jueves, 30 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 22

—A veces son los otros los que pueden hacer algo inesperado —musitó. La tomó de la muñeca, obligándola a salir de la casa—. Ven —no tenía ni idea de a dónde quería que fuera. Sólo sabía que quería estar con aquella provocativa mujer, que quería pasar la hora mágica de la media noche con ella.
—Espera un minuto. Ni siquiera estoy vestida, no puedo ir así a ninguna parte.
—Relájate, Paula, sólo vas a venir a mi patio. Te he echado de menos después del juicio.
—Espera un minuto — Paula clavó los talones en el suelo, para obligarlo a detenerse, y lo miró fijamente—. ¿Haces cosas como ésta muy a menudo?
—Jamás lo había hecho antes.
—Hay cosas que nunca cambian —musitó Paula para sí.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro, inclinándose hacia ella y respirando su dulce fragancia.
—Quiero decir que no sé qué te propones.
—Quizá me haya vuelto adicto a los secuestros.
—Ya es demasiado tarde para ir de picnic.
—Pero no para disfrutar de un buen postre. La señora Mulfrethy ha hecho hoy tarta de manzana. Quiero invitarte a comer tarta con helado.
—¡Pero si son más de las once!
—No me parece muy tarde para una neoyorquina como tú.
—Pero quizá sí para un abogado serio y formal.
—Ah, ¿así es como me ves? —se acercó peligrosamente a ella, la rodeó con los brazos y le dio un beso largo y profundo.
Paula no se resistió y Pedro consideró su inmovilidad como una forma de aceptación. Saboreó sus labios y cuando Paula los entreabrió, hundió entre ellos su lengua.
A Paula comenzó todo a darle vueltas. El beso de Pedro encendió la llama de un intenso deseo que crecía libremente en su interior. Adoraba estrecharse contra él, adoraba las sensaciones que se agolpaban en su interior. No quería que aquel beso terminara. Podría pasar toda una eternidad en los brazos de Pedro.
Durante un instante de locura, se le ocurrió pensar que quizá Pedro también hubiera leído el diario de Norma. Desde luego, estaba actuando de una forma completamente inesperada, pero la pasión era demasiado intensa para perder el tiempo haciéndose preguntas extrañas. Ya tendría tiempo de hacérselas cuando tuviera capacidad para pensar coherentemente.
Al final, Pedro puso fin a su beso, le acarició suavemente la mejilla y le susurró al oído:
—Espérame aquí. Iré a buscar el postre y lo tomaremos en el patio.
Paula asintió en silencio. Cuando Pedro se alejó de ella, tras darle un rápido beso, Paula se balanceó ligeramente y se dejó caer de rodillas en la hierba, con la sensación de que no sabía absolutamente nada de Pedro.
Se veía participando de pronto en un juego que ella misma había comenzado y del que sin embargo desconocía las reglas. Lo único que en ese momento sabía era que jamás la habían besado como la había besado Pedro aquella noche.
Al comenzar a sentir frío, se levantó y se dirigió hacia el patio de Pedro. Se sentó en una de las tumbonas, intentando cubrirse las piernas con la camiseta. Era una noche cálida y todavía estaban encendidas las luces de muchas de las casas del vecindario. La luna, casi llena, iluminaba las calles.
—Tarta de manzana —anunció Pedro, y le tendió un plato y un tenedor.
Paula tomó su plato, probó la tarta y sonrió al sentir el sabor del azúcar y las manzanas en su boca.
—Mmm. Está deliciosa. La señora Mulfrethy sigue haciendo la mejor tarta de manzana que he comido en toda mi vida.
Pedro se sentó a su lado y, durante algunos minutos, disfrutaron del postre en silencio.
—Un penique por tus pensamientos —dijo por fin Pedro, dejando su plato vacío sobre las baldosas del patio.
—Estaba recordando los veranos que he pasado aquí, lo mucho que nos divertíamos cuando se hacía de noche jugando al escondite. Y las barbacoas de tío Arturo. Para mí eran algo mágico.
—A Arturo nunca le ha importado cocinar. Todavía prepara varias barbacoas a la semana durante el verano.
—Él y mi tía Silvia hacen una pareja perfecta, se complementan el uno al otro en muchas cosas. Mis padres son parecidos. Por supuesto, ambos están completamente absorbidos por la arqueología y la antropología, pero eso es algo que también los une.
—Vuelves a hacerlo otra vez.
—¿El qué?
—Hablar de parejas que llevan muchos años casadas.
—Oh — Paula no pretendía ser tan explícita—. A lo mejor estoy intentando que dejes de pensar en el matrimonio como una institución caduca. El otro día estuve pensando en ello, y creo que tus padres son la única pareja separada que conozco. Los padres de todos mis amigos siguen casados, y mis tíos, y…
—Quizá sean una excepción.
—O quizá lo sean tus padres. ¿Nunca has pensado en ello?
Al ver que Pedro se quedaba completamente callado, Paula deseó haberse mordido la lengua.
—¿Por qué haces eso? —preguntó Pedro al cabo de unos minutos.
—¿El qué? ¿Sacar temas de conversación que te resultan incómodos?
—No, quedarte callada. La Paula que yo conocía estaba parloteando constantemente.
—La Paula que tú conocías era demasiado joven. He crecido, Pedro.
—Y has tenido otras experiencias vitales. ¿Qué tal te fueron las cosas en Nueva York?
—Ya te lo conté la otra noche.
—No me contaste demasiadas cosas. Me comentaste algo de tu trabajo, de los amigos que has dejado allí, pero, por ejemplo, no me has contado nada de hombres. ¿Salías con muchos?
Una vez terminada la tarta, Paula dejó el plato en el suelo y se reclinó en la tumbona, consciente de su mirada escrutadora de Pedro y de que no llevaba absolutamente nada debajo de la camiseta, salvo las bragas. Pero era tal la oscuridad que dudaba de que Pedro fuera capaz de ver nada. Y además, era divertido hablar con él de los años pasados. Aunque eso no significaba que quisiera hablarle de su vida sentimental. De hecho, decidió que había llegado el momento de cambiar hábilmente de tema.
—Me ha gustado mucho verte hoy en los juzgados. Estabas formidable. Te has convertido en un gran abogado.
—Gracias a años de experiencia y algunos fracasos. Pero todo cuesta algo.
—¿Y tú cuál has tenido que pagar por convertirte en un profesional?
Pedro pensó en ello durante algunos segundos.
—Convertirse en un buen abogado no deja tiempo para muchas otras cosas.
—¿Cómo para la vida social, por ejemplo?
—Por lo menos queda relegada a un segundo plano. Y, por cierto, has cambiado descaradamente de tema. ¿Cómo era tu vida social en Nueva York?
—No hay mucho que contar. Bueno, tengo que irme, Pedro. Se está haciendo tarde y está comenzando a refrescar.
Pedro se levantó y le tendió la mano, para ayudarla a levantarse. Paula dudó un instante, pero al final la aceptó.
—La próxima vez, seré yo el que te secuestre —susurró Pedro, haciéndola acercarse a él.
Paula se cruzó de brazos, intentando mantener la distancia, pero no pudo evitar la agradable sensación que la inundó mientras él la abrazaba. Lentamente, alzó la cabeza hasta encontrarse con su beso.
Segundos después, Pedro la soltó y musitó:
—Esto ha sido una locura de medianoche.

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