La excitación bullía en su interior. Estaba deseando ver la reacción de Pedro. Estaba deseando verlo a él.
La firma de abogados ocupaba la octava planta al completo. El ascensor la dejó en la zona de recepción. La joven recepcionista la recibió con una amistosa sonrisa. Paula le dijo que había quedado con Pedro y la mujer debía de estar informada, porque asintió de inmediato.
—Sí, está citada para hoy, pero debe de estar a punto de llegar de un juicio. Supongo que pronto terminará.
—No importa, en realidad he venido antes porque quiero darle una sorpresa. Y voy a necesitar tu ayuda —se inclinó hacia ella, miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la estaba escuchando y le puso al corriente de su plan. Al oírla reír, le preguntó—: ¿Entonces puedo contar contigo?
—¡Desde luego! No me perdería esto por nada del mundo. Aunque te advierto que es posible que explote.
—Creo que podré controlar a Pedro. Nos conocemos desde hace años.
La recepcionista le señaló la puerta de su despacho y esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
—Buena suerte. Si funciona, algún día intentaré algo parecido.
Paula se dirigió hacia el despacho de Pedro deseando que funcionara. Una vez allí, dejó la puerta entreabierta y mantuvo la mirada fija en el ascensor, mientras esperaba con impaciencia. A los pocos minutos, la puerta del ascensor se abrió y salió Pedro junto a otros dos abogados. Pedro les comentó algo y se dirigió hacia su despacho, sin prestar apenas atención a la recepcionista.
Paula esperó tras la puerta, con un pañuelo de seda en la mano. Pedro entró.
Y Paula le tapó los ojos con el pañuelo y lo anudó rápidamente.
—¿Qué demonios…? —empezó a decir Pedro, intentando quitarse el pañuelo.
—Las manos quietas, señor —dijo Paula, intentando transformar su voz. Temiendo que la risa la traicionara, tomó aire—. Esto es un secuestro.
Pedro dudó, dejó caer las manos y se volvió hacia ella.
—¿Un secuestro?
—Aja. Y no me obligue a utilizar la violencia.
—¿Violencia? Mmm, esto es fascinante.
Paula se acercó a él, para reforzar el nudo del pañuelo y Pedro aprovechó para abrazarla y estrecharla contra él.
—Esto está teniendo un desarrollo interesante —murmuró suavemente.
—¿Inesperado quizá? —preguntó Paula, consciente de los fuertes y duros músculos de Pedro contra su cuerpo.
—Desde luego. Y tengo que reconocer que jamás me habían secuestrado.
—Siempre hay una primera vez —contestó ella, sabiendo que debería apartarse de él, pero fascinada por las sensaciones que en ella estaba despertando.
Y entonces fue Pedro el que la sorprendió con un beso.
—¿Es éste el rescate que tengo que pagar? —preguntó Pedro.
Paula apenas podía pensar, y mucho menos formular una frase con sentido.
—¿Qué?
—¿Mi liberación depende de un beso?
—No. ¿A qué hora tienes que volver a los juzgados?
—A las dos.
Paula lo empujó suavemente y se alejó de él en cuanto Pedro la soltó. Le tomó una mano y dijo, olvidándose prácticamente de disimular su voz:
—Compórtate adecuadamente y estarás allí a la hora debida.
—¿Y si no?
—Yo que tú procuraría no tener que averiguarlo.
Abrió la puerta y lo condujo hacia fuera. La recepcionista tuvo que taparse la boca para ocultar su risa mientras miraba a Paula llevando a Pedro hasta el ascensor. Pedro miró a su alrededor. No había demasiada gente, pero no hubo una sola persona de las que allí estaba que no se detuviera para contemplar sonriente la escena.
Afortunadamente, en el ascensor sólo bajaban dos ejecutivos más, pero Paula se llevó un dedo a los labios para indicarles que se mantuvieran en silencio y ninguno de ellos dijo nada. Paula agarraba con fuerza la mano de Pedro, esperando que no se enfadara.
—Vamos —lo urgió cuando el ascensor llegó a la planta baja. Intentando evitar miradas y risas, llevó a su cautivo a través del vestíbulo del edifico hasta alcanzar la acera. Salió dando gracias al cielo por haber podido aparcar el coche cerca de allí, porque los pocos minutos que tardaron en llegar hasta él le parecieron interminables.
—¿Tengo derecho a preguntar a dónde vamos? —preguntó Pedro, cuando estuvo instalado en el asiento del coche.
—Ya lo verás.
—¿Entonces en algún momento voy a poder quitarme el pañuelo de los ojos?
—Yo te lo quitaré.
—Te estás olvidando de cambiar la voz.
—¿Entonces ya sabes quién soy?
—Lo he sabido desde el primer momento.
Bueno, por lo menos eso quería decir que no besaba a cualquier mujer que decidiera secuestrarlo. Paula se pasó la lengua por los labios, disfrutando nuevamente del sabor de Pedro.
—¿Y cómo lo has sabido?
—La próxima vez, procura cambiar de perfume.
Paula no contestó. Se limitó a seguir conduciendo hasta el parque en el que iban a comer. Era un parque enorme, con una zona infantil y varios kilómetros de césped. Estacionó el coche, sacó la cesta con la comida y ayudó a salir a Pedro. Cuando estuvo fuera, le tendió la cesta.
—Toma, puedes llevarla tú —se la colocó en la mano libre y lo condujo hasta el lugar que consideró más adecuado—. Ahora ya puedes quitarte el pañuelo —le dijo.
—Creía que eras tú la que tenía que hacerlo.
Mirándolo con cierto recelo, Paula se acercó a él y le quitó el pañuelo. Pedro no se movió, pestañeó varias veces y fijó la mirada en ella.
—He pensado que podíamos comer al aire libre —comentó Paula, señalando a su alrededor e intentando adivinar cómo se sentía Pedro.
—Y supongo que una simple invitación te habría parecido demasiado vulgar.
Paula se encogió de hombros, aliviada al ver que no estaba enfadado.
—¿No crees que esto es mucho más excitante?
Pedro asintió lentamente, sin apartar la mirada de Paula.
—Jamás me habían secuestrado antes. ¿Tú lo has hecho más veces?
Aliviada, Paula comenzó a extender la manta en el suelo.
—No, ésta ha sido la primera vez. Pero si la cosa sale bien, podría volver a intentarlo.
Pedro colocó la cesta al borde de la manta y se quitó la chaqueta antes de sentarse.
Paula se arrodilló frente a él, acercó la cesta y comenzó a buscar en su interior.
La cesta, propiedad de su tía, era increíble: había en ella cubertería de plata, platos de porcelana china y copas de cristal. Paula sacó los recipientes con la comida y los abrió. Tras asegurarse de que había sacado todo lo que quería, miró a Pedro.
—¿Ésta es tu idea de una comida en el campo? —preguntó Pedro, sorprendido por aquel despliegue de lujo.
Paula asintió, deseando que le gustara.
—Estás llena de sorpresas, Paula Chaves.
—¿Y eso es bueno?
—Por lo menos hoy, es fantástico.
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