sábado, 14 de noviembre de 2015

Mi Bella Tramposa: Capítulo 24

—Entra, Luciana, qué bien que hayas venido —Paula abrió la puerta de par en par y le dió la bienvenida a la visita con su mejor sonrisa—. Estaba preparando café. ¿Quieres una taza?


Su sonrisa se llenó de compasión cuando Luciana hizo un gesto de disgusto.

—Me pone enferma —explicó con resignación—. Es curioso, siempre me ha gustado el café, pero ahora…

—No importa —la consoló Paula mientras la hacía pasar al salón—. No durará para siempre. ¿Cuánto te falta?

—Cuatro meses y medio. A veces me parece una eternidad. Todavía tengo náuseas y vivo en un continuo letargo. El calor no me ayuda mucho; menos mal que, cuando esté más gorda, refrescará.

—En diciembre no sólo refrescará, sino que helará —rió Paula—. ¿Prefieres un vaso de zumo de naranja?


—¡Estupendo! —se dejó caer en un sillón con un suspiro de alivio—. Justo lo que el bebé y yo necesitábamos —acarició su redondo vientre con suavidad—. Por lo menos empieza a notarse el embarazo. Al principio, me parecía un fraude.


—Te creo. Nunca lo hubiera adivinado si no me lo hubieras dicho —observó Paula por encima de su hombro, mientras se encaminaba a la cocina.


«No, no hubiera sospechado que esperaba un bebé», pensó, al recordar la primera visita que le había hecho la hermana de Pedro. Pero en cierto momento de esa tarde, Luciana le había revelado la noticia de que, después de meses de frustrados intentos, al fin estaba embarazada. Paula se alegró por ella, aunque no pudo evitar acordarse de su primer encuentro con Santiago y su desagradable gesto. Tuvo que morderse la lengua para no mostrar su ira.


—Pedro me ha dicho que van a pasar una semana en la cabaña —señaló Luciana cuando Puala volvió de la cocina con el café y el zumo de naranja—. Te envidio. En esta época del año, Dales es divino.


Paula  murmuró algo inarticulado que podía pasar por asentimiento. Sin saberlo, Luciana había tocado un tema que le causaba muchas inquietudes y algunas noches de insomnio. Cuando Pedro le propuso un viaje a Yorkshire, agosto le pareció muy lejano. Estaba segura de que, para entonces, su relación ya habría terminado. Sólo tenía un recuerdo, con el brillo de la satisfacción de haber logrado su venganza. De algún modo los días habían pasado y Pedro todavía formaba parte de su vida, aunque no sabía por qué ni cómo.


Salían una o dos veces por semana, desde la noche que habían cenado en casa de Luciana y Santiago. En cada ocasión había buscado algo interesante que hacer y había sido un acompañante atento y cortés. Ella había usado todos los trucos que conocía para conquistarlo, esmerándose en escoger su ropa, poniendo especial cuidado en su maquillaje y esgrimiendo el pretexto de que debía regresar a su casa a las doce para mantenerlo interesado. El tiempo que pasaban juntos era muy agradable. Siempre tenía tema de conversación y le sorprendió la cantidad de cosas que tenían en común. En cuanto a la venganza, no parecía muy cerca.


La verdad era que Pedro no parecía tan cautivado como para considerar que estaba a su merced. No se había repetido la pasión con que la había besado más de una vez. Si no hubiera sido por el recuerdo de esa firme declaración: «cuando veo algo que me gusta, lo tomo», Paula hubiera claudicado, a pesar de que le molestaba sospechar que Pedro aceptaría que su relación terminara con indiferencia.

Así que, cuando le propuso pasar sus vacaciones en la cabaña de Dales, en Yorkshire, consideró que sería el último intento de conseguir lo que se proponía. Esa semana sería un todo o nada en lo referente a Pedro. Si no podía lograr que le declarara que la necesitaba, cuando estuvieran a solas, jamás lo haría.


—¿No lo crees, Paula? ¿Paula? —la voz de Luciana interrumpió sus pensamientos—. ¡Estás soñando! No has oído ni media palabra de lo que te he dicho.

—Lo siento. Estaba pensando en…


—¿Mi hermano? —una sonrisa traviesa curvó los labios de la joven—. Me temo que muchas mujeres se enamoran de él. Ya sé que es mi hermano y lo quiero muchísimo, en especial desde… —se interrumpió y pensó mejor lo que había estado a punto de decir—. Pero es incorregible; a veces creo que nunca sentará cabeza y me desespera. Debo admitir que desde que te conoció tengo grandes esperanzas. Nunca se había mostrado tan interesado por nadie.


«Entonces, lo oculta muy bien», se dijo Paula con mal humor, mientras en su mente se mezclaban emociones conflictivas. No se sintió triunfante al descubrir que Pedro estaba más interesado en ella de lo que suponía; en lugar de eso, la invadió la desolación de comprender que perdería la amistad de Luciana cuando rechazara a su hermano.


—¿Qué habías dicho? —preguntó para ocultar su confusión.


—Te contaba lo contenta que estoy de haber seguido tus consejos y haberme cortado el pelo —tocó su pelo rubio, peinado con un estilo ligero que encajaba mejor con sus finas facciones—. Hasta a mi madre le gusta.


Paula ya había percibido antes el tono que Luciana usaba cuando se refería a su madre: una nota triste, que no encajaba con la personalidad abierta y espontánea de la chica. No había conocido a la señora Alfonso, pero había visto su fotografía: una dama de cincuenta y cinco años, alta, elegante y con rostro aristocrático. No se parecía a su hija, pero sí a Pedro.


—Ese peinado te queda muy bien —afirmó con sinceridad. Le había dado a Luciana una nueva imagen en el corto tiempo en que habían sido amigas. ¡Quizá la belleza de su esposa impidiera que los ojos de Santiago vagaran por terrenos prohibidos en el futuro!—. Y me agrada que uses un poco de maquillaje porque de otra manera estás muy pálida —la estudió con aire crítico—. Aunque ese colorete no está bien aplicado.


—Lo sé. Traté de hacerlo como me enseñaste, pero no lo logré.

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