martes, 28 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 18

—Sí, supongo que sí.
Pedro se apoyó contra la pared y se volvió hacia la ventana para mirar la casa de su vecina. ¿Dónde estaría Paula?
—¿Qué has hecho hoy? —le preguntó. Si no iba a poder verla, por lo menos hablarían por teléfono. Todavía no se sentía preparado para colgar el teléfono y enfrentarse a otra velada en solitario.
—¿Me has llamado para someterme a un interrogatorio?
—Te he llamado para invitarte a venir a mi casa. Pero te has negado porque dices que estás ya a punto de meterte en la cama. ¿Qué llevas puesto? ¿Un camisón de seda?
— Pedro, cariño —replicó Paula  con voz grave y seductora—, me parece increíble que me preguntes que llevo puesto. ¿Qué ocurriría si te dijera que nada en absoluto? Hoy ha hecho tanto calor que me resultaba insoportable ponerme nada encima. Me gusta sentir la brisa fresca sobre mi piel desnuda.
Pedro  podía imaginársela sin ningún problema… salvo el problema que evidentemente aquella imagen provocaba en él.
Se oyó la suave risa de Paula flotando al otro lado del teléfono.
—Adiós, Pedro—y colgó el teléfono.
Debatiéndose entre la frustración y la risa, Pedro  también colgó el auricular. Paula era sorprendente. Jamás habría esperado algo así de ella. Tenía que admitir que esperaba que corriera a su casa en cuanto oyera la invitación. Aunque debería conocerla mejor. No había nada en ella que recordara a la adolescente que era en el pasado. No era ningún juego: había cambiado desde la última vez que la había visto. Y tenía una gran curiosidad por conocer qué otros aspectos de su personalidad habría mantenido ocultos durante todos esos años. Le entraban ganas de acercarse a su casa y entrar sin llamar, aunque sólo fuera para confirmar si realmente estaba desnuda.
Volvió a marcar su número de teléfono.
—¿Diga?
— Paula, puedes encontrarte con muchos problemas tentando de esa forma a la gente.
Paula rió. Y Pedro sintió vibrar su risa en cada una de sus terminales nerviosas.
—No te lo esperabas, ¿eh?
—En absoluto. ¿Qué pasa? ¿Que cuando te metes en la cama te dedicas a pensar en salidas como ésa?
—Casi… Ésta se me ha ocurrido en la piscina.
—¿Y tienes más trucos guardados en la manga?
—Pero Pedro, ¿no me has oído? No llevo ningún tipo de manga, estoy…
—Estás jugando con fuego. Y como sigas así, tendré que ir a comprobar qué llevas exactamente encima. O tendrás que venir tú aquí.
—Gracias por la invitación, pero de verdad quería acostarme temprano. ¿Por qué has llegado tan tarde?
—Tenía trabajo que poner al día y no podía dejarlo para mañana. Tengo que estar a las nueve en los juzgados. Paula, ¿también te acostabas tan pronto en Nueva York?
—Claro que no. Pero si lo hubiera hecho, no habría terminado tan agotada.
—Háblame de tu vida en Nueva York.
—¿Por qué?
—Ayer por la noche tú me sometiste a un tercer grado. Ahora me toca a mí.
—No seas exagerado, sólo te hice un par de preguntas.
—Y yo te acabo de hacer una. Háblame de Nueva York.
Paula dudó al principio, pero pronto comenzó a ofrecerle breves bosquejos de su apartamento, su trabajo y sus amigos. Guardó un discreto silencio sobre su vida sentimental, y, por alguna razón, Pedro tampoco quiso preguntarle por ella. Se limitó a escucharla, intentando hacerse una idea de la ajetreada vida que había llevado durante todos esos años.
Cuando reconoció el nombre de algunas de las marcas para las que había trabajado en publicidad, se quedó asombrado. No sabía que el trabajo que Paula había realizado fuera tan importante.
—Bueno, y ése es el resumen de mi vida —concluyó Paula —. Por cierto, hoy he visto a los Bandeley.
—¿Y ellos qué tienen que ver con Nueva York?
—Nada, pero estoy intentando cambiar de tema. Siguen siendo una pareja feliz, ¿verdad?
—Al menos por ahora.
—Es increíble, ¿eh? Otra pareja feliz. Y yo creo que son mayores que mis tíos.
—¿A dónde quieres llegar?
—A ninguna parte, sólo quería señalarte la existencia de otra pareja feliz. Bueno, buenas noches, Pedro, me voy a la cama.
Pedro colgó el teléfono, intrigado por el motivo que le habría llevado a Paula a hablar de sus vecinos. ¿Continuaría secretamente enamorada de él? Desde luego, no había hecho nada que lo indicara. No se había arrojado a sus brazos, como en otras de sus visitas, ni había coqueteado con él… A no ser que considerara las respuestas a sus besos. Pero aquélla no era la primera vez que sacaba el tema de las parejas felices. ¿A qué estaría jugando? Pedro erigió nuevamente sus viejas defensas.
Si Paula pensaba que iba a poder convencerlo para que cambiara de opinión respecto al matrimonio, no lo conocía en absoluto.
Paula preparó un plan para sorprenderlo con la misma precisión que un general habría planificado una batalla. Intentaba anticipar las posibles respuestas de Pedro, pero sin dejarse impresionar por ellas. Esperaba poder llevar adelante su plan. Sería divertido y le demostraría a Pedro Alfonso que no podía dar por sentadas sus opiniones sobre ninguna mujer. Pero si no funcionaba, tampoco lo consideraría un drama.
El jueves por la mañana, se puso otro de los vestidos de verano que se había comprado. En aquella ocasión un vestido de tirantes de color amarillo que además de realzar su figura, le permitía mostrar el suave bronceado adquirido por su piel.
No había vuelto a hablar con Pedro desde su conversación nocturna. La noche anterior, había dejado el teléfono descolgado. Necesitaba planear a conciencia su jugada, y no quería que nadie la interrumpiera.
Condujo hasta Charlotte y encontró un espacio para aparcar muy cerca del edificio en el que Pedro trabajaba. Aquello era una señal, pensó complacida. Tomó su bolso y se aseguró por última vez de que todo estuviera en su lugar. Tomó aire, salió del coche y entró en aquel moderno edificio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario