martes, 28 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 17

Paula se despertó temprano a la mañana siguiente y, por primera vez desde hacía mucho tiempo, comenzó a sentir que su nivel de energía se aproximaba a la normalidad. Había sido una buena idea regresar a West Bend, se dijo a sí misma mientras se estiraba en la cama.
Se levantó, se duchó rápidamente y se puso uno de sus vestidos de verano. Después de hacer la cama, miró furtivamente hacia la casa de su vecino. Todo estaba en silencio y el coche de Pedro ya había desaparecido; evidentemente, había salido ya hacia Charlotte.
El recuerdo de su beso emergió en su mente. Paula  tomó aire, intentando tranquilizarse. Ya era demasiado tarde para arrepentimientos y lo sabía. Lo ocurrido había sido un simple interludio en su vida. En cuanto decidiera cuál iba a ser su próximo paso, dedicaría sus energías a olvidar a aquel atractivo vecino que en otra época de su vida había invadido sus sueños.
Tras tomar un ligero desayuno, leyó el periódico local y, mientras disfrutaba de un aromático café, estuvo tomando notas para el curriculum. Si todavía estuviera en Nueva York, a esas horas ya habría asistido a dos reuniones, habría hecho una docena de llamadas y tendría ante sí un día rebosante de actividad.
Paula tomó una taza de café y el diario de la bisabuela Norma y salió con ambos al porche. Mientras saboreaba aquella segunda taza de café, comenzó a leer.


"La tía Sara ha venido hoy a tomar el té. Me ha preguntado cómo estaba y yo le he hablado de Fernando. Se ha echado a reír, ha mirado a mamá y me ha dicho que a un hombre hay que procurar tenerlo siempre en suspense. Dice que es bueno mantener un aura de misterio, para hacerle preguntarse qué estoy pensando. Me ha dicho que haga algo inesperado y que no permita que un hombre llegue a estar demasiado pagado de sí mismo. Que intente hacer algo extraño para ver cómo reacciona. La vida es larga, me ha dicho, y si tu marido no es capaz de abrirse a ideas nuevas, te hará infeliz.
Mamá se ha echado a reír, diciendo que ella misma va a seguir el consejo con mi padre.
Esta noche lo pondré a prueba con Fernando. Va a acompañarme a la iglesia. ¿Pero qué puedo hacer que Fernando pueda encontrar extraño?"


Minutos después, Paula cruzaba el jardín con una sonrisa en el rostro. Norma era una joya. Le habría gustado haberla conocido. Durante un momento de locura, se preguntó qué podría hacer que Pedro encontrara extraño. Quizá ignorarlo fuera suficiente… De hecho, era posible que hubiera alguna relación entre su actitud y el hecho de que Pedro pareciera más interesado en ella que antes. ¿O sería una simple coincidencia?
El tiempo lo demostraría. Y tiempo era precisamente algo de lo que disponía en abundancia. Los pocos días que había pasado en West Bend ya habían comenzado a sanarla. No echaba de menos su trabajo tanto como esperaba. Sí, echaba de menos a algunos de sus compañeros, pero la mayor parte de ellos habían sido despedidos al igual que ella y estaban trabajando para otra empresa o buscando una nueva colocación.
Como debería estar haciendo ella. Pero antes tenía que decidir dónde quería buscarla. Nueva York era una ciudad emocionante, dinámica. Pero en ella se dejaba sentir la soledad, por muchos amigos que se tuvieran. En West Bend tenía a su familia y amistades de toda una vida. Charlotte era una ciudad suficientemente grande para disponer de un trabajo desafiante, como a ella le gustaba. Y además, podría estar muy cerca de su casa. Una vez tomada la decisión, Paula pasó el resto de la mañana trabajando en el curriculum. Por la tarde se fue al club de campo a nadar y a tomar el sol. Al volver a casa, estuvo pensando en cómo podría sorprender a un hombre tan cínico como Pedro.
Hacerse la misteriosa no funcionaría. Pedro la conocía desde que era una niña y sabía demasiadas cosas sobre ella.
Pero antes de echarse a dormir la siesta, se le ocurrió la idea perfecta. Sabía que lo sorprendería como no lo había sorprendido nadie desde hacía años.
Pedro estacionó el coche y apagó el motor alegrándose de estar por fin en casa. Estaba agotado. Los juicios le robaban cantidades de energía y la sesión de aquel día no había ido demasiado bien. A pesar de los años que llevaba en la profesión, todavía le sorprendía que los clientes lo mintieran. ¿Por qué no podían comprender que sus abogados podían atenderlos mucho mejor si conocían toda la verdad sobre su causa? Pedro odiaba descubrir datos sobre su propio cliente en el juicio, como le había ocurrido aquel día.
Como resultado, había tenido que abandonar el despacho más tarde de lo habitual, tras una larga reunión con el equipo de investigación. Normalmente, no le importaba trabajar hasta tarde, pero aquel día quería regresar pronto a casa.
Bajó del coche y miró la casa de sus vecinos. Las luces del piso de abajo estaban encendidas. Eso quería decir que Paula todavía estaba levantada. Durante una décima de segundo, vaciló, sin saber qué dirección tomar. Lo que de verdad le apetecía era acercarse a verla, averiguar qué había hecho a lo largo del día y compartir con ella sus propias frustraciones.
Rechazó al momento aquella urgencia, pero al llegar a su casa y encontrarla tan solitaria y silenciosa, decidió llamar a Paula, por si le apetecía hacerle compañía durante la cena. Tenía ganas de hablar con alguien de los acontecimientos del día. Pasaba demasiado tiempo solo.
Se acercó al teléfono. Y cuando Paula contestó, le sorprendió la inusitada oleada de júbilo que lo invadió. La voz de Paula era una voz dulce y femenina, sin ningún acento reconocible, posiblemente a causa de los muchos lugares en los que había vivido durante la infancia. Se encontró a sí mismo preguntándose si Paula habría disfrutado de su infancia de nómada. En ese momento le parecía extraño no habérselo preguntado nunca.
— Paula, soy Pedro.
—Hola Pedro, ¿ha ocurrido algo?
—¿Qué estás haciendo?
—Prepararme para ir a la cama, ¿por qué?
—¿No te parece un poco pronto para acostarte? —mientras hablaba, se desató el nudo de la corbata, se quitó la chaqueta y la arrojó al respaldo del sofá.
—Estoy de vacaciones, puedo hacer lo que quiera y cuando quiera.
—Pero todavía es pronto. ¿Por qué no te acercas a mi casa?
Al otro lado de la línea se hizo un silencio que se prolongó más de lo que Pedro esperaba.
—¿Que vaya a tu casa?
—Acabo de llegar, y me gustaría tener un poco de compañía.
—Acepta mi consejo, Pedro, trabajar hasta altas horas de la noche no sirve de nada. Yo también lo hacía, pero he descubierto que es mejor obligarse a participar en otro tipo de actividades que no tengan nada que ver con tu trabajo. Actividades a las que aferrarte en el caso de que ocurra algún imprevisto.
Pedro  sonrió. ¿Lo estaba regañando?
—¿Qué tipo de imprevisto?
—No sé, por ejemplo, podrías perder tu trabajo.
—Soy uno de los socios de la firma, es imposible que lo pierda. Además, siempre hacen falta abogados.

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