No era justo, pensó Paula mientras dejaba que su mirada vagara sobre él. Los años deberían haber dejado alguna huella en Pedro. Al fin y al cabo, estaba ya cerca de los cuarenta…
Suspiró, demasiado cansada hasta para devolverle una sonrisa coqueta. ¿Cuál era el problema? Paula no tenía problema alguno en reconocer causas perdidas… por lo menos últimamente. Pedro la había ignorado durante la mayor parte de su vida. Hacía mucho que había renunciado a albergar ninguna esperanza sobre una posible relación con él. Pedro era una meta inalcanzable. Y ella estaba muy cansada.
—¿Vienes de vacaciones? —preguntó Pedro.
—Sí.
—Pareces necesitarlo, tienes un aspecto terrible.
—Caramba, gracias, Pedro. A nadie le viene mal un halago. Espero que no se me suba a la cabeza.
—Yo siempre me atengo a los hechos.
—¡Ja! Siempre y cuando le convengan al cliente al que estás defendiendo. En caso contrario, eres capaz de cambiarlos según convenga a tus necesidades —replicó Paula.
—Sea lo que sea, funciona. Y yo jamás altero los hechos, simplemente sugiero formas diferentes de contemplarlos.
—Lo que a mí de verdad me funciona, es una cama. Adiós, Pedro, supongo que nos veremos —giró sobre sus talones y se dirigió hacia la casa.
—¿Cuánto piensas quedarte? —le preguntó Pedro.
Paula se encogió de hombros y continuó caminando. Estaba demasiado cansada para bromear con él. Quizá si durmiera durante una semana entera, se sintiera mejor.
El aire acondicionado mantenía la casa fresca. Sonriendo, Paula entró en el vestíbulo y subió hasta el segundo piso. Eran las siete de una maravillosa tarde de primavera. Demasiado cansada para pensar, fue directamente a la habitación que siempre había sido suya, se desnudó y se metió en la cama, agradeciendo que alguien la hubiera dejado preparada. Seguramente habrían sido su tía Silvia o Leticia, su prima.
El trabajo la había dejado exhausta. Ella siempre se había burlado de aquella posibilidad, pero había tenido que rendirse a la evidencia. Si hubiera tenido un poco más de cerebro, habría prestado atención a los síntomas, pero estaba demasiado ocupada intentando demostrarle al mundo que era invencible. Y al final había caído rendida.
Al día siguiente, comenzaría a hacer planes para el futuro. Pero no aquella noche. El viaje había sido largo y tan cansado que ni siquiera la perspectiva de volver a ver a Pedro podía mantenerla despierta.
En cuestión de segundos, se quedó profundamente dormida.
—Buenos días, dormilona —la despertó una voz familiar a la mañana siguiente. Abrió un ojo y frunció el ceño al ver a su prima en el marco de la puerta. Leticia siempre se levantaba de buen humor, cualidad que desgraciadamente Paula no compartía.
—Vete —metió la cabeza debajo de la almohada y cerró nuevamente los ojos mientras Leticia entraba en la habitación. Oyó el suave tintineo de la porcelana e, incluso bajo la almohada, distinguió el maravilloso aroma a café recién hecho.
Lentamente, apartó la almohada y asomó la cabeza por entre las sábanas.
—Podría perdonarte si trajeras café —gruñó.
Leticia se sentó en el borde de la cama y sonrió.
—¿Cuándo has llegado? Esperaba que me llamaras. Si no me hubiera pasado ayer por aquí, ni siquiera me habría enterado de que ya habías llegado.
—Ayer estaba demasiado cansada para hacer otra cosa que dormir. ¿No te parece demasiado pronto para una visita? — Paula renunció a la idea de volver a dormirse, se sentó en la cama y tomó la taza de café que su prima le había llevado.
—He estado esperando hasta las diez para despertarte.
—¿Son más de las diez? — Paula sacudió la cabeza y se llevó la taza a los labios—. Humm. Todo perdonado, está delicioso.
Leticia sonrió con petulancia.
Paula miró a su prima e intentó odiarla. Siempre había sido hermosa y siempre lo sería. Tenía un pelo oscuro y brillante que Paula, que aborrecía su pelo tristemente castaño, siempre había envidiado. Y mientras Leticia estaba magnífica sin una sola gota de maquillaje, Paula estaba perdida si no se ponía al menos un poco de rímel.
—¿Estás bien? —le preguntó Leticia.
—Sólo estaba haciendo un inventario. ¿Por qué tienes que ser tan condenadamente guapa y yo tengo que conformarme con este aspecto tan vulgar?
Leticia soltó una carcajada.
— Paula, eres muy guapa, pero no dedicas ningún tiempo a sacarte partido. Mira tus ojos por ejemplo, son preciosos. Y bastaría un poco de maquillaje para que se convirtieran en lo más llamativo de tu cara.
—Sí, lo sé, la historia de siempre. Quizá me dedique a aprender algo de maquillaje durante este viaje. También podemos ir de compras. Por cierto, ¿qué haces aquí a esta hora? ¿No tienes trabajo?
—Claro que tengo trabajo. Pero he pedido el día libre. Cuando pasé ayer por la noche por aquí, Pedro me dijo que habías venido y subí a verte, pero estabas completamente dormida. ¿Fue muy duro el viaje?
—Digamos que la distancia entre Nueva York y West Bend es considerable.
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