—Claro; a mí sólo me interesa tener paz y armonía, pero no soy yo a quien se debe convencer, sino a mi padre.
—Miguel tendrá que soltar las riendas tarde o temprano —señaló—. Poco a poco, empezará a tomar más en cuenta tus consejos. Quizá mis comentarios te parezcan, fríos e irrespetuosos, pero esa es la verdad. ¿Quién sabe? —se encogió de hombros—. Tal vez tú puedas convencerlo de que nuestras familias se unan para enfrentar al enemigo común, en vez de pelear por tonterías.
—¿Podría decirme cuál es nuestro enemigo común? —frunció el entrecejo—. No me diga que formaremos una alianza para luchar contra los Argyle Campbell.
—No —rió—. Los Campbell no son nada en comparación con las instituciones financieras y los sindicatos extranjeros, que se están apoderando de estas tierras en la actualidad y que tienen la intención de convertir este lugar en un parque de diversiones.
—He escuchado a Miguel decir lo mismo —sonrió.
—Claro. Tu padre no es ningún tonto, pero cree que puede enfrentar la situación solo. Al menos, eso es lo que prefiere creer, ya que le parecería inconcebible unir sus fuerzas con un odiado integrante de la familia Alfonso.
Los comentarios de Pedro tenían sentido. Se había mostrado sincero, cortés y condescendiente, de modo que, cuando él extendió la mano, Paula no vaciló en estrecharla.
—¿Amigos? —la miró con intensidad y la chica sintió que la calidez y la fuerza del apretón se difundían en todo su cuerpo.
—Amigos —jadeó, tensa.
—Esto es un récord —rió un poco—. Me pregunto si somos los primeros representantes de nuestras familias, que han estado de acuerdo sobre algo.
Salieron del hotel y Pedro observó la calle tranquila.
—¿Cómo llegaste?
—Caminando —contestó ella—, me pareció que era un bonito día.
Ella sentía el calor del sol en la espalda, y en la bahía las gaviotas volaban en círculos.
—Bueno, será mejor que te lleve a casa. Además, me gustaría hablar con Miguel… claro, si quiere verme.
—Él se fue a la subasta de ganado que tiene lugar en Inverness —explicó—. Suele regresar a medianoche —sonrió—, y no quiero regresar todavía. Mirta está haciendo la limpieza general de la casa, y me sugirió que saliera para que no le estorbara. Voy a ir al muelle a sentarme para inhalar este maravilloso aire y acostumbrarme al lugar, después de haber vivido en el ruido y el ajetreo de Glasgow.
—Tengo que ir a Para Mhor —la estudió con detenimiento—. Puedes venir si quieres.
—Mmm, no sé —no quería parecer demasiado entusiasta—. No hay mucho que ver en Para Mhor, ¿o sí?
—La semana pasada, uno de nuestros botes se soltó y quedó varado allí. Voy a ver si merece la pena salvarlo. Eso será más interesante que, estar sentada en el muelle, viendo gaviotas.
—Bien—la tomó del brazo y la condujo al auto—. Primero debo ir a casa a cambiarme, de paso te consigo un impermeable.
El auto de Pedro era muy poderoso. Otro hombre habría aprovechado la oportunidad de impresionarla, y hubiera conducido a gran velocidad, pero él no necesitaba demostrar nada a los demás. Su personalidad y encanto eran suficientes.
A Paula no le sorprendió el hecho de que su supuesto enemigo mortal, comenzara a simpatizarle.
Sin embargo, no sucedía lo mismo con el padre de Pedro. Cuando se acercaron a la casa, Paula le comunicó su temor.
—No te preocupes por él —le aseguró con amargura—. Mi padre está de nuevo en una clínica de Edimburgo, tratando de combatir su alcoholismo. Por lo menos, la destilería está obteniendo ganancias nuevamente.
Se estacionaron frente a la casa, pero Paula comentó:
—Si no te importa, preferiría quedarme aquí.
—Bueno —se encogió de hombros—. Trataré de no tardarme.
Paula se sentía intimidada por la casa. Los muros oscuros y cubiertos de hiedra tenían un aspecto sombrío y amenazador. Le parecía una fortaleza antigua y no una vivienda y se alegró cuando Pedro se reunió con ella.
Cuando salieron del puerto, el viento arreció y la chica se alegró de que el impermeable la protegiera del agua.
Como el motor de la lancha era muy ruidoso, se conformó con guardar silencio y observar la manera competente con la que Pedro maniobraba. El vestía ahora una camisa y unos jeans. Su cabello negro volaba con el viento y le daba una apariencia indómita. Cuando se acercaron a la isla, él le, señaló el lugar en donde el bote de pesca yacía contra las rocas.
Después de amarrar la lancha en el deteriorado muelle, se quitaron los impermeables y Pedro la ayudó a bajar. Caminaron hacia el bote y Pedro se inclinó para examinar la proa. Por fin, negó con la cabeza.
—El boquete que tiene es demasiado grande y afectó la estructura principal. Es probable que la siguiente tormenta estrelle la embarcación contra las rocas y termine por destruirla. La tripulación logró salvar la mayor parte del equipo, pero será mejor que me asegure de que no quede nada de valor —hizo una pausa—. Mira, puede ser un poco peligroso…
—No te preocupes —Paula comprendió la insinuación—. No te estorbaré. Creo que iré a explorar. Te veré después.
Al subir por la empinada costa, se detuvo un momento para contemplar el paisaje plano. Al norte, a casi un kilómetro de distancia, se encontraba una granja en ruinas, el único indicio de que la isla fue habitada alguna vez. Decidió ir a investigarla, sin saber que se avecinaba una de las peores tormentas que habían azotado la región.
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