La abuela me miró con agradecimiento cuando llegue a la casa con mi maleta de viaje.
El abuelo no se veía tan mal como pensaba. Me recibió con un abrazo y me dejo subir a dejar mis cosas en la habitación que ocupe tantas veces. Sonreí ante los recuerdos. Pero eran eso, solo recuerdos de un capitulo ya cerrado de mi vida.
Habían pasado unos días desde mi llegada a Seabrook. Joaquín ya había hecho su llamada matutina al igual que Mónica y mama.
Era una tarde algo calurosa, aunque afuera había un muy buen tiempo. Estaba leyendo una nueva novela cuando escuche como alguien golpeaba la puerta.
Dejé mi libro en el sofá de la sala. La abuela había ido a dar un paseo con el abuelo. El doctor había ordenado un paseo diario a los dos para mantener los músculos activos. Disfrutaba de estos ratos de soledad. Me daban la tranquilidad suficiente como para desviarme de mi mundo y concentrarme en las historias que leía. El golpeteo en la puerta volvió, así que me apresuré. Primero abrí la puerta de madera y sin mirar abrí la puerta de enrejado que mantenía a los mosquitos fuera de la casa. Pero cuando subí la mirada me encontré con la imagen mas shockeante e inesperada que pude haber visualizado en todo mi vida. Él permanecía a unos centímetros de mí. Esta vez no era una de mis ensoñaciones, tampoco uno de esos espejismos, ni esas imágenes que solía evocar de mi memoria. El... el hombre que se llevo mis sueños el día en que se alisto en la armada del país. Pedro, Pedro, Pedro, Pedro. Su nombre resonaba como un eco en mi mente, como si estuviese dentro de una gran cueva sin salida. Pedro. Tan real, tan hermoso como la primera vez que lo ví. Él estaba aquí. Después de tanto tiempo había vuelto y mi corazón egoísta lo recibió con euforia.
Mis ojos recorrieron esos rasgos que amé durante tanto tiempo. Los labios que deseaba mientras el dolor inmenso de la perdida consumía mi interior como un incendio imparable. Sus ojos, la parte que mas temía ver, me observaban con la misma incertidumbre con que los míos lo recorrían. Su barba de dos días dejaba ver lo mucho que había cambiado en este tiempo. No era el niño que me enamoro cuando eramos unos adolescentes comenzando a vivir. Este era el hombre que había luchado por su país, enfrentado bombas y disparos enemigos que amenazaban con acabar con su vida. Sus cejas se fruncían de puro desconcierto.
Era la imagen de mis sueños.
Que estaba haciendo aquí? Que lo había llevado a encontrarme? Miles de interrogantes paseaban por mi mente pero no era el momento de pensar. Esto era la gloria, el paraíso y merecía ir al mismísimo infierno por pensar en el de ese modo.
Ninguno habló. No existían palabras para este momento. Un simple, "hola" no encajaba y un beso no podía llenar el silencio, no esta vez.
El fue el que hablo un rato después.
-Esto llegó por equivocación a mi casa. - Dijo entregándome una carta dirigida al abuelo.
Aunque su exterior había cambiado, su voz seguía siendo la misma.
Extendí la mano para tomar la carta, nuestros dedos apenas se tocaron y Pedro bajó la mirada. Supe lo que veía, el enorme y costoso anillo de diamantes que gritaba por si mismo el compromiso con Joaquín. No dijo nada, pero por la forma en que frunció sus labios pude darme cuenta de cuan enojado estaba.
-Gracias. - Dije apenas con un hilo de voz. - Ehhh, quisieras... - Me aclaré la garganta. - Quisieras pasar?
Él no dijo nada. Pasó una mano por su cabello, despeinado como siempre. Sabia que ahora mismo su cabeza estaba debatiendo si entrar o solo salir corriendo. Por supuesto que lo sabia, lo conocía mas que a mi misma.
Se movía tan ágilmente, que en medio segundo estaba muy cerca de mí. Por estar pensando en otras cosas no me fije que Pedro si iba a pasar, así que me quedé en la puerta mientras él pretendía entrar. Tonta, tonta, tonta… Ahora Pedro y yo estábamos tan juntos, aun así lo sentía a miles de kilómetros de distancia.
Me aparté de la puerta y él entro, dándome la espalda. Puse mis manos en mi cara. Quería gritar de impotencia, por que tenia que volver ahora? Por que el destino era tan malditamente cruel?
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