mirada recorriera la figura musculosa, los anchos hombros y el pecho, y sintió la boca seca. Pensó que hasta había captado el significado de la palabra sensual.
—Necesitaré más personal, desde luego, cuando acabe con las reformas — explicaba Pedro—. No había suficientes empleados y, como si no tuviera bastantes problemas, la recepcionista acaba de anunciarme que se va porque espera un bebé.
—Quizá puedas encontrar una vacante para Paulina —sugirió Gonzalo—. Acaba el colegio este verano y no tiene ni idea de lo que quiere hacer. ¿Por qué no la contratas como recepcionista?
El corazón de Paula dejó de latir. Un trabajo para ella, como empleada de Pedro Alfonso, en uno de sus hoteles, donde lo vería con frecuencia. ¡Era un sueño hecho realidad! Cerró los ojos y cruzó los dedos, mientras aguardaba la respuesta de Pedro.
—¿Paulina? ¿Como recepcionista? —su risa fue fría y el desprecio que encerraba su voz hirió las fibras más sensibles de la chica—. Ten compasión, Gonzalo. Necesito una chica atractiva, que sea una buena propaganda para el hotel; alguien que haga que los huéspedes se alegren de haber escogido un hotel Alfonso, no una impertinente lolita que los asuste.
—Disculpe.
Paula se sobresaltó y regresó al presente de golpe. Miró al hombre que le había hablado y se sonrojó al darse cuenta de que le impedía el paso.
—¡Lo siento! Creo que soñaba despierta —murmuró, apartándose a un lado. Volvió a observar la espalda de Pedro. Necesitaba recuperar un cierto grado de compostura antes de enfrentarse a él.
Pedro hablaba con un hombre rubio y delgado que estaba a su lado. En ese momento sonreía y formaba con sus manos un ocho en el aire, para dibujar las formas femeninas. Pedro asintió y rió. Los labios de Paula se apretaron en una línea fina. No había manera de que interpretara mal ese gesto. Había visto a muchos hombres describir a una mujer de ese modo, acompañado, por lo general, con un comentario lascivo. Levantó la cabeza y, habiendo tomado una decisión sin ser por completo consciente de ello, entró en el bar.
Pedro volvió la cabeza al oír que la puerta se abría y la miró de arriba abajo antes de consultar su reloj. La irritación hizo que los ojos verdes de Paula, brillaran.
—Lamento llegar un poco tarde —dijo secamente y su tono sugería que no lo sentía en absoluto—. ¿Me has esperado mucho tiempo?
—Un rato —contestó sin alterarse—. Pero te aseguro que vale la pena esperarte.
«Creí que sería más original, señor Alfonso», pensó la chica. Y los elogios no lo llevarían a ninguna parte, en particular acompañados de esas miradas descaradas. Igual que en su primer encuentro, hacía nueve años, Pedro se puso de pie, pero Paula ya no era una colegiala ingenua que tomara esos gestos como la prueba de que era un perfecto caballero. Un hombre necesitaba algo más que esos rasgos de cortesía para ganarse su respeto.
—¿Te gustaría tomar una copa?
Ella seguía alterada por las humillantes palabras que había oído hacía nueve años y que todavía se repetían en su mente con tanta claridad como si hubieran sido pronunciadas el día anterior. Mirándolo ahora, en su traje de corte perfecto, se preguntó si recordaría alguna vez la chica con la que había hablado unas horas y si se había extrañado de que no hubiera bajado a desayunar, quejándose de que se sentía enferma. No había sido capaz de bajar a despedirse y esa vivencia la hizo querer replicar que no, que no deseaba una copa, ni nada de él.
Pero tendría que comportarse de un modo correcto, si pretendía llevar a cabo su plan y, además, estaba sedienta, después de aguantar los reflectores en la exhibición. Se obligó a sonreír.
—Agua mineral —pidió y vio cómo alzaba una ceja.
—¿No te apetece algo más fuerte? —inquirió y Paula negó con la cabeza.
—No, gracias. El alcohol no ayuda mucho a mi cutis, ni a mi figura.

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