jueves, 23 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 10

El pelo se lo habían cortado a la altura de los hombros y se lo habían peinado dejando que conservara su caída natural. Enmarcaba su rostro y le daba un aspecto que casi podría describirse como sexy. Siguiendo el consejo de Leticia, utilizó un maquillaje que realzara sus ojos, y estaba satisfecha con los resultados.
—Hola, Gabriel—saludó a su amigo, un hombre alto, rubio y considerablemente guapo, por el que, sin embargo, jamás se había sentido atraído.
Gabriel no había tenido tiempo de contestar a su saludo cuando apareció Pedro por la acera en la que Gabriel había estacionado su coche. Escrutó a Paula con la mirada de la cabeza a los pies.
— Paula—la saludó sin mostrar ningún tipo de emoción.
—Hola, Pedro— Paula se sentía culpable como una niña a la que hubieran atrapado robando una galleta. Tragó saliva, intentando tranquilizarse. No tenía por qué sentirse culpable por nada. Tenía derecho a salir con quién quisiera. De hecho, si pensaba en el diario de Norma, era hasta una estrategia adecuada. Pedro iba a verla salir con otro. Iba a demostrarle que aunque él nunca la hubiera deseado, otros hombres lo hacían.
—¿Qué tal Pedro? ¿Cómo va todo? —lo saludó Gabriel, tendiéndole la mano.
—No puedo quejarme, ¿y tú, cómo estás?
—Las cosas no podían irme mejor. El negocio va tan bien que estoy empezando a pensar en contratar a alguien que pueda ayudarme —Gabriel ayudaba a su padre en la ferretería desde que era niño y desde que había terminado los estudios, dirigía él mismo el negocio.
—¿Van a salir? —preguntó Pedro, sin apartar la mirada de Paula.
Paula asintió y se acercó a Gabriel sonriente.
Gabriel le abrió la puerta del coche y contestó por ella.
—Sí, quiero que Paula conozca el nuevo restaurante que han abierto.
—Que se diviertan.
—Adiós —dijo Paula, consciente de la mirada de Pedro  mientras se montaba en el coche. En cuanto se sintió a salvo de su mirada, suspiró y se volvió hacia Gabriel dispuesta a prestarle toda su atención y a sacar, aunque sólo fuera durante aquella noche, a Pedro Alfonso de su cabeza.
Cuando se fue a la cama horas después, estaba agotada. Tomó el diario y lo abrió, preguntándose si sería capaz de mantener los ojos abiertos. La noche había sido interminable. Gabriel había dejado de ser un joven con el que compartía diversiones e inquietudes para transformarse en un hombre incapaz de hablar de otra cosa que no fuera su negocio.
Sonó el teléfono.
Y Paula se olvidó inmediatamente de su cansancio. Las llamadas en medio de la noche normalmente significaban problemas. Saltó de la cama y corrió hasta el teléfono del pasillo.
—¿Diga? —preguntó casi sin respiración.
—¿Has disfrutado de la cena?
—¿Pedro? ¿Sabes que son cerca de las doce?
—Sí, y acabas de llegar a casa. Parece que la cena se ha prolongado bastante. ¿Qué tal has cenado?
—¿Cómo sabes que acabo de llegar a casa? ¿Te dedicas a espiarme?
—Claro que no. He visto el coche de Gabriel, eso es todo. ¿Te has divertido, Paula?
—Sí, me he divertido —contestó desafiante.
—Me ha gustado el vestido que te has puesto. Creo que no te había visto nunca con vestido.
Paula sonrió ante el cumplido.
—Claro que me has visto. A la iglesia siempre iba con vestido.
—Pero eso fue hace años, y, por lo que yo recuerdo, no eran tan delicados y femeninos como el de hoy, sino más bien serios e intimidantes.
—Eso fue hace mucho tiempo, Pedro.
 —Así que ahora tienes el armario lleno de vestidos de volantes. Me sorprendes, Paula.
—Me gustan los vestidos muy femeninos —contestó ella lentamente, alegrándose de haber leído el pasaje del diario de Norma que la había animado a salir de compras.
—No, si no me quejo, cariño. En absoluto. Te sentaba muy bien.
¿Cariño? Paula contuvo la respiración. Era la primera vez que la llamaba cariño.
—¿Has cambiado de opinión sobre lo de que nos veamos mañana?
—Todavía no estoy segura —contestó, siguiendo una vez más el consejo de su bisabuela.
—¿Por qué?
—Tengo que asegurarme de que no tengo otras cosas que hacer.
—¿Como cuáles?
—No estoy en el banquillo de los acusados, Pedro. Deja de interrogarme.
Pedro se echó a reír.
—Lo único que pretendo es convencerte para que salgas conmigo mañana. Podemos ir al río y cenar después en el club de campo. Hay baile en la terraza y ofrecen un buffet que merece la pena probar.
—Humm. De acuerdo, me has convencido. Si puedo cambiar de planes, iré.
—Ya era hora de que me dijeras que sí. No me gustaría tener que volver a sentarte en el banquillo de los acusados.
—Sólo porque haya tenido cosas que hacer…
—Nada tan importante como pasar una tarde conmigo.
—¡Ja! —tan arrogante como siempre, pensó.
—Bueno, y ahora vete a la cama. Ya llevas dos noches acostándote tarde. Yo creía que habías regresado muy cansada de Nueva York.

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