martes, 21 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 6

El reloj de pared dio las nueve cuando Paula se fue a la cama. Sintiéndose todavía cansada y un poco apática, decidió acostarse pronto. El día que había pasado con Leticia había conseguido levantarle un poco el ánimo y parte de su entusiasmo retornó al ver el diario de la bisabuela en la mesilla. En cuanto estuvo bajo las sábanas lo tomó y comenzó a hojearlo. A los pocos segundos, estaba completamente enfrascada en la lectura. Su bisabuela había retratado cada detalle de su vida. Las descripciones eran cautivadoras y Paula se sentía como si estuviera conociendo personalmente a sus antepasados.
Pero de pronto, el tono cambiaba. Norma había escrito:

"Cumplir dieciocho años es todo un hito. Pronto tendré que encontrar un marido y formar una familia. Patricia Blaine ya se ha comprometido y sólo tiene diecisiete años. Sé que mi futuro marido está ahí fuera, pero tengo que encontrarlo. Les he preguntado a mis tías y a mi madre cómo se hace, esperando descubrir la mejor manera de encontrarlo. Ellas me han dado consejos, algunos contradictorios y otros demasiado anticuados. Pero a partir de todo lo que he oído, he decidido idear una receta para encontrar la pareja perfecta."

—Vaya, Norma, espero que la receta sea buena. Así podré usarla yo. Si crees que a los dieciocho años se es vieja, ¿qué dirías si supieras que tengo veintinueve y todavía no estoy casada? Y no veo a ningún hombre en el horizonte — Paula pasó la página.

"Lo primero es recordar que a los hombres les gustan los desafíos, hay que asegurarse de no ir demasiado rápido. Una mirada de vez en cuando en su dirección puede ser aceptable. Y tener cuidado con la tentación, que puede llegar a ser muy fuerte. Jamás deberías ser tan audaz como para ser la primera en dirigirte a un hombre ni mostrar con tu conducta que estás interesada en él. Él necesita sentir que es el cazador, como dice tía Teresa. Aunque la mayor parte de los hombres de aquí no han cazado en su vida, supongo que debe de ser un vestigio del tiempo de los pioneros, cuando la caza era tan necesaria para sobrevivir. Así que tendré que fingir que soy la presa y dejo que el hombre me atrape. Mostrar interés en alguna ocasión también puede funcionar. Me pregunto si Fernando se habrá fijado en mí. Quizá pase el domingo en la iglesia por delante de él para comprobarlo. ¿Funcionará?"

Paula pasó rápidamente las páginas siguientes hasta llegar a la narración de lo ocurrido el domingo. Estaba ansiosa por comprobar el resultado de la primera receta. No había conocido a su bisabuelo y no recordaba su nombre. ¿Habría conseguido atrapar a Fernando  gracias a la receta?

"Fernando me habló al salir de la iglesia. Yo no me quedé con él. Le dije que tenía que ayudar a mi madre a preparar la comida. No fui seca, pero continué caminando con aire distraído. Tuve que contenerme para no echarme a reír. Ha sido la primera vez que me presta atención. Quizá la tía Clara tenga razón. Tengo que dejar que me persiga. La clave está en no moverme mucho más rápido que él, para que pueda alcanzarme".

Paula rió suavemente. Cuánto habían cambiado las cosas… Pero de pronto se descubrió recordando que Pedro había ido tras ella al ver que no hacía ningún esfuerzo por hablar con él. Por un instante, Paula se quedó con la mirada perdida, reconstruyendo su encuentro con Pedro. Ella estaba demasiado cansada para tener ganas de hablar. Y aunque Pedro había seguido hablando, había continuado caminando hacia la casa. Era la primera vez que le había hecho algo así a Pedro.
Y, por vez primera desde que lo conocía, Pedro la había seguido. Incluso la había llamado para invitarla a salir. Ella le había dicho que no. Y allí debería haber terminado todo, pero en ese momento comenzaba a dudarlo.
¿Habría algo de verdad en la receta de Norma? Quizá pudiera averiguar lo que sucedía si la aplicaba con rigor.
Por un momento, deseó poder asomarse al futuro. Le encantaría saber si era capaz de hacer cambiar a un hombre como Pedro, que apenas había reparado en su existencia durante dieciséis años, mediante la vieja receta de su bisabuela.
Cuando Paula se despertó a la mañana siguiente, se sentía descansada por primera vez desde hacía meses. Mientras se vestía, contempló sonriente el diario que descansaba en la mesilla. Qué tonta había sido la noche anterior. Como si siguiendo la receta de Norma pudiera asegurarse un matrimonio feliz con el hombre de sus sueños. Debía de estar más cansada de lo que pensaba. Pensar que ignorando a Pedro podía interesarse en ella. ¡Ja! Qué tontería.
Cuando bajó a prepararse el desayuno ya era bastante tarde, pero por primera vez desde hacía mucho tiempo se sentía descansada y dispuesta a cualquier cosa. Quizá comenzara a arreglar el jardín.
Y a ello se dedicó durante todo el día. Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes. Al medio día, tuvo que ponerse una camisa de manga corta para proteger sus hombros del sol. No quería quemarse, pero se sentía maravillosamente haciendo un trabajo físico bajo el sol.
A media tarde ya había terminado y el jardín parecía haber sido arreglado por un jardinero profesional. Satisfecha con su trabajo, se preparó una limonada y salió a tomársela al jardín, sentada en una mecedora bajo un viejo roble. Se estaba maravillosamente a la sombra. Todavía tenía que ducharse y arreglarse para ir con Leticia y Matías a cenar a un restaurante local, pero se merecía un descanso después de todo lo que había trabajado.
Cuando dos minutos después vio el coche de Pedro, recordó inmediatamente todos los consejos del diario. Dio un sorbo a su limonada, preguntándose si se atrevería a ignorar a aquel hombre. Por lo que ella sabía, Pedro no había andado detrás de nadie desde que había estado en la universidad. ¿Sería ella capaz de despertar su interés?
Pedro salió del coche, maletín en mano y nada más verla la saludó con una sonrisa.
—Si piensas quedarte ahí un rato, ahora mismo me cambio y voy a reunirme contigo —le gritó.
A Paula le dió un vuelco el corazón. Asintió en silencio y se reclinó en la mecedora, mirando hacia el cielo. Intentaba recordar todo lo que Norma había escrito en su diario. Sentía un revoloteo en el estómago. Pero era normal, se dijo. No iba a negar a esas alturas que había estado enamorada de Pedro Alfonso y que probablemente siempre sentiría algo por él. Decirse que no quería tener nada que ver con él era mentirse. Pero tampoco podía dejarse atrapar por una fantasía imposible; era absurdo imaginar que podían llegar a enamorarse y ser felices juntos.
Aunque no le haría ningún daño comprobar hasta dónde llegaba su reciente interés por ella.

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