Pedro frunció el ceño. En un pueblo como Temptation se sabía todo, pero nunca supuso que las noticias se divulgarían tan deprisa.
—¿Por qué sabes que he alquilado sus tierras?
—Julia, la del banco. Ha comentado que esa Chaves hizo un ingreso el otro día. Un cheque bastante considerable firmado por ti. Dos y dos son cuatro…
—Eres un genio, Agustín . No me extraña que seas sheriff —replicó Pedro con sorna.
Agustín se rió de buena gana y le dió una palmada en el hombro.
—¿Has oído, Jorge? —le preguntó al hombre que estaba detrás de la barra—. Pedro piensa que soy un genio. Creo que ese se merece una cerveza.
—Estoy de acuerdo.
Jorge puso una jarra debajo del grifo y la llenó.
Luego, tomó otra y también la llenó. Por la tarde había poco trabajo y casi nunca tenía la ocasión de tomarse una cerveza con sus dos amigos. Agarró las jarras, salió de la barra, dio una a Agustín y brindó con él antes de dar un buen sorbo. Dejó la jarra en la barra y miró a Pedro.
—¿Has visto esa cara? —le preguntó a Agustín con tono de preocupación—. Si no lo conociera, diría que le pasa algo.
Pedro frunció más el ceño y agarró su jarra. Jorge dio un codazo a Agustín en las costillas.
—Diría que lo que le pasa es una mujer —se puso el puño en la barbilla pensativamente—. Veamos. ¿Quién puede ser? —se preguntó con ganas de reírse a costa de su amigo—. ¡Ya está! La viuda Brown. Hace años que le tiene echado el ojo.
La viuda Brown rondaba los ochenta años y sólo le quedaban cuatro dientes, pero Cody también estaba disfrutando y decidió seguir el juego.
—Bah… También hace años que la viuda Brown se olvidó de Pedro. Me han contado que el sábado pasado estuvo coqueteando con Roberto Smith en el bingo. Aunque también esta esa vecina nueva que tiene —comentó Agustín como si Pedro no estuviera allí—. Es una divorciada que se llama Paula Chaves.
—¡Vaya! Esa mujer está muy bien. La vi el otro día en el colmado —Jorge se puso las manos en el pecho—. Tiene unas buenas…
Pedro dio un golpe en la barra con la jarra de cerveza…
—Si ustedes no tienen nada mejor que hacer que cotillear como unas señoronas, ¡yo sí!
Se puso el sombrero, dejo un par de dólares al lado de la jarra y se marchó dando un portazo. Agustín soltó una carcajada al oír el chirrido de las ruedas de la furgoneta.
—Efectivamente, me parece que se cuece algo entre nuestro amigo Pedro y Paula.
Jorge había disfrutado en grande con la broma y miró a Agustín con expresión de sorpresa.
—¿Pedro? —Jorge sacudió la cabeza—. Si alguien tiene algún interés, no es Pedro. No hay ningún hombre al que le interesen menos las mujeres que a Pedro. Aparte de mí, naturalmente.
—¿Que no tienes ningún interés en las mujeres? —exclamó Agustín.
—Bueno, quizá sí tenga uno —Jorge sonrió.
Agustín se metió una mano en el bolsillo, sacó un billete y lo dejo en la barra.
—Te apuesto veinte dólares a que esa Reynolds tiene enganchado a Pedro antes del verano.
Aunque la idea de que Pedro cayera embrujado por una mujer le ponía los pelos de punta, Jorge no era de los que renunciaba a hacer una apuesta. Sobre todo, una que tenía ganada. Estrechó la mano de Agustín.
—Apostado —dió un sorbo de cerveza—. ¿Sabes una cosa, Agustín? Si aciertas en lo de Pedro, serás el culpable. Si no hubieras propuesto ese disparate de anunciarnos para atraer mujeres, esa Chaves no habría venido y la soltería de Pedro no estaría en peligro.
Agustín apoyó una mano consoladora en el hombro de Jorge.
—Ya, pero piensa en lo bien que le ha venido a tu negocio.
Jorge lo pensó un instante y sonrió.
—Supongo que siempre es un consuelo…
La oscuridad la atrajo. La oscuridad, el resplandor de la luna llena y la posibilidad de formular deseos a las estrellas fugaces. Los niños se habían acostado y Paula salió al porche. Era el momento que disfrutaba de estar sola. El camisón se le arremolinó alrededor de los tobillos con la brisa nocturna. Se sentó en el viejo columpio que colgaba de una rama enorme. Apoyó el pie en el suelo y se dio impulso. Echó la cabeza hacia atrás y se balanceó mientras el viento se llevaba las preocupaciones y le aliviaba el cansancio del día. La decisión de irse a Temptation había sido acertada. Los chicos eran felices y ella estaba todo el día con ellos. La casa iba tomando forma y empezaba a parecer un hogar. La había restregado de arriba abajo, había sustituido las ventanas rotas y había empapelado el vestíbulo y los cuartos de baño. Había pintado la cocina y dentro de un par de días podría pintar la valla. Pedro había tenido razón con la experiencia, el trabajo avanzó más deprisa. Puso los pies en el suelo y se paró en medio de una nube de polvo al acordarse de lo que había pasado en la cocina esa tarde. ¿Por qué había alargado una mano y lo había tocado? ¿Por qué el contacto de los dedos con sus labios había hecho que anhelara tocar esos labios con sus labios? Si no hubiera aparecido Valentina… Paula sacudió la cabeza.
¡No podía imaginarse esas cosas! Ese hombre no podía inmiscuirse en sus planes. Además, todavía tenía que encontrar la manera de mantenerse ella y sus hijos. No sabía cómo, pero su ex marido había convencido al juez del divorcio de que no tenía dinero, y le pasaba una cantidad ridícula que no satisfacía ni remotamente las necesidades de sus hijos. Tenía algunos ahorros, pero no durarían para siempre. El cheque de Pedro le había venido muy bien…
Otra vez Pedro, se dijo con desesperación. Miró al cielo para borrarlo de su cabeza. No podía distraerla. Tenía que concentrar todas sus fuerzas, físicas y mentales, en su familia. Se bajó del columpio y rodeó el patio. Se paró delante de la zona vallada que había sido el huerto de su tía Alicia. Estaba lleno de hierbas muy altas y se acordó de los tomates y guisantes que recogía con sus primos. Se apoyó en la valla y tiró de unos hierbajos hasta arrancarlos del suelo. Decidió que plantaría otro huerto. Era tarde, pero seguramente habría algunas semillas que podría plantar en esa época.
Oyó un ruido en el camino y se dio la vuelta. La camioneta pasó por el costado de la casa y giró hacia el destartalado garaje. ¿Pedro? Se preguntó con espanto. ¿Qué hacía por allí a esas horas? Antes de que pudiera meterse en la casa, se encontró iluminada por las luces de la camioneta que se acercaba hacia ella.
Deslumbrada, se llevó la mano a los ojos, con hierbajos y todo, y cayó en la cuenta de que sólo llevaba puesto el camisón. La camioneta se paró, y las luces se apagaron. Se tapó los pechos con las manos sin importarle la tierra que soltaron los hierbajos.
sábado, 29 de agosto de 2015
Tuyo es Mi Corazón: Capítulo 7
Él miró a Paula, que estaba levantándose, y tuvo que hacer un esfuerzo para no caerse de espaldas. Pensó que tendría que haber una ley que impidiera a las mujeres ir vestidas de aquella manera. Llevaba los mismos pantalones cortados que cuando la sorprendió limpiando las ventanas y que dejaban expuestas unas piernas interminables y bronceadas. Para empeorar las cosas, en vez de la camiseta, llevaba un top que no llegaba a taparle el vientre. Tenía la melena pelirroja debajo de una gorra y la visera le hacía sombra sobre los ojos, pero pudo captar la desaprobación de sus ojos verdes al fijarse en la mano que había apoyado en el hombro de su hija. A juzgar por lo que le había contado Valentina, pudo entender el recelo, pero no estaba dispuesto a mover la mano. No era una amenaza para la niña, y su madre podría enterarse en ese instante.
—Al parecer, también se ha dedicado a arreglar vallas —comentó él.
Paula miró el trabajo que había hecho esa mañana y suspiró.
—Tres horas y menos de quince metros. A este paso, tardaré un año en acabar.
—Con un poco de experiencia, se va más deprisa—. Pedro se rió y miró hacia Felipe—. Al parecer, también tiene un buen ayudante.
Paula sonrió con orgullo porque sabía que sin su ayuda no habría hecho ni la mitad del trabajo.
—Sí, me ha ayudado mucho.
—¿Le hace falta algún brazo más?
Pedro no pudo entender de dónde había salido ese ofrecimiento. Ya tenía bastantes tareas como para hacer las de Paula.
—Ah… —lo miró con sorpresa—. No me atrevería a pedirle que quitara tiempo de su trabajo para ayudarnos…
—No lo ha pedido, me he ofrecido —apretó un poco el hombro de Valentina antes de sacar el martillo del cinturón—. Mi ayudante y yo somos bastante baratos.
Sin esperar la réplica, agarró la mano de Valentina, que sonrió, y se dirigieron hacia el siguiente trozo de valla. Antes de que Paula pudiera pensar en algún argumento, Felipe le había llevado un montón de tablones y Valentina estaba pasándole los clavos.
Paula sabía que lo mínimo que podía hacer era invitarlo a comer. Había entretenido a Valentina toda la mañana y después se había pasado otras dos horas trabajando en su valla. Sin embargo, saberlo y quererlo eran dos cosas muy distintas. Ese hombre, por algún motivo, la desasosegaba.
Valentina y Felipe subieron a asearse y ella preparó una bandeja con fiambres y queso, además de no quitar ojo de Pedro mientras también se lavaba en el fregadero. Estaba de pie, con una pierna un poco doblada y una cadera más alta que la otra mientras se enjabonada unas manos grandes y bronceadas. Reprimió un estremecimiento al acordarse de la fuerza de esas manos. Tenía la camisa remangada y el jabón resaltaba los músculos de los antebrazos. Se inclinó un poco y se echó agua en la cara y el cuello. Luego, gruñó como un oso y sacudió la cabeza mientras buscaba a ciegas la toalla. El gesto animal hizo que sintiera en cosquilleo en el abdomen.
Agarró la toalla y la dejó en sus manos. Él se la paso por el cuello y la cara y se volvió, pero se quedó inmóvil, con las manos aferradas a la toalla, al ver que ella lo miraba fijamente. Algo parecido a una corriente eléctrica saltó cuando las miradas se encontraron, algo tan potente, que despertó todos los nervios del cuerpo de Paula.
Antes de que pudiera decidir si quedarse o salir corriendo, agarró una esquina de la toalla y le secó una gota que se le había quedado en el bigote.
Fue un gesto impulsivo, pero el roce de los dedos en sus labios le alteró las entrañas, le dió un vuelco al corazón y le subió la temperatura de la sangre. Hacía mucho tiempo que una mujer no lo tocaba así. Se había olvidado de la ternura que podía transmitir un gesto. Cerró los ojos y le agarró la muñeca. Se pasó la mano por la mejilla y se deleitó con la suavidad de su piel. Captó el pulso acelerado debajo de sus dedos. Abrió los ojos y se encontró con unos labios un poco separados y unos ojos que rebosaban…. ¿anhelo? Se llevó los dedos a los labios, ella abrió más los ojos, el color verde se oscureció y Pedro sintió la necesidad de estrecharla entre los brazos.
—¡Eh! ¿Qué hay de comida?—preguntó Valentina mientras entraba en la cocina.
Pedro soltó la mano como si fuera un hierro al rojo vivo y se volvió otra vez hacia el fregadero casi sin poder respirar. Paula intentó disimular con la fuente de fiambres, pero Pedro notó que le temblaban los dedos y que estaba tan alterada como él.
—Vamos a tomar bocadillos y no quiero ni una queja —contestó ella al cabo de unos segundos que parecieron eternos—. Hace demasiado calor para cocinar.
—Me gustan los bocadillos —Valentina se sentó en una silla y dio unas palmadas en la que tenía al lado—. Puedes sentarte a mi lado, Pedro—añadió con cierta timidez.
Increíblemente, Pedro consiguió sentarse sin que se le doblaran las rodillas.
—¿Qué tal le va a tu nueva vecina? —preguntó Agustín.
Pedro subió los hombros hasta las orejas y se arrepintió de haber pasado por el End of the Road a tomar algo. No quería hablar de ella, al contrario, había ido para ahogar su recuerdo en cerveza.
—¿Cómo voy a saberlo?
—Pensaba que como le habías alquilado los terrenos, quizá la hubieras visto por allí.
—Al parecer, también se ha dedicado a arreglar vallas —comentó él.
Paula miró el trabajo que había hecho esa mañana y suspiró.
—Tres horas y menos de quince metros. A este paso, tardaré un año en acabar.
—Con un poco de experiencia, se va más deprisa—. Pedro se rió y miró hacia Felipe—. Al parecer, también tiene un buen ayudante.
Paula sonrió con orgullo porque sabía que sin su ayuda no habría hecho ni la mitad del trabajo.
—Sí, me ha ayudado mucho.
—¿Le hace falta algún brazo más?
Pedro no pudo entender de dónde había salido ese ofrecimiento. Ya tenía bastantes tareas como para hacer las de Paula.
—Ah… —lo miró con sorpresa—. No me atrevería a pedirle que quitara tiempo de su trabajo para ayudarnos…
—No lo ha pedido, me he ofrecido —apretó un poco el hombro de Valentina antes de sacar el martillo del cinturón—. Mi ayudante y yo somos bastante baratos.
Sin esperar la réplica, agarró la mano de Valentina, que sonrió, y se dirigieron hacia el siguiente trozo de valla. Antes de que Paula pudiera pensar en algún argumento, Felipe le había llevado un montón de tablones y Valentina estaba pasándole los clavos.
Paula sabía que lo mínimo que podía hacer era invitarlo a comer. Había entretenido a Valentina toda la mañana y después se había pasado otras dos horas trabajando en su valla. Sin embargo, saberlo y quererlo eran dos cosas muy distintas. Ese hombre, por algún motivo, la desasosegaba.
Valentina y Felipe subieron a asearse y ella preparó una bandeja con fiambres y queso, además de no quitar ojo de Pedro mientras también se lavaba en el fregadero. Estaba de pie, con una pierna un poco doblada y una cadera más alta que la otra mientras se enjabonada unas manos grandes y bronceadas. Reprimió un estremecimiento al acordarse de la fuerza de esas manos. Tenía la camisa remangada y el jabón resaltaba los músculos de los antebrazos. Se inclinó un poco y se echó agua en la cara y el cuello. Luego, gruñó como un oso y sacudió la cabeza mientras buscaba a ciegas la toalla. El gesto animal hizo que sintiera en cosquilleo en el abdomen.
Agarró la toalla y la dejó en sus manos. Él se la paso por el cuello y la cara y se volvió, pero se quedó inmóvil, con las manos aferradas a la toalla, al ver que ella lo miraba fijamente. Algo parecido a una corriente eléctrica saltó cuando las miradas se encontraron, algo tan potente, que despertó todos los nervios del cuerpo de Paula.
Antes de que pudiera decidir si quedarse o salir corriendo, agarró una esquina de la toalla y le secó una gota que se le había quedado en el bigote.
Fue un gesto impulsivo, pero el roce de los dedos en sus labios le alteró las entrañas, le dió un vuelco al corazón y le subió la temperatura de la sangre. Hacía mucho tiempo que una mujer no lo tocaba así. Se había olvidado de la ternura que podía transmitir un gesto. Cerró los ojos y le agarró la muñeca. Se pasó la mano por la mejilla y se deleitó con la suavidad de su piel. Captó el pulso acelerado debajo de sus dedos. Abrió los ojos y se encontró con unos labios un poco separados y unos ojos que rebosaban…. ¿anhelo? Se llevó los dedos a los labios, ella abrió más los ojos, el color verde se oscureció y Pedro sintió la necesidad de estrecharla entre los brazos.
—¡Eh! ¿Qué hay de comida?—preguntó Valentina mientras entraba en la cocina.
Pedro soltó la mano como si fuera un hierro al rojo vivo y se volvió otra vez hacia el fregadero casi sin poder respirar. Paula intentó disimular con la fuente de fiambres, pero Pedro notó que le temblaban los dedos y que estaba tan alterada como él.
—Vamos a tomar bocadillos y no quiero ni una queja —contestó ella al cabo de unos segundos que parecieron eternos—. Hace demasiado calor para cocinar.
—Me gustan los bocadillos —Valentina se sentó en una silla y dio unas palmadas en la que tenía al lado—. Puedes sentarte a mi lado, Pedro—añadió con cierta timidez.
Increíblemente, Pedro consiguió sentarse sin que se le doblaran las rodillas.
—¿Qué tal le va a tu nueva vecina? —preguntó Agustín.
Pedro subió los hombros hasta las orejas y se arrepintió de haber pasado por el End of the Road a tomar algo. No quería hablar de ella, al contrario, había ido para ahogar su recuerdo en cerveza.
—¿Cómo voy a saberlo?
—Pensaba que como le habías alquilado los terrenos, quizá la hubieras visto por allí.
Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 6
—¿Qué haces?
Pedro levantó la mirada y se irguió al ver a la niña Chaves que lo observaba desde el otro lado de la cerca. Se secó el sudor y sonrió. Era una niña encantadora con unos ojos azules muy vivaces.
—Arreglo la cerca. ¿qué haces tú?
—Nada. Te miro —se acercó un poco mas y apoyó la mano entre las púas del alambre—. Mamá me ha dicho que puedo mirarte si no te estorbo. ¿Estoy estorbándote?
—¿Cómo ibas a estar estorbándome si cada uno estamos a un lado de la cerca? —él se rió.
Ella torció los labios como si pensara la respuesta y sonrió.
—Entonces, ¿puedo mirar?
—Si quieres, puedes ayudarme.
—¿De verdad? —preguntó ella con expresión de emoción.
—Claro —él se levantó y le pasó los brazos por encima de la cerca—. Agárrate con fuerza y te pasaré al otro lado.
Ella se agarró a los brazos, y él la pasó muy por encima del alambre de espinos. Luego, hizo un gesto con la cabeza para señalar una bolsa llena de grapas que tenía a los pies.
—Puedes pasarme las grapas cuando las necesite.
Volvió a inclinarse sobre el poste y agarró el martillo.
—Grapa, por favor —Pedro alargó la mano.
Ella, con una sonrisa de orgullo, metió la mano en la bolsa y dejó una grapa en la palma de su mano.
Él la tomó y la clavó en el poste de dos martillazos.
—¡Caray! —exclamó ella—. Tienes que ser muy fuerte para hacer eso.
—La fuerza viene bien —él le guiñó un ojo—, pero también es importante dar en el clavo.
—A mamá no le da tan bien. Hace un rato se dio en el dedo —ella soltó una risita—. Dijo una palabrota.
Pedro también se rió al imaginarse a Paula dejando escapar un juramento.
—Yo también decía bastantes cuando no apuntaba tan bien. Duele un montón.
—Mama y Felipe están arreglando la valla que rodea la casa —Valentina soltó un suspiro—. Yo quise ayudarles, pero me dijeron que era demasiado pequeña.
Pedro captó el tono de desencanto y se acordó de cuando su hija también sufría porque era demasiado pequeña para hacer las cosas que podía hacer su hermano. Una sombra de tristeza se adueñó de su corazón.
—Pero estás ayudándome —le recordó él.
—Sí…
Ella se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se puso la bolsa sobre el regazo. Sacó otra grapa y se la dio.
—¿Tienes alguna niña pequeña?
Él se quedó paralizado y los dedos le temblaron con la grapa apoyada en el poste.
—Una, pero ya no es pequeña —murmuró él—. Tiene dieciséis años.
—¿Hace de canguro? Mamá dijo esta mañana que necesitará una canguro para cuando empiece a trabajar.
Pedro tuvo que cerrar los ojos por el dolor. Habían pasado diez años, pero todavía le dolía pensar en su hija y su hijo y en todo lo que se había perdido de sus vidas.
—No creo, cariño. No vive conmigo. Vive en San Antonio, con su madre.
—¿Estás divorciado? —preguntó ella con la cabeza ladeada.
—Sí. Desde hace diez años.
—Mamá y papá también están divorciados. Mi papá vive en Houston, pero mamá no quiere que sigamos viviendo allí porque es demasiado peligroso. —Valentina se tumbó en el suelo con las piernas estiradas y la bolsa de grapas en la tripa.
—Pegaron a Felipe cuando volvía del colegio y mamá lloró. No lo soportó más y nos vinimos aquí.
Pedro quiso preguntarle si no soportaba vivir en Houston o que pegaran a Felipe o vivir en la misma ciudad que su ex marido, pero decidió que no estaba bien sonsacarle información a la niña.
—Me imagino que tuvo que ser muy desagradable.
—Sí —Valentina volvió a suspirar—. Oí que las amigas de mamá decían que se iba porque se sentía culpable.
—¿Culpable? —preguntó él antes de poder evitarlo.
—Sí. Cuando mamá y papá estaban casados, ella no trabajaba y podía quedarse en casa con nosotros. Les dijo a sus amigas que si no se hubiera divorciado, habría estado en casa y no habrían pegado a Felipe.
Pedro tenía sus opiniones sobre el divorcio y sus consecuencias, opiniones bien amargas, pero se limitó a sacudir la cabeza.
—Hay cosas que no pueden evitarse.
Valentina apretó los labios y asintió con la cabeza.
—Eso dijeron las amigas de mamá, pero ella no les hizo caso. Nos trajo a casa de la tía Alicia para que estuviéramos seguros —miró hacia la casa que era su nuevo hogar—. Felipe dice que habría que cerrar esa casa para siempre, pero mamá dice que será más bonita cuando esté arreglada.
Pedro también miró hacia allí y vio la pintura cuarteada, los tablones podridos y los matojos que la rodeaban.
—Tiene razón —susurró él.
Sin embargo, no estaba pensando en el estado de la casa. Estaba recordando cuando volteó a su madre por encima de los hombros y entendió un poco mejor por qué lo había atacado.
—¡Hola, mamá! He ayudado a Pedro a arreglar la cerca.
Paula levantó la mirada y vió a Valentina que se acercaba entre la hierba sin cortar. Contuvo un gruñido al ver que Pedro la seguía a unos pasos de distancia.
—¿De verdad? —Paula esbozó una sonrisa para contentar a su hija.
—Sí —Valentina se paró delante de su madre—. Me ha dicho que soy la mejor ayudante que ha tenido en su vida. ¿Verdad que sí, Pedro?
Él se paró detrás de la niña y apoyó la mano en su hombro con una sonrisa.
—Sin comparación.
Pedro levantó la mirada y se irguió al ver a la niña Chaves que lo observaba desde el otro lado de la cerca. Se secó el sudor y sonrió. Era una niña encantadora con unos ojos azules muy vivaces.
—Arreglo la cerca. ¿qué haces tú?
—Nada. Te miro —se acercó un poco mas y apoyó la mano entre las púas del alambre—. Mamá me ha dicho que puedo mirarte si no te estorbo. ¿Estoy estorbándote?
—¿Cómo ibas a estar estorbándome si cada uno estamos a un lado de la cerca? —él se rió.
Ella torció los labios como si pensara la respuesta y sonrió.
—Entonces, ¿puedo mirar?
—Si quieres, puedes ayudarme.
—¿De verdad? —preguntó ella con expresión de emoción.
—Claro —él se levantó y le pasó los brazos por encima de la cerca—. Agárrate con fuerza y te pasaré al otro lado.
Ella se agarró a los brazos, y él la pasó muy por encima del alambre de espinos. Luego, hizo un gesto con la cabeza para señalar una bolsa llena de grapas que tenía a los pies.
—Puedes pasarme las grapas cuando las necesite.
Volvió a inclinarse sobre el poste y agarró el martillo.
—Grapa, por favor —Pedro alargó la mano.
Ella, con una sonrisa de orgullo, metió la mano en la bolsa y dejó una grapa en la palma de su mano.
Él la tomó y la clavó en el poste de dos martillazos.
—¡Caray! —exclamó ella—. Tienes que ser muy fuerte para hacer eso.
—La fuerza viene bien —él le guiñó un ojo—, pero también es importante dar en el clavo.
—A mamá no le da tan bien. Hace un rato se dio en el dedo —ella soltó una risita—. Dijo una palabrota.
Pedro también se rió al imaginarse a Paula dejando escapar un juramento.
—Yo también decía bastantes cuando no apuntaba tan bien. Duele un montón.
—Mama y Felipe están arreglando la valla que rodea la casa —Valentina soltó un suspiro—. Yo quise ayudarles, pero me dijeron que era demasiado pequeña.
Pedro captó el tono de desencanto y se acordó de cuando su hija también sufría porque era demasiado pequeña para hacer las cosas que podía hacer su hermano. Una sombra de tristeza se adueñó de su corazón.
—Pero estás ayudándome —le recordó él.
—Sí…
Ella se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se puso la bolsa sobre el regazo. Sacó otra grapa y se la dio.
—¿Tienes alguna niña pequeña?
Él se quedó paralizado y los dedos le temblaron con la grapa apoyada en el poste.
—Una, pero ya no es pequeña —murmuró él—. Tiene dieciséis años.
—¿Hace de canguro? Mamá dijo esta mañana que necesitará una canguro para cuando empiece a trabajar.
Pedro tuvo que cerrar los ojos por el dolor. Habían pasado diez años, pero todavía le dolía pensar en su hija y su hijo y en todo lo que se había perdido de sus vidas.
—No creo, cariño. No vive conmigo. Vive en San Antonio, con su madre.
—¿Estás divorciado? —preguntó ella con la cabeza ladeada.
—Sí. Desde hace diez años.
—Mamá y papá también están divorciados. Mi papá vive en Houston, pero mamá no quiere que sigamos viviendo allí porque es demasiado peligroso. —Valentina se tumbó en el suelo con las piernas estiradas y la bolsa de grapas en la tripa.
—Pegaron a Felipe cuando volvía del colegio y mamá lloró. No lo soportó más y nos vinimos aquí.
Pedro quiso preguntarle si no soportaba vivir en Houston o que pegaran a Felipe o vivir en la misma ciudad que su ex marido, pero decidió que no estaba bien sonsacarle información a la niña.
—Me imagino que tuvo que ser muy desagradable.
—Sí —Valentina volvió a suspirar—. Oí que las amigas de mamá decían que se iba porque se sentía culpable.
—¿Culpable? —preguntó él antes de poder evitarlo.
—Sí. Cuando mamá y papá estaban casados, ella no trabajaba y podía quedarse en casa con nosotros. Les dijo a sus amigas que si no se hubiera divorciado, habría estado en casa y no habrían pegado a Felipe.
Pedro tenía sus opiniones sobre el divorcio y sus consecuencias, opiniones bien amargas, pero se limitó a sacudir la cabeza.
—Hay cosas que no pueden evitarse.
Valentina apretó los labios y asintió con la cabeza.
—Eso dijeron las amigas de mamá, pero ella no les hizo caso. Nos trajo a casa de la tía Alicia para que estuviéramos seguros —miró hacia la casa que era su nuevo hogar—. Felipe dice que habría que cerrar esa casa para siempre, pero mamá dice que será más bonita cuando esté arreglada.
Pedro también miró hacia allí y vio la pintura cuarteada, los tablones podridos y los matojos que la rodeaban.
—Tiene razón —susurró él.
Sin embargo, no estaba pensando en el estado de la casa. Estaba recordando cuando volteó a su madre por encima de los hombros y entendió un poco mejor por qué lo había atacado.
—¡Hola, mamá! He ayudado a Pedro a arreglar la cerca.
Paula levantó la mirada y vió a Valentina que se acercaba entre la hierba sin cortar. Contuvo un gruñido al ver que Pedro la seguía a unos pasos de distancia.
—¿De verdad? —Paula esbozó una sonrisa para contentar a su hija.
—Sí —Valentina se paró delante de su madre—. Me ha dicho que soy la mejor ayudante que ha tenido en su vida. ¿Verdad que sí, Pedro?
Él se paró detrás de la niña y apoyó la mano en su hombro con una sonrisa.
—Sin comparación.
Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 5
Fue a marcharse, pero la voz de Paula lo paró en seco antes de que pudiera dar un paso.
—No he dicho que no esté interesada. Sencillamente, no había pensado alquilarlas.
—Entonces, ¿me las alquilará?
Paula frunció el ceño. No estaba segura de querer hacer negocios con ese hombre. Para ella, las primeras impresiones eran muy importantes, y el moratón del trasero era un recordatorio. Sin embargo, el dinero también contaba y no podía permitirse dejar escapar esa oportunidad.
—Depende —Paula se cruzó de brazos y lo miró—. Iba a tomarme un descanso. Si quiere, lo comentamos mientras tomamos un té helado.
Pedro, con el sombrero en la mano, la siguió a la cocina e intentó disimular el nerviosismo. No le convenía demostrar cuánto necesitaba esas tierras.
—¿Dónde están los chicos? —preguntó él al darse cuenta del silencio.
—Arriba. Hace tanto calor, que les he obligado a descansar un rato en sus cuartos. Aunque probablemente Felipe esté jugando con la videoconsola y Valentina con una muñeca.
Pedro se sentó a la mesa y observó en silencio mientras ella sacaba dos vasos y les llenaba con hielo.
Los dejó en la mesa y volvió a la nevera para sacar el té. Se sentó, llenó los dos vasos y levantó el suyo para dar un sorbo muy largo. Pedro, hipnotizado, se quedó mirando la delicada columna del cuello y los largos dedos.
—¿Cuánto? —le preguntó ella cuando dejó el vaso.
Pedro hizo un esfuerzo por volver a la realidad.
Lo había pensado mucho, y dio una cifra bastante baja.
—Estará de broma… —replicó ella con las cejas arqueadas.
—Bueno… La tierra está en muy mal estado —Pedro se dejó caer centra el respalde de la silla—. Tendría que hacer mucha limpieza antes de poder meter el ganado. Además, hay que arreglar el cercado —añadió mientras sacudía la cabeza—. Se ha caído en algunos sitios. Pero no se preocupe, yo puedo ocuparme de eso —se ofreció con una sonrisa.
—¿Quién le pagará? —preguntó ella incisivamente.
—Creo que puedo hacerme cargo —contestó él con el ceño fruncido.
Paula le observó un instante y dijo otra cifra.
—¿Qué? ¡Eso es un robo con todas las de la ley! —exclamó él.
Paula también se dejo caer contra el respaldo de la silla y sonrió con aire satisfecho. No sabía nada del valor de esa tierra, pero a juzgar por la expresión de sorpresa que puso él, había dado en la diana.
Levantó el vaso con té y lo apoyó en el labio inferior mientras miraba a Pedro por encima del borde.
—Dijo que quería esas tierras —le recordó ella.
—Sí… claro…
—Pues ésa es mi oferta. Si no le interesa, estoy segura de que le interesará a alguien.
Pedro se movió en la silla. Sabía que había un hombre que estaría encantado de pagárselo. Juan Barlow. No soportaría la cara de suficiencia de Barlow si le arrebataba esas tierras. Pedro resopló, agarró el sombrero y se levantó.
—Le pagaré esa cantidad.
—Además, ¿hará las reparaciones necesarias? —preguntó ella con delicadeza.
—Sí. Haré las malditas reparaciones —Pedro se fue hacia la puerta que daba al exterior, pero se volvió—. Quiero un alquiler por cinco años. Si no, no hay trato.
—¿Qué nombre pongo en el contrato? —preguntó ella con cierta sorna.
—Pedro Alfonso—contestó él rotundamente antes de salir y dar un portazo.
—No he dicho que no esté interesada. Sencillamente, no había pensado alquilarlas.
—Entonces, ¿me las alquilará?
Paula frunció el ceño. No estaba segura de querer hacer negocios con ese hombre. Para ella, las primeras impresiones eran muy importantes, y el moratón del trasero era un recordatorio. Sin embargo, el dinero también contaba y no podía permitirse dejar escapar esa oportunidad.
—Depende —Paula se cruzó de brazos y lo miró—. Iba a tomarme un descanso. Si quiere, lo comentamos mientras tomamos un té helado.
Pedro, con el sombrero en la mano, la siguió a la cocina e intentó disimular el nerviosismo. No le convenía demostrar cuánto necesitaba esas tierras.
—¿Dónde están los chicos? —preguntó él al darse cuenta del silencio.
—Arriba. Hace tanto calor, que les he obligado a descansar un rato en sus cuartos. Aunque probablemente Felipe esté jugando con la videoconsola y Valentina con una muñeca.
Pedro se sentó a la mesa y observó en silencio mientras ella sacaba dos vasos y les llenaba con hielo.
Los dejó en la mesa y volvió a la nevera para sacar el té. Se sentó, llenó los dos vasos y levantó el suyo para dar un sorbo muy largo. Pedro, hipnotizado, se quedó mirando la delicada columna del cuello y los largos dedos.
—¿Cuánto? —le preguntó ella cuando dejó el vaso.
Pedro hizo un esfuerzo por volver a la realidad.
Lo había pensado mucho, y dio una cifra bastante baja.
—Estará de broma… —replicó ella con las cejas arqueadas.
—Bueno… La tierra está en muy mal estado —Pedro se dejó caer centra el respalde de la silla—. Tendría que hacer mucha limpieza antes de poder meter el ganado. Además, hay que arreglar el cercado —añadió mientras sacudía la cabeza—. Se ha caído en algunos sitios. Pero no se preocupe, yo puedo ocuparme de eso —se ofreció con una sonrisa.
—¿Quién le pagará? —preguntó ella incisivamente.
—Creo que puedo hacerme cargo —contestó él con el ceño fruncido.
Paula le observó un instante y dijo otra cifra.
—¿Qué? ¡Eso es un robo con todas las de la ley! —exclamó él.
Paula también se dejo caer contra el respaldo de la silla y sonrió con aire satisfecho. No sabía nada del valor de esa tierra, pero a juzgar por la expresión de sorpresa que puso él, había dado en la diana.
Levantó el vaso con té y lo apoyó en el labio inferior mientras miraba a Pedro por encima del borde.
—Dijo que quería esas tierras —le recordó ella.
—Sí… claro…
—Pues ésa es mi oferta. Si no le interesa, estoy segura de que le interesará a alguien.
Pedro se movió en la silla. Sabía que había un hombre que estaría encantado de pagárselo. Juan Barlow. No soportaría la cara de suficiencia de Barlow si le arrebataba esas tierras. Pedro resopló, agarró el sombrero y se levantó.
—Le pagaré esa cantidad.
—Además, ¿hará las reparaciones necesarias? —preguntó ella con delicadeza.
—Sí. Haré las malditas reparaciones —Pedro se fue hacia la puerta que daba al exterior, pero se volvió—. Quiero un alquiler por cinco años. Si no, no hay trato.
—¿Qué nombre pongo en el contrato? —preguntó ella con cierta sorna.
—Pedro Alfonso—contestó él rotundamente antes de salir y dar un portazo.
jueves, 27 de agosto de 2015
Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 4
Le daría un par de días para que se instalara y luego le haría una visita. Seguramente, saltaría de alegría por poder alquilarle las tierras. Contuvo una sonrisa. Era una chica de ciudad y no tendría ni idea del precio. Seguro que se las alquilaba por cuatro perras.
Pedro tardó más de un par de días en ir a visitarla. Fueron dos semanas. Se decía una y otra vez que estaba muy ocupado, pero en el fondo sabía que le asustaba volver a verla. No tenía nada que reprocharse, pero no podía olvidarse de ella tumbada debajo de él con ojos de espanto e inmovilizada por su peso y su fuerza. Era un hombre considerado, y le avergonzaba haber tratado de aquella manera a una mujer.
Sin embargo, necesitaba las tierras y acabó yendo a Beacham. Si tenía que ver a la señora Chaves y tragarse la vergüenza, lo haría. Estacionó junto a la valla medio caída pero cerrada. Frunció el ceño. De la casa llegaba el estruendo de una música rock. Saltó por encima de la valla. Subió de una zancada los tres escalones que llevaban al porche y estuvo a punto de caerse de espaldas cuando sus ojos se encontraron con el trasero de Paula Chaves. Estaba en lo alto de una escalera e inclinada hacia delante para frotar una ventana. El trasero, sólo cubierto por un diminuto pantalón vaquero cortado, se movía al ritmo de la música. Las piernas parecían no terminar nunca, y no pudo evitar acordarse de cuando las tuvo alrededor de la cintura. Pedro, algo asustado por el cariz que tomaban sus pensamientos, se aclaró la garganta.
—Señora Chaves—ella no contestó, y él levantó la voz: —¡Señora Chaves!
Ella se asustó, se tambaleó y se agarró a la escalera para no caerse. Pedro, con un movimiento muy rápido, la sujetó de la cintura. Paula, atónita, se quedó mirando a la cara del hombre que la sujetaba. Tenía los ojos azules, la piel morena, un bigote poblado y unas cejas tupidas. Tardó un segundo en caer en la cuenta. Le empujó el pecho con los ojos como ascuas.
—¡No me toque!
Pedro, abochornado al darse cuenta de que seguía con las manos en su cintura, las dejó caer y dio un paso atrás.
—Lo siento, me ha parecido que iba a caerse.
—No habría hecho falta si no me hubiera dado un susto de muerte.
Ella resopló, se colocó bien la camiseta y apagó la radio.
—¿Qué quiere? —le preguntó ella con enojo.
Pedro se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo. La visita de negocios no había empezado con muy buen pie…
—Había venido para proponerle que me alquilara sus tierras.
—¿Para qué quiere mis tierras? —preguntó ella— con una ceja arqueada.
—Para meter parte de mi ganado.
Paula se secó las manos en los pantalones mientras intentaba poner en orden las ideas.
—No tenía pensado alquilarlas —comentó ella pensativamente.
—¿Había pensado utilizarlas?
—No… —contestó Paula lentamente.
—Entonces, a lo mejor querría alquilármelas. Me parece una pena no aprovecharlas cuando pueden proporcionarle unos ingresos.
—¿Quién ha dicho que necesite unos ingresos? —le preguntó ella con los ojos entrecerrados.
—Nadie —contestó él sin salir de su sorpresa—. Parece una tontería dejar sin utilizar una buena tierra.
Paula siguió mirándolo con sus ojos verdes entrecerrados y un gesto de recelo.
—Ya veo que no está interesada —Pedro dejó escapar un suspiro—. Siento haberla molestado.
Pedro tardó más de un par de días en ir a visitarla. Fueron dos semanas. Se decía una y otra vez que estaba muy ocupado, pero en el fondo sabía que le asustaba volver a verla. No tenía nada que reprocharse, pero no podía olvidarse de ella tumbada debajo de él con ojos de espanto e inmovilizada por su peso y su fuerza. Era un hombre considerado, y le avergonzaba haber tratado de aquella manera a una mujer.
Sin embargo, necesitaba las tierras y acabó yendo a Beacham. Si tenía que ver a la señora Chaves y tragarse la vergüenza, lo haría. Estacionó junto a la valla medio caída pero cerrada. Frunció el ceño. De la casa llegaba el estruendo de una música rock. Saltó por encima de la valla. Subió de una zancada los tres escalones que llevaban al porche y estuvo a punto de caerse de espaldas cuando sus ojos se encontraron con el trasero de Paula Chaves. Estaba en lo alto de una escalera e inclinada hacia delante para frotar una ventana. El trasero, sólo cubierto por un diminuto pantalón vaquero cortado, se movía al ritmo de la música. Las piernas parecían no terminar nunca, y no pudo evitar acordarse de cuando las tuvo alrededor de la cintura. Pedro, algo asustado por el cariz que tomaban sus pensamientos, se aclaró la garganta.
—Señora Chaves—ella no contestó, y él levantó la voz: —¡Señora Chaves!
Ella se asustó, se tambaleó y se agarró a la escalera para no caerse. Pedro, con un movimiento muy rápido, la sujetó de la cintura. Paula, atónita, se quedó mirando a la cara del hombre que la sujetaba. Tenía los ojos azules, la piel morena, un bigote poblado y unas cejas tupidas. Tardó un segundo en caer en la cuenta. Le empujó el pecho con los ojos como ascuas.
—¡No me toque!
Pedro, abochornado al darse cuenta de que seguía con las manos en su cintura, las dejó caer y dio un paso atrás.
—Lo siento, me ha parecido que iba a caerse.
—No habría hecho falta si no me hubiera dado un susto de muerte.
Ella resopló, se colocó bien la camiseta y apagó la radio.
—¿Qué quiere? —le preguntó ella con enojo.
Pedro se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo. La visita de negocios no había empezado con muy buen pie…
—Había venido para proponerle que me alquilara sus tierras.
—¿Para qué quiere mis tierras? —preguntó ella— con una ceja arqueada.
—Para meter parte de mi ganado.
Paula se secó las manos en los pantalones mientras intentaba poner en orden las ideas.
—No tenía pensado alquilarlas —comentó ella pensativamente.
—¿Había pensado utilizarlas?
—No… —contestó Paula lentamente.
—Entonces, a lo mejor querría alquilármelas. Me parece una pena no aprovecharlas cuando pueden proporcionarle unos ingresos.
—¿Quién ha dicho que necesite unos ingresos? —le preguntó ella con los ojos entrecerrados.
—Nadie —contestó él sin salir de su sorpresa—. Parece una tontería dejar sin utilizar una buena tierra.
Paula siguió mirándolo con sus ojos verdes entrecerrados y un gesto de recelo.
—Ya veo que no está interesada —Pedro dejó escapar un suspiro—. Siento haberla molestado.
Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 3
—Gracias por ayudar a Valentina. Siento el… malentendido…
Él notó que aquellas palabras le habían dejado un regusto amargo en la lengua porque ella cerró los labios como si hubiera mordido una lima verde.
Pedro, al lado de Agustín, se quedó mirando cómo se alejaban los tres hasta llegar a una furgoneta que estaba aparcada delante de la tienda de Carter.
—Vaya, eso me pasa por ser un buen samaritano.
—Menuda forma de recibir a tus nuevos vecinos —comentó Agustín entre risas.
—¿Vecinos? —Pedro miró a Agustín con perplejidad—. ¿Qué vecinos?
—Esos —Agustín señaló con la cabeza a la mujer y sus hijos—. Van a vivir en Beacham.
—Sabes muy bien que J.C. Vickers alquila ese sitio desde que Alicia murió.
Pedro lo sabía mejor que nadie porque llevaba cinco años intentando subarrendar a J.C. los terrenos que rodeaban la casa. Sin embargo, J.C. era muy cabezota y decía que no quería que un montón de vacas le alteraran la paz y la tranquilidad.
—Efectivamente, lo hizo hasta hace un par de semanas, cuando Paula Chaves, la sobrina de Alicia, le notificó que tenía que marcharse.
Agustín se rio ante la cara de espanto de Pedro. Conocía los trabajos de sus vecinos como conocía el suyo, y sabía lo mucho que Pedro anhelaba esa tierra.
—Podrías hacerle una visita dentro de un rato —Agustín se rascó la barbilla—. Creo que es una divorciada de Houston. A lo mejor es más razonable que J.C. y te alquila las tierras. Seguramente necesite más el dinero que los pastos —Agustín dio una palmada en la espalda a su amigo—, pero deja en paz a los chicos, no me gustaría detenerte por secuestrador.
Se alejó entre risas y dejó a Pedro plantado y cabizbajo en la acera.
—Hiciste lo que tenías que hacer, Felipe—Paula dio una palmada de consuelo a su hijo—. Sólo querías proteger a tu hermana. Es más, diría que lo hiciste muy bien.
Felipe hinchó el pecho de orgullo y sonrió a su madre.
—Tú también lo hiciste bastante bien.
Paula se estremeció al recordar el peso y la fuerza del hombre que la había inmovilizado contra el suelo.
—Era muy grande, ¿verdad? —preguntó ella.
—Más grande que un oso y el doble de malo —confirmó Felipe, que no había captado el estremecimiento de su madre.
—A mí me pareció bueno —intervino Valentina desde el asiento trasero de la furgoneta.
Paula miró a su hija por el retrovisor. ¿Bueno? Estaba segura de que tendría un cardenal en el trasero por el golpe que se había dado contra el suelo cuando él la volteó por encima de los hombros. Sin embargo, quería que su hija se sintiera a salvo en Temptation y sonrió al reflejo de su hija.
—Fue una amabilidad que te quitara la espina.
—No se la habría clavado si no se hubiera quitado los zapatos, como le dije —intervino Felipe.
—Mama dijo que siempre iba descalza cuando jugaba aquí en verano y que era estupendo sentir la hierba en los pies. Yo también quise sentirla—dijo: «la hierba» —replicó Felipe con ironía—. No esos matojos y espinos que había en la zona de juegos.
—Ya está bien —Paula cortó la discusión que podía ser eterna—. ¿Por qué no me ayudan a encontrar la casa de la tía Alicia?
—¿Cómo es?—preguntó Felipe, que ya había estirado el cuello.
—Es una casa grande, blanca, de dos pises, apartada de la carretera y rodeada de una valla de madera también blanca.
—¿Es ésa? —Felipe señaló hacia delante.
Paula se paró en el arcén. La casa estaba casi completamente escondida pero un bosquecillo de robles y cedros. Si no se la hubiera enseñado Felipe, ella habría pasado de largo. Sin embargo, allí estaba la casa de su tía Alicia, detrás del enorme roble que ella había trepado tantas veces cuando era una niña.
—Creo que sí —contestó Paula casi con un susurro.
Asimiló lentamente los cambios. Cuando vivían sus tíos, los árboles estaban cuidadosamente podados y el césped impecablemente cortado. El porche estaba repleto de flores y setos que eran el orgullo de su tía Alicia. Ya no se parecía en nada.
Paula entró en el camino con un nudo en la garganta y con cierto remordimiento por no haberse ocupado más de su herencia, la herencia que le había permitido irse de Houston.
—Será una broma… —comentó Felipe.
Paula esbozó una sonrisa forzada mientras aparcaba la furgoneta junto a la puerta medio caída de la valla.
—¡Sí! Es ésta. Nuestra nueva casa. ¿No les parece maravillosa?
Felipe volvió la cabeza para mirarla con gesto de incredulidad.
—Si tú lo dices… —murmuró mientras abría la puerta de la furgoneta de una patada.
Un dedo dio un golpecito en el hombro de Paula.
—Yo creo que es muy bonita, mamá —la animó Stephie.
Los ojos se le empañaron de lágrimas, dio una palmada en la mano a su hija y se quedó mirando fijamente la pintura que estaba cayéndose, las ventanas descolgadas y los matojos que nadie había quitado desde hacía cinco años.
—Gracias, Valentina. Será más bonita cuando la adecentemos, ya lo verás—tomó aire—. Bueno, veamos qué tal está por dentro.
No necesitó la llave porque la puerta estaba entreabierta. Paula, vacilante, entró con sus hijos pegados a la espalda. El interior era peor que el exterior, si eso era posible. Había basura amontonada en el vestíbulo, el papel pintado se caía a tiras por la pared de la escalera y el olor a humedad y moho era casi irrespirable. Maldijo a J.C. Vickers y fue hacia la cocina. A cada paso que daba, el alma se la caía más a los pies.
—Muy bien —se dirigió a sus hijos que la miraban con cierto espanto—. Vayan al coche y empiecen a meter todos los trastos de limpieza que hemos comprado en el pueblo.
Ella empezó a abrir las ventanas. También abrió el grifo del fregadero y dio gracias a Dios cuando salió un chorro de agua cristalina.
Pedro estaba apoyado en la cerca de la parte trasera de sus tierras. Delante tenía el terreno que lo separaba de Beacham. Hizo un cálculo mental de todas las reparaciones que tendría que hacer antes de poder meter ahí su ganado. La cerca se había caído en algunos sitios y tendría que meter el tractor para arrancar los cedros que estaban brotando por todos lados. Quizá también pusiera otra cerca que dividiera ese terreno en dos pastos. En cualquier caso, necesitaba esas tierras. Eso hizo que se acordara de su dueña. Miró hacia la casa. Delante estaba la furgoneta con las puertas abiertas de par en par. Los dos niños que tantos problemas le habían causado iban del coche a la casa cargados con cajas. La puerta de la cocina también estaba abierta, y la señora Chaves salió inclinada por el peso del cubo de agua que cargaba. Lo levantó y lanzó el agua para mojar los matojos que crecían al pie de los escalones. Dio un paso atrás y se pasó la manga por la frente. Al levantar el brazo, también se levantó el nudo que se había hecho en la camisa, se paró debajo de sus pechos y dejó el ombligo al aire. A Pedro le costó tragar saliva. Se acordó perfectamente del contacto con esa mujer de caderas estrechas, pechos abundantes y piernas largas. En su momento estuvo demasiado ofuscado para apreciarlo, pero era preciosa.
Agustín había dicho que estaba divorciada, Pedro se lo quitó inmediatamente de la cabeza. Lo único que quería de ella eran sus tierras. Se montó en el caballo y volvió para mirar hacia Beacham justo en el momento en que ella se metía en la casa.
Él notó que aquellas palabras le habían dejado un regusto amargo en la lengua porque ella cerró los labios como si hubiera mordido una lima verde.
Pedro, al lado de Agustín, se quedó mirando cómo se alejaban los tres hasta llegar a una furgoneta que estaba aparcada delante de la tienda de Carter.
—Vaya, eso me pasa por ser un buen samaritano.
—Menuda forma de recibir a tus nuevos vecinos —comentó Agustín entre risas.
—¿Vecinos? —Pedro miró a Agustín con perplejidad—. ¿Qué vecinos?
—Esos —Agustín señaló con la cabeza a la mujer y sus hijos—. Van a vivir en Beacham.
—Sabes muy bien que J.C. Vickers alquila ese sitio desde que Alicia murió.
Pedro lo sabía mejor que nadie porque llevaba cinco años intentando subarrendar a J.C. los terrenos que rodeaban la casa. Sin embargo, J.C. era muy cabezota y decía que no quería que un montón de vacas le alteraran la paz y la tranquilidad.
—Efectivamente, lo hizo hasta hace un par de semanas, cuando Paula Chaves, la sobrina de Alicia, le notificó que tenía que marcharse.
Agustín se rio ante la cara de espanto de Pedro. Conocía los trabajos de sus vecinos como conocía el suyo, y sabía lo mucho que Pedro anhelaba esa tierra.
—Podrías hacerle una visita dentro de un rato —Agustín se rascó la barbilla—. Creo que es una divorciada de Houston. A lo mejor es más razonable que J.C. y te alquila las tierras. Seguramente necesite más el dinero que los pastos —Agustín dio una palmada en la espalda a su amigo—, pero deja en paz a los chicos, no me gustaría detenerte por secuestrador.
Se alejó entre risas y dejó a Pedro plantado y cabizbajo en la acera.
—Hiciste lo que tenías que hacer, Felipe—Paula dio una palmada de consuelo a su hijo—. Sólo querías proteger a tu hermana. Es más, diría que lo hiciste muy bien.
Felipe hinchó el pecho de orgullo y sonrió a su madre.
—Tú también lo hiciste bastante bien.
Paula se estremeció al recordar el peso y la fuerza del hombre que la había inmovilizado contra el suelo.
—Era muy grande, ¿verdad? —preguntó ella.
—Más grande que un oso y el doble de malo —confirmó Felipe, que no había captado el estremecimiento de su madre.
—A mí me pareció bueno —intervino Valentina desde el asiento trasero de la furgoneta.
Paula miró a su hija por el retrovisor. ¿Bueno? Estaba segura de que tendría un cardenal en el trasero por el golpe que se había dado contra el suelo cuando él la volteó por encima de los hombros. Sin embargo, quería que su hija se sintiera a salvo en Temptation y sonrió al reflejo de su hija.
—Fue una amabilidad que te quitara la espina.
—No se la habría clavado si no se hubiera quitado los zapatos, como le dije —intervino Felipe.
—Mama dijo que siempre iba descalza cuando jugaba aquí en verano y que era estupendo sentir la hierba en los pies. Yo también quise sentirla—dijo: «la hierba» —replicó Felipe con ironía—. No esos matojos y espinos que había en la zona de juegos.
—Ya está bien —Paula cortó la discusión que podía ser eterna—. ¿Por qué no me ayudan a encontrar la casa de la tía Alicia?
—¿Cómo es?—preguntó Felipe, que ya había estirado el cuello.
—Es una casa grande, blanca, de dos pises, apartada de la carretera y rodeada de una valla de madera también blanca.
—¿Es ésa? —Felipe señaló hacia delante.
Paula se paró en el arcén. La casa estaba casi completamente escondida pero un bosquecillo de robles y cedros. Si no se la hubiera enseñado Felipe, ella habría pasado de largo. Sin embargo, allí estaba la casa de su tía Alicia, detrás del enorme roble que ella había trepado tantas veces cuando era una niña.
—Creo que sí —contestó Paula casi con un susurro.
Asimiló lentamente los cambios. Cuando vivían sus tíos, los árboles estaban cuidadosamente podados y el césped impecablemente cortado. El porche estaba repleto de flores y setos que eran el orgullo de su tía Alicia. Ya no se parecía en nada.
Paula entró en el camino con un nudo en la garganta y con cierto remordimiento por no haberse ocupado más de su herencia, la herencia que le había permitido irse de Houston.
—Será una broma… —comentó Felipe.
Paula esbozó una sonrisa forzada mientras aparcaba la furgoneta junto a la puerta medio caída de la valla.
—¡Sí! Es ésta. Nuestra nueva casa. ¿No les parece maravillosa?
Felipe volvió la cabeza para mirarla con gesto de incredulidad.
—Si tú lo dices… —murmuró mientras abría la puerta de la furgoneta de una patada.
Un dedo dio un golpecito en el hombro de Paula.
—Yo creo que es muy bonita, mamá —la animó Stephie.
Los ojos se le empañaron de lágrimas, dio una palmada en la mano a su hija y se quedó mirando fijamente la pintura que estaba cayéndose, las ventanas descolgadas y los matojos que nadie había quitado desde hacía cinco años.
—Gracias, Valentina. Será más bonita cuando la adecentemos, ya lo verás—tomó aire—. Bueno, veamos qué tal está por dentro.
No necesitó la llave porque la puerta estaba entreabierta. Paula, vacilante, entró con sus hijos pegados a la espalda. El interior era peor que el exterior, si eso era posible. Había basura amontonada en el vestíbulo, el papel pintado se caía a tiras por la pared de la escalera y el olor a humedad y moho era casi irrespirable. Maldijo a J.C. Vickers y fue hacia la cocina. A cada paso que daba, el alma se la caía más a los pies.
—Muy bien —se dirigió a sus hijos que la miraban con cierto espanto—. Vayan al coche y empiecen a meter todos los trastos de limpieza que hemos comprado en el pueblo.
Ella empezó a abrir las ventanas. También abrió el grifo del fregadero y dio gracias a Dios cuando salió un chorro de agua cristalina.
Pedro estaba apoyado en la cerca de la parte trasera de sus tierras. Delante tenía el terreno que lo separaba de Beacham. Hizo un cálculo mental de todas las reparaciones que tendría que hacer antes de poder meter ahí su ganado. La cerca se había caído en algunos sitios y tendría que meter el tractor para arrancar los cedros que estaban brotando por todos lados. Quizá también pusiera otra cerca que dividiera ese terreno en dos pastos. En cualquier caso, necesitaba esas tierras. Eso hizo que se acordara de su dueña. Miró hacia la casa. Delante estaba la furgoneta con las puertas abiertas de par en par. Los dos niños que tantos problemas le habían causado iban del coche a la casa cargados con cajas. La puerta de la cocina también estaba abierta, y la señora Chaves salió inclinada por el peso del cubo de agua que cargaba. Lo levantó y lanzó el agua para mojar los matojos que crecían al pie de los escalones. Dio un paso atrás y se pasó la manga por la frente. Al levantar el brazo, también se levantó el nudo que se había hecho en la camisa, se paró debajo de sus pechos y dejó el ombligo al aire. A Pedro le costó tragar saliva. Se acordó perfectamente del contacto con esa mujer de caderas estrechas, pechos abundantes y piernas largas. En su momento estuvo demasiado ofuscado para apreciarlo, pero era preciosa.
Agustín había dicho que estaba divorciada, Pedro se lo quitó inmediatamente de la cabeza. Lo único que quería de ella eran sus tierras. Se montó en el caballo y volvió para mirar hacia Beacham justo en el momento en que ella se metía en la casa.
Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 2
Temptation, Texas
Pedro lanzó el último saco de pienso a la camioneta, se quitó los guantes y los guardó en el bolsillo trasero de los vaqueros. Entrecerró los ojos para protegerlos del sol de junio. Hacía un calor infernal y todavía no era mediodía. Además, le quedaba bastante trabajo por hacer, aunque había empezado antes de las seis de la mañana. Tenía que descargar el pienso cuando llegara al rancho y llevar al ganado de un pasto a otro.
Empezó a levantar la portezuela trasera de la camioneta, pero se detuvo al oír un lamento. Se volvió y dejó caer la portezuela al ver a una niña de unos cinco años que se le acercaba descalza y cojeando. No la reconoció, pero eso no le sorprendió. Desde que Agustín propuso que Temptation se anunciara para atraer mujeres, el pueblo estaba lleno de desconocidos. Miró a izquierda y derecha, pero no vio un alma que pudiera ayudar a la niña. Como un caballero andante de provincias, bajó de un salto al escalón que llevaba al almacén de piensos y se arrodilló junto a ella en la acera.
—¿Qué te pasa, cariño?
Ella sollozó y levantó la cara hacia él.
—Se me ha clavado una espina en el pie.
—Bueno, vamos a echarle una ojeada —dijo Pedro amablemente.
Ella se agarró de su manga y levantó el pie. Aún así, él no podía verle bien toda la planta del pie. La tomó en brazos y la llevó hasta su camioneta.
—Siéntate aquí para que pueda verla mejor.
La sentó en la portezuela trasera, que estaba abatida, se agachó un poco y levantó el pie. Pudo ver una espina bastante grande clavada en la delicada planta del piececito. Frunció el ceño porque sabía que iba a dolerle cuando la arrancara.
—¿Sabes contar hasta tres? —le preguntó.
—Sé contar hasta diez —contestó ella con orgullo entre lágrimas.
—Muy bien. Empieza a contar, y para cuando llegues a tres, te habré sacado la espina.
—Vale —ella volvió a sollozar—. Uno… dos…
Pedro dio un tirón y le arrancó la espina. La niña dejó escapar un grito de dolor. En ese instante, como surgido de la nada, notó que un montoncito de furia se abalanzaba contra su espalda. Un brazo, más fino que la rama de un sauce llorón, le rodeó el cuello y un puño, más pequeño que una patata pequeña, lo golpeó en la cabeza. Se lo quitó de encima y se encontró cara a cara con un niño pelirrojo congestionado por la ira. El niño lanzaba puñetazos y patadas sin importarle la diferencia de tamaño.
—¡Suelta a mi hermana!
—Espera —sujetó al chico contra el costado de la camioneta—. No estoy haciendo daño a tu hermana. Sólo…
Pero no pudo terminar porque notó otro cuerpo que se abalanzaba sobre su espalda, pero esa vez era un cuerpo algo más pesado. Él se tambaleó con unas piernas alrededor de la cintura y unos brazos alrededor del cuello.
—Felipe, ¡Agarra a tu hermana y corre! —gritó una mujer…
Cegado por una melena pelirroja, intentó liberarse de los brazos. Cuando pudo tomar aire, miró hacia abajo y vio que el niño no se había movido ni un centímetro y que a su vez lo miraba con la boca abierta.
Harto de semejante disparate, agarró a la mujer de los brazos y, con un movimiento violento, la volteó por encima de los hombros. Cayó como un saco sobre la acera. Él también se tumbó y la agarró de las muñecas.
Unos ojos verdes rebosantes de estupor lo miraban entre una mata de pelo rojo mientras la boca intentaba tomar aliento. Ella todavía se resistió bajo él, pero la inmovilizó como si fuera un ternero. Notó que iba a dar un grito que alarmaría a todo el pueblo.
—Ni se le ocurra —la amenazó mientras la sujetaba con las rodillas.
Ella cerró la boca, pero lo miró con furia y los ojos entrecerrados. Luego, de repente, se fijó en algo que estaba detrás de Pedro.
—Ayúdeme, sheriff. Este hombre está intentando matarme.
Pedro se dio la vuelta y soltó una maldición al ver a Agustín. Supo que no iba a ser fácil explicar esa situación.
—No intento matarla —explicó con poco convencimiento—. Sólo intento defenderme.
—¿Defenderte? —Agustín contuvo una sonrisa al ver a la mujer tumbada casi debajo de Pedro—. Creo que puedes soltarla. Me parece que ya no corres peligro.
Pedro le soltó las muñecas y se levantó lentamente, como si no se fiara de ella. Agustín alargó una mano y la ayudó a levantarse. Ella se sacudió el polvo de los vaqueros.
—Sheriff, detenga a este hombre —exigió mientras señalaba a Pedro.
—Un momento… intervino Pedro cada vez más desesperado—. No he hecho nada.
—Intentó secuestrar a mi hija —replicó ella con los ojos soltando chispas.
—No he intentado secuestrar a su hija —Pedro ya estaba fuera de sus casillas—. Yo…
Ella se puso en jarras con la barbilla muy levantada.
—Entonces, ¿qué hace ahí sentada y por qué tenía a mi hija contra el costado de su camioneta?
Pedro apretó los labios y miró a Agustín como si le pidiera ayuda.
—Podrías explicárnoslo, Pedro—le dijo él mientras se encogía de hombros.
—Estaba cargando el pienso en la camioneta cuando esa niña… —empezó a explicar él con tono de rabia y señalando a su camioneta— se acercó cojeando y llorando. Como no había nadie que pudiera ayudarla… —hizo una pausa para mirar acusadoramente a la mujer—… la senté ahí para quitarle la espina que tenía clavada en el pie. Antes de poder darme cuenta, tenía a ese niño subido a mi espalda, y cuando conseguí quitármelo de encima, esta mujer se abalanzó sobre mí como una loca mientras gritaba al niño que agarrara a la niña y se fueran corriendo.
Agustín arrugó los labios pensativamente, y la mujer, ante el inmenso placer de Pedro, había palidecido y estaba yendo a toda prisa hacia su camioneta. Susurró algo y secó una lágrima que quedaba en la mejilla de su hija.
—Ya estoy bien, mamá. Ese señor tan bueno me ha quitado la espina.
La mujer, al oír «ese señor tan bueno», clavó la mirada en Pedro. Él sonrió de oreja a oreja y henchido de satisfacción mientras ella se ponía como un tomate. La mujer agarró a su hija en brazos y tomó a su hijo de la mano.
—Lo siento, sheriff —se disculpó, aunque intentando mantener el orgullo—. Parece ser que ha habido un error.
—Entonces, ¿no quiere que lo detenga?
—No —la mujer frunció el ceño ante el tono burlón del sheriff—. No hace falta.
Ella miró de mala gana a Pedro.
Pedro lanzó el último saco de pienso a la camioneta, se quitó los guantes y los guardó en el bolsillo trasero de los vaqueros. Entrecerró los ojos para protegerlos del sol de junio. Hacía un calor infernal y todavía no era mediodía. Además, le quedaba bastante trabajo por hacer, aunque había empezado antes de las seis de la mañana. Tenía que descargar el pienso cuando llegara al rancho y llevar al ganado de un pasto a otro.
Empezó a levantar la portezuela trasera de la camioneta, pero se detuvo al oír un lamento. Se volvió y dejó caer la portezuela al ver a una niña de unos cinco años que se le acercaba descalza y cojeando. No la reconoció, pero eso no le sorprendió. Desde que Agustín propuso que Temptation se anunciara para atraer mujeres, el pueblo estaba lleno de desconocidos. Miró a izquierda y derecha, pero no vio un alma que pudiera ayudar a la niña. Como un caballero andante de provincias, bajó de un salto al escalón que llevaba al almacén de piensos y se arrodilló junto a ella en la acera.
—¿Qué te pasa, cariño?
Ella sollozó y levantó la cara hacia él.
—Se me ha clavado una espina en el pie.
—Bueno, vamos a echarle una ojeada —dijo Pedro amablemente.
Ella se agarró de su manga y levantó el pie. Aún así, él no podía verle bien toda la planta del pie. La tomó en brazos y la llevó hasta su camioneta.
—Siéntate aquí para que pueda verla mejor.
La sentó en la portezuela trasera, que estaba abatida, se agachó un poco y levantó el pie. Pudo ver una espina bastante grande clavada en la delicada planta del piececito. Frunció el ceño porque sabía que iba a dolerle cuando la arrancara.
—¿Sabes contar hasta tres? —le preguntó.
—Sé contar hasta diez —contestó ella con orgullo entre lágrimas.
—Muy bien. Empieza a contar, y para cuando llegues a tres, te habré sacado la espina.
—Vale —ella volvió a sollozar—. Uno… dos…
Pedro dio un tirón y le arrancó la espina. La niña dejó escapar un grito de dolor. En ese instante, como surgido de la nada, notó que un montoncito de furia se abalanzaba contra su espalda. Un brazo, más fino que la rama de un sauce llorón, le rodeó el cuello y un puño, más pequeño que una patata pequeña, lo golpeó en la cabeza. Se lo quitó de encima y se encontró cara a cara con un niño pelirrojo congestionado por la ira. El niño lanzaba puñetazos y patadas sin importarle la diferencia de tamaño.
—¡Suelta a mi hermana!
—Espera —sujetó al chico contra el costado de la camioneta—. No estoy haciendo daño a tu hermana. Sólo…
Pero no pudo terminar porque notó otro cuerpo que se abalanzaba sobre su espalda, pero esa vez era un cuerpo algo más pesado. Él se tambaleó con unas piernas alrededor de la cintura y unos brazos alrededor del cuello.
—Felipe, ¡Agarra a tu hermana y corre! —gritó una mujer…
Cegado por una melena pelirroja, intentó liberarse de los brazos. Cuando pudo tomar aire, miró hacia abajo y vio que el niño no se había movido ni un centímetro y que a su vez lo miraba con la boca abierta.
Harto de semejante disparate, agarró a la mujer de los brazos y, con un movimiento violento, la volteó por encima de los hombros. Cayó como un saco sobre la acera. Él también se tumbó y la agarró de las muñecas.
Unos ojos verdes rebosantes de estupor lo miraban entre una mata de pelo rojo mientras la boca intentaba tomar aliento. Ella todavía se resistió bajo él, pero la inmovilizó como si fuera un ternero. Notó que iba a dar un grito que alarmaría a todo el pueblo.
—Ni se le ocurra —la amenazó mientras la sujetaba con las rodillas.
Ella cerró la boca, pero lo miró con furia y los ojos entrecerrados. Luego, de repente, se fijó en algo que estaba detrás de Pedro.
—Ayúdeme, sheriff. Este hombre está intentando matarme.
Pedro se dio la vuelta y soltó una maldición al ver a Agustín. Supo que no iba a ser fácil explicar esa situación.
—No intento matarla —explicó con poco convencimiento—. Sólo intento defenderme.
—¿Defenderte? —Agustín contuvo una sonrisa al ver a la mujer tumbada casi debajo de Pedro—. Creo que puedes soltarla. Me parece que ya no corres peligro.
Pedro le soltó las muñecas y se levantó lentamente, como si no se fiara de ella. Agustín alargó una mano y la ayudó a levantarse. Ella se sacudió el polvo de los vaqueros.
—Sheriff, detenga a este hombre —exigió mientras señalaba a Pedro.
—Un momento… intervino Pedro cada vez más desesperado—. No he hecho nada.
—Intentó secuestrar a mi hija —replicó ella con los ojos soltando chispas.
—No he intentado secuestrar a su hija —Pedro ya estaba fuera de sus casillas—. Yo…
Ella se puso en jarras con la barbilla muy levantada.
—Entonces, ¿qué hace ahí sentada y por qué tenía a mi hija contra el costado de su camioneta?
Pedro apretó los labios y miró a Agustín como si le pidiera ayuda.
—Podrías explicárnoslo, Pedro—le dijo él mientras se encogía de hombros.
—Estaba cargando el pienso en la camioneta cuando esa niña… —empezó a explicar él con tono de rabia y señalando a su camioneta— se acercó cojeando y llorando. Como no había nadie que pudiera ayudarla… —hizo una pausa para mirar acusadoramente a la mujer—… la senté ahí para quitarle la espina que tenía clavada en el pie. Antes de poder darme cuenta, tenía a ese niño subido a mi espalda, y cuando conseguí quitármelo de encima, esta mujer se abalanzó sobre mí como una loca mientras gritaba al niño que agarrara a la niña y se fueran corriendo.
Agustín arrugó los labios pensativamente, y la mujer, ante el inmenso placer de Pedro, había palidecido y estaba yendo a toda prisa hacia su camioneta. Susurró algo y secó una lágrima que quedaba en la mejilla de su hija.
—Ya estoy bien, mamá. Ese señor tan bueno me ha quitado la espina.
La mujer, al oír «ese señor tan bueno», clavó la mirada en Pedro. Él sonrió de oreja a oreja y henchido de satisfacción mientras ella se ponía como un tomate. La mujer agarró a su hija en brazos y tomó a su hijo de la mano.
—Lo siento, sheriff —se disculpó, aunque intentando mantener el orgullo—. Parece ser que ha habido un error.
—Entonces, ¿no quiere que lo detenga?
—No —la mujer frunció el ceño ante el tono burlón del sheriff—. No hace falta.
Ella miró de mala gana a Pedro.
Tuyo Es Mi Corazón: Capítulo 1
Houston, Texas
Había una televisión en la encimera. Tenía el volumen apagado y un locutor parecía dar las noticias de las seis. Al otro lado de la diminuta cocina, Paula Chaves estaba sentada a la mesa y acunaba a su hijo Felipe de ocho años, contra el pecho. Tenía la barbilla apoyada en lo alto de su cabeza y unas lágrimas de remordimiento caían sobre el pelo rojo del chico, el único rasgo que compartía con ella. Las dos mujeres que estaban sentadas enfrente podían ver la mejilla amoratada y el labio partido. Habían acudido en cuanto se enteraron de que habían atacado al chico y les ofrecieron apoyo y consuelo, como habían hecho otras muchas veces.
Florencia miró a Zaira con preocupación y se inclinó hacia delante para posar la mano en el brazo de Paula.
—No es tu culpa. No debes reprochártelo.
Paula se mordió el labio inferior y abrazó con más fuerza a Felipe.
—Sí lo es. Si hubiera estado en casa, no habría pasado nada.
Puso la mano en la cabeza de su hijo como si así fuera a protegerlo de la pandilla de chicos que lo había atacado.
—No tendría que haberme divorciado de Pete —siguió ella—. Tendría que haber hecho caso de mi madre y mirar hacia otro lado cuando él me engañaba.
Zaira dio un respingo.
—¡Paula! ¡No lo dirás en serio!
—Claro que lo digo en serio. Si me hubiera quedado, no habría estado trabajando, habría estado en casa con mis hijos.
—Eras muy desdichada con Martín Rodríguez—le recordó Zaira—. Te engañaba a todas horas.
—Pero estábamos seguros —Paula levantó la cara llena de lágrimas—. Sacrificaría mi orgullo por la seguridad de mis hijos.
—¿Y la felicidad de tus hijos? —le preguntó Zaira—. ¿También la sacrificarías?
Paula cerró los ojos ante el doloroso recordatorio.
—Es verdad, ¿no? —siguió Zaira—. Los chicos son más felices ahora que cuando estabas casada con Martín. Él nunca estaba con ellos. Estaba demasiado ocupado con su trabajo y persiguiendo chicas. Además, cuando estaba en casa no parabais de discutir.
—Pero mis hijos estaban seguros —insistió Paula—. Yo estaba en casa para cerciorarme de que lo estaban —apoyó otra vez la barbilla en la cabeza de Felipe y miró hacia la pantalla. Se puso rígida y abrió los ojos como platos—. ¡Florencia, corre! ¡Sube el volumen!
Florencia, asustada, se volvió y subió el volumen de la televisión. Un reportero estaba delante de una señal de Temptation.
—Temptation, ¿tu tía Alicia no vive allí? —preguntó Florencia.
Paula asintió con la cabeza, pero sin dejar de mirar a la pantalla.
—…otras poblaciones rurales pierden lentamente sus habitantes ante al atractivo de las grandes ciudades, pero Temptation, en Texas, ha trazado un plan para salvarse.
La cámara enfoco hacia el aletargado pueblo. Paula sintió un vacío en el estómago al acordarse de los veranos que había pasado allí con su tía Alicia.
La bandera estadounidense seguía en el tejado del colmado de Carter, que además de tienda, era la oficina de correos. Un poste a rayas blancas y rojas daba vueltas a la puerta de la peluquería. Lo único que se movió fue una camioneta polvorienta que cruzó la calle.
—Eso es —susurró Paula con un brillo en los ojos—. Nos mudaremos a Temptation.
—¿A Temptation? —preguntó Leighanna con incredulidad.
—Sí, a Temptation —confirmó Paula.
—¿Conoces a alguien allí?
—No. Allí vivían el tío Rodolfo y la tía Alicia, pero ya murieron.
—Paula… no puedes irte a vivir a un sitio donde no conoces a nadie. Temptation es un pueblo muy pequeño. Vive más gente en una manzana de Houston que allí.
—Efectivamente.
—¿Dónde vivirás? ¿Dónde trabajarás? El periodista ha dicho que la economía esta apagándose.
—Tengo la casa de mi tía Alicia—contestó Paula sin dejar de mirar a la pantalla—. Tiene un inquilino, pero le diré que tiene que marcharse. En cuanto al trabajo, ya encontraré algo.
Florencia sabía que no podía hacer nada contra Paula si se le había metido algo en la cabeza, y se volvió hacia Zaira. Ésta era la más sensata y tan cabezota como Paula.
—Zaira, por favor, intenta que se dé cuenta del disparate que quiere hacer —Zaira no dejó de mirar la televisión—. ¡Zaira! ¡Ayúdame!
—¿Qué? —la miró como si saliera de un sueño.
—¡Por el amor de Dios, Zaira! Paula dice que ella se va a ir a vivir a Temptation. Tienes que hacer que entre en razón. A mí no me hace caso.
Zaira se volvió lentamente para mirar a Paula.
—¿Quieres irte a vivir a Temptation?
—Sí. Si tengo que hacer la colada de otros para mantenerme a mí y mis hilos, lo haré. Haré lo que sea para salir de Houston e ir a algún sitio seguro.
Aunque podría haber elegido cualquier otro sitio, Zaira entendía que su amiga necesitara poner toda la distancia posible entre ella y los malos recuerdos.
—Entonces, vete —agarró con fuerza la mano de su amiga—. Y si alguna vez necesitas algo, sea un hombro para llorar o un préstamo para salir adelante, solo tienes que llamarme.
Florencia estuvo a punto de caerse de la silla. Paula también agarro la mano de Zaira con lágrimas en los ojos.
—Gracias, Zaira.
Paula miró a Florencia con la necesidad de que también le diera su aprobación. Florencia dudó un instante antes de añadir su mano a las de sus amigas.
—Creo que estás loca, pero yo, como Zaira, estaré aquí para lo que quieras.
Había una televisión en la encimera. Tenía el volumen apagado y un locutor parecía dar las noticias de las seis. Al otro lado de la diminuta cocina, Paula Chaves estaba sentada a la mesa y acunaba a su hijo Felipe de ocho años, contra el pecho. Tenía la barbilla apoyada en lo alto de su cabeza y unas lágrimas de remordimiento caían sobre el pelo rojo del chico, el único rasgo que compartía con ella. Las dos mujeres que estaban sentadas enfrente podían ver la mejilla amoratada y el labio partido. Habían acudido en cuanto se enteraron de que habían atacado al chico y les ofrecieron apoyo y consuelo, como habían hecho otras muchas veces.
Florencia miró a Zaira con preocupación y se inclinó hacia delante para posar la mano en el brazo de Paula.
—No es tu culpa. No debes reprochártelo.
Paula se mordió el labio inferior y abrazó con más fuerza a Felipe.
—Sí lo es. Si hubiera estado en casa, no habría pasado nada.
Puso la mano en la cabeza de su hijo como si así fuera a protegerlo de la pandilla de chicos que lo había atacado.
—No tendría que haberme divorciado de Pete —siguió ella—. Tendría que haber hecho caso de mi madre y mirar hacia otro lado cuando él me engañaba.
Zaira dio un respingo.
—¡Paula! ¡No lo dirás en serio!
—Claro que lo digo en serio. Si me hubiera quedado, no habría estado trabajando, habría estado en casa con mis hijos.
—Eras muy desdichada con Martín Rodríguez—le recordó Zaira—. Te engañaba a todas horas.
—Pero estábamos seguros —Paula levantó la cara llena de lágrimas—. Sacrificaría mi orgullo por la seguridad de mis hijos.
—¿Y la felicidad de tus hijos? —le preguntó Zaira—. ¿También la sacrificarías?
Paula cerró los ojos ante el doloroso recordatorio.
—Es verdad, ¿no? —siguió Zaira—. Los chicos son más felices ahora que cuando estabas casada con Martín. Él nunca estaba con ellos. Estaba demasiado ocupado con su trabajo y persiguiendo chicas. Además, cuando estaba en casa no parabais de discutir.
—Pero mis hijos estaban seguros —insistió Paula—. Yo estaba en casa para cerciorarme de que lo estaban —apoyó otra vez la barbilla en la cabeza de Felipe y miró hacia la pantalla. Se puso rígida y abrió los ojos como platos—. ¡Florencia, corre! ¡Sube el volumen!
Florencia, asustada, se volvió y subió el volumen de la televisión. Un reportero estaba delante de una señal de Temptation.
—Temptation, ¿tu tía Alicia no vive allí? —preguntó Florencia.
Paula asintió con la cabeza, pero sin dejar de mirar a la pantalla.
—…otras poblaciones rurales pierden lentamente sus habitantes ante al atractivo de las grandes ciudades, pero Temptation, en Texas, ha trazado un plan para salvarse.
La cámara enfoco hacia el aletargado pueblo. Paula sintió un vacío en el estómago al acordarse de los veranos que había pasado allí con su tía Alicia.
La bandera estadounidense seguía en el tejado del colmado de Carter, que además de tienda, era la oficina de correos. Un poste a rayas blancas y rojas daba vueltas a la puerta de la peluquería. Lo único que se movió fue una camioneta polvorienta que cruzó la calle.
—Eso es —susurró Paula con un brillo en los ojos—. Nos mudaremos a Temptation.
—¿A Temptation? —preguntó Leighanna con incredulidad.
—Sí, a Temptation —confirmó Paula.
—¿Conoces a alguien allí?
—No. Allí vivían el tío Rodolfo y la tía Alicia, pero ya murieron.
—Paula… no puedes irte a vivir a un sitio donde no conoces a nadie. Temptation es un pueblo muy pequeño. Vive más gente en una manzana de Houston que allí.
—Efectivamente.
—¿Dónde vivirás? ¿Dónde trabajarás? El periodista ha dicho que la economía esta apagándose.
—Tengo la casa de mi tía Alicia—contestó Paula sin dejar de mirar a la pantalla—. Tiene un inquilino, pero le diré que tiene que marcharse. En cuanto al trabajo, ya encontraré algo.
Florencia sabía que no podía hacer nada contra Paula si se le había metido algo en la cabeza, y se volvió hacia Zaira. Ésta era la más sensata y tan cabezota como Paula.
—Zaira, por favor, intenta que se dé cuenta del disparate que quiere hacer —Zaira no dejó de mirar la televisión—. ¡Zaira! ¡Ayúdame!
—¿Qué? —la miró como si saliera de un sueño.
—¡Por el amor de Dios, Zaira! Paula dice que ella se va a ir a vivir a Temptation. Tienes que hacer que entre en razón. A mí no me hace caso.
Zaira se volvió lentamente para mirar a Paula.
—¿Quieres irte a vivir a Temptation?
—Sí. Si tengo que hacer la colada de otros para mantenerme a mí y mis hilos, lo haré. Haré lo que sea para salir de Houston e ir a algún sitio seguro.
Aunque podría haber elegido cualquier otro sitio, Zaira entendía que su amiga necesitara poner toda la distancia posible entre ella y los malos recuerdos.
—Entonces, vete —agarró con fuerza la mano de su amiga—. Y si alguna vez necesitas algo, sea un hombro para llorar o un préstamo para salir adelante, solo tienes que llamarme.
Florencia estuvo a punto de caerse de la silla. Paula también agarro la mano de Zaira con lágrimas en los ojos.
—Gracias, Zaira.
Paula miró a Florencia con la necesidad de que también le diera su aprobación. Florencia dudó un instante antes de añadir su mano a las de sus amigas.
—Creo que estás loca, pero yo, como Zaira, estaré aquí para lo que quieras.
Tuyo Es Mi Corazón: Prólogo
Unos sesenta hombres se amontonaban en el bar End of the Road, el centro de reuniones para los hombres de Temptation, Texas. Unos estaban sentados a las mesas, y otros, a horcajadas en los taburetes. Los que habían llegado un poco tarde se apoyaban contra la pared y otros cuantos estaban acodados sobre la larga y maltrecha barra. La mayoría, recién llegados de los ranchos donde trabajaban, llevaban vaqueros y botas. Algunos usaban un peto sobre la camiseta. Como no había ninguna mujer que pudiera reprochárselo, todos llevaban la cabeza cubierta, ya fuera con sombreros de vaquero o con gorras de visera. Pedro Alfonso llegó tarde, se paró al entrar y miró alrededor. Agustín Gonzalez, su amigo y sheriff de Temptation, estaba sentado a una mesa al fondo de la habitación. Se sentó en la silla que le había guardado Agustín y pidió una cerveza.
—Empezaba a pensar que no ibas a venir —murmuró Agustín.
—Un toro se metió en un pasto con unas terneras. Me ha costado convencerlo de que no era su sitio.
Pedro se echó el sombrero hacia atrás y dio un sorbo de cerveza antes de volverse hacia Sergio Fernandez, el alcalde, que estaba sentado en un taburete y apoyado en la barra. Sergio parecía un sapo y levantaba la voz para hacerse oír. Todos hablaban del descenso de población de Temptation y del cierre de algunos negocios. Los ceños se fruncieron cuando el alcalde leyó un estudio que habían hecho en el instituto y que decía que sólo el diecisiete por ciento de los estudiantes pensaba quedarse en Temptation una vez terminados los estudios.
El bar, normalmente bullicioso, parecía una iglesia ese sábado por la noche. Si no se hacía algo inmediatamente, Temptation, como muchas otras comunidades rurales, pronto sería un pueblo fantasma.
Pocos lo captaban tan bien como Pedro Alfonso y Agustín Gonzalez. Llevaban varios años comentado ese declive, pero Agustín, al contrario que Pedro, tenía un plan. No era un plan que Pedro apoyara completamente, pero le parecía un primer paso. Agustín se levantó y se quitó el sombrero.
—Sergio, creo que podría tener una solución para el problema de Temptation.
—Entonces, cuéntanosla —le pidió el alcalde con impaciencia—. Para eso hemos venido.
Agustín tomó aire porque no estaba nada seguro de que fueran a aceptar su idea.
—Lo que tenemos que hacer es anunciarnos para que vengan mujeres —dijo lentamente.
Un hombre que estaba bebiendo cerveza se atragantó, y otro gritó:
—Agustín si estás tan necesitado, ¿por qué no vas a Austin y te pillas una prostituta?
El comentario se recibió entre risas y alaridos. Agustín frunció el ceño. No había esperado que recibieran su idea con entusiasmo, pero tampoco había esperado que se rieran de él.
—No era lo que había pensado. No hace falta ser universitario para saber que se necesitan mujeres para aumentar la población —replicó con los ojos entrecerrados y dando vueltas al sombrero entre las manos—. Tenemos que comprobar los negocios que se han cerrado, decidir los negocios y profesionales que vamos a necesitar en el futuro y poner anuncios para que vengan mujeres a satisfacer esas necesidades.
Alguien soltó una carcajada al oír la palabra «necesidades», y Agustín lo fulminó con la mirada antes de volver a ponerse el sombrero.
—Eso es todo lo que tenía que decir —concluyó mientras se sentaba otra vez.
Las risas siguieron, y Agustín fue poniéndose cada vez más rojo, hasta el punto que Pedro se sintió obligado a salir en defensa de su amigo.
—Pueden reírse lo que quieran —dijo después de levantarse de un salto—, pero no he oído a nadie que haya propuesto una idea mejor. No creo que ninguna mujer esté dispuesta a venir, pero Agustín tiene razón al decir que se necesitan mujeres para que la población del pueblo aumente —dio una palmada a Agustín en el hombro—. Yo lo apoyo en el plan de anunciarnos para que vengan mujeres y espero que vosotros hagáis lo mismo.
Sin embargo, nadie se dio cuenta de que un periodista del periódico del condado estaba tomando notas sobre el plan de Agustín para salvar Temptation. Cuando los suscriptores lo recibieran el miércoles, todo el condado se enteraría de los planes de Agustín Gonzalez para aumentar la población de su pueblo—, y el jueves, las agencias de noticias lo divulgarían por todo el país. El viernes por la tarde, la calle principal estaría llena de furgonetas de cadenas de televisión deseosas de contar la historia del pueblo que esperaba salvarse con unos anuncios para atraer mujeres. A las cuarenta y ocho horas, las mujeres solteras de los cincuenta estados estarían chismorreando, y quizá soñando, sobre el pequeño pueblo de Texas donde había ocho veces más hombres que mujeres.
—Empezaba a pensar que no ibas a venir —murmuró Agustín.
—Un toro se metió en un pasto con unas terneras. Me ha costado convencerlo de que no era su sitio.
Pedro se echó el sombrero hacia atrás y dio un sorbo de cerveza antes de volverse hacia Sergio Fernandez, el alcalde, que estaba sentado en un taburete y apoyado en la barra. Sergio parecía un sapo y levantaba la voz para hacerse oír. Todos hablaban del descenso de población de Temptation y del cierre de algunos negocios. Los ceños se fruncieron cuando el alcalde leyó un estudio que habían hecho en el instituto y que decía que sólo el diecisiete por ciento de los estudiantes pensaba quedarse en Temptation una vez terminados los estudios.
El bar, normalmente bullicioso, parecía una iglesia ese sábado por la noche. Si no se hacía algo inmediatamente, Temptation, como muchas otras comunidades rurales, pronto sería un pueblo fantasma.
Pocos lo captaban tan bien como Pedro Alfonso y Agustín Gonzalez. Llevaban varios años comentado ese declive, pero Agustín, al contrario que Pedro, tenía un plan. No era un plan que Pedro apoyara completamente, pero le parecía un primer paso. Agustín se levantó y se quitó el sombrero.
—Sergio, creo que podría tener una solución para el problema de Temptation.
—Entonces, cuéntanosla —le pidió el alcalde con impaciencia—. Para eso hemos venido.
Agustín tomó aire porque no estaba nada seguro de que fueran a aceptar su idea.
—Lo que tenemos que hacer es anunciarnos para que vengan mujeres —dijo lentamente.
Un hombre que estaba bebiendo cerveza se atragantó, y otro gritó:
—Agustín si estás tan necesitado, ¿por qué no vas a Austin y te pillas una prostituta?
El comentario se recibió entre risas y alaridos. Agustín frunció el ceño. No había esperado que recibieran su idea con entusiasmo, pero tampoco había esperado que se rieran de él.
—No era lo que había pensado. No hace falta ser universitario para saber que se necesitan mujeres para aumentar la población —replicó con los ojos entrecerrados y dando vueltas al sombrero entre las manos—. Tenemos que comprobar los negocios que se han cerrado, decidir los negocios y profesionales que vamos a necesitar en el futuro y poner anuncios para que vengan mujeres a satisfacer esas necesidades.
Alguien soltó una carcajada al oír la palabra «necesidades», y Agustín lo fulminó con la mirada antes de volver a ponerse el sombrero.
—Eso es todo lo que tenía que decir —concluyó mientras se sentaba otra vez.
Las risas siguieron, y Agustín fue poniéndose cada vez más rojo, hasta el punto que Pedro se sintió obligado a salir en defensa de su amigo.
—Pueden reírse lo que quieran —dijo después de levantarse de un salto—, pero no he oído a nadie que haya propuesto una idea mejor. No creo que ninguna mujer esté dispuesta a venir, pero Agustín tiene razón al decir que se necesitan mujeres para que la población del pueblo aumente —dio una palmada a Agustín en el hombro—. Yo lo apoyo en el plan de anunciarnos para que vengan mujeres y espero que vosotros hagáis lo mismo.
Sin embargo, nadie se dio cuenta de que un periodista del periódico del condado estaba tomando notas sobre el plan de Agustín para salvar Temptation. Cuando los suscriptores lo recibieran el miércoles, todo el condado se enteraría de los planes de Agustín Gonzalez para aumentar la población de su pueblo—, y el jueves, las agencias de noticias lo divulgarían por todo el país. El viernes por la tarde, la calle principal estaría llena de furgonetas de cadenas de televisión deseosas de contar la historia del pueblo que esperaba salvarse con unos anuncios para atraer mujeres. A las cuarenta y ocho horas, las mujeres solteras de los cincuenta estados estarían chismorreando, y quizá soñando, sobre el pequeño pueblo de Texas donde había ocho veces más hombres que mujeres.
Tuyo Es Mi Corazón: Sinopsis
Aquel beso era algo más que amabilidad entre vecinos…
Parecía que todos los habitantes de Temptation, Texas, estaban deseando encontrar esposa… todos, excepto Pedro Alfonso. El duro ranchero ya había probado suerte con el matrimonio y ahora prefería enfrentarse a una serpiente venenosa que tener que atarse a otra mujer… aunque fuera tan hermosa como su nueva vecina.
Paula Chaves y sus dos hijos representaban todo lo que Pedro había perdido…algo que nunca volvería a tener. Pero entonces una noche besó a Paula y descubrió que estaba atrapado.
martes, 25 de agosto de 2015
Venganza y Placer: Capítulo 32
-Ejerces una maravillosa influencia sobre mí – dijo con voz ronca – Te necesito. Sin tí soy un desagradable bárbaro. Dime que me amas o estoy perdido.
- Eso es chantaje – bromeó ella. Pedro rió y la estrechó en sus brazos con una disimulada mueca de dolor.
-¿Y que? así siempre se han relacionado nuestras familias. La iglesia estaba vacía.
En el exterior, se oía el murmullo de la prensa y se veían destellos de cámaras. Las campanas repicaban. Paula y Pedro permanecieron en el centro de la nave, aislados de los demás por la necesidad que sentían de estar a solas.
- Debería salir – musitó Paula, sin moverse.
-Hace demasiado frío. – protestó él, besándola en la comisura de los labios. – Llevas un vestido completamente inadecuado. Y no quiero volver a verte de negro. – besándole la cabeza, metió la mano en el interior de su chaqueta y las velas iluminaron algo colorido antes de que mate sintiera cómo Pedro la cubría con el chal y la atraía hacia sí.
- ¿Dónde lo has encontrado? – preguntó emocionada.
-En la tienda de Celia. Como no contestabas mis llamadas. Acabé yendo en persona. En cuanto lo ví me recordó a …
-Olympia. Lo sé. Lo compré la mañana que te fuiste a París. – por un instante la angustia se volvió a apoderar de Paula– Y cuando llegué aquí no podía soportar verlo. Por eso se lo dí a Celia.
Pedro la abrazó con ternura.
-Ahora ya lo tienes. Paula apoyó la cabeza en su pecho y escuchó el rítmico latir de su corazón.
-Y a tí– levantó la cabeza para mirarlo - ¿Me lo imagino o acabas de pedirme que me case contigo?
- Sí, pero no me has contestado – dijo él con expresión seria - ¿Eso significa que me rechazas?
Paula le rodeó el cuello con los brazos y los coloridos flecos del chal bailaron a la luz de las velas.
-¿Estás de broma? ¿Crees que dejaría pasar la oportunidad de una boda como esta, con rosas y velas… trescientos invitados… un maravilloso vestido… y, por supuesto, los diamantes Schulz?
Pedro se apoyó en un banco y la miró fijamente con ojos brillantes.
-Lo que tú quieras. Paula le devolvió la mirada.
-¡Pedro estoy bromeando! – exclamó risueña.
- ¡Que lástima! – dijo el retirandole un mechon de cabello de la cara – empezaba a animarme. El collar te quedaba muy bien. Paula lo miró de una forma que le aceleró la sangre.
-Esta bien. Llevaré la cruz… - Paula bajó la voz hasta hacerla apenas audible - ¿Pero podemos eliminar a los invitados?
-Trato hecho – dijo él con fingida solemnidad - ¿ y podemos prescindir del vestido?
- ¡También! – Paula se puso de puntillas para besarlo – Sí, por favor. Esto cada vez se parece a mi boda ideal…
FIN
- Eso es chantaje – bromeó ella. Pedro rió y la estrechó en sus brazos con una disimulada mueca de dolor.
-¿Y que? así siempre se han relacionado nuestras familias. La iglesia estaba vacía.
En el exterior, se oía el murmullo de la prensa y se veían destellos de cámaras. Las campanas repicaban. Paula y Pedro permanecieron en el centro de la nave, aislados de los demás por la necesidad que sentían de estar a solas.
- Debería salir – musitó Paula, sin moverse.
-Hace demasiado frío. – protestó él, besándola en la comisura de los labios. – Llevas un vestido completamente inadecuado. Y no quiero volver a verte de negro. – besándole la cabeza, metió la mano en el interior de su chaqueta y las velas iluminaron algo colorido antes de que mate sintiera cómo Pedro la cubría con el chal y la atraía hacia sí.
- ¿Dónde lo has encontrado? – preguntó emocionada.
-En la tienda de Celia. Como no contestabas mis llamadas. Acabé yendo en persona. En cuanto lo ví me recordó a …
-Olympia. Lo sé. Lo compré la mañana que te fuiste a París. – por un instante la angustia se volvió a apoderar de Paula– Y cuando llegué aquí no podía soportar verlo. Por eso se lo dí a Celia.
Pedro la abrazó con ternura.
-Ahora ya lo tienes. Paula apoyó la cabeza en su pecho y escuchó el rítmico latir de su corazón.
-Y a tí– levantó la cabeza para mirarlo - ¿Me lo imagino o acabas de pedirme que me case contigo?
- Sí, pero no me has contestado – dijo él con expresión seria - ¿Eso significa que me rechazas?
Paula le rodeó el cuello con los brazos y los coloridos flecos del chal bailaron a la luz de las velas.
-¿Estás de broma? ¿Crees que dejaría pasar la oportunidad de una boda como esta, con rosas y velas… trescientos invitados… un maravilloso vestido… y, por supuesto, los diamantes Schulz?
Pedro se apoyó en un banco y la miró fijamente con ojos brillantes.
-Lo que tú quieras. Paula le devolvió la mirada.
-¡Pedro estoy bromeando! – exclamó risueña.
- ¡Que lástima! – dijo el retirandole un mechon de cabello de la cara – empezaba a animarme. El collar te quedaba muy bien. Paula lo miró de una forma que le aceleró la sangre.
-Esta bien. Llevaré la cruz… - Paula bajó la voz hasta hacerla apenas audible - ¿Pero podemos eliminar a los invitados?
-Trato hecho – dijo él con fingida solemnidad - ¿ y podemos prescindir del vestido?
- ¡También! – Paula se puso de puntillas para besarlo – Sí, por favor. Esto cada vez se parece a mi boda ideal…
FIN
Venganza y Placer: Capítulo 31
Paula parpadeó como si sintiera dolor. Pedro tuvo que desviar la mirada al tiempo que apoyaba la frente en la columna. Y en ese momento supo que todo aquello que le habia importado en su vida no significaba nada. Ni e dinero, ni el respeto, ni la venganza… La lectura concluyó. El pastor bajó del estrado y se produjo un murmullo entre los congregados mientras los testigos acudían a firmar. Paula vió que Valentina se volvía para asegurarse de que estaba bien y que le indicaba que los siguiera hacia más delante de la iglesia hacia la sacristía. O sea, hacia donde estaba Pedro. Bajó la mirada. Llevaba dias anestesiada, intentando no sentir, no pensar. No podia permitirse un atisbo de esperanza.
Pedro se apoyaba en una columna. Era absurdo intentar no mirarlo, tan inútil como pretender no amarlo. Se le secó la boca y se le rompió el corazón al ver su rostro expresando una mueca de dolor. Pedro se separó del pilar cuando los novios pasaron a su altura. Paula vió que Gonzalo miró en su dirección, pero Valentina lo hizo continuar con un gesto decidido al tiempo que le decia algo quedamente. Paula aminoró el paso. Ni ella ni Pedro hablaron. Por un instante, se redujeron a mirarse.
Entonces él dóo un paso hacia ella e, instintivamente, los dos se movieron hacia la sombra del rincón de la nave. Pedro no hizo ademán de tocarla y Paula se sintió aliviada pues sabía que las supuestas defensas que había puesto a su alrededor eran frágiles, que con un solo roce de él, se rompería. Por otro lados, sus manos temblaron de deseo por tocarlos. Para evitarlo, acarició los petalos de las flores y fijó su mirada en ellas.
-Tienes la habilidad de aparecerte cuando menos lo espero. – dijo en un hilo de voz.
- Y tú de desaparecer. - Paula frunció el ceño. La crueldad de sus palabras le hizo desear refugiarse en un lugar seguro donde nadie pudiera lastimarla.
-Lo siento, Pedro. Pero no creo que pueda soportar tu juego de palabras «ni ninguna insinuación de lo que sucedió entre nosotros». ¿A que has venido? Pedro metió las manos en el bolsillo y se encogió de hombros. No sabía por donde empezar.
-Para darte las gracias – dijo precipitadamente. Y rió con amargura – Debes haberme contagiado con tus buenos modales.
En el otro extremo de la nave, Gonzalo y Valentina se contemplaban amorosamente, posando para las fotografías. Para Paula el contraste entre las dos escenas fue insoportable.
-¿Gracias porque?
-Por salvarme la vida. – dijo él como un cable en tensión. Sin darse cuenta, Paula arrancó un pétalo y la mancha roja en su dedo le recordó la sangre en el pecho de Pedro, su corazón sangrando mientras la oscuridad los rodeaba.
- No hice más que lo que me dijiste que hiciera. – dijo ella inexpresiva.
-Pero lo hiciste. Eso es lo que importa. Paula sacudió la cabeza con una sonrisa de tristeza.
-Era lo menos que podía hacer. Después de todo fue el loco de mi tío quien casi te mata, fui yo quien le habló del cuadro. Así que en cierta medida, yo tuve la culpa.
- Eso no es verdad. Fue culpa mía – dijo entre dientes – me lo merecía.
Paula al fin alzó la mirada. El rostro de Pedro no delataba ninguna emoción y en aquel momento, lo odió por todo el daño que le había causado.
-Puede que sí – dijo Paula lentamente – lo merecías. Y tengo que reconocer que, de haber tenido yo el rifle también te habría disparado. ¡Me utilizaste Pedro!
Sus últimas palabras fueron como casi un grito de angustia. Pedro se enderezó y pareció más distante que nunca.
-Tienes razón así fue como empezó todo. Eras una Schulz y quería hacerte daño, quería que él mundo supiera lo que habías hecho. Por eso te seduje – se frotó la cara y rió con amargura – Pero fui yo quien recibió el castigo.
-Sí – dijo Paula enfurecida – Una bala en el mismo pecho es lo mismo que habría recibido yo.
Pedro sacudió la cabeza.
-Ese no fue el castigo; sólo se trató de un accidente. No, mi castigo fue enamorarme de tí – dijo débilmente – y saber que no te merezco ni nunca te mereceré.
En aquel momento los testigos y los novios abandonaron la sacristía y salieron de la iglesia. Paula se quedó paralizada. Luego, caminó varios pasos alejándose de él con expresión concentrada, como si intentara recordar algo.
-Pero estabas enamorado de Verónica – dijo en tono lastimero – Lo sé…
Pedro le bloqueó el paso.
- ¿De dónde sacas eso?
Enderezándose como pudo, y con actitud digna, Paula se concentró en ignorar las manos de Pedro sobre sus hombros desnudos.
-Era su nombre el que mencionabas a cada rato en el hospital, Pedro, no el mío. Era a ella a quien deseabas ver en París y para quien habías comprado aquella preciosa lencería...
Pedro la sacudió con suavidad.
-Mon Dieu… ¡Era para tí! – gimió – la ropa era para tí, porque toda tu ropa es negra – deslizo la mirada sobre el vestido que llevaba en aquel instante – el negro significa infelicidad, falta de amor. Y no quería que volvieras a sentir nunca más ninguna de las dos cosas.
Paula se tapó los oídos para ahogar aquellas maravillosas palabras. Temía estar perdiendo el juicio.
-Pero, ¿y el artículo? – prácticamente gritó - ¡Durante todo el tiempo estabas colaborando con ella para que escribiera un artículo que destrozaría a mi familia!
-Por eso tenía que verla aquel día – Pedro habló muy lentamente. Tomó el rostro de Paula entre sus manos y la obligó a mirarlo – Paula, lo siento. Iba a encontrarme con ella para evitar que publicara el artículo – enredó los dedos en su cabello – Necesitaba decirle que no quería hacer daño a una familia a la que quiero pertenecer.
Las mejillas de Paula se humedecieron. Beethoven sonó triunfal en el órgano, señalando el final de la ceremonia.
-¿Qué? – musitó Paula al verle mover lentamente los labios.
- Te amo – repitió él – Quiero casarme contigo.
Paula no contestó. No pudo, porque sus labios no habían podido resistir ni un segundo más y habían encontrado los de él. Pasó un rato antes de que volviera a hablar. Cuando se separaron, el bouquet estaba en el suelo y el lapiz de labios había desaparecido. Igual que la primera noche, en la Tate, sus labios adquirieron el rojo de los besos. Se separó de Pedro y le sonrió a través de las lágrimas.
-¡Has dicho gracias, lo siento y por favor en cuestión de minutos!
La sonrisa de Pedro hizo que el corazón le diera un salto de alegría.
Pedro se apoyaba en una columna. Era absurdo intentar no mirarlo, tan inútil como pretender no amarlo. Se le secó la boca y se le rompió el corazón al ver su rostro expresando una mueca de dolor. Pedro se separó del pilar cuando los novios pasaron a su altura. Paula vió que Gonzalo miró en su dirección, pero Valentina lo hizo continuar con un gesto decidido al tiempo que le decia algo quedamente. Paula aminoró el paso. Ni ella ni Pedro hablaron. Por un instante, se redujeron a mirarse.
Entonces él dóo un paso hacia ella e, instintivamente, los dos se movieron hacia la sombra del rincón de la nave. Pedro no hizo ademán de tocarla y Paula se sintió aliviada pues sabía que las supuestas defensas que había puesto a su alrededor eran frágiles, que con un solo roce de él, se rompería. Por otro lados, sus manos temblaron de deseo por tocarlos. Para evitarlo, acarició los petalos de las flores y fijó su mirada en ellas.
-Tienes la habilidad de aparecerte cuando menos lo espero. – dijo en un hilo de voz.
- Y tú de desaparecer. - Paula frunció el ceño. La crueldad de sus palabras le hizo desear refugiarse en un lugar seguro donde nadie pudiera lastimarla.
-Lo siento, Pedro. Pero no creo que pueda soportar tu juego de palabras «ni ninguna insinuación de lo que sucedió entre nosotros». ¿A que has venido? Pedro metió las manos en el bolsillo y se encogió de hombros. No sabía por donde empezar.
-Para darte las gracias – dijo precipitadamente. Y rió con amargura – Debes haberme contagiado con tus buenos modales.
En el otro extremo de la nave, Gonzalo y Valentina se contemplaban amorosamente, posando para las fotografías. Para Paula el contraste entre las dos escenas fue insoportable.
-¿Gracias porque?
-Por salvarme la vida. – dijo él como un cable en tensión. Sin darse cuenta, Paula arrancó un pétalo y la mancha roja en su dedo le recordó la sangre en el pecho de Pedro, su corazón sangrando mientras la oscuridad los rodeaba.
- No hice más que lo que me dijiste que hiciera. – dijo ella inexpresiva.
-Pero lo hiciste. Eso es lo que importa. Paula sacudió la cabeza con una sonrisa de tristeza.
-Era lo menos que podía hacer. Después de todo fue el loco de mi tío quien casi te mata, fui yo quien le habló del cuadro. Así que en cierta medida, yo tuve la culpa.
- Eso no es verdad. Fue culpa mía – dijo entre dientes – me lo merecía.
Paula al fin alzó la mirada. El rostro de Pedro no delataba ninguna emoción y en aquel momento, lo odió por todo el daño que le había causado.
-Puede que sí – dijo Paula lentamente – lo merecías. Y tengo que reconocer que, de haber tenido yo el rifle también te habría disparado. ¡Me utilizaste Pedro!
Sus últimas palabras fueron como casi un grito de angustia. Pedro se enderezó y pareció más distante que nunca.
-Tienes razón así fue como empezó todo. Eras una Schulz y quería hacerte daño, quería que él mundo supiera lo que habías hecho. Por eso te seduje – se frotó la cara y rió con amargura – Pero fui yo quien recibió el castigo.
-Sí – dijo Paula enfurecida – Una bala en el mismo pecho es lo mismo que habría recibido yo.
Pedro sacudió la cabeza.
-Ese no fue el castigo; sólo se trató de un accidente. No, mi castigo fue enamorarme de tí – dijo débilmente – y saber que no te merezco ni nunca te mereceré.
En aquel momento los testigos y los novios abandonaron la sacristía y salieron de la iglesia. Paula se quedó paralizada. Luego, caminó varios pasos alejándose de él con expresión concentrada, como si intentara recordar algo.
-Pero estabas enamorado de Verónica – dijo en tono lastimero – Lo sé…
Pedro le bloqueó el paso.
- ¿De dónde sacas eso?
Enderezándose como pudo, y con actitud digna, Paula se concentró en ignorar las manos de Pedro sobre sus hombros desnudos.
-Era su nombre el que mencionabas a cada rato en el hospital, Pedro, no el mío. Era a ella a quien deseabas ver en París y para quien habías comprado aquella preciosa lencería...
Pedro la sacudió con suavidad.
-Mon Dieu… ¡Era para tí! – gimió – la ropa era para tí, porque toda tu ropa es negra – deslizo la mirada sobre el vestido que llevaba en aquel instante – el negro significa infelicidad, falta de amor. Y no quería que volvieras a sentir nunca más ninguna de las dos cosas.
Paula se tapó los oídos para ahogar aquellas maravillosas palabras. Temía estar perdiendo el juicio.
-Pero, ¿y el artículo? – prácticamente gritó - ¡Durante todo el tiempo estabas colaborando con ella para que escribiera un artículo que destrozaría a mi familia!
-Por eso tenía que verla aquel día – Pedro habló muy lentamente. Tomó el rostro de Paula entre sus manos y la obligó a mirarlo – Paula, lo siento. Iba a encontrarme con ella para evitar que publicara el artículo – enredó los dedos en su cabello – Necesitaba decirle que no quería hacer daño a una familia a la que quiero pertenecer.
Las mejillas de Paula se humedecieron. Beethoven sonó triunfal en el órgano, señalando el final de la ceremonia.
-¿Qué? – musitó Paula al verle mover lentamente los labios.
- Te amo – repitió él – Quiero casarme contigo.
Paula no contestó. No pudo, porque sus labios no habían podido resistir ni un segundo más y habían encontrado los de él. Pasó un rato antes de que volviera a hablar. Cuando se separaron, el bouquet estaba en el suelo y el lapiz de labios había desaparecido. Igual que la primera noche, en la Tate, sus labios adquirieron el rojo de los besos. Se separó de Pedro y le sonrió a través de las lágrimas.
-¡Has dicho gracias, lo siento y por favor en cuestión de minutos!
La sonrisa de Pedro hizo que el corazón le diera un salto de alegría.
Venganza y Placer: Capítulo 30
Mientras que la pequeña parroquia de St. Saviour, en el corazón rural del distrito electoral de Gonzalo estaba iluminada por velas, en el exterior no dejaba de verse los flashes de los fotógrafos. Debido a los sucesos acaecidos, la boda del político se había puesto a nivel de una figura de la realeza. Valentina había actuado como relaciones publicas magistralmente. Desde el momento que la noticia estallo y ella y Paula habían salido del hotel de Paris, trató con la prensa con agradecida sinceridad y contribuyó a humanizar la familia Schulz-Chaves. Expresó la preocupación de todos por las heridas de Pedro Alfonso y dijo que confiaba que la muerte de Felipe Schulz, quien evidentemente padecía de un trastorno mental, marcaría el final de la duradera disputa entre ambas familias. Al día siguiente, la fotógrafia de La Dame Schulz aparecía en todos los periódicos y Sara se convertía en una celebridad. Su prolongado silencio convirtió las llamas de la curiosidad de la prensa en una hoguera, a lo que contribuyo sutilmente Valentina filtrando información sobre el cuadro y la apasionada y trágica historia, a lo Romeo y Julieta, que había tras él. La transformación de los fríos y adinerados Chaves en misteriosos y románticos aristóccatas, tuvo lugar ante los ojos del mundo con calculada precisión.
Los flashes se dispararon cuando el Rolls Royce que conducía a la novia y a su padre llego a las puertas de la iglesia, Valentina emergió de él. Paula la observó girarse brevemente hacia las cámaras antes de tomar el brazo de su padre y acercarse hacia ella que, vestida de negro, la esperaba como dama de honor, a la puerta de la iglesia.
-Estas preciosa, Valentina- dijo Paula. Era verdad. En aquella mortecina luz de aquella tarde de noviembre, Valentina resplandecía. Los blancos y negros que habían elegido originalmente como motivo de la ceremonia por el suelo ajedrezado de la iglesia, hacían que los ricos colores de la cruz Schulz refulgieran sobre su pecho.
-Gracias cariño – cuidando no estropear los bouquets que portaban, abrazó a Paula – Tú también. Paula se separó con una risa seca. Las dos sabían que, a pesar del equipo de maquilladoras, que habían conseguido devolver algo de color a sus mejillas, su aspecto dejaba mucho que desear.
-Como es el día de tu boda, evitaré llamarte mentirosa – bromeó. Valentina le apretó la mano.
-Estas siendo maravillosa querida – dijo con energía – y me daría lo mismo si hubieses venido con la cabeza afeitada y llena de tatuajes. Se que todo esto… - indico la iglesia llena de gente – es lo ultimo que necesitas, y te agradezco el esfuerzo que has hecho.
-No se si Gonzalo opinara lo mismo de los tatuajes – dijo Paula, esbozando un sonrisa – me temo que su imagen publica se resentiría.
-Tú eres mucho mas importante para el. Sabes que bajo su fría apariencia, te quiere con locura. paula se estremeció.
-Sera mejor que evitemos mencionar la locura cuando hablemos de mi familia. Vamos, acabemos con la ceremonia y empecemos con el champan.
Al oír los primeros acordes de Canon de Pachelbel, Paula tomó aire y apretó el bouquet de rosas rojas. Al perfume de las flores se sumo el denso olor a incienso y de la cera del interior, que la invadió al seguir a Valentina por el pasillo central. Afortunadamente los invitados estaban demasiado pendientes a la novia como para prestar atención y fijarse en su cara de desolación. Caminando en hurtadillas para evadir la prensa, Pedro se apoyo en una lapida. Con cada paso sentía el roce de sus costillas aún lastimadas. El ejercicio hacia que le ardieran los pulmones. Se había dado de alta del hospital en contra de la opinión medica, pero estaba seguro de que si no lograba hablar con Paula aquel día, corría el riesgo de no volver a ver nunca. De todos los recuerdos confusos pasados bajo el efecto de la morfina, solo uno era nítido: la obsesión por localizarla.
Pero los Chaves había cerrado filas alrededor de ella y ni sus cartas, ni llamadas, ni sus visitas a la tienda de Notting Hill había servido de nada. Hasta que el día anterior Celia se había compadecido de él y le había dicho donde se celebraría la boda. Solo allí podría ver a Paula, y el pleno conocimiento de que la iba a volver a ver, lo hacia ir con determinación. Respirando entrecortadamente, se irguió y continuó hacia un arco de entrada en el lateral de la iglesia. El servicio estaba avanzado. La música y la luz de las velas lo envolvieron en cuanto abrió una ranura y se deslió hacia el interior. Había llegado a tiempo, terminaba un himno y la gente hablando y sentándose, aprovechó para situarse en la nave lateral sin que nadie lo viera. Paula estaba detrás de los novios, hacia un lado. Tenía la cabeza inclinada y las velas iluminaban su cabello y sus desnudos hombros. En medio del ambiente de celebración, su rostro comprendía un expresión de profunda tristeza. Pedro se apoyó en un pilar. El súbito dolor que sintió en el pecho no fue físico, sino causado por la joven vestida de negro que tenia a unos metros de distancia. La mujer que amaba. La mujer que no aceptaría perder tan fácil. La mujer con los labios temblorosos y las mejillas humedecidas por unas sordas lagrimas. La mujer que en aquel momento alzo la mirada y lo vio.
-El amor es paciente, amable… - leía el pastor. Se miraron atormentados, proximos en distancia pero separados por un continente de tristeza e incomprensión.
Pedro apretó los puños para controlar el impulso de ir al altar, estrecharla en sus brazos y besarla hasta hacer desaparecer las sombras de su rostro.
-El amor lo soporta todo, cree en todo…
Los flashes se dispararon cuando el Rolls Royce que conducía a la novia y a su padre llego a las puertas de la iglesia, Valentina emergió de él. Paula la observó girarse brevemente hacia las cámaras antes de tomar el brazo de su padre y acercarse hacia ella que, vestida de negro, la esperaba como dama de honor, a la puerta de la iglesia.
-Estas preciosa, Valentina- dijo Paula. Era verdad. En aquella mortecina luz de aquella tarde de noviembre, Valentina resplandecía. Los blancos y negros que habían elegido originalmente como motivo de la ceremonia por el suelo ajedrezado de la iglesia, hacían que los ricos colores de la cruz Schulz refulgieran sobre su pecho.
-Gracias cariño – cuidando no estropear los bouquets que portaban, abrazó a Paula – Tú también. Paula se separó con una risa seca. Las dos sabían que, a pesar del equipo de maquilladoras, que habían conseguido devolver algo de color a sus mejillas, su aspecto dejaba mucho que desear.
-Como es el día de tu boda, evitaré llamarte mentirosa – bromeó. Valentina le apretó la mano.
-Estas siendo maravillosa querida – dijo con energía – y me daría lo mismo si hubieses venido con la cabeza afeitada y llena de tatuajes. Se que todo esto… - indico la iglesia llena de gente – es lo ultimo que necesitas, y te agradezco el esfuerzo que has hecho.
-No se si Gonzalo opinara lo mismo de los tatuajes – dijo Paula, esbozando un sonrisa – me temo que su imagen publica se resentiría.
-Tú eres mucho mas importante para el. Sabes que bajo su fría apariencia, te quiere con locura. paula se estremeció.
-Sera mejor que evitemos mencionar la locura cuando hablemos de mi familia. Vamos, acabemos con la ceremonia y empecemos con el champan.
Al oír los primeros acordes de Canon de Pachelbel, Paula tomó aire y apretó el bouquet de rosas rojas. Al perfume de las flores se sumo el denso olor a incienso y de la cera del interior, que la invadió al seguir a Valentina por el pasillo central. Afortunadamente los invitados estaban demasiado pendientes a la novia como para prestar atención y fijarse en su cara de desolación. Caminando en hurtadillas para evadir la prensa, Pedro se apoyo en una lapida. Con cada paso sentía el roce de sus costillas aún lastimadas. El ejercicio hacia que le ardieran los pulmones. Se había dado de alta del hospital en contra de la opinión medica, pero estaba seguro de que si no lograba hablar con Paula aquel día, corría el riesgo de no volver a ver nunca. De todos los recuerdos confusos pasados bajo el efecto de la morfina, solo uno era nítido: la obsesión por localizarla.
Pero los Chaves había cerrado filas alrededor de ella y ni sus cartas, ni llamadas, ni sus visitas a la tienda de Notting Hill había servido de nada. Hasta que el día anterior Celia se había compadecido de él y le había dicho donde se celebraría la boda. Solo allí podría ver a Paula, y el pleno conocimiento de que la iba a volver a ver, lo hacia ir con determinación. Respirando entrecortadamente, se irguió y continuó hacia un arco de entrada en el lateral de la iglesia. El servicio estaba avanzado. La música y la luz de las velas lo envolvieron en cuanto abrió una ranura y se deslió hacia el interior. Había llegado a tiempo, terminaba un himno y la gente hablando y sentándose, aprovechó para situarse en la nave lateral sin que nadie lo viera. Paula estaba detrás de los novios, hacia un lado. Tenía la cabeza inclinada y las velas iluminaban su cabello y sus desnudos hombros. En medio del ambiente de celebración, su rostro comprendía un expresión de profunda tristeza. Pedro se apoyó en un pilar. El súbito dolor que sintió en el pecho no fue físico, sino causado por la joven vestida de negro que tenia a unos metros de distancia. La mujer que amaba. La mujer que no aceptaría perder tan fácil. La mujer con los labios temblorosos y las mejillas humedecidas por unas sordas lagrimas. La mujer que en aquel momento alzo la mirada y lo vio.
-El amor es paciente, amable… - leía el pastor. Se miraron atormentados, proximos en distancia pero separados por un continente de tristeza e incomprensión.
Pedro apretó los puños para controlar el impulso de ir al altar, estrecharla en sus brazos y besarla hasta hacer desaparecer las sombras de su rostro.
-El amor lo soporta todo, cree en todo…
Venganza y Placer: Capítulo 29
-Lo sé – gimió – he querido pensar que solo era una estrategia para distraer a Felipe, pero ¿por qué querías distraerlo? Valentina habló con ternura.
-Está claro. Por que te ama.
Paula se quedó inmóvil, intentando asimilar lo que Valentina decía. Finalmente, alzó la cabeza y con voz trémula dijo:
-Pero preguntaba por una tal Verónica.
-Puede que estés equivocada. Podría tratarse de su hermana.
-No tiene hermanas. Llamaron a la puerta.
- O su secretaria. El caso es que, por lo que cuentas, merece que tengas un poco de fé – sonriendo, sonriendo fue hacia la puerta – Aquí esta el desayuno. En su ausencia Paula quiso creer en lo que su cuñada le había dicho.su teoría era de una maravillosa lógica, pero…
-Paula, cariño, unos hombres quieren verte. Sorprendida, Paula levantó la cabeza al tiempo que Valentina los hacía pasar, eran los dos hombres que la acompañaron al hospital el día anterior. Estaban allí para notificarle que el cuerpo Schulz había sido encontrado en un edificio abandonado en St. Laureen. Se había suicidado. Paula sintió alivio. También le dieron las llaves de su coche y explicaron que el Aston Martin de Pedro había sido recogida por la compañía de alquiler. A continuación el mas bajo de los dos, se acercó con una bolsa de una exclusiva tienda de París, y se la entregó al tiempo que se ruborizaba completamente.
-Encontraron esto en el auto del señor Alfonso, mademoiselle. En cuanto salieron, Valentina corrió junto a Paula.
-¿Qué esperas? ¿qué hay dentro? Paula abrió la bolsa como si temiera encontrar una serpiente. Lentamente saco un paquete envuelto en papel seda color rosa. Dentro, había un par de braguitas de seda de un maravilloso color verde oscuro, con un lazo de satén plateado. Valentina y ella se quedaron contemplandolas, admiradas.
- ¡Vaya! – dijo finalmente Valentina- ¡Es un hombre con mucho gusto! A aquel siguiente le siguieron una serie de paquetes con ropa interior tan colorida, que la cama terminó pareciendo un arco iris.
- ¿Quién tenía razón? – concluyó Valentina con un gesto triunfal. Antes de que Paula pudiera responder, había llegado el resto del desayuno con una selección de periódicos del domingo que Valentina dejó sobre la cama.
- ¿Té o café? – preguntó Valentina emocionada. Al no recibir respuesta – si estás demasiado aturdida por el amor, tendré que elegir yo – sirvió café en dos tazas y se volvió hacia Paula.
La sonrisa desvaneció en sus labios. Mas tarde, describió la expresión de Paula como la de una persona cuando recibe la noticia de una enfermedad terminal. Cualquier aliento de vida había desaparecido de su rostro. Valentina fue precipitadamente a ver la portada del periódico en la que Paula clavaba la mirada. La Dame Schulz, la miraba con indiferencia.
-¿Cómo han…? ¿Quién habrá…? La desconcertada pregunta murió en sus labios al leer bajo el titular lo que Paula había leído: Verónica Lemercier. Ahogando un juramento, iba a agarrar el periódico, pero Paula se le adelantó, asiéndolo como un borracho su botella.
- Paula, no leas por favor…
-¡Déjame! – gritó Paula fuera de si. Valentina supo que no tenía sentido enfrentarse a ella; la observó abrir el periódico con manos temblorosas y leer. Acercándose angustiada, leyó por encima del hombro de Paula. Verónica Lemercier era una vieja conocida de Pedro Alfonso comenzaba el artículo. Valentina habría querido arrancarle el periódico de las manos, pero sabía que tampoco tenía sentido. Suspirando, continuó con la lectura. Confirmaba todos los temores de Paula. El articulo detallaba con emoción cómo la autora había ayudado a Pedro a lo largo de los años la pesquisa para conseguir el único cuadro que había sobrevivido al incendio que había destruido la carrera de su padre. A mitad de página, Valentina dejó de leer y maldijo entre dientes. Entonces notó que tenia los puños cerrados y que se clavaba las uñas en la palma de las manos. A su lado, Paula dejó escapar un gemido de dolor al llegar a la misma línea: “Había quedado a comer con Pedro en París el día que le dispararon. Jamás había llegado tarde a una cita…” Paula se estremeció cuando Valentina le acarició la cabeza. Alzó la mirada con expresión vacía.
-Así que era a ella a quien iba a ver – volvió la vista hacia la cama – todo esto era para ella – se deslizó debajo de las sábanas, como si pudieran contaminarla – es a ella a quien ama no a mi. Valentina abrió la boca, pero la cerró sin decir nada., se había equivocado al ayudarla a conservar esperanzas. La verdad estaba escrita en aquel largo artículo en un periódico de tirada nacional. Lo único que pudo hacer a partir de ese momento, era ayudarla a superar el golpe.
-Está claro. Por que te ama.
Paula se quedó inmóvil, intentando asimilar lo que Valentina decía. Finalmente, alzó la cabeza y con voz trémula dijo:
-Pero preguntaba por una tal Verónica.
-Puede que estés equivocada. Podría tratarse de su hermana.
-No tiene hermanas. Llamaron a la puerta.
- O su secretaria. El caso es que, por lo que cuentas, merece que tengas un poco de fé – sonriendo, sonriendo fue hacia la puerta – Aquí esta el desayuno. En su ausencia Paula quiso creer en lo que su cuñada le había dicho.su teoría era de una maravillosa lógica, pero…
-Paula, cariño, unos hombres quieren verte. Sorprendida, Paula levantó la cabeza al tiempo que Valentina los hacía pasar, eran los dos hombres que la acompañaron al hospital el día anterior. Estaban allí para notificarle que el cuerpo Schulz había sido encontrado en un edificio abandonado en St. Laureen. Se había suicidado. Paula sintió alivio. También le dieron las llaves de su coche y explicaron que el Aston Martin de Pedro había sido recogida por la compañía de alquiler. A continuación el mas bajo de los dos, se acercó con una bolsa de una exclusiva tienda de París, y se la entregó al tiempo que se ruborizaba completamente.
-Encontraron esto en el auto del señor Alfonso, mademoiselle. En cuanto salieron, Valentina corrió junto a Paula.
-¿Qué esperas? ¿qué hay dentro? Paula abrió la bolsa como si temiera encontrar una serpiente. Lentamente saco un paquete envuelto en papel seda color rosa. Dentro, había un par de braguitas de seda de un maravilloso color verde oscuro, con un lazo de satén plateado. Valentina y ella se quedaron contemplandolas, admiradas.
- ¡Vaya! – dijo finalmente Valentina- ¡Es un hombre con mucho gusto! A aquel siguiente le siguieron una serie de paquetes con ropa interior tan colorida, que la cama terminó pareciendo un arco iris.
- ¿Quién tenía razón? – concluyó Valentina con un gesto triunfal. Antes de que Paula pudiera responder, había llegado el resto del desayuno con una selección de periódicos del domingo que Valentina dejó sobre la cama.
- ¿Té o café? – preguntó Valentina emocionada. Al no recibir respuesta – si estás demasiado aturdida por el amor, tendré que elegir yo – sirvió café en dos tazas y se volvió hacia Paula.
La sonrisa desvaneció en sus labios. Mas tarde, describió la expresión de Paula como la de una persona cuando recibe la noticia de una enfermedad terminal. Cualquier aliento de vida había desaparecido de su rostro. Valentina fue precipitadamente a ver la portada del periódico en la que Paula clavaba la mirada. La Dame Schulz, la miraba con indiferencia.
-¿Cómo han…? ¿Quién habrá…? La desconcertada pregunta murió en sus labios al leer bajo el titular lo que Paula había leído: Verónica Lemercier. Ahogando un juramento, iba a agarrar el periódico, pero Paula se le adelantó, asiéndolo como un borracho su botella.
- Paula, no leas por favor…
-¡Déjame! – gritó Paula fuera de si. Valentina supo que no tenía sentido enfrentarse a ella; la observó abrir el periódico con manos temblorosas y leer. Acercándose angustiada, leyó por encima del hombro de Paula. Verónica Lemercier era una vieja conocida de Pedro Alfonso comenzaba el artículo. Valentina habría querido arrancarle el periódico de las manos, pero sabía que tampoco tenía sentido. Suspirando, continuó con la lectura. Confirmaba todos los temores de Paula. El articulo detallaba con emoción cómo la autora había ayudado a Pedro a lo largo de los años la pesquisa para conseguir el único cuadro que había sobrevivido al incendio que había destruido la carrera de su padre. A mitad de página, Valentina dejó de leer y maldijo entre dientes. Entonces notó que tenia los puños cerrados y que se clavaba las uñas en la palma de las manos. A su lado, Paula dejó escapar un gemido de dolor al llegar a la misma línea: “Había quedado a comer con Pedro en París el día que le dispararon. Jamás había llegado tarde a una cita…” Paula se estremeció cuando Valentina le acarició la cabeza. Alzó la mirada con expresión vacía.
-Así que era a ella a quien iba a ver – volvió la vista hacia la cama – todo esto era para ella – se deslizó debajo de las sábanas, como si pudieran contaminarla – es a ella a quien ama no a mi. Valentina abrió la boca, pero la cerró sin decir nada., se había equivocado al ayudarla a conservar esperanzas. La verdad estaba escrita en aquel largo artículo en un periódico de tirada nacional. Lo único que pudo hacer a partir de ese momento, era ayudarla a superar el golpe.
sábado, 22 de agosto de 2015
Venganza y Placer: Capítulo 28
Paula sintió nauseas. La enfermera no tenía que saber que no se llamaba Verónica, que no era ella por quien Pedro preguntaba. Retiró la mano como si le quemara al tiempo que Pedro intentaba incorporarse y quitarse el gota a gota. Paula dió un paso atrás, llevándose una mano a la boca cuando la máquina que lo monitorizaba empezó a emitir un agudo pitido. El rostro de Pedro se contorsionó en una mueca de dolor. Sus labios pronunciaban la misma palabra una y otra vez:
-Verónica.
Por el pasillo se escuchaban pisadas acercarse. Dos enfermeras entraron y una fue hacia él, tranquilizándolo, comprobando las conexiones, apretando botones. Paula, en el umbral de la puerta se sintió una impostora. Debía marcharse. Ya. Pero…
-¿Paula? ¡Cariño, por fin te encuentro!
Por un instante creyó estar alucinando, pero se encontró aprisionada en un abrazo. Valentina.
-¡Cariño, menos mal! Gonzalo esta al borde de la histeria. He venido en cuanto supimos lo de Felipe. Ha debido ser horrible.
Cuando Valentina la sacó suavemente de la habitación, el dique que contenía el llanto de Paula se rompió. Valentina la abrazó y consoló, hasta que Paula sintió los ojos hinchados y doloridos y la chaqueta de Valentina estuvo empapada.
-Oh, Valen – dijo con la voz rota – ha sido espantoso. ¡Cuánto me alegro de que hayas venido!
-Y yo de estar aquí. Vamos al hotel. Necesitas descansar.
Paula se mordió los labios para contener el llanto y asintió.
-¿Qué hora es? Valentina sonrió.
-Las ocho y media.
-¡He dormido todo el día! – dijo Paula, frotándose los ojos.
-Y toda la noche. Lo necesitabas.
Valentina cruzó el dormitorio del hotel y abrió las cortinas para dejar entrar el sol.
-Son las ocho del domingo.
Paula se incorporó al tiempo que se retiraba el cabello de la cara. En cuanto la realidad se hizo un hueco en su consciencia, sintió el mismo dolor que el día anterior.
-¿Cómo esta Pedro?
-Está bien. Gonzalo ha llamado hace una hora, después de hablar con el hospital. Pedro evoluciona muy bien. No debes preocuparte.
Paula se dejó caer sobra las almohadas y desvió la mirada.
-Estoy bien.
-Yo no estoy tan segura – dijo Valen con dulzura – has pasado por una experiencia muy dolorosa. Sería mejor que hablaras de ello.
-No tengo nada que decir. He vuelto a equivocarme – miró a Valentina con los ojos humedecidos – Me he enamorado de alguien que me estaba utilizando. Aunque esta vez es aun peor, porque él esta enamorado de una tal Verónica. Valentina sacudió la cabeza con expresión de incredulidad.
-Cariño, me refería a lo que sucedió con Felipe; al disparo – hizo una pausa – voy a hacer café, y quiero que me cuentes todo desde el principio.
Paula, rodeando la taza con sus manos, comenzó con la primera noche en Londres, cuando Pedro la había devuelto a la vida. Continuó en Francia, donde Pedro, al calor del fuego la había estrechado entre sus brazos mientras ella desnudaba su alma ante él. Valentina la escuchó sin interrumpir.
-Ha sido tan súbito e intenso – musitó Paula al tiempo que Valentina le quitaba la taza vacía y la dejaba sobre la mesilla – y al mismo tiempo tan… perfecto, que creía que era verdad – esbozó una sonrisa llena de tristeza. Ahora se que solo fingía, todo parece ridículo. Me sedujo para vengarse de mi familia. Valentina sacudió la cabeza con decisión.
-De ser así, lo habrías intuido. Los ojos de Paula, eran dos pozos de desesperación. _ ¿Por qué? Con Facundo, no fui capaz de verlo. Y en La Manoir, Pedro lo dijo. Por primera vez. Valentina pareció impacientarse.
-¡Dale una oportunidad, Paula! No puedes juzgarlos por lo que dijera mientras se enfrentaba a un psicópata armado.
Paula apretó las rodillas contra el pecho y apoyó la cabeza entre ellas.
-Verónica.
Por el pasillo se escuchaban pisadas acercarse. Dos enfermeras entraron y una fue hacia él, tranquilizándolo, comprobando las conexiones, apretando botones. Paula, en el umbral de la puerta se sintió una impostora. Debía marcharse. Ya. Pero…
-¿Paula? ¡Cariño, por fin te encuentro!
Por un instante creyó estar alucinando, pero se encontró aprisionada en un abrazo. Valentina.
-¡Cariño, menos mal! Gonzalo esta al borde de la histeria. He venido en cuanto supimos lo de Felipe. Ha debido ser horrible.
Cuando Valentina la sacó suavemente de la habitación, el dique que contenía el llanto de Paula se rompió. Valentina la abrazó y consoló, hasta que Paula sintió los ojos hinchados y doloridos y la chaqueta de Valentina estuvo empapada.
-Oh, Valen – dijo con la voz rota – ha sido espantoso. ¡Cuánto me alegro de que hayas venido!
-Y yo de estar aquí. Vamos al hotel. Necesitas descansar.
Paula se mordió los labios para contener el llanto y asintió.
-¿Qué hora es? Valentina sonrió.
-Las ocho y media.
-¡He dormido todo el día! – dijo Paula, frotándose los ojos.
-Y toda la noche. Lo necesitabas.
Valentina cruzó el dormitorio del hotel y abrió las cortinas para dejar entrar el sol.
-Son las ocho del domingo.
Paula se incorporó al tiempo que se retiraba el cabello de la cara. En cuanto la realidad se hizo un hueco en su consciencia, sintió el mismo dolor que el día anterior.
-¿Cómo esta Pedro?
-Está bien. Gonzalo ha llamado hace una hora, después de hablar con el hospital. Pedro evoluciona muy bien. No debes preocuparte.
Paula se dejó caer sobra las almohadas y desvió la mirada.
-Estoy bien.
-Yo no estoy tan segura – dijo Valen con dulzura – has pasado por una experiencia muy dolorosa. Sería mejor que hablaras de ello.
-No tengo nada que decir. He vuelto a equivocarme – miró a Valentina con los ojos humedecidos – Me he enamorado de alguien que me estaba utilizando. Aunque esta vez es aun peor, porque él esta enamorado de una tal Verónica. Valentina sacudió la cabeza con expresión de incredulidad.
-Cariño, me refería a lo que sucedió con Felipe; al disparo – hizo una pausa – voy a hacer café, y quiero que me cuentes todo desde el principio.
Paula, rodeando la taza con sus manos, comenzó con la primera noche en Londres, cuando Pedro la había devuelto a la vida. Continuó en Francia, donde Pedro, al calor del fuego la había estrechado entre sus brazos mientras ella desnudaba su alma ante él. Valentina la escuchó sin interrumpir.
-Ha sido tan súbito e intenso – musitó Paula al tiempo que Valentina le quitaba la taza vacía y la dejaba sobre la mesilla – y al mismo tiempo tan… perfecto, que creía que era verdad – esbozó una sonrisa llena de tristeza. Ahora se que solo fingía, todo parece ridículo. Me sedujo para vengarse de mi familia. Valentina sacudió la cabeza con decisión.
-De ser así, lo habrías intuido. Los ojos de Paula, eran dos pozos de desesperación. _ ¿Por qué? Con Facundo, no fui capaz de verlo. Y en La Manoir, Pedro lo dijo. Por primera vez. Valentina pareció impacientarse.
-¡Dale una oportunidad, Paula! No puedes juzgarlos por lo que dijera mientras se enfrentaba a un psicópata armado.
Paula apretó las rodillas contra el pecho y apoyó la cabeza entre ellas.
Venganza y placer: Capítulo 27
Pedro se deslizaba entre el sueño y la vigilia y en su mundo la única realidad eran las sensaciones físicas. El duro suelo bajo la espalda, el frío invadiendo sus huesos, la mano de Paula. Y el dolor. El dolor por encima de todo lo demás. Lo paralizaba, le impedía hablar. Necesitaba decirle a Paula que lo que le había dicho a Schulz era mentira, pero apenas podía respirar y sabía que debía permanecer inmóvil y ahorrar oxigeno si es que quería sobrevivir, y vivir al lado de Paula hasta que la muerte los separara.
Tenía se sobrevivir para hacer y decir muchas cosas, en especial “Te quiero”. Haciendo mucha fuerza abrió los ojos. Fogonazos azules, voces y pasos. El rostro de Paula inclinándose sobre él. Lloraba. ¡Dios! Lloraba, como le dolía verla así. Pedro frunció el ceño.
-No llores… - el pecho le ardía y hablar le quemaba – Te…
Paula se separaba de el.
-Ya están aquí – susurró Paula.
Pedro sintió una calor recorrerle todo el brazo, luego, la oscuridad.
Contemplando un nuevo amanecer, Paula reflexionó sobre la extraña percepción del tiempo que se tenía en situaciones extremas. La noche en la sala de espera del hospital de París se le hizo eterna y sin embargo, el día anterior, despertando de la cama que todavía conservaba el olor de Pedro, parecía haber transcurrido hacía unas horas.
Las palabras que le había dicho: “Parece que estemos destinados a causarte dolor.” En aquel momento, mientras esperaba sentada en la vacía sala de espera, parecía premonitorias. En el hospital de Rouen no habían podido tratar a Pedro. La bala había destrozado varias costillas y le había perforado el pulmón. Lo habían estabilizado en la ambulancia, pero necesitaba ser operado de emergencia. Paula siguió al vehículo en un auto de la policía. El único sentimiento que atravesaba la niebla era el de la culpabilidad en realidad no tenia derecho a seguirlo, puesto que él no la amaba, era su propio egoísmo lo que la obligaba a permanecer junto a él por el mayor tiempo posible.
Una robusta enfermera con una expresión preocupada apareció ante ella, con una amable sonrisa. Paula no apartó los ojos de un reloj de pared, temiendo colapsar sino mantenía sus emociones bajo control.
Monsieur Alfonso había salido del quirófano hacia unos minutos. Sus heridas, aunque graves, no era mortales, y milagrosamente, su corazón estaba intacto.
Paula asintió. Esa parte de la información la sabia. Pero era su propio corazón el que había resultado herido.
-Ha preguntado por usted, chèrie – dijo la enfermera.
Paula miró a la enfermera y vió que la miraba con expresión compasiva.
- ¿De verdad?
La enfermera sonrió abiertamente.
-En cuanto ha despertado de la anestesia ha intentado levantarse – sacudió la cabeza – insistía en hablar con usted. Tiene la fuerza de diez hombres. Es un sobreviviente nato.
Paula fue apresuradamente a la habitación de Pedro, consciente de que tenía un aspecto deplorable, pero impulsada por la pequeña chispa de esperanza que la enfermera había prendido al describir la actitud de Pedro.
Entubado y rodeado de máquinas, yacía dormido. Y Paula sintió un amor desbordado al ver la expresión tranquila de su rostro. Vacilante le acarició el interior del brazo. Él se volvió de inmediato como si estuviera esperándola. Expectante, Paula lo vió volver del valle de las sobras y el dolor. Pedro flexionó los dedos y musito:
-Verónica…
Aunque Paula siguió acariciandole el brazo, el resto de su cuerpo quedo paralizado.
-Necesito… Verónica…
Tenía se sobrevivir para hacer y decir muchas cosas, en especial “Te quiero”. Haciendo mucha fuerza abrió los ojos. Fogonazos azules, voces y pasos. El rostro de Paula inclinándose sobre él. Lloraba. ¡Dios! Lloraba, como le dolía verla así. Pedro frunció el ceño.
-No llores… - el pecho le ardía y hablar le quemaba – Te…
Paula se separaba de el.
-Ya están aquí – susurró Paula.
Pedro sintió una calor recorrerle todo el brazo, luego, la oscuridad.
Contemplando un nuevo amanecer, Paula reflexionó sobre la extraña percepción del tiempo que se tenía en situaciones extremas. La noche en la sala de espera del hospital de París se le hizo eterna y sin embargo, el día anterior, despertando de la cama que todavía conservaba el olor de Pedro, parecía haber transcurrido hacía unas horas.
Las palabras que le había dicho: “Parece que estemos destinados a causarte dolor.” En aquel momento, mientras esperaba sentada en la vacía sala de espera, parecía premonitorias. En el hospital de Rouen no habían podido tratar a Pedro. La bala había destrozado varias costillas y le había perforado el pulmón. Lo habían estabilizado en la ambulancia, pero necesitaba ser operado de emergencia. Paula siguió al vehículo en un auto de la policía. El único sentimiento que atravesaba la niebla era el de la culpabilidad en realidad no tenia derecho a seguirlo, puesto que él no la amaba, era su propio egoísmo lo que la obligaba a permanecer junto a él por el mayor tiempo posible.
Una robusta enfermera con una expresión preocupada apareció ante ella, con una amable sonrisa. Paula no apartó los ojos de un reloj de pared, temiendo colapsar sino mantenía sus emociones bajo control.
Monsieur Alfonso había salido del quirófano hacia unos minutos. Sus heridas, aunque graves, no era mortales, y milagrosamente, su corazón estaba intacto.
Paula asintió. Esa parte de la información la sabia. Pero era su propio corazón el que había resultado herido.
-Ha preguntado por usted, chèrie – dijo la enfermera.
Paula miró a la enfermera y vió que la miraba con expresión compasiva.
- ¿De verdad?
La enfermera sonrió abiertamente.
-En cuanto ha despertado de la anestesia ha intentado levantarse – sacudió la cabeza – insistía en hablar con usted. Tiene la fuerza de diez hombres. Es un sobreviviente nato.
Paula fue apresuradamente a la habitación de Pedro, consciente de que tenía un aspecto deplorable, pero impulsada por la pequeña chispa de esperanza que la enfermera había prendido al describir la actitud de Pedro.
Entubado y rodeado de máquinas, yacía dormido. Y Paula sintió un amor desbordado al ver la expresión tranquila de su rostro. Vacilante le acarició el interior del brazo. Él se volvió de inmediato como si estuviera esperándola. Expectante, Paula lo vió volver del valle de las sobras y el dolor. Pedro flexionó los dedos y musito:
-Verónica…
Aunque Paula siguió acariciandole el brazo, el resto de su cuerpo quedo paralizado.
-Necesito… Verónica…
Venganza y Placer: Capítulo 26
-Reflexiona, Alfonso – dijo un Felipe con voz estremecedora.
Pedro dió media vuelta
-No lo necesito – dijo con indiferencia – ya no hay trato, Schulz. Llevo años buscando ese cuadro y no pienso desprenderme de el. Por nadie.
Paula juntó las manos y se las llevó a la barbilla con mirada extraviada. La traición de Pedro anesteció todo tipo de emoción, hasta el punto que la presión del rifle contra las costillas le pareció insignificante.
-Asi que la has utilizado, como hace tantos años tu padre utilizo a mi hermana. – dijo entre dientes Felipe.
El tiempo se detuvo, un denso silencio se adueño de toda la habitación y Paula tuvo la sensación de estar bajo el agua mientras esperaba la contestación de Pedro.
-Si, la he utilizado – dijo Pedro frunciendo el ceño como si le fuera indiferente.
En aquel instante Paula no pudo concebir haber besado aquellos sensuales labios ni haberse derretido en éxtasis en aquellos poderosos brazos. Sus palabras la golpearon como un martillo, convenciéndola de que todo había sido un sueño.
-La he utilizado para vengarme de tí. – continuó Pedro, al tiempo que daba un paso hacia ellos – Solo quería poseer aquello que le fue negado a mi padre. Ha sido una pura y simple venganza.
Paula oyó su propio gemido de dolor, pero también fue consciente de que no sentía el rifle en su costado. Y luego todo pasó rápido: una serie de acciones en cadena aparentemente aisladas. Vió el brillo del metal, un errático movimiento de Felipe a su lado, su rugido de rabia al apuntar a Pedro.
Entonces creyó que se le desgarraba el corazón al percibir a cámara lenta como Pedro se abalanzaba sobre él con un brazo estirado para desviar el rifle. Un ruido distinto a cualquier otro, un ruido demasiado nítido para ser real. Y finalmente, Pedro cayendo al suelo con una mancha escarlata en el pecho. Sobre el corazón.
Era como un sueño, o una película. Antes de que el eco del disparo se ahogara, Paula palpaba el cuello de Pedro en busca de pulso, mientras la mancha roja de su camisa se agrandaba como un capullo de rosa abriendo sus pétalos. Cerró los ojos y dió un trémulo respiro al encontrar un débil pulso. Luego alzo la mirada. Felipe estaba de pie, paralizado, con el brazo en el que sostenía el rifle estirado de un angulo extraño, casi como si no tuviera nada que ver con él. Paula notó que su rostro estaba deformado en una mueca de desconcierto, pero estaba demasiado preocupada por Pedro como para prestarle atención.
Pedro, cuya cara tenia el color blanco de la muerte, cuya cálida sangre le manchaba las manos. Pedro, que no la amaba, que la había utilizado. Y en medio de aquella pesadilla, eso era lo único real, el único dato que había grabado en su mente. Con manos temblorosas, busco el móvil en los bolsillos de Pedro. Lo encontró y lo miró con expresión vacía. No sabía como usarlo.
-Mira…
Pedro había abierto los ojos. Su voz fue apenas un susurro. Con un esfuerzo sobrehumano, levanto una mano y cuando Paula le dió el teléfono, lazó la cabeza con gesto de dolor. Ella le puso las rodillas de almohada y Pedro, tras presionar unos botones le devolvió el celular.
Por segunda vez, en el mismo numero de días, Paula se encontró llamando a una ambulancia. Pedro cerró los ojos y Paula se preguntó cuanto resistiría. Felipe había desaparecido sin que ella lo notara y el único sonido que se escuchaba en la habitación era la respiración entrecortada de Pedro. No sabía que hacer, se sentía como si se estuviera hundiendo en arenas movedizas.
“No la amaba, la había utilizado. Desde el principio sabia quien era. La odiaba.”
-Paula… - Pedro la miraba con ojos febriles, el rostro expresaba dolor – lo que he dicho antes… - cerró los ojos. Cada palabra que salia de su boca como si fuera una cuchilla cortándole la garganta.
Paula posó una mano en su mejilla.
-Shhh – musito, sacudiendo la cabeza – no hables.
El pánico empezaba a apoderarse de ella. La respiración de Pedro se hacia mas difícil con cada segundo que pasaba. Sin saber que otra cosa hacer, le abrió la camisa, para dejarle la herida al descubierto. Por un instante, su belleza la arrolló, su piel tan blanca como el mármol, parecía una escultura. La mancha de la sangre, resultaba extrañamente hermosa. Pero la gravedad de la situación la asalto de inmediato. Inclinándose hacia delante, observo la herida.
-Para… la sangre…
Tuvo la sensación de haber hablado en voz alta. La voz sonó ronca. Ni siquiera pudo abrir los ojos. Pero seguía vivo.
-¿Qué debo hacer? – preguntó ella.
-Aprieta… fuerte.
Paula sintió los helados dedos de Pedro sobre los de ella, al tiempo que colocaba la mano sobre el corazón. Una lanza se le clavó en él de ella. Lo odiara o no en aquel instante, lo cierto era que lo amaba, y su amor era tan incontenible como la sangre que brotaba del pecho de Pedro. Y era igualmente de doloroso. Cuando percibió las luces de la ambulancia reflejadas en la pared, casi se desilusiono saber que lo tenia que dejar ir.
Pedro dió media vuelta
-No lo necesito – dijo con indiferencia – ya no hay trato, Schulz. Llevo años buscando ese cuadro y no pienso desprenderme de el. Por nadie.
Paula juntó las manos y se las llevó a la barbilla con mirada extraviada. La traición de Pedro anesteció todo tipo de emoción, hasta el punto que la presión del rifle contra las costillas le pareció insignificante.
-Asi que la has utilizado, como hace tantos años tu padre utilizo a mi hermana. – dijo entre dientes Felipe.
El tiempo se detuvo, un denso silencio se adueño de toda la habitación y Paula tuvo la sensación de estar bajo el agua mientras esperaba la contestación de Pedro.
-Si, la he utilizado – dijo Pedro frunciendo el ceño como si le fuera indiferente.
En aquel instante Paula no pudo concebir haber besado aquellos sensuales labios ni haberse derretido en éxtasis en aquellos poderosos brazos. Sus palabras la golpearon como un martillo, convenciéndola de que todo había sido un sueño.
-La he utilizado para vengarme de tí. – continuó Pedro, al tiempo que daba un paso hacia ellos – Solo quería poseer aquello que le fue negado a mi padre. Ha sido una pura y simple venganza.
Paula oyó su propio gemido de dolor, pero también fue consciente de que no sentía el rifle en su costado. Y luego todo pasó rápido: una serie de acciones en cadena aparentemente aisladas. Vió el brillo del metal, un errático movimiento de Felipe a su lado, su rugido de rabia al apuntar a Pedro.
Entonces creyó que se le desgarraba el corazón al percibir a cámara lenta como Pedro se abalanzaba sobre él con un brazo estirado para desviar el rifle. Un ruido distinto a cualquier otro, un ruido demasiado nítido para ser real. Y finalmente, Pedro cayendo al suelo con una mancha escarlata en el pecho. Sobre el corazón.
Era como un sueño, o una película. Antes de que el eco del disparo se ahogara, Paula palpaba el cuello de Pedro en busca de pulso, mientras la mancha roja de su camisa se agrandaba como un capullo de rosa abriendo sus pétalos. Cerró los ojos y dió un trémulo respiro al encontrar un débil pulso. Luego alzo la mirada. Felipe estaba de pie, paralizado, con el brazo en el que sostenía el rifle estirado de un angulo extraño, casi como si no tuviera nada que ver con él. Paula notó que su rostro estaba deformado en una mueca de desconcierto, pero estaba demasiado preocupada por Pedro como para prestarle atención.
Pedro, cuya cara tenia el color blanco de la muerte, cuya cálida sangre le manchaba las manos. Pedro, que no la amaba, que la había utilizado. Y en medio de aquella pesadilla, eso era lo único real, el único dato que había grabado en su mente. Con manos temblorosas, busco el móvil en los bolsillos de Pedro. Lo encontró y lo miró con expresión vacía. No sabía como usarlo.
-Mira…
Pedro había abierto los ojos. Su voz fue apenas un susurro. Con un esfuerzo sobrehumano, levanto una mano y cuando Paula le dió el teléfono, lazó la cabeza con gesto de dolor. Ella le puso las rodillas de almohada y Pedro, tras presionar unos botones le devolvió el celular.
Por segunda vez, en el mismo numero de días, Paula se encontró llamando a una ambulancia. Pedro cerró los ojos y Paula se preguntó cuanto resistiría. Felipe había desaparecido sin que ella lo notara y el único sonido que se escuchaba en la habitación era la respiración entrecortada de Pedro. No sabía que hacer, se sentía como si se estuviera hundiendo en arenas movedizas.
“No la amaba, la había utilizado. Desde el principio sabia quien era. La odiaba.”
-Paula… - Pedro la miraba con ojos febriles, el rostro expresaba dolor – lo que he dicho antes… - cerró los ojos. Cada palabra que salia de su boca como si fuera una cuchilla cortándole la garganta.
Paula posó una mano en su mejilla.
-Shhh – musito, sacudiendo la cabeza – no hables.
El pánico empezaba a apoderarse de ella. La respiración de Pedro se hacia mas difícil con cada segundo que pasaba. Sin saber que otra cosa hacer, le abrió la camisa, para dejarle la herida al descubierto. Por un instante, su belleza la arrolló, su piel tan blanca como el mármol, parecía una escultura. La mancha de la sangre, resultaba extrañamente hermosa. Pero la gravedad de la situación la asalto de inmediato. Inclinándose hacia delante, observo la herida.
-Para… la sangre…
Tuvo la sensación de haber hablado en voz alta. La voz sonó ronca. Ni siquiera pudo abrir los ojos. Pero seguía vivo.
-¿Qué debo hacer? – preguntó ella.
-Aprieta… fuerte.
Paula sintió los helados dedos de Pedro sobre los de ella, al tiempo que colocaba la mano sobre el corazón. Una lanza se le clavó en él de ella. Lo odiara o no en aquel instante, lo cierto era que lo amaba, y su amor era tan incontenible como la sangre que brotaba del pecho de Pedro. Y era igualmente de doloroso. Cuando percibió las luces de la ambulancia reflejadas en la pared, casi se desilusiono saber que lo tenia que dejar ir.
Venganza y Placer: Capítulo 25
-¿Dónde está Paula? – preguntó con frialdad.
-Esperandote. Podrás verla cuando entregues el cuadro – dijo Felipe con una calma como si estuvieran hablando de un gato – asumo que has traido el cuadro. Si no, Paula tendrá que esperar, y como mi hermana, es una mujer muy impaciente – echó la cabeza hacia atrás dejando escapar una estruendosa carcajada – además de tener una aficion por las clases bajas.
Pedro tuvo la intención de bajar y romperle hasta el alma, pero le importaba mas el ruido que provenía desde el interior de una de las habitaciones de la planta superior, acompañada por una voz apagada, la de Paula.
De dos zancadas, terminó de subir la escaleras y fue buscando a Paula de habitación en habitación, abriendo puertas y llamándola. Finalmente llego a una que estaba cerrada con llave.
-Pedro estoy aquí – gritó Paula.
-¡Sepárate de la puerta!
No cedió tan rápido como la de la entrada, pero a la cuarta la abrió. Paula estaba en el medio del cuarto con la mano tapando la boca y los ojos bien abiertos. Se quedaron paralizados mirándose, Pedro tuvo que hacer un esfuerzos para no abrazarla y besarla hasta hacerla perder el sentido.
-¡Has venido! – dijo ella con voz quebradiza – lo siento, yo…
Calló bruscamente. De repente detrás de ella se había abierto una puerta secreta, y Felipe apareció como un villano de pantomima.
-Alors. He dicho que esperaras.
Hubiera dado risa de no ser porque debajo de esa apariencia ridícula, se veía una personalidad siniestra. Asió a Paula del brazo y solo entonces Pedro se dió cuenta de que en la otra mano tenía un rifle.
-¿Por qué ya nadie obedece ordenes? – dijo Felipe con hastío - ¡Así está la sociedad! Cuando la gente obedecía a sus superiores la vida era mucho mas sencilla.
-¿Qué haces Schulz?
-Lo sabes perfectamente, Alfonso. Te dije que antes de ver a Paula, tendrías que darme el cuadro. – meneó la cabeza y Pedro notó un destello de demencia en la mirada – estas muy equivocado si crees que puedes desobedecerme.
- No eres mi padre para obedecerte. Y no tengo el cuadro – dijo Pedro enojado. Paula tenía la mirada encendida.
-Sabe que lo tienes, Pedro. Yo se lo he dicho. Lo siento. No sabía…. No creía que…
-¿Lo ves? – dijo Felipe triunfal, gesticulando con el rifle, que brillo en la penumbra – No vale la pena que mientas, Alfonso. Tú tienes lo que yo quiero y … - apuntó a Paula con el rifle – yo tengo lo que tú quieres. Es muy sencillo: me das el cuadro y yo te doy a Paula.
La mente de Pedro funcionaba rápidamente. Calculó mentalmente la distancia que separaba a Felipe de Paula. Estaba demasiado lejos para quitarle el rifle y cualquier movimiento brusco podría traer consecuencias. Tenia que buscar la manera de despistarlo para liberar a Paula.
Se encogió de hombros con indiferencia.
-Esta bien, lo tengo, pero no pienso dártelo. Paula exhaló un suspiro de incredulidad. No mirarla fue un esfuerzo de proporciones hercúleas para Pedro. Paula sintió el terror apoderarse de ella y pensó que se desmayaría. Mantuvo la mirada firme en Pedro como si fuese una tabla de salvaron, pero la frialdad de su rostro le produjo un escalofrío al tiempo que el perímetro de su visión se difuminaba. Ni siquiera notó el cañón del rifle apuntándole el costado.
-Esperandote. Podrás verla cuando entregues el cuadro – dijo Felipe con una calma como si estuvieran hablando de un gato – asumo que has traido el cuadro. Si no, Paula tendrá que esperar, y como mi hermana, es una mujer muy impaciente – echó la cabeza hacia atrás dejando escapar una estruendosa carcajada – además de tener una aficion por las clases bajas.
Pedro tuvo la intención de bajar y romperle hasta el alma, pero le importaba mas el ruido que provenía desde el interior de una de las habitaciones de la planta superior, acompañada por una voz apagada, la de Paula.
De dos zancadas, terminó de subir la escaleras y fue buscando a Paula de habitación en habitación, abriendo puertas y llamándola. Finalmente llego a una que estaba cerrada con llave.
-Pedro estoy aquí – gritó Paula.
-¡Sepárate de la puerta!
No cedió tan rápido como la de la entrada, pero a la cuarta la abrió. Paula estaba en el medio del cuarto con la mano tapando la boca y los ojos bien abiertos. Se quedaron paralizados mirándose, Pedro tuvo que hacer un esfuerzos para no abrazarla y besarla hasta hacerla perder el sentido.
-¡Has venido! – dijo ella con voz quebradiza – lo siento, yo…
Calló bruscamente. De repente detrás de ella se había abierto una puerta secreta, y Felipe apareció como un villano de pantomima.
-Alors. He dicho que esperaras.
Hubiera dado risa de no ser porque debajo de esa apariencia ridícula, se veía una personalidad siniestra. Asió a Paula del brazo y solo entonces Pedro se dió cuenta de que en la otra mano tenía un rifle.
-¿Por qué ya nadie obedece ordenes? – dijo Felipe con hastío - ¡Así está la sociedad! Cuando la gente obedecía a sus superiores la vida era mucho mas sencilla.
-¿Qué haces Schulz?
-Lo sabes perfectamente, Alfonso. Te dije que antes de ver a Paula, tendrías que darme el cuadro. – meneó la cabeza y Pedro notó un destello de demencia en la mirada – estas muy equivocado si crees que puedes desobedecerme.
- No eres mi padre para obedecerte. Y no tengo el cuadro – dijo Pedro enojado. Paula tenía la mirada encendida.
-Sabe que lo tienes, Pedro. Yo se lo he dicho. Lo siento. No sabía…. No creía que…
-¿Lo ves? – dijo Felipe triunfal, gesticulando con el rifle, que brillo en la penumbra – No vale la pena que mientas, Alfonso. Tú tienes lo que yo quiero y … - apuntó a Paula con el rifle – yo tengo lo que tú quieres. Es muy sencillo: me das el cuadro y yo te doy a Paula.
La mente de Pedro funcionaba rápidamente. Calculó mentalmente la distancia que separaba a Felipe de Paula. Estaba demasiado lejos para quitarle el rifle y cualquier movimiento brusco podría traer consecuencias. Tenia que buscar la manera de despistarlo para liberar a Paula.
Se encogió de hombros con indiferencia.
-Esta bien, lo tengo, pero no pienso dártelo. Paula exhaló un suspiro de incredulidad. No mirarla fue un esfuerzo de proporciones hercúleas para Pedro. Paula sintió el terror apoderarse de ella y pensó que se desmayaría. Mantuvo la mirada firme en Pedro como si fuese una tabla de salvaron, pero la frialdad de su rostro le produjo un escalofrío al tiempo que el perímetro de su visión se difuminaba. Ni siquiera notó el cañón del rifle apuntándole el costado.
jueves, 20 de agosto de 2015
Venganza y Placer: Capítulo 24
Pedro había sentido un gran alivio al estrechar la mano del director del museo Louvre. La Dame Schulz descansaba sobre un caballete, en el otro lado del despacho, Pedro se volvió una ultima vez para despedirse de ella. Horacio había accedido a la sugerencia de Pedro con la misma calma con la que había soportado todos los reveses de la vida. Cuando le ofreció el cuadro para que lo viera, su padre le dijo que no era necesario porque cada detalle estaba grabado en su mente. Y Pedro, pensando en Paula desnuda en el sofá, lo entendió a la perfección.
-Una vez mas, merci, señor Alfonso. Es una magnifica obra.
Las condiciones de donación exigían que no se exhibiera hasta que transcurriera 5 años tras la muerte de Sara Schulz y Horacio Alfonso. Pedro se despidió con un gesto de la cabeza y recorrió los largos corredores de mármol hacia la puerta principal tan deprisa como pudo. Tenía tiempo de sobra antes de comer con Verónica para que no publicara el articulo. Estaba impaciente por terminar y llegar a casa junto a Paula. Mientras miraba las tiendas exclusivas de París, llenas de joyas y ropa de diseño, que pertenecían a un mundo al que antes el pertenecía, le llamo la atención un pequeño escaparate Art Nouveau en el que unos maniquíes de aspecto anticuado, exhibían una divertida colección de ropa interior. Pedro se detuvo y sonrió. Era la única tienda que no le resulto superflua.
Olas… playas de arena blanca… palmeras…
Paula cruzó la habitación de la puerta hasta la ventana. Temía perder el control; sabia que no podía dejarse vencer por la histeria que amenazaba con sofocarla. Debía conservar la calma, no perder la razón a pesar de que estaba encerrada en el cuarto de un peligroso loco solitario no tenia nada tranquilizador.
El día anterior había intuido que su tío tenia una personalidad obsesiva y excéntrica, pero ni por un instante podía haber imaginado el odio y el rencor que sentía hacia Horacio Alfonso. De haberlo sabido, no hubiese ido hasta allá, con la ingenua intención de hacerle arrepentirse. La tensión se le agarro a la garganta al mirar una vez más por la ventana confiando en ver entrar un Aston Martin. ¿Dónde estaría Pedro? Su tío no había querido creerle cuando le dijo que no sabia ni si quiera su numero de móvil, y al explicarle que se conocían desde hace poco tiempo, cayo en cuenta de que los lazos entre ellos eran muy frágiles.
El hecho de que no supiera que estaba haciendo o cuando volvería, era prueba de eso. Estiró las mangas de su jérsey para cubrir sus heladas manos, y se deslizó por la pared hasta el suelo. Mientras las sombras se adueñaban de los rincones de la habitación, apoyó la cabeza en la rodilla y recordó cada delicioso momento que había pasado con Pedro. Fue mucho mas eficaz que cualquier estúpida playa.
Pedro estaba esperando a que la dependienta hiciera el paquete cuando lo llamó su ayudante personal, y le dió un mensaje que lo llenó de inexplicable temor. La salida de París se le había hecho eterna. Atrapado en el trafico, su mente había dado vueltas a las posibles implicaciones de recibir una llamada de Felipe Schulz. Según Alicia, había sonado enfadado y nervioso, y quería que Pedro fuera inmediatamente a Le Manoir, donde Paula lo esperaba.
Y que llevara el cuadro.
El sol se ponía cuando finalmente detuvo el vehículo frente a la casa de Felipe. El dominio de si mismo que había mantenido hasta aquel instante estaba a punto de abandonarlo. Pensaba obsesivamente en Paula, y que su tío no le haría daño. ¿O sí?
Durante todo el recorrido trato de convencerse de que esa era un idea absurda, pero en aquel momento esa idea impedía cualquier tipo de pensamiento. No podía ver una situación que implicara a Paula, el cuadro y a Schulz. No importaba de la forma en que se mirara, eso era una explosión.
Por experiencia propia sabia que el tío de Paula estaba obsesionado con el pasado, y que no estaba en su sano juicio. Y quizás, aunque no quisiera creerlo, podía ser peligroso. Subió la escalera de piedra de dos en dos y embistió la puerta con un hombro.. al segundo intento la puerta se abrió. Cruzó el vestíbulo de mármol llamando a Paula. Se detuvo y agudizo el oído. Al cabo de unos segundos, cuando el eco remitió, le pareció oír una respuesta sofocada. Aliviado subió la escalera, en medio camino oyó una voz a su espalda.
-Señor Alfonso, es usted tan maleducado como su padre. ¿No le han enseñado a tocar la puerta?
Pedro giró lentamente. Felipe lo miraba desde la sombras. Iba vestido con un anticuado traje de caza, con bombachos y chaqueta de cuero. Por un momento, sintió lástima por la reliquia en la que se había convertido, pero el odio lo superó.
-Una vez mas, merci, señor Alfonso. Es una magnifica obra.
Las condiciones de donación exigían que no se exhibiera hasta que transcurriera 5 años tras la muerte de Sara Schulz y Horacio Alfonso. Pedro se despidió con un gesto de la cabeza y recorrió los largos corredores de mármol hacia la puerta principal tan deprisa como pudo. Tenía tiempo de sobra antes de comer con Verónica para que no publicara el articulo. Estaba impaciente por terminar y llegar a casa junto a Paula. Mientras miraba las tiendas exclusivas de París, llenas de joyas y ropa de diseño, que pertenecían a un mundo al que antes el pertenecía, le llamo la atención un pequeño escaparate Art Nouveau en el que unos maniquíes de aspecto anticuado, exhibían una divertida colección de ropa interior. Pedro se detuvo y sonrió. Era la única tienda que no le resulto superflua.
Olas… playas de arena blanca… palmeras…
Paula cruzó la habitación de la puerta hasta la ventana. Temía perder el control; sabia que no podía dejarse vencer por la histeria que amenazaba con sofocarla. Debía conservar la calma, no perder la razón a pesar de que estaba encerrada en el cuarto de un peligroso loco solitario no tenia nada tranquilizador.
El día anterior había intuido que su tío tenia una personalidad obsesiva y excéntrica, pero ni por un instante podía haber imaginado el odio y el rencor que sentía hacia Horacio Alfonso. De haberlo sabido, no hubiese ido hasta allá, con la ingenua intención de hacerle arrepentirse. La tensión se le agarro a la garganta al mirar una vez más por la ventana confiando en ver entrar un Aston Martin. ¿Dónde estaría Pedro? Su tío no había querido creerle cuando le dijo que no sabia ni si quiera su numero de móvil, y al explicarle que se conocían desde hace poco tiempo, cayo en cuenta de que los lazos entre ellos eran muy frágiles.
El hecho de que no supiera que estaba haciendo o cuando volvería, era prueba de eso. Estiró las mangas de su jérsey para cubrir sus heladas manos, y se deslizó por la pared hasta el suelo. Mientras las sombras se adueñaban de los rincones de la habitación, apoyó la cabeza en la rodilla y recordó cada delicioso momento que había pasado con Pedro. Fue mucho mas eficaz que cualquier estúpida playa.
Pedro estaba esperando a que la dependienta hiciera el paquete cuando lo llamó su ayudante personal, y le dió un mensaje que lo llenó de inexplicable temor. La salida de París se le había hecho eterna. Atrapado en el trafico, su mente había dado vueltas a las posibles implicaciones de recibir una llamada de Felipe Schulz. Según Alicia, había sonado enfadado y nervioso, y quería que Pedro fuera inmediatamente a Le Manoir, donde Paula lo esperaba.
Y que llevara el cuadro.
El sol se ponía cuando finalmente detuvo el vehículo frente a la casa de Felipe. El dominio de si mismo que había mantenido hasta aquel instante estaba a punto de abandonarlo. Pensaba obsesivamente en Paula, y que su tío no le haría daño. ¿O sí?
Durante todo el recorrido trato de convencerse de que esa era un idea absurda, pero en aquel momento esa idea impedía cualquier tipo de pensamiento. No podía ver una situación que implicara a Paula, el cuadro y a Schulz. No importaba de la forma en que se mirara, eso era una explosión.
Por experiencia propia sabia que el tío de Paula estaba obsesionado con el pasado, y que no estaba en su sano juicio. Y quizás, aunque no quisiera creerlo, podía ser peligroso. Subió la escalera de piedra de dos en dos y embistió la puerta con un hombro.. al segundo intento la puerta se abrió. Cruzó el vestíbulo de mármol llamando a Paula. Se detuvo y agudizo el oído. Al cabo de unos segundos, cuando el eco remitió, le pareció oír una respuesta sofocada. Aliviado subió la escalera, en medio camino oyó una voz a su espalda.
-Señor Alfonso, es usted tan maleducado como su padre. ¿No le han enseñado a tocar la puerta?
Pedro giró lentamente. Felipe lo miraba desde la sombras. Iba vestido con un anticuado traje de caza, con bombachos y chaqueta de cuero. Por un momento, sintió lástima por la reliquia en la que se había convertido, pero el odio lo superó.
Venganza y Placer: Capítulo 23
Cuando Paula despertó era de día, y supo que Pedro no estaba a su lado. Lo buscó en la cama y no lo encontró. Se levantó y bajo las escaleras con el corazón en un puño. Prestó atención a ver si escuchaba algo y nada. Vió una puerta entre abierta y se asomó por la ventana y ahí lo vió, él estaba observando la neblina. Él estaba en vaqueros y sin camisa. Al ver su pecho y espalda desnuda se acordó de la noche que habían pasado juntos en el apartamento de Londres.
Salió y lo abrazó por detrás por la cintura, le dió un beso en la espalda. Él se giró, la abrazó fuertemente y le dió un beso suave en los labios.
-Tengo que ir a París por un asunto relacionado a todo esto.
Pedro buscó algo en una cómoda y se lo enseñó. Era igual que lo que el le había enseñado y por un instante no sabia si estaba viendo a su abuela o a ella misma.
-Es precioso. ¡Que bueno que lo hayas encontrado después de tantos años!
-Es maravilloso, si, pero mas lo fue haberte encontrado en el camino. – la abrazó y le dió un beso.
-Lamento que mi familia les haya hecho tanto daño y los haya hecho sufrir.
-Tú también sufriste, pero todo es parte del pasado.
Paula se emocionó, quería que él la hiciera suya. Pero él se alejó y se puso una camisa. Paula al verlo con la camisa puesta, sintió como si se hubieran distanciado, como si ya se hubiera ido. Se sentía vacía.
Mientras él se alejaba a toda velocidad, sentía un ardor en los labios del último beso que le había dado a Paula antes de marchar. Apenas había arrancado y quería girar para quedarse con ella, en casa. Nunca había pensado tener ese tipo de pensamiento.
La noche anterior, con Paula en brazos, había atisbado una paz que jamás había sentido antes. Paula le había hecho sentirse bien consigo mismo, con su pasado y con su torturado padre. Ella lo había aceptado con naturalidad y le había hecho sentir lastima de no haberlo aceptado el mismo. Pero gracias a ella ya no se avergonzaba del pasado. Pero, la espantosa contradicción era que la culpabilidad en su consciencia se había multiplicado. Se había propuesto torturarla, y si no paraba el artículo de Verónica Lemercier, lo conseguiría.
En un par de días, el escándalo de los Schulz, el romance, el cuadro, el incendio y el chantaje, seria revelado en la prensa de toda Europa. Su razón queria sacar a la luz lo que habian hecho Felipe Schulz (tío de Paula) y Miguel Chaves, pero pronto su deseo había cambiado: quería proteger a Paula.
Cuando llegó al hospital Horacio estaba despierto, y sintió vergüenza por la manera en que a su padre se le iluminaron los ojos al verlo. Frunció el ceño sin saber como empezar a tender un puente sobre el abismo que los separaba. Le tomó la mano a su padre, era un comienzo.
El sol caldeaba la espalda de Paula cuando detuvo el coche frente a la casa. Estaba felíz, era otro día dorado de otoño y se descubrió sonriendo al abrir la puerta cargada de paquetes.
Miró los paquetes con satisfacción. Después que Pedro se había marchado, ella se vistió y visitó el mercado de antigüedades del pueblo mas cercano. Había conseguido sabanas de lino, maceteros de hierro forjado, unos candelabros preciosos, los cuales serían perfectos para el regalo de boda de su hermano y de su cuñada. Luego vió el mas valioso, un mantón idéntico al que llevaba Olympia. Quizas aquella misma noche iba a sentir la seda rozar su piel desnuda.
Llevándoselo al pecho recordó la noche anterior, en donde Pedro, le hizo el amor con ternura y pasión. A pesar que era “impenetrable” su alma, su cuerpo le había demostrado sus emociones. El dolor era cosa del pasado. Llego el momento de sanación y liberación, y placer…. Mucho placer… todo comenzaría aquella misma noche, cuando el llegara y ella lo esperara con la cena lista.
Lo primero que había que hacer era prender el fuego. Limpió la cenizas, rellenó la casa con leños y buscó periódicos. Los encontró al final de una estantería polvorienta. Sacó el primero, y se detuvo secamente antes de arrancar una página.
Tenía el papel amarillento y quebradizo, vió que era de noviembre de 1954. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo según leyó precipitadamente la portada.
El nombre aparecía en letras grandes: Schulz.
Paula se sentó en los talones con manos temblorosas. Por un momento se quedo paralizada sobre la alfombra que en donde Pedro y ella había hecho el amor anoche. Luego sacó todos los periódicos de la caja y los leyó uno por uno. Una hora más tarde, se levantó con pies inseguros, las nubes habían oscurecido el cielo. Se sostuvo de la estantería en lo que su mente asimilaba lo que acababa de leer. Recogió los periódicos y buscó las llaves del coche. No podía contener la ira. Felipe Schulz había recurrido al chantaje y al soborno para no tener que admitir lo que le había hecho a Horacio, pero ella le obligaría a decir la verdad.
Salió y lo abrazó por detrás por la cintura, le dió un beso en la espalda. Él se giró, la abrazó fuertemente y le dió un beso suave en los labios.
-Tengo que ir a París por un asunto relacionado a todo esto.
Pedro buscó algo en una cómoda y se lo enseñó. Era igual que lo que el le había enseñado y por un instante no sabia si estaba viendo a su abuela o a ella misma.
-Es precioso. ¡Que bueno que lo hayas encontrado después de tantos años!
-Es maravilloso, si, pero mas lo fue haberte encontrado en el camino. – la abrazó y le dió un beso.
-Lamento que mi familia les haya hecho tanto daño y los haya hecho sufrir.
-Tú también sufriste, pero todo es parte del pasado.
Paula se emocionó, quería que él la hiciera suya. Pero él se alejó y se puso una camisa. Paula al verlo con la camisa puesta, sintió como si se hubieran distanciado, como si ya se hubiera ido. Se sentía vacía.
Mientras él se alejaba a toda velocidad, sentía un ardor en los labios del último beso que le había dado a Paula antes de marchar. Apenas había arrancado y quería girar para quedarse con ella, en casa. Nunca había pensado tener ese tipo de pensamiento.
La noche anterior, con Paula en brazos, había atisbado una paz que jamás había sentido antes. Paula le había hecho sentirse bien consigo mismo, con su pasado y con su torturado padre. Ella lo había aceptado con naturalidad y le había hecho sentir lastima de no haberlo aceptado el mismo. Pero gracias a ella ya no se avergonzaba del pasado. Pero, la espantosa contradicción era que la culpabilidad en su consciencia se había multiplicado. Se había propuesto torturarla, y si no paraba el artículo de Verónica Lemercier, lo conseguiría.
En un par de días, el escándalo de los Schulz, el romance, el cuadro, el incendio y el chantaje, seria revelado en la prensa de toda Europa. Su razón queria sacar a la luz lo que habian hecho Felipe Schulz (tío de Paula) y Miguel Chaves, pero pronto su deseo había cambiado: quería proteger a Paula.
Cuando llegó al hospital Horacio estaba despierto, y sintió vergüenza por la manera en que a su padre se le iluminaron los ojos al verlo. Frunció el ceño sin saber como empezar a tender un puente sobre el abismo que los separaba. Le tomó la mano a su padre, era un comienzo.
El sol caldeaba la espalda de Paula cuando detuvo el coche frente a la casa. Estaba felíz, era otro día dorado de otoño y se descubrió sonriendo al abrir la puerta cargada de paquetes.
Miró los paquetes con satisfacción. Después que Pedro se había marchado, ella se vistió y visitó el mercado de antigüedades del pueblo mas cercano. Había conseguido sabanas de lino, maceteros de hierro forjado, unos candelabros preciosos, los cuales serían perfectos para el regalo de boda de su hermano y de su cuñada. Luego vió el mas valioso, un mantón idéntico al que llevaba Olympia. Quizas aquella misma noche iba a sentir la seda rozar su piel desnuda.
Llevándoselo al pecho recordó la noche anterior, en donde Pedro, le hizo el amor con ternura y pasión. A pesar que era “impenetrable” su alma, su cuerpo le había demostrado sus emociones. El dolor era cosa del pasado. Llego el momento de sanación y liberación, y placer…. Mucho placer… todo comenzaría aquella misma noche, cuando el llegara y ella lo esperara con la cena lista.
Lo primero que había que hacer era prender el fuego. Limpió la cenizas, rellenó la casa con leños y buscó periódicos. Los encontró al final de una estantería polvorienta. Sacó el primero, y se detuvo secamente antes de arrancar una página.
Tenía el papel amarillento y quebradizo, vió que era de noviembre de 1954. Un escalofrío la recorrió de arriba abajo según leyó precipitadamente la portada.
El nombre aparecía en letras grandes: Schulz.
Paula se sentó en los talones con manos temblorosas. Por un momento se quedo paralizada sobre la alfombra que en donde Pedro y ella había hecho el amor anoche. Luego sacó todos los periódicos de la caja y los leyó uno por uno. Una hora más tarde, se levantó con pies inseguros, las nubes habían oscurecido el cielo. Se sostuvo de la estantería en lo que su mente asimilaba lo que acababa de leer. Recogió los periódicos y buscó las llaves del coche. No podía contener la ira. Felipe Schulz había recurrido al chantaje y al soborno para no tener que admitir lo que le había hecho a Horacio, pero ella le obligaría a decir la verdad.
Venganza y Placer: Capítulo 22
Pedro frunció el ceño. Nunca lo había visto de esa forma. El pensaba que su padre era un cobarde por quedarse. Pero realmente el cobarde era el, que se fue para hacerse rico y alcanzar el éxito, como los Schulz. Ahora lo podía ver claro.
-Perdón, Pedro. Definitivamente mi familia les ha causado mucho daño.
-Ya es parte del pasado, axial que no importa. – no se podía creer que estuviera diciendo eso, pero lo hacia sentirse bien.
Después de comer delante el fuego, Paula echó el plato hacia un lado y miró a Pedro.
-Ha quedado deliciosa… no sabría como hacer una comida axial. Empezando por los hongos, no sabría si son comestibles o no. ¿cómo lo supiste?
-¿Qué? ¿Los hongos? No lo se, simplemente los agarré.
-¡Santo Dios! Pedro podrían ser venenosos … - al ver una sonrisa en la cara de Pedro, le tiró con la servilleta en el pecho – son mentiras.. te burlas de mí.
-Obviamente, no ves que crecí aquí.. puedes sacar al chico del capo – la miró pícaramente – pero no el campo del chico.
-Siempre lo supe.
-¿Qué? ¿Que era un campesino?
-No – lo miró fijamente – que eres natural – se acomodó al lado de pedro donde éste le había hecho un espacio – pensé que eras una persona solitaria. Pero es lo contrario, eres un sobreviviente.
-A lo mejor… - le tomó la mano a Paula y se la besó, y en donde tenía la cicatríz le dió un suave beso y luego lo acarició – tú eres una sobreviviente también, ¿Qué pasó?
Paula se tensó y luego suspiró…
-Es una mezcla de vergüenza, culpa, sentimiento de humillación. ¿quieres que siga? – dijo con una sonrisa seca.
-Si, pero desde el principio. – el pensar que ella hubiera sufrido se le hizo insoportable.
-Ni siquiera se por donde empezar. Siempre me he sentido la oveja negra de la familia. Gonzalo era listo y ambicioso, mientras que yo no encajaba. Lo único que me interesaba era hacer Bellas Artes. Mi padres querían que hiciera algo sensato, pero por una vez en mi vida luche por lo que quería y lo logre. ¡Me sentí tan libre! – luego en tono de amargura – hasta que llegó Facundo Pieres, el artista atrevido, siempre rodeado de modelos y músicos. Una tarde me invitó a tomar una copa.
-¡Qué listo!
-¡Me sentí tan alagada que jamás me pasó por la cabeza que lo único que le interesaba era mi apellido. Era mi primer novio y me enamoré perdidamente de el. Hasta que…
Pedro sintió un escalofrió y la abrazo como para protegerla.
-¿Era el tipo de Tate, verdad?
-Sí. Resultó que lo que quería era utilizarme para crear una pieza provocadora. Como para el resto del mundo, para el yo no era nadie, solo un apellido: Chaves. – rió con rabia – aprendí esa lección. Y me hizo ver la realidad que yo trataba de no ver.
-¿Qué realidad?
-Que no importa lo que yo haga, siempre seré, la hija, la nieta o la hermana de alguien.
Pedro sintió un dolor en el pecho, quería decirle que las cosas no eran asi, pero las palabras no pudieron salir, después de todo… ¿él no estaba haciendo lo mismo?
-Cometí una estupidez me sentía tan mal que quise hacer mi dolor visible. No recuerdo mucho. Solo se que confirme que mi sangre “Chaves” era la misma que las demás. Después, Gonzalo apareció y se encargó de todo.
Pedro se enderezó un momento para avivar el fuego. sintió el dolor en la espalda, pero no lo ignoró, se concentró en él, así podía remover las culpas.
-Le debo una disculpa a Gonzalo. – dijo apretando los dientes – Lo juzgué erróneamente.
Como lo hizo con ella.
-Sé que está obsesionado con controlarlo todo, pero se preocupa sinceramente por mí. De no ser por él, no estaría aquí.
-Entonces debo darle las gracias – dijo Pedro con voz ronca.
Pedro apoyó la cabeza atrás en el sofá. Toda su realidad se iba desvaneciendo. Antes, había odiado a Facundo Pieres al verlo con Paula. Pero lo peor era reconocerse en él.
-Perdón, Pedro. Definitivamente mi familia les ha causado mucho daño.
-Ya es parte del pasado, axial que no importa. – no se podía creer que estuviera diciendo eso, pero lo hacia sentirse bien.
Después de comer delante el fuego, Paula echó el plato hacia un lado y miró a Pedro.
-Ha quedado deliciosa… no sabría como hacer una comida axial. Empezando por los hongos, no sabría si son comestibles o no. ¿cómo lo supiste?
-¿Qué? ¿Los hongos? No lo se, simplemente los agarré.
-¡Santo Dios! Pedro podrían ser venenosos … - al ver una sonrisa en la cara de Pedro, le tiró con la servilleta en el pecho – son mentiras.. te burlas de mí.
-Obviamente, no ves que crecí aquí.. puedes sacar al chico del capo – la miró pícaramente – pero no el campo del chico.
-Siempre lo supe.
-¿Qué? ¿Que era un campesino?
-No – lo miró fijamente – que eres natural – se acomodó al lado de pedro donde éste le había hecho un espacio – pensé que eras una persona solitaria. Pero es lo contrario, eres un sobreviviente.
-A lo mejor… - le tomó la mano a Paula y se la besó, y en donde tenía la cicatríz le dió un suave beso y luego lo acarició – tú eres una sobreviviente también, ¿Qué pasó?
Paula se tensó y luego suspiró…
-Es una mezcla de vergüenza, culpa, sentimiento de humillación. ¿quieres que siga? – dijo con una sonrisa seca.
-Si, pero desde el principio. – el pensar que ella hubiera sufrido se le hizo insoportable.
-Ni siquiera se por donde empezar. Siempre me he sentido la oveja negra de la familia. Gonzalo era listo y ambicioso, mientras que yo no encajaba. Lo único que me interesaba era hacer Bellas Artes. Mi padres querían que hiciera algo sensato, pero por una vez en mi vida luche por lo que quería y lo logre. ¡Me sentí tan libre! – luego en tono de amargura – hasta que llegó Facundo Pieres, el artista atrevido, siempre rodeado de modelos y músicos. Una tarde me invitó a tomar una copa.
-¡Qué listo!
-¡Me sentí tan alagada que jamás me pasó por la cabeza que lo único que le interesaba era mi apellido. Era mi primer novio y me enamoré perdidamente de el. Hasta que…
Pedro sintió un escalofrió y la abrazo como para protegerla.
-¿Era el tipo de Tate, verdad?
-Sí. Resultó que lo que quería era utilizarme para crear una pieza provocadora. Como para el resto del mundo, para el yo no era nadie, solo un apellido: Chaves. – rió con rabia – aprendí esa lección. Y me hizo ver la realidad que yo trataba de no ver.
-¿Qué realidad?
-Que no importa lo que yo haga, siempre seré, la hija, la nieta o la hermana de alguien.
Pedro sintió un dolor en el pecho, quería decirle que las cosas no eran asi, pero las palabras no pudieron salir, después de todo… ¿él no estaba haciendo lo mismo?
-Cometí una estupidez me sentía tan mal que quise hacer mi dolor visible. No recuerdo mucho. Solo se que confirme que mi sangre “Chaves” era la misma que las demás. Después, Gonzalo apareció y se encargó de todo.
Pedro se enderezó un momento para avivar el fuego. sintió el dolor en la espalda, pero no lo ignoró, se concentró en él, así podía remover las culpas.
-Le debo una disculpa a Gonzalo. – dijo apretando los dientes – Lo juzgué erróneamente.
Como lo hizo con ella.
-Sé que está obsesionado con controlarlo todo, pero se preocupa sinceramente por mí. De no ser por él, no estaría aquí.
-Entonces debo darle las gracias – dijo Pedro con voz ronca.
Pedro apoyó la cabeza atrás en el sofá. Toda su realidad se iba desvaneciendo. Antes, había odiado a Facundo Pieres al verlo con Paula. Pero lo peor era reconocerse en él.
Venganza y Placer: Capítulo 21
Ambos rieron. Paula rodeó la cintura de Pedro por detrás, y aunque él no expresó nada, Paula pudo sentir como se tensaban sus abdominales cuando pasó su mano por ahí hacia el pene endurecido. A Pedro lo recorrió un temblor y Paula, actuando sin control, le desabrochó el cinturón y el pantalón a medida que besaba la espalda de él. Pedro se giró y la besó ardientemente. La deposito en el baño y luego se metió. Paula se sumergió en el agua y capturó el pene de Pedro en su boca.
Cuando emergió del agua para respirar, Pedro la tomó por debajo de los brazos y la colocó sobre él. Ella cerró sus piernas alrededor de su cintura para que tuvieran u contacto mas cercano, mientras el la penetraba de un empuje. Bastó para que viera la mirada perdida de deseo de Paula para estar a punto de explotar, aun antes de sentir su pulsante interior contrayéndose. Agachó la cabeza y escuchó el gemido de ella cuando él le atrapó un pezón. El agua se salía de la bañera con los movimientos complementarios de ambos, que el que los viera pensaría que era un solo cuerpo. Se besaban, y acariciaban con desespero. Paula enredaba sus dedos en el cabello de él. Una serie de temblores hicieron que Paula llegara al clímax. Se abrazó a él, y entonces él se dejó llevar y colapsó sobre el cuerpo de Paula. En ese momento sintió que había llegado a casa. Permanecieron un rato en el agua tomando vino. Pedro pasaba la mano por el hombro de Paula, acariciaba su mano y su muñeca. Al sentir la fina piel de la cicatriz que tatuaba su piel, la sacó del agua para mirarla; luego la besó.
Ninguno de los dos dijo nada, ninguno quería echar a perder ese momento mágico que acababan de vivir.
Pedro miró por primera vez con indiferencia su BlackBerry. Por primera vez en su vida, las cifras le daban lo mismo. Pero desde aquella mañana habían cambiado muchas cosas. Eso no significaba que pudiera perder el control. Si era tan bueno en lo suyo, era porque siempre estaba alerta, que nunca había perdido el objetivo de ganar dinero.
Era lo que lo definía. La necesidad de probarse a sí mismo, de demostrar su valía. Tras comprobar que no se había producido cambios de importancia, dejó la BlackBerry a un lado y miró a su alrededor. El olor a humo de la chimenea, la habitación en penumbra, la oscuridad tras los cristales… desde el piso superior llegaban las pisadas de Paula sobre el suelo de madera.
Era un mundo completamente distinto a su nítido y tecnológico apartamento de Park Lane donde solía llevar a las mujeres con las que se entretenía por un tiempo. Algo que no hacía muy a menudo.
Ellas siempre querían que les dedicara mas tiempo, mientras que él prefería trabajar. Aquellas mujeres se habían enamorada del monstruo que había creado. Adoraban una figura de cartón piedra, una efigie.
Tomó los hongos que había recogido al salir de la cabaña y los lavó. Cogió un cuchillo y empezó a cortarlos. Mientras lo hacía, fue consciente de que hacía mucho tiempo que no cocinaba, que pudo haber alcanzado el éxito pero a su paso, había olvidado sus raíces. Intento imaginar a cualquiera de las mujeres, con las que había salido y las había llevado a su apartamento, en esa casa y no podía imaginárselas. No encajarían, por lo menos, no como Paula.
-¿Estás cocinando?
Preguntó Paula cuando entró en la cocina. Pedro alzó la vista y rápidamente sintió su entrepierna reaccionar. Estaba mas bella que nunca, tenía el pelo mojado echado hacia atrás, y una camisa de el que le llegaba a mitad de muslo, dejando sus hermosas piernas al descubierto. Ella se acercó a él.
-¿Tan extraño es?
-No, me encanta y te admiro.
Paula tomó uno de los hongos y lo acarició antes de olerlo y Pedro se excito mas todavía.
-Verás, cuando era niño yo me encargaba de cocinar, ya que Horacio nunca lo hacía.
- ¿Y tu madre?
-Nos dejó cuando tenía dos años. Sabes, ella era artista y en su ultimo año iba a hacer un trabajo sobre mi padre, e inclusive había recuperado muchas de sus obras para hacer una exposición.
-Y por… olvídalo…
-Dilo. ¿por qué nos dejó? Fácil, el nunca pudo olvidar a tu abuela, ella pensó que en algún momento mi padre la podría llegar a amar, pero no fue así. Ese fue su castigo.
-¿Por qué dices eso?
-Porque estaba profundamente enamorado de Sara y nadie se le comparaba. En palabras directas. La usó para no sentirse solo. Y su castigo fue quedarse aquí solo, y con un hijo de una mujer a la que no ama.
Paula pudo ver un rayo de dolor en los ojos de Pedro. Esa falta de sentimiento con la que dijo eso, le causó lastima. Pues, es verdad, no había que mentir, Pedro creció sin amor.
-Independientemente, tu padre te quería. ¿nunca fueron unidos?
-Su amor por Sara parece que absorbió todos sus sentimientos dejándolo incapacitado para amar.
-¿Por qué se quedó aquí? ¿Por si volvía?
-Es una de las razones. Pero la principal fue, que después que paso todo, él no quiso irse para demostrarle a tu familia, que no se arrepentía de lo que hizo y que no pensaba humillar ni a Sara ni a su familia. El decía que no tenia nada que ocultar.
-Fue muy valiente… - dijo Paula.
Cuando emergió del agua para respirar, Pedro la tomó por debajo de los brazos y la colocó sobre él. Ella cerró sus piernas alrededor de su cintura para que tuvieran u contacto mas cercano, mientras el la penetraba de un empuje. Bastó para que viera la mirada perdida de deseo de Paula para estar a punto de explotar, aun antes de sentir su pulsante interior contrayéndose. Agachó la cabeza y escuchó el gemido de ella cuando él le atrapó un pezón. El agua se salía de la bañera con los movimientos complementarios de ambos, que el que los viera pensaría que era un solo cuerpo. Se besaban, y acariciaban con desespero. Paula enredaba sus dedos en el cabello de él. Una serie de temblores hicieron que Paula llegara al clímax. Se abrazó a él, y entonces él se dejó llevar y colapsó sobre el cuerpo de Paula. En ese momento sintió que había llegado a casa. Permanecieron un rato en el agua tomando vino. Pedro pasaba la mano por el hombro de Paula, acariciaba su mano y su muñeca. Al sentir la fina piel de la cicatriz que tatuaba su piel, la sacó del agua para mirarla; luego la besó.
Ninguno de los dos dijo nada, ninguno quería echar a perder ese momento mágico que acababan de vivir.
Pedro miró por primera vez con indiferencia su BlackBerry. Por primera vez en su vida, las cifras le daban lo mismo. Pero desde aquella mañana habían cambiado muchas cosas. Eso no significaba que pudiera perder el control. Si era tan bueno en lo suyo, era porque siempre estaba alerta, que nunca había perdido el objetivo de ganar dinero.
Era lo que lo definía. La necesidad de probarse a sí mismo, de demostrar su valía. Tras comprobar que no se había producido cambios de importancia, dejó la BlackBerry a un lado y miró a su alrededor. El olor a humo de la chimenea, la habitación en penumbra, la oscuridad tras los cristales… desde el piso superior llegaban las pisadas de Paula sobre el suelo de madera.
Era un mundo completamente distinto a su nítido y tecnológico apartamento de Park Lane donde solía llevar a las mujeres con las que se entretenía por un tiempo. Algo que no hacía muy a menudo.
Ellas siempre querían que les dedicara mas tiempo, mientras que él prefería trabajar. Aquellas mujeres se habían enamorada del monstruo que había creado. Adoraban una figura de cartón piedra, una efigie.
Tomó los hongos que había recogido al salir de la cabaña y los lavó. Cogió un cuchillo y empezó a cortarlos. Mientras lo hacía, fue consciente de que hacía mucho tiempo que no cocinaba, que pudo haber alcanzado el éxito pero a su paso, había olvidado sus raíces. Intento imaginar a cualquiera de las mujeres, con las que había salido y las había llevado a su apartamento, en esa casa y no podía imaginárselas. No encajarían, por lo menos, no como Paula.
-¿Estás cocinando?
Preguntó Paula cuando entró en la cocina. Pedro alzó la vista y rápidamente sintió su entrepierna reaccionar. Estaba mas bella que nunca, tenía el pelo mojado echado hacia atrás, y una camisa de el que le llegaba a mitad de muslo, dejando sus hermosas piernas al descubierto. Ella se acercó a él.
-¿Tan extraño es?
-No, me encanta y te admiro.
Paula tomó uno de los hongos y lo acarició antes de olerlo y Pedro se excito mas todavía.
-Verás, cuando era niño yo me encargaba de cocinar, ya que Horacio nunca lo hacía.
- ¿Y tu madre?
-Nos dejó cuando tenía dos años. Sabes, ella era artista y en su ultimo año iba a hacer un trabajo sobre mi padre, e inclusive había recuperado muchas de sus obras para hacer una exposición.
-Y por… olvídalo…
-Dilo. ¿por qué nos dejó? Fácil, el nunca pudo olvidar a tu abuela, ella pensó que en algún momento mi padre la podría llegar a amar, pero no fue así. Ese fue su castigo.
-¿Por qué dices eso?
-Porque estaba profundamente enamorado de Sara y nadie se le comparaba. En palabras directas. La usó para no sentirse solo. Y su castigo fue quedarse aquí solo, y con un hijo de una mujer a la que no ama.
Paula pudo ver un rayo de dolor en los ojos de Pedro. Esa falta de sentimiento con la que dijo eso, le causó lastima. Pues, es verdad, no había que mentir, Pedro creció sin amor.
-Independientemente, tu padre te quería. ¿nunca fueron unidos?
-Su amor por Sara parece que absorbió todos sus sentimientos dejándolo incapacitado para amar.
-¿Por qué se quedó aquí? ¿Por si volvía?
-Es una de las razones. Pero la principal fue, que después que paso todo, él no quiso irse para demostrarle a tu familia, que no se arrepentía de lo que hizo y que no pensaba humillar ni a Sara ni a su familia. El decía que no tenia nada que ocultar.
-Fue muy valiente… - dijo Paula.
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