—No tenías que haber hecho el viaje en un sólo día. Te habría resultado más fácil si lo hubieras dividido en dos etapas.
—Tenía ganas de estar en casa —contestó Paula suavemente.
—Me lo imagino. ¿Cómo te encuentras, Paula? Supongo que no ha sido fácil renunciar a tu trabajo.
—En realidad no he renunciado. Desde que vendieron la empresa, era sólo cuestión de tiempo que la mayor parte de nosotros perdiéramos nuestro trabajo.
—Pero tú trabajabas muchísimo.
—Exacto. Una tontería por mi parte. Debería haberme dado cuenta de que hiciera lo que hiciera, los nuevos propietarios tenían sus propios planes. De modo que todo el estrés de los últimos meses no me ha servido de nada. Y ahora estoy tan cansada que ni siquiera puedo pensar. Me encontré de pronto con tanto tiempo disponible que apenas sabía que hacer con él y decidí aceptar la oferta de tu madre y venir a descansar un tiempo. La empresa fue generosa con los despedidos, así que no tengo problemas económicos. Y en cuanto haya recuperado las fuerzas, empezaré a planear el futuro. Quizá consiga trabajo en Charlotte. O regrese a Nueva York, allí tengo muchos amigos.
—También los tienes aquí. Y familia —le recordó Leticia.
—Sí, claro —reconoció Paula.
—Oh, hablando de familia, ¡averigua lo que me he encontrado! Espera un minuto —Leticia se levantó y salió corriendo de la habitación.
Paula terminó el café pensando en que no sólo envidiaba a su prima por su belleza, sino también por su energía. Odiaba el letargo que parecía haber invadido cada célula de su cuerpo.
Pero se recuperaría, se prometió. Sólo era cuestión de tiempo. Y saber que no tenía nada que hacer en todo el día, salvo trabajar en el jardín o tumbarse bajo el sol, le resultaba lo más cercano a la gloria que había sentido desde hacía años. Además, se sentía bien en casa.
Sus padres iban a pasar aquel verano en el Egeo y durante los dos últimos años habían estado dando clases en la universidad de California. A lo largo de su vida, habían estado dando clases en diferentes universidades del país. Paula se preguntaba si sólo las personas que habían tenido una infancia nómada anhelaban con tanta fuerza como ella un hogar en el que echar raíces. A menudo, se sentía más cerca de su tía que de sus propios padres.
—Mira, me lo encontré cuando estaba limpiando el desván hace un par de meses con mi madre —Leticia le tendió un diario forrado en cuero—. Sólo lo he hojeado, pero lo que he leído es muy divertido.
Paula tomó el diario y acarició la cubierta.
—¿Qué es?
—Es el diario de la bisabuela Norma. Lo comenzó a escribir el día que cumplió dieciocho años. El diario se lo regaló su padre. Mi madre dice que cuenta el nacimiento del tío-abuelo Carlos. Tienes que leerlo. Viene hasta una receta para casarte con el hombre adecuado para un matrimonio perfecto.
—¿Una receta para atrapar a un hombre?
—Sí, es divertidísimo, estoy segura de que te va a gustar. ¿Te acuerdas de la bisabuela?
—Vagamente. Murió cuando yo tenía diez años. El primer año que vine aquí a pasar las vacaciones. ¿No era muy vieja?
—A nosotras nos lo parecía, pero porque éramos niñas. En realidad creo que murió a los setenta y siete años. Este diario es prácticamente una antigüedad.
—¿Cuánto llevas leído?
—Sólo las primeras páginas. Mi madre se lo pidió primero, y creo que lo terminó antes de irse. ¿Qué quieres hacer hoy? He pensado que podríamos ir a comer al club de campo. Hacen unas ensaladas maravillosas durante la semana y por la tarde podemos darnos un baño en la piscina —le quitó el diario a su prima, lo dejó en la mesilla y se levantó.
—Me parece estupendo —contestó Paula, alegrándose de que hubiera alguien que se hiciera cargo de ella.
—¿Sabes? Creo que estoy enamorada —dijo bruscamente Leticia.
—¿Otra vez? —su prima estaba enamorada de alguien cada vez que la veía. Y normalmente el enamoramiento le duraba uno o dos meses. Al igual que su vecino, parecía tener pánico a los compromisos. Y si su prima, que tenía veintinueve años, igual que ella, todavía no había encontrado al hombre adecuado, por supuesto, ella tampoco lo encontraría. Aunque tenía sus propias razones: utilizaba a Pedro como medida de todos los hombres con los que salía y, por supuesto, ninguno llegaba a su altura.
—¿Y quién es el afortunado en esta ocasión? —preguntó Paula mientras se levantaba y buscaba algo que ponerse hasta que sacara el resto del equipaje del coche.
—Un amigo de Pedro. Se llama Matías Bennet, es veterinario y acaba de llegar a la ciudad.
—¿Veterinario? Pero Leticia, si a tí no te gustan nada los animales.
—Los animales son cosa suya, yo no tengo nada que ver con ellos. Pero realmente me interesa como hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario