sábado, 25 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 15

—Sí, fue duro. Pero no quiero hablar de ello ahora —fijó la mirada en una de las parejas de la pista de baile y, por un instante, deseó sentirse tan feliz y despreocupada como parecía estarlo aquella mujer—. Parece que se divierten —comentó, sin mirar a Pedro.
—Si no quieres que pidamos ya el postre, podemos salir a bailar.
—Claro.
La música era lenta, la luz tenue y la brisa cálida. Pedro se acercó con ella hasta la pista, la rodeó con sus brazos y la estrechó contra su pecho antes de tomar su mano y comenzar a moverse al ritmo de la música. Paula le rodeó el cuello con los brazos y apoyó la frente contra su mejilla, disfrutando de la fragancia masculina de su loción. Se sentía femenina, joven y soñadora como una niña. ¿Cuántas veces, cuando era una adolescente, se había imaginado a sí misma bailando de aquella forma con Pedro?
Y cuando por fin se habían hecho sus sueños realidad ya era demasiado tarde. Sabía que no era hombre para ella. Había llegado ya el momento de olvidar sus deseos de la infancia y concentrarse en el futuro. Quizá la idea de Pedro no fuera tan mala y pudiera pasar algún tiempo con él hasta que se marchara. Sabiendo que no podía volver a enamorarse de él, su corazón no corría ningún peligro. Y además, estaba también el asunto de probar los ingredientes de la receta propuesta por Norma. Paula suspiró suavemente, intentando ignorar las sensaciones provocadas por la cercanía de Pedro.
Se mecían lentamente, sin hablar, limitándose a disfrutar de la melodía y de la noche. La canción terminó y comenzó otra. Y continuaron girando por la pista de baile, perfectamente sincronizados, como si no fuera aquélla la primera vez que bailaban. Paula sabía que jamás olvidaría aquella noche. Aquellas horas mágicas que parecían haberse olvidado del tiempo y del espacio. Y se sentía ligeramente triste. Hacía años, lo hubiera dado todo por poder bailar con él como aquella noche. Sin embargo, en ese momento, eran solamente dos desconocidos compartiendo una noche libre.
Cuando la orquesta hizo un descanso, Paula aprovechó para ir al baño. Mientras se peinaba, estudió su reflejo en el espejo. Tenía los ojos chispeantes por la emoción y el rubor que cubría sus mejillas no era sólo producto del sol de aquella tarde. El vestido continuaba pareciéndole perfecto, y al parecer, también se lo parecía a Pedro. De lo que no estaba muy segura era de si la admiración de Pedro, más que por su cambio de aspecto, no estaría motivada por el hecho de que hubiera dejado de adularlo.
Cinco minutos después, se reunió con él en la mesa.
—¿Quieres tomar postre? —preguntó Pedro.
—No, sólo café. Hace una noche maravillosa, ¿verdad?
—Demasiado calor, quizá.
Paula asintió y miró a su alrededor. La pista de baile estaba abarrotada. En cuanto la orquesta comenzó a tocar nuevamente, Pedro se levantó.
—¿Bailas? —preguntó.
—Sólo un par de canciones más. No me gustaría llegar tarde a casa.
—Claro, necesitas dormir si quieres escribir mañana tu curriculum —contestó Pedro con ironía.
—¿Tú no tienes que trabajar mañana?
—Sí, pero no necesito dormir mucho para sentirme descansado al día siguiente. Por cierto, Paula, si te apetece venir mañana a pasar el día a Charlotte, puedo invitarte a comer.
—Humm, ya veré —musitó.
Una vez en la pista de baile, Paula cedió al impulso de acurrucarse contra él. Probablemente era la única vez en su vida que tendría oportunidad de hacerlo.
Con una audacia extraña en ella, enredó los dedos en su pelo. Pedro la estrechó contra él hasta hacerle sentir la dureza de sus músculos y deslizó la mano lentamente por su espalda.
Paula prácticamente se deshacía entre sus brazos. Por un segundo, hasta se permitió considerar la posibilidad de poder seducir a Pedro. Si la receta de Norma realmente funcionaba, ¿podría conseguir que Pedro llegara a enamorarse de ella?
No, se contestó al instante. La armadura tras la que Pedro se resguardaba era impenetrable. Lo máximo que podía esperar era que le sirviera para averiguar si la receta de Norma podía llegar a funcionar. Y en cuanto se asegurara de que así era, comenzaría a buscar un hombre al que pudiera amar y que estuviera dispuesto a amarla a ella.
Quería compartir su vida con alguien y hacer un hueco en su vida profesional en el que pudiera caber una familia.
Pedro continuaba bailando con Paula, sorprendido por la intensidad del deseo que lo invadía. Normalmente, era inmune a las mujeres y se preguntaba por qué con Paula todo parecía ser diferente.
Paula le había comentado que no pensaba quedarse para siempre en West Bend, aunque todavía no sabía lo que iba a hacer en el futuro. Probablemente regresaría a Nueva York y no la vería durante varios años. Pero mientras estuviera allí, podía pasar más tiempo con ella y averiguar por qué lo fascinaba como no lo había hecho ninguna otra mujer.
Desde que la había visto salir del coche, se había sentido interesado en ella. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la había visto, y quizá echaba de menos su adoración. Cada vez lo intrigaba más aquella mujer. Continuaba siendo un misterio. Y él quería conocerla mejor… íntimamente. Alzó la cabeza. Ya era hora de que pusiera un límite a aquellos pensamientos. Su futuro ya estaba planificado y en él no había lugar para ninguna mujer. Y mucho menos para Paula.
Cuando la música terminó, Pedro salió con Paula  de la pista de baile.
—Ve a buscar el bolso, nos vamos ya.
—¿Tan pronto? —preguntó Paula en tono burlón.
—¿A qué estás jugando, Paula? —preguntó Pedro, mirándola con los ojos entrecerrados.
—No estoy jugando a nada. Si quieres que nos vayamos, nos iremos —contestó, intentando no mostrarse afectada por aquella brusca interrupción—. Voy a buscar el bolso.
Durante el trayecto a casa, Paula  permaneció en completo silencio, preguntándose por qué Pedro  habría decidido poner fin a la noche de manera tan cortante. Aquella noche habían estado muy cerca. Más cerca que en toda su vida. Hablando como amigos, y no como adversarios. Pero la puerta que Pedro parecía haber abierto se había cerrado de repente y Pedro había vuelto a convertirse en el hombre silencioso y distante que ella recordaba.
Suspirando resignada ante los caprichos de los hombres, se relajó en su asiento. Por lo menos ya no sufría por su frialdad, como cuando era niña. Se despediría tranquilamente de él y allí acabaría todo. A menos que Pedro cambiara de actitud, no creía que volviera a salir con él. Era tan impredecible… Quizá pudiera probar la receta con otro. Gabriel  la había invitado nuevamente a salir. Y también Javier Jordan. Podía probarla con cualquiera de los dos.

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