martes, 3 de noviembre de 2015

Mi Bella Tramposa: Capítulo 4

—Han pensado en casi todo.
—¿Casi todo? —repitió Pedro como un eco.
Con esfuerzo, Paula contuvo una sonrisa de triunfo. Él no esperaba que ella tomara el asunto en serio.
—¿Qué le parecería un secador de pelo y una máquina de afeitar para hombre?
—Ambas están a disposición de los huéspedes, lo mismo que el servicio de planchado. Sólo tienen que pedirlo a la camarera. ¿Satisfecha?
Estaba más que satisfecha, impresionada, pero no era su intención demostrarlo. El matiz de ironía en la pregunta de Pedro la irritó. Él aún creía que la inspección del cuarto era una farsa, una manera de hacerse la difícil, pero estaba decidida a desilusionarlo. Aunque admitía para sí que la habitación estaba a la altura del lema del hotel, cómoda y eficiente a la vez, deseó encontrarle defectos para molestar a Pedro.
—Me gustaría que hubiera más perchas, los hoteles nunca ponen suficientes y unas especiales para pantalones y faldas.
—Me encargaré de eso.
Su tono era firme y seco. Paula no dudó que seguiría su consejo. Sin duda, daría las órdenes necesarias a primera hora de la mañana siguiente. La resultaba imposible no vanagloriarse de ese pequeño triunfo, de que le diera a su opinión tanta importancia. De pronto recordó que Pedro  jamás hubiera escuchado a Paulina Schulz con la misma seriedad, pues apenas se había fijado en su existencia salvo para hundirla con esas palabras duras y crueles.
—Ya he visto todo lo que quería, ahora creo que debemos regresar a la fiesta.
Pedro se enderezó.
—¿Es eso lo que quieres?
Sus ojos grises dudaban de la veracidad de su deseo tan claramente que se sintió ofendida. No tenía intención de ceder ante él. Pedro Alfonso poseía una lengua hábil y siempre se había comportado con un seductor encanto. Habría sido a sus espaldas, cuando creía que no lo estaba oyendo, cuando dijo la verdad.
—Desde luego. Tiene que atender a sus invitados —una vez más, los recuerdos endurecieron su voz—. Y yo debo irme a… —¿Tan pronto? Apenas son las diez.
—Trabajo, señor Alfonso, y necesito dormir. Si no duermo ocho horas, me salen ojeras en las fotografías. Siempre me acuesto antes de las doce.
—¿Siempre?
¿Había una nota de diversión en su voz? Una rápida mirada a los oscuros ojos grises le bastó para captar un rayo de burla en las pupilas.
—Siempre —repitió con firmeza, añadiendo con énfasis—, y sola.
—¿Acaso sugerí que fuera de otra manera? —protestó el hombre con fingida inocencia.
No, no había sugerido nada, pero se traslucía en su cara, en el brillo de sus ojos. Igual que muchos otros hombres, suponía que una modelo era una cara bonita, sin cerebro, disponible para cualquiera que deseara tomarla… Pues bien, esta modelo era la excepción a la regla.
—Me gustaría volver a la reunión —insistió, dominando su indignación con bastante esfuerzo—. Gracias por enseñarme la habitación, señor Alfonso.
—Ha sido un placer —replicó de inmediato—. Y, mi nombre es Pedro.

«Ya lo sé». Las palabras estuvieron a punto de escapar de su boca y tuvo que morderse el labio inferior para impedir que salieran. Si supiera cómo conocía su nombre, aun antes de verlo la primera vez. La conversación de Gonzalo estaba salpicada de «Pedro esto» y «Pedro lo otro». Ella había supuesto que, cuando el famoso Pedro Alfonso apareciera, la realidad resultaría decepcionante. No había sido así, Pedro había entrado en su vida con la fuerza de una explosión nuclear, destrozándola en el espacio de unas cortas horas. No había vuelto a ser la misma.
Él se la acercó y Paula temió que notara la involuntaria tensión de su cuerpo alto y delgado y oyera el latir de su corazón. Con una sonrisa que la estremeció con su atractivo, levantó un dedo y recorrió suavemente su mejilla. Ella sintió ese contacto como una quemadura y retrocedió. La sonrisa del hombre no se alteró. Dejó caer la mano sobre el hombro de la joven, apretando sus delicados huesos y transmitiéndole su calor a través del delgado tejido de la chaqueta.
—¿Quieres volver a la recepción? —preguntó con voz ronca.
El seductor tono de su voz podía haber vencido el ánimo de una joven crédula muy fácilmente, pero hacía mucho que Paula había dejado de confiar en Pedro Alfonso o de tomar en serio sus palabras.
—Yo pensaba que celebraríamos nuestra propia fiesta…
«Ahora estamos llegando a la verdad», pensó ella, «a la verdadera razón por la que me ha traído aquí».
—¿En la habitación? —su voz subió de tono. Pedro frunció el ceño, pero a la vez se encogió de hombros.
—Donde quieras —contestó—. Podría llevarte a tu casa, si lo prefieres, o… Paula no lo dejó terminar.
—Preferiría regresar con mis amigas. Se estarán preguntando dónde estoy.
El brillo de burla volvió a iluminar los ojos del hombre.
—¿Tienes que informar de todas tus idas y venidas? —inquirió con tal ironía que la chica irguió la barbilla, con los ojos brillantes de indignación.
—¡No tengo! Es una amabilidad de mi parte… vine con ellas —«y volveré a casa con ellas», agregó para sí.

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