«Nada mejor que hacer», lo corrigió la chica para sí, mientras una punzada de irritación la estremecía. Lo miró con más atención y admitió que era el tipo de hombre con el que cualquier mujer se sentiría orgullosa de salir. De repente, sintió un deseo intenso de ponerse algo más elegante que esos vaqueros.
—Yo…
—Paula…
El titubeante comienzo de ella y su nombre en labios de él coincidieron, provocando que ambos se interrumpieran y guardaran silencio, incapaces de continuar. Antes de que esa pausa se volviera incómoda, alguien los saludó desde la calle. Valentina se acercaba, cargada con varios paquetes.
—¡Hola! —sonrió al llegar junto a ellos—. ¿Ya de vuelta? ¿Llovió?
Frunció el ceño al ver que su amiga no estaba maquillada y llevaba una ropa informal.
—Nos sorprendió el aguacero y tuvimos que regresar a casa —explicó Paula. Mantuvo la vista fija en la cara de Valentina, temiendo mirar a Pedro—. Dejé mi reloj en el coche y él me lo trajo.
—Me estoy muriendo por tomar una taza de café. ¿Les apetece una?
La pregunta incluía a Pedro y Paula maldijo en silencio la hospitalidad de su amiga. No creía poder soportar la compañía masculina durante más tiempo. Necesitaba estar a solas para recuperarse y arreglarse; quizá entonces lo enfrentaría con mayor seguridad… «si es que vuelvo a verlo», agregó con rapidez, recordando cómo se habían despedido horas antes.
—Me temo que debo marcharme. Tal vez otra tarde —murmuró Pedro y acompañó sus palabras de una mirada intensa a la cara de Paula.
¿De verdad tenía otro compromiso o no estaba ansioso de pasar más tiempo en su compañía? Y esa otra, ¿insinuaba que deseaba una nueva cita? Paula no lo sabía y se refugió en aceptar la invitación de su amiga, como si de eso dependiera su vida.
—Adiós, Pedro—dijo por encima de su hombro, mientras se dirigía a la puerta del departamento de Valentina—. Y gracias por traerme el reloj… Déjame ayudarte — agregó, agarrándole unos paquetes para que pudiera buscar la llave al mismo tiempo.
En la confusión de sujetar dos bolsas llenas de víveres, Paula no vió irse a Pedro, pero oyó el rugido del motor, como una exclamación de ira exasperada.
—¡Así que es el detestable Pedro Alfonso! —Valentina se dejó caer en una silla y se quitó los zapatos—. ¡Es guapísimo, niña! Casi me desmayo cuando abrí la puerta esta mañana y lo vi. Estuve tentada a decirle que no estabas en casa, y pensé meterlo en mi apartamento y tenerlo para mí sola. ¡Es un espécimen maravilloso!
—Te dije que era muy atractivo —el tono de Paula era seco; la posibilidad de que Valentina se quedara a solas con Pedro la molestaba—. Pero no es el exterior lo que cuenta, sino la manera de ser. Pedro es arrogante, egoísta y no piensa en nadie más que en él.
—Si tú lo dices… —parecía desilusionada—. Es una lástima. ¿Todavía quieres vengarte?
«Dudo que lo logre», estuvo a punto de declarar. Titubeó al recordar la mirada de Pedro al pronunciar su nombre. Por un segundo, su expresión se había dulcificado, volviéndose casi cálida, y una luz inesperada había brillado en esos ojos grises. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué le habría dicho si Valentina no los hubiera interrumpido con su llegada a destiempo? ¿Le iba a pedir que salieran otra vez? De ser así, ¿qué hubiera respondido ella?
—No lo sé —contestó lentamente, tanto a su propia pregunta como a la de Valentina—. Para confesarte la verdad, no lo sé.
Paula estaba en la cocina, dando los últimos toques a la comida que había preparado para su invitada, cuando sonó el teléfono.
—Yo contestó —gritó Valentina desde el salón—. Sí, aquí está —dijo después de un momento—. Ahora se pone… ¡Paula! —y, cuando la joven apareció en el umbral de la puerta, en respuesta a su llamada, susurró—: ¡Es él! —visiblemente, emocionada.
Aunque el corazón le latía muy rápido, Paula no se dió prisa en atravesar el cuarto y tomar el auricular de la mano de Valentina. Sólo había una persona que su amiga pudiera describir de esa forma, poniendo énfasis en el pronombre. ¿Para qué la llamaba Pedro? Había pasado una semana desde el día de campo y no había tenido noticias suyas. Ya había dejado de preguntarse si la llamaría, aunque no había conseguido dejar de pensar en él. Aún la intrigaba lo que Pedro había estado a punto de decirle en la puerta, antes de que su vecina los interrumpiera.
—Hola —la sorpresa hizo que su voz sonar débil y temblorosa.
—¿Paula? —en contraste, la de Pedro sonaba firme y llena de confianza, como siempre—. ¿Cómo estás? —sin esperar a que le contestara, continuó—: ¿Estás libre el viernes?
—No lo sé —replicó, tratando de ganar tiempo para organizar sus pensamientos a pesar de que minutos antes de que el teléfono sonara le decía a Valentina que por una vez en la vida tenía por delante un fin de semana sin compromisos—. ¿Por qué?
—Estuve hablando con Santiago, ¿recuerdas?, mi cuñado. Lo conociste la noche de la exhibición.
—Oh, sí, lo recuerdo —apretó el auricular. Recordaba a Santiago Martínez, y también el gesto que le había hecho tanta gracia a Pedro.
—Entonces también recordarás que sugirió que quedáramos para que conocieras a Luciana. Nos ha invitado a cenar a su casa el viernes.
«¡Nos ha invitado!». Eran, desde luego, palabras arrogantes. Ni una disculpa por no haberla llamado en toda la semana, ni un «te gustaría venir», tan sólo la seguridad de que ella iría, si podía.
—No creo que… —empezó y de repente se detuvo. Recordó su plan de vengarse, que había archivado ante la aparente falta de interés por Pedro. ¡Iría, maldita sea!—. ¿Puedes esperar mientras consulto mi agenda?
Tapó el auricular y se volvió hacia Valentina, que escuchaba la conversación sin ninguna vergüenza.
—¿Y bien?
—Quiere que cenemos con su cuñado y su hermana —explicó en voz baja.
—Para conocer a la familia, ¿eh? —parecía a punto de soltar una carcajada—. Es obvio que el señor Alfonso piensa en serio. ¿Irás?
—No estoy segura —frunció el ceño. ¿Pensaba Pedro en serio, como decía Valentina? Ese «nos» indicaba que eran una pareja, por lo menos para él, y una invitación para conocer a la familia podía indicar que le daba más importancia de la que ella presumía. Bien, mucho mejor… no tendría que esperar demasiado para poner su plan en acción—. ¿Debería?
La sonrisa de Valentina estaba llena de complicidad.
—¡Claro que sí!
También Paula sonrió. Levantó el auricular con decisión.
—¿Pedro? Estoy libre el viernes.
Excelentes los 4 caps, me encanta esta historia.
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