sábado, 25 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 13

—¿Y cómo vas a encontrar a ese hombre?
—Encontrar no es la palabra más adecuada. Yo hablaría de conectar con él, quizá —frunció el ceño.
—Enamorarte —añadió Pedro con sarcasmo.
—Eres un cínico.
—Y tú una idealista.
—Prefiero ser idealista que cínica.
—Y yo prefiero ser realista.
—No todos los matrimonios acaban en divorcio. Mira a mis padres, a mis tíos…
—Han tenido suerte. Y además, todavía están a tiempo de separarse.
—Eres imposible.
Llegaron a su casa. Pedro apagó el motor del coche y se volvió hacia ella.
—Voy un momento a mi casa. ¿Tú quieres ir a cambiarte?
—¿Crees que debería cambiarme?
—A mí me parece que estás perfectamente tal como vas —le acarició el hombro suavemente.
Paula intentó esquivar su caricia procurando no dar muestras del pánico que la invadía. Debía de estar loca al pensar que podía pasar la tarde con él sin que ello supusiera ningún tipo de problema. La más ligera caricia de Pedro le hacía perder la cabeza.
—Ahora mismo vengo —le dijo Pedro, y salió del coche.
Paula intentó tranquilizarse recordando algunos pasajes del diario de la bisabuela. ¿Habría intentado probar Norma sus recetas con otros hombres o la habría puesto en práctica únicamente con el hombre que verdaderamente le interesaba? Paula se preguntaba si debería hacer eso ella también, practicar con alguien antes de ponerse a trabajar en serio. Podía practicar con Pedro, por ejemplo. Al fin y al cabo, sabía que él jamás consideraría siquiera la posibilidad del matrimonio. Podía seguir los consejos que daba el diario y ver los que daban resultado y los que no y cuando por fin estuviera lista y descansada para comenzar nuevamente su vida, ponerse a buscar al hombre perfecto.
Y aquello le recordaba que pronto tendría que comenzar a buscar otro trabajo. Tras tres días de descanso, el agotamiento y la apatía estaban desapareciendo. De hecho, comenzaba a sentirse llena de energía e ideas. Aunque, desgraciadamente, casi todas giraban en torno a Pedro.
Quizá debiera considerar seriamente la posibilidad de buscar trabajo en Charlotte. Sería maravilloso estar cerca de su tía y de Leticia. Y aunque la experiencia de vivir en Nueva York había sido fascinante, allí estaba demasiado lejos del único hogar que verdaderamente adoraba.
Pedro salió de la casa con la misma camisa blanca que antes llevaba, pero con unos pantalones de algodón y una chaqueta del mismo tejido al hombro que tiró en el asiento trasero.
—He pensado que podríamos parar a comprar unas hamburguesas antes de acercarnos al río. Por cierto, todavía no has visto el nuevo centro de interpretación de la naturaleza, ¿verdad?
—No, pero tía Silvia me ha contado muchas cosas sobre él.
—Está al principio del río. Teóricamente, la vida silvestre encuentra aquí un agradable refugio. A lo largo del río hay señales con explicaciones sobre la flora y la fauna de la zona. Si quieres, también podemos bañarnos.
—No tengo traje de baño.
—Imagino que ésa ya es una respuesta, ¿lista para salir?
Paula disfrutó mucho aquella tarde. Pero no estaba segura de que Pedro también lo hiciera. Comieron rápidamente en una hamburguesería y a continuación se dirigieron hacia el río. La mitad de las familias de la ciudad parecían haber tenido la misma idea porque estaba abarrotado.
Nada más salir del coche, Pedro tomó a Paula de la mano y comenzaron a caminar por el paseo de madera que habían construido a lo largo del río. De vez en cuando, era tanta la gente con la que se cruzaban que tenían que ponerse uno detrás de otro, pero ni siquiera en aquellas ocasiones Pedro interrumpía el contacto entre ellos.
A última hora de la tarde, se dirigieron hacia la zona de baño. Estaba repleto de niños. Los más pequeños jugaban en la orilla mientras los de más edad se servían de dos cuerdas colgadas de los árboles para tirarse a la parte más profunda del río.
La mente de Paula se pobló de recuerdos del pasado. Paula, Leticia y sus amigos habían pasado horas maravillosas jugando allí. Deseó haberse llevado el traje de baño, para revivir alguno de aquellos recuerdos.
—Podríamos habernos dado un baño —comentó Pedro, como si le hubiera leído el pensamiento.
—¿Había tanta gente cuando nosotros veníamos a nadar?
—A veces, pero cuando estás en el agua no te importa. Deberíamos venir otro día.
Paula se inclinó ligeramente contra él y posó la mano en su hombro.
—He disfrutado mucho recordando mis tiempos de niña, Pedro. Ha sido una tarde magnífica.
Pedro la estrechó ligeramente contra él.
—Si no estuviéramos rodeados de gente, continuaría ahora mismo lo que empezamos la otra tarde.
Paula lo miró a los ojos y se humedeció los labios lentamente.
—¿Estás haciendo esto deliberadamente para provocarme? Ese vestido me está volviendo loco. Y tu pelo… Dios, llevo todo el día deseando acariciarlo —susurró Pedro.
Paula contuvo la respiración. El brillo de los ojos de Pedro reflejaba un creciente interés en ella. ¿O estaría interpretándolo mal? Quizá, la lectura del diario de Norma  sólo le estuviera sirviendo para hacerse falsas ilusiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario