jueves, 30 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 24

—O puedes quedarte en tu casa. En cualquier caso, llámame —terminó diciendo, y colgó para no darse tiempo a decir ninguna otra estupidez.
Al mirar de nuevo por la ventana, vió que el coche de Pedro no estaba. Ya tendría tiempo de escuchar su mensaje cuando regresara, se dijo.
A las seis de la tarde, todavía no había vuelto a aparecer. Preguntándose si acudiría o no a la cena, Paula comenzó a hornear el pan. Preparó la ensalada y la metió en el refrigerador. Al fin y al cabo, aunque Pedro no apareciera, ella tendría que comer. Se asomó nuevamente a la ventana. ¿Dónde estaría Pedro?
Como a las siete de la tarde no había tenido todavía noticias suyas, dio por sentado que ya no iba a ir. Probablemente habría llamado a su casa para oír los mensajes que le habían dejado en el contestador a lo largo del día.
Paula suspiró suavemente y miró el pan que había metido en el horno. Se pondría pronto a cenar. Mientras el pan terminaba de hacerse, se puso a leer el diario de Norma en la cocina. Una llamada a la puerta la sobresaltó. Fue rápidamente a abrir y descubrió a Pedro en el porche.
—Siento llegar tarde —la saludó con una sonrisa.
—Ya no te esperaba —contestó Paula, pensando en lo atractivo que estaba.
Pedro la miró perplejo.
—Dijiste que la cena era a las siete. Me he retrasado quince minutos, pero no creo que vayas a castigarme por eso. ¿Puedo pasar?
Paula  asintió sonrojada y se apartó para que pudiera entrar.
—Mmm. ¡Qué bien huele! ¿Dónde están Leticia y Matías?
—Te he dejado un mensaje en el contestador. Leticia está enferma, así que no van a venir. Te he llamado para decírtelo, pero no te he encontrado.
—No he pasado por casa antes de venir. Y siento que Leticia esté enferma, ¿es algo grave?
—Sólo un catarro, aunque se encuentra fatal. Pero pensé que quizá no querrías venir, sabiendo que sólo iba a estar yo.
—Creo que a pesar de todo seremos capaces de cenar juntos, ¿no crees? —deslizó la mirada por sus hombros desnudos.
—Claro. ¿Quieres una copa de vino? — Paula se volvió, antes de que la traicionaran las rodillas. La mirada que Pedro le había dirigido podría haber derretido un bloque de hielo—. Había pensado que quizá fuera mejor cenar fuera cerca de las siete, pero como no venías, he retrasado el momento de meter el pan en el horno, así que tendremos que esperar. En seguida estará listo.
—Estupendo. Hoy ni siquiera he podido comer. He tenido una cita.
Así que por eso había llegado tarde. Por culpa de una cita. ¿Pero entonces por qué habría ido a cenar? ¿O habría quedado con otra mujer después de que Paula lo invitara? Estuvo a punto de gemir en voz alta. No debería haberlo invitado, se dijo. Y la inquietud que sentía no tenía nada que ver con el hecho de que Pedro hubiera estado con otra mujer. Podía ver a todas las mujeres que quisiera.
¿O no?, la desafió su conciencia.
—Podrías haber llamado, no hacía falta que vinieras —le dijo, intentando imprimir un tono de normalidad a su voz y se volvió hacia él con una copa de vino en la mano. Descubrió a Pedro hojeando el diario de su bisabuela—. ¡No, no leas eso! —corrió hacia él, le tendió la copa y le arrebató el diario. Lo último que quería era Pedro se diera cuenta de lo que había estado haciendo desde que había llegado a West Bend.
Pedro la miró con el ceño fruncido.
—¿Es una especie de diario? —preguntó.
—Sí. Lo encontraron Leticia y la tía Silvia limpiando el desván. Es de nuestra bisabuela. De la abuela de tía Silvia.
—¿Empezó a escribirlo de niña?
—No exactamente. En realidad lo comenzó el día que cumplió dieciocho años —dejó el diario encima del refrigerador—. La cena está lista. ¿Quieres que cenemos fuera?
Pocos minutos después estaban en el patio y Paula contemplaba con deleite a Pedro disfrutando de la cena. Ella, por otra parte, apenas comía. Se limitaba a mover la comida en el plato y a mordisquear algo muy de cuando en cuando.
—¿Te ocurre algo? —preguntó Pedro.
—No —esbozó una sonrisa radiante, sin atreverse a mirarlo a los ojos—. ¿Has pasado una tarde agradable? — Paula cerró los ojos disgustada. Lo último que le apetecía era conocer detalles sobre la cita de Pedro. ¿Cómo habría sido capaz de hacerle esa pregunta?
—¿Agradable? Me temo que no era ese tipo de cita.
—¿Qué tipo de cita?
—Una cita de la que es posible disfrutar.
—¿Qué tipo de cita has tenido entonces?
—Una cita de trabajo. ¿Qué pensabas? He tenido que ver a un detective privado para un caso en el que estoy trabajando —la miró divertido—. ¿Creías acaso que había tenido una apasionada cita con otra mujer antes de venir a cenar?
—Por supuesto que no —contestó, sintiendo cómo se sonrojaba, y decidió cambiar inmediatamente de tema—. Esta mañana te he visto cortando el césped. No sé por qué, pero pensaba que para ese tipo de tareas contratarías a un jardinero.
—Hace años, cuando mi padre me vendió la casa, tenía uno. Pero un día el hombre no pudo seguir viniendo y me puse a hacer yo el trabajo y descubrí que me gustaba. Cuando era pequeño, lo tomaba como una obligación, pero ahora que lo hago porque quiero, me gusta. Es increíble la satisfacción que te produce verlo todo arreglado.
—A mí me gusta la jardinería por la misma razón. Espero tener un balcón o algo parecido en mi nuevo apartamento, para al menos poder tener macetas. Y algún día me encantaría tener una antigua casa con un enorme jardín.
—¿Tu nuevo apartamento?
—Sí, quiero empezar a buscar trabajo en Charlotte, así que tendré que buscar algún lugar en el que vivir.
Pedro la miró pensativo.
—¿Y por qué no buscas casa en West Bend? No está lejos.
—Creo que me gustará más vivir en Charlotte.
—¿West Bend es demasiado tranquilo para tí?
Paula jugueteó con la comida en el plato mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas para explicar su postura.
—West Bend me parece un lugar maravilloso para vivir, para formar una familia —lo miró a los ojos—. Pero hasta que me case y comience mi vida familiar, preferiría vivir en un lugar en el que haya más actividad —y lejos de la tentación.
—¿Así que quieres atrapar a algún tipo? —preguntó un poco tenso.
—¿Atrapar? Yo no lo diría a sí. Pero me gustaría salir con alguien. No todo el mundo es como tú, Pedro. A mí me gustaría encontrar una pareja con la que compartir mi vida.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 23

Locura de medianoche. Paula asintió. Era una buena definición para lo que había ocurrido. Se volvió y, acompañada por Pedro, caminó rápidamente hacia casa de su tía, sintiendo que tanto sus pensamientos como sus emociones se desbocaban sin control. Pero no, no iba a enamorarse nuevamente de Pedro.
Aunque era muy difícil convencerse cuando su cuerpo todavía vibraba, cuando todavía podía sentir el sabor de su boca en los labios. Quizá Pedro hubiera cambiado. No, sacudió la cabeza, como si quisiera borrar aquella idea de su mente. Sería un milagro que un hombre de la edad de Pedro cambiara. Y ella ya no creía en los milagros.
Cuando llegaron a los escalones del porche, Pedro se detuvo para despedirse de ella.
—Buenas noches, Paula —dijo con voz grave.
—Buenas noches —subió los escalones y se detuvo en la puerta. Lo miró y dijo en un impulso—: El sábado por la noche voy a preparar jambalaya. Leticia y Matías van a venir a cenar. ¿Quieres venir tú también?
—¿A qué hora? —contestó Pedro de inmediato.
—A las siete —entró en la casa y cerró la puerta con firmeza tras ella, antes de darse tiempo a hacer una tontería, como por ejemplo, arrojarse en sus brazos. El orgullo le impidió asomarse a la ventana para verlo regresar a su casa. No debería volver a mostrar nunca tanto interés. Aunque no sabía lo que iba a pensar Pedro de ella tras haber visto cómo respondía a sus besos. Y, para colmo de males, no se le había ocurrido otra cosa que invitarlo a cenar a su casa.
Subió corriendo a su dormitorio. Pero dormir era casi una tarea imposible. La sangre corría a toda velocidad por sus venas y el corazón le latía completamente desbocado. Se acordaba constantemente del beso que había compartido, revivía el contacto de sus manos sobre su piel, de su boca moviéndose sobre la suya, de su lengua acariciante… Irritada consigo misma, se sentó en la cama y encendió la luz. Quizá leyendo el diario de la bisabuela consiguiera sacar a Pedro de su cabeza.


"Hoy estaba preparando la cena con mi madre cuando se ha vuelto hacia mí y me ha guiñado un ojo. El corazón de un hombre se conquista a través de su estómago, me ha dicho. Un hombre bien alimentado es un hombre contento y fácil de manejar. Asi que se supone que tendré que cocinar para Fernando. Aunque no sé cuándo voy a poder cocinar para Fernando. Quizá el día de la fiesta del Cuatro de Julio. Aunque falta demasiado para entonces. ¿Cómo voy a demostrarle que soy una gran cocinera? Me encanta obtener consejos de otras mujeres, pero odio que todo el mundo sepa que me gusta Frederick. ¿Qué ocurrirá si él nunca corresponde a mi amor?
Creo que mamá lo sospecha. Me ha dicho que quizá debería ir pensando en organizar pronto una cena. Que podía invitar al pastor, a su esposa y quizá a Fernando. No ha dicho nada más, y es una buena idea. Pero mi madre jamás ha incluido a nadie en las cenas a las que invita al pastor y a su esposa. Yo sé que a Fernando le encanta el pollo frito. Y el primo Daniel dice que yo hago el mejor pollo frito de la familia. Me pregunto si a Fernando le gustará."


Paula releyó los pasajes que había estado leyendo aquella misma mañana. Otro tanto para Norma, pensó. Lo único que hacía falta saber era si a Pedro le gustaba la jambalaya tanto como a Fernando el pollo frito… Fue repentinamente consciente del rumbo que estaban tomando sus pensamientos, dejó inmediatamente el diario en la mesilla e intentó dormir. Intentaría pensar en lo mucho que había trabajado en Nueva York, en dónde quería trabajar y qué se pondría el sábado por la noche.
El viernes por la mañana Paula fue a comprar los ingredientes para la cena. Pasó la tarde limpiando la casa, aunque pensaba servir la cena en el patio. Aun así, era agradable hacer algo que no la obligara a pensar. El lunes mismo empezaría a buscar nuevamente trabajo. Y quizá visitara algunos apartamentos en Charlotte. Si encontraba algo pronto, tendría que viajar a Nueva York a recoger sus cosas. Quizá Leticia pudiera tomarse unos días libres e ir con ella.
El sábado amaneció un día húmedo y caluroso. Paula preparó la cena temprano, para que pudiera ir tomando sabor durante el día. Pensaba servir el plato junto a una ensalada y pan de maíz. De postre había preparado una tarta de piña, siguiendo una receta de su tía. Era el postre favorito de Pedro.
Estaba cocinando, cuando oyó el ronroneo de un motor y se asomó a la ventana. Pedro estaba cortando el césped. Paula lo observó fascinada durante algunos segundos. Llevaba únicamente unos vaqueros cortos y unas playeras, dejando al descubierto sus fuertes músculos. Paula lo estuvo observando hasta que desapareció en la parte trasera del jardín. Suspiró suavemente, y continuó cocinando. Como no tuviera cuidado, aquella locura que tanto le había hecho sufrir en el pasado iba a aflorar nuevamente. Debería haber invitado a Gabriel a cenar. O no haber hecho caso a su prima y haber limitado la invitación a ella y a Matías. Pero ya era demasiado tarde para cambiar de planes.
Paula estaba pensando después de terminar de cocinar si marcharse a darse un baño a la piscina cuando sonó el teléfono.
—¿Diga?
—¿Paula? —prácticamente graznó una voz familiar.
—¿Leticia, qué te pasa? Tienes una voz terrible.
—¡Y me encuentro incluso peor! Tengo un resfriado terrorífico. Me encuentro tan mal… No voy a poder ir a cenar esta noche. Ya he llamado a Matías para decírselo.
—Pero tienes que venir. He hecho toneladas de comida. ¡Y ya he invitado a Pedro!
—Aunque pudiera levantarme de la cama, no quiero contagiar a nadie. Disfruten tú y Pedro de la cena. Congela la comida que les sobre y ya iré a cenar contigo la semana que viene. Si es que me encuentro mejor.
—Estarás bien dentro de un par de días —contestó Paula, con el ánimo por los suelos. Ella contaba con que Leticia y Matías estuvieran con ella aquella noche. ¿Se creería Pedro que de verdad los había invitado? Seguramente pensaría que era otra de sus estratagemas para quedarse a solas con él.
—Quizá, pero ahora mismo me encuentro fatal.
—Procura beber mucho líquido.
Leticia rió y comenzó a toser.
—Hablas como mi madre. Gracias, Paula, pero sé cuidar de mí misma. Que te diviertas esta noche. Siento mucho perderme la cena, pero no creo que fuera capaz de saborearla.
Paula colgó el teléfono y se asomó a la ventana. El corta césped había dejado de sonar hacía tiempo y no se veía ni rastro de Pedro. ¿Estaría dentro de la casa? ¿Debería llamarlo y cancelar la cena? Decidiendo que era lo mejor que podía hacer, marcó su teléfono. Tras varias llamadas, se activó el contestador y Paula dejó su mensaje.
—Hola Pedro, soy Paula. Leticia está enferma, así que no va a poder venir a cenar esta noche. Creo que lo mejor que puedo hacer es suspender la cena, pero tengo toneladas de comida, así que si quieres, puedes venir a buscar un plato —frunció el ceño. Si estaba dispuesta a darle de comer, ¿por qué no iba a invitarlo su casa—. O si quieres, puedes venir, pero Matías y Leticia no estarán. De modo que estaremos solos tú y yo.
Obviamente.
Se sentía como una idiota.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 22

—A veces son los otros los que pueden hacer algo inesperado —musitó. La tomó de la muñeca, obligándola a salir de la casa—. Ven —no tenía ni idea de a dónde quería que fuera. Sólo sabía que quería estar con aquella provocativa mujer, que quería pasar la hora mágica de la media noche con ella.
—Espera un minuto. Ni siquiera estoy vestida, no puedo ir así a ninguna parte.
—Relájate, Paula, sólo vas a venir a mi patio. Te he echado de menos después del juicio.
—Espera un minuto — Paula clavó los talones en el suelo, para obligarlo a detenerse, y lo miró fijamente—. ¿Haces cosas como ésta muy a menudo?
—Jamás lo había hecho antes.
—Hay cosas que nunca cambian —musitó Paula para sí.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Pedro, inclinándose hacia ella y respirando su dulce fragancia.
—Quiero decir que no sé qué te propones.
—Quizá me haya vuelto adicto a los secuestros.
—Ya es demasiado tarde para ir de picnic.
—Pero no para disfrutar de un buen postre. La señora Mulfrethy ha hecho hoy tarta de manzana. Quiero invitarte a comer tarta con helado.
—¡Pero si son más de las once!
—No me parece muy tarde para una neoyorquina como tú.
—Pero quizá sí para un abogado serio y formal.
—Ah, ¿así es como me ves? —se acercó peligrosamente a ella, la rodeó con los brazos y le dio un beso largo y profundo.
Paula no se resistió y Pedro consideró su inmovilidad como una forma de aceptación. Saboreó sus labios y cuando Paula los entreabrió, hundió entre ellos su lengua.
A Paula comenzó todo a darle vueltas. El beso de Pedro encendió la llama de un intenso deseo que crecía libremente en su interior. Adoraba estrecharse contra él, adoraba las sensaciones que se agolpaban en su interior. No quería que aquel beso terminara. Podría pasar toda una eternidad en los brazos de Pedro.
Durante un instante de locura, se le ocurrió pensar que quizá Pedro también hubiera leído el diario de Norma. Desde luego, estaba actuando de una forma completamente inesperada, pero la pasión era demasiado intensa para perder el tiempo haciéndose preguntas extrañas. Ya tendría tiempo de hacérselas cuando tuviera capacidad para pensar coherentemente.
Al final, Pedro puso fin a su beso, le acarició suavemente la mejilla y le susurró al oído:
—Espérame aquí. Iré a buscar el postre y lo tomaremos en el patio.
Paula asintió en silencio. Cuando Pedro se alejó de ella, tras darle un rápido beso, Paula se balanceó ligeramente y se dejó caer de rodillas en la hierba, con la sensación de que no sabía absolutamente nada de Pedro.
Se veía participando de pronto en un juego que ella misma había comenzado y del que sin embargo desconocía las reglas. Lo único que en ese momento sabía era que jamás la habían besado como la había besado Pedro aquella noche.
Al comenzar a sentir frío, se levantó y se dirigió hacia el patio de Pedro. Se sentó en una de las tumbonas, intentando cubrirse las piernas con la camiseta. Era una noche cálida y todavía estaban encendidas las luces de muchas de las casas del vecindario. La luna, casi llena, iluminaba las calles.
—Tarta de manzana —anunció Pedro, y le tendió un plato y un tenedor.
Paula tomó su plato, probó la tarta y sonrió al sentir el sabor del azúcar y las manzanas en su boca.
—Mmm. Está deliciosa. La señora Mulfrethy sigue haciendo la mejor tarta de manzana que he comido en toda mi vida.
Pedro se sentó a su lado y, durante algunos minutos, disfrutaron del postre en silencio.
—Un penique por tus pensamientos —dijo por fin Pedro, dejando su plato vacío sobre las baldosas del patio.
—Estaba recordando los veranos que he pasado aquí, lo mucho que nos divertíamos cuando se hacía de noche jugando al escondite. Y las barbacoas de tío Arturo. Para mí eran algo mágico.
—A Arturo nunca le ha importado cocinar. Todavía prepara varias barbacoas a la semana durante el verano.
—Él y mi tía Silvia hacen una pareja perfecta, se complementan el uno al otro en muchas cosas. Mis padres son parecidos. Por supuesto, ambos están completamente absorbidos por la arqueología y la antropología, pero eso es algo que también los une.
—Vuelves a hacerlo otra vez.
—¿El qué?
—Hablar de parejas que llevan muchos años casadas.
—Oh — Paula no pretendía ser tan explícita—. A lo mejor estoy intentando que dejes de pensar en el matrimonio como una institución caduca. El otro día estuve pensando en ello, y creo que tus padres son la única pareja separada que conozco. Los padres de todos mis amigos siguen casados, y mis tíos, y…
—Quizá sean una excepción.
—O quizá lo sean tus padres. ¿Nunca has pensado en ello?
Al ver que Pedro se quedaba completamente callado, Paula deseó haberse mordido la lengua.
—¿Por qué haces eso? —preguntó Pedro al cabo de unos minutos.
—¿El qué? ¿Sacar temas de conversación que te resultan incómodos?
—No, quedarte callada. La Paula que yo conocía estaba parloteando constantemente.
—La Paula que tú conocías era demasiado joven. He crecido, Pedro.
—Y has tenido otras experiencias vitales. ¿Qué tal te fueron las cosas en Nueva York?
—Ya te lo conté la otra noche.
—No me contaste demasiadas cosas. Me comentaste algo de tu trabajo, de los amigos que has dejado allí, pero, por ejemplo, no me has contado nada de hombres. ¿Salías con muchos?
Una vez terminada la tarta, Paula dejó el plato en el suelo y se reclinó en la tumbona, consciente de su mirada escrutadora de Pedro y de que no llevaba absolutamente nada debajo de la camiseta, salvo las bragas. Pero era tal la oscuridad que dudaba de que Pedro fuera capaz de ver nada. Y además, era divertido hablar con él de los años pasados. Aunque eso no significaba que quisiera hablarle de su vida sentimental. De hecho, decidió que había llegado el momento de cambiar hábilmente de tema.
—Me ha gustado mucho verte hoy en los juzgados. Estabas formidable. Te has convertido en un gran abogado.
—Gracias a años de experiencia y algunos fracasos. Pero todo cuesta algo.
—¿Y tú cuál has tenido que pagar por convertirte en un profesional?
Pedro pensó en ello durante algunos segundos.
—Convertirse en un buen abogado no deja tiempo para muchas otras cosas.
—¿Cómo para la vida social, por ejemplo?
—Por lo menos queda relegada a un segundo plano. Y, por cierto, has cambiado descaradamente de tema. ¿Cómo era tu vida social en Nueva York?
—No hay mucho que contar. Bueno, tengo que irme, Pedro. Se está haciendo tarde y está comenzando a refrescar.
Pedro se levantó y le tendió la mano, para ayudarla a levantarse. Paula dudó un instante, pero al final la aceptó.
—La próxima vez, seré yo el que te secuestre —susurró Pedro, haciéndola acercarse a él.
Paula se cruzó de brazos, intentando mantener la distancia, pero no pudo evitar la agradable sensación que la inundó mientras él la abrazaba. Lentamente, alzó la cabeza hasta encontrarse con su beso.
Segundos después, Pedro la soltó y musitó:
—Esto ha sido una locura de medianoche.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 21

Al salir de allí, fue a visitar a su prima, que escuchó encantada su relato. Cuando le contó que había sacado a Pedro de su despacho con un pañuelo en los ojos, Leticia no era capaz de contener las carcajadas.
—No me puedo creer que hayas hecho algo así. ¡Y menos todavía que él te lo haya permitido!
Paula sonrió al recordarlo.
—Ha sido sorprendente. Quizá necesita un poco de diversión en su vida. Por un momento, he pensado que se iba a quitar el pañuelo, pero no, se lo ha dejado en su lugar —y la había besado, pero, por supuesto, no iba a contarle todo a su prima.
—¿Y has sacado esa idea del diario de Norma?
—No, sólo he sacado de allí la idea de hacer algo inesperado. Pero me imagino que lo último que se espera un respetable abogado es que lo secuestren.
Leticia inclinó la cabeza y rió.
—¿Entonces se está enamorando de tí?
—En absoluto —replicó Paula al instante—. Y tampoco quiero que lo haga —mintió.
—¿Entonces por qué estás haciendo esto?
—Para divertirme, principalmente. He estado completamente dedicada a mi trabajo durante todos estos años.
—Pero deberías tener más cuidado. Estás jugando con fuego.
—Lo único que estoy haciendo es divertirme. Además, si funciona, podré poner en práctica todos estos trucos con otro hombre. Y es posible que llegue a consolidar así una relación.
—¿Y si Pedro se enamora de tí?
—Sé realista, Leticia. Pedro ha sacado definitivamente a toda mujer de su vida. ¿De verdad crees que se va a enamorar de mí? Sobre todo después de haberse esforzado como lo hizo por sacarme de su vida.
—No parece que ahora lo esté intentando.
—Hay cosas que nunca cambian, Leticia.
—¿Y cuál va a ser tu próximo movimiento?
—¿Respecto a Pedro? Ninguno. ¿Quieres venir a cenar a casa el sábado? Puedo hacer jambalaya, a ti siempre te ha encantado.
—Desde luego. Y no sabes cuánto me alegro de que tus padres te hayan hecho viajar por todo el mundo. Tienes un repertorio de recetas increíble. ¿Puedo invitar a Matías?
—Si quieres.
—Entonces tendrás que invitar tú a alguien más.
—Se lo diré a Gabriel.
Leticia arrugó la nariz.
—No, invita a Pedro. Él y Matías son buenos amigos.
Pero, por alguna razón, Paula no tenía ganas de incluir a Pedro en la cena del sábado. No quería que pudiera pensar, ni por un instante siquiera, que tenía algún interés en él. Ya había sufrido bastante cuando era sólo una adolescente al sentir su rechazo y sabía que su relación con su vecino no tenía futuro alguno. Quizá debería repetirse aquella letanía cientos de veces hasta llegar a creérsela definitivamente.
Aquella noche, antes de dormir, volvió a concentrarse en las páginas del viejo diario.


"Hay cosas que nunca cambian. Es absurdo pretender cambiar a un hombre. Me lo ha dicho tía Dotie esta tarde, después de la siesta. Estábamos sentadas en el patio, cortando judías. Adoro a tía Dotie, sabe muchísimas cosas y las comparte sin recelos. Mucho más que mamá. Estudia al hombre que te gusta e intenta comprenderlo, me ha dicho. Él no cambiará. Las mujeres que creen que pueden cambiar a un hombre están condenadas al fracaso.
Fernando es un poco sombrío en algunas ocasiones. Creo que necesita algo de diversión en su vida. Pero me gusta. Es amable con los demás, me escucha y es generoso con sus cumplidos. Dice que el vestido con el que fui a la iglesia era elegante y refinado. No me gustaría que cambiara. Sólo que se pareciera algo más a mí. ¿Será el hombre adecuado para mí? ¿La persona con la que debo casarme y pasar el resto de mi vida? Creo que sí. De lo que no estoy segura es de si yo seré suficiente para él."


Paula cerró el diario. Desde luego, Pedro tampoco iba a cambiar. Tenía ya treinta y cuatro años y había conseguido todo lo que esperaba en la vida. No, no cambiaría. Cuando quisiera compañía, le pediría a alguna mujer que saliera con él y cuando quisiera estar solo se encerraría tranquilamente en su casa.
Ya lo había dejado muy claro años atrás: no tenían ningún futuro. Paula tenía que admitir que en el fondo albergaba la esperanza de poder hacerle cambiar de opinión siguiendo los consejos de Norma. Secretamente, seguía esperando algo más de él.
Pero era una estupidez, decidió. Ya era hora de terminar con aquellas tonterías y dedicarse a asuntos más serios. Podría empezar enviando el curriculum y citándose con otros hombres. De momento, podía invitar a Gabriel a la cena del sábado, en vez de a Pedro. No quería seguir pasando más tiempo con un hombre que realmente no quería estar con ella.

Pedro vió que se apagaba la luz de la habitación de Paula. Ésta había llegado a su casa hacía ya una hora y ni siquiera había mirado en su dirección. Había estado a punto de llamarla, pero para cuando se había decidido a hacerlo, Paula ya se había metido en su casa.
Se preguntaba a dónde habría ido después de abandonar los juzgados. Ni siquiera se había dado cuenta de cuándo se había marchado. ¿Se habría aburrido? Sabía que no todo el mundo encontraba tan fascinantes los juicios como él, pero le habría gustado conocer sus opiniones al final de la tarde.
Tenía que admitir que deseaba ver en su rostro la admiración que había contemplado en él el domingo por la noche, cuando le había hablando de su trabajo. ¿Habría fingido Paula su interés? ¿O estaría verdaderamente interesada?
Era increíble. Prácticamente estaba imaginando ya los halagos de Paula al final del día cuando de pronto se daba cuenta de que se había marchado. Otra sorpresa de aquella mujer de la que estaba empezando a pensar que no la conocía en absoluto.
Pedro se levantó y decidió dirigirse hacia casa de Paula. Al fin y al cabo, ella había demostrado que le gustaba actuar impulsivamente cuando se había presentado en su despacho con intención de secuestrarlo. ¿Por qué iba a ser él diferente?
Llamó a la puerta de atrás y esperó con impaciencia. Paula no podía haberse dormido todavía, pues acababa de apagar la luz. Llamó nuevamente, preguntándose si iba a tener que entrar sin permiso para poder verla. A los pocos segundos, se encendió la luz del porche y Paula abrió ligeramente la puerta.
—Por Dios, Pedro, ¿qué ha pasado? —abrió la puerta de par en par, mirándolo preocupada.
Pedro la miró fijamente. A menos que se acabara de cambiar, no llevaba para dormir el tentador camisón de seda y encaje que él imaginaba, sino una sencilla camiseta que le llegaba hasta los muslos.
—¿Pedro?

martes, 28 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 20

Pedro estudió su rostro sonriente, decidiendo dejarse llevar por las circunstancias. Era la primera vez que alguien lo secuestraba. Y le maravillaba que Paula hubiera ideado algo así. Pero, al fin y al cabo, ¿no era así la Paula que él conocía? Recordó la vez que había intentado que la besara. Le había declarado su amor y él la había rechazado.
Quizá había sido aquél el final de su encaprichamiento. ¿Sería ésa la razón por la que se estaba mostrando tan distante durante su visita? En aquella ocasión, Pedro estaba terriblemente disgustado, tras haber sido herido por Selena. Había intentado terminar despiadadamente con la devoción de Paula y quizá la había herido. Por un instante, sintió una punzada de arrepentimiento. No había sido en absoluto amable con aquella adolescente que lo seguía a todas partes. Pero al momento arrinconó aquellos recuerdos. Tenían muy pocas horas que compartir y no dejaría que el pasado las arruinara.
Y aquel picnic inesperado era una magnífica idea.
—¿Cuánta gente nos ha visto salir del edificio? —preguntó de pronto.
Paula sonrió de oreja a oreja mientras servía un plato de pollo y ensalada.
—Montones —contestó—. Creo que tu reputación va a quedar destrozada después de esto.
—Espero que no me hayan reconocido con el pañuelo.
—Todo el mundo en tu trabajo lo sabía —contestó riendo—. Y si funciona el secuestro, tu recepcionista va a probar el método con su novio —pareció repentinamente triste.
¿Habría sido la palabra «novio» la causante de aquella tristeza? Pedro se preguntó si todavía sentiría algo por él. Desde luego, no lo había demostrado, pero quizá hubiera decidido ocultar lo que sentía.
—El pan todavía está caliente —le dijo rápidamente—. Lo he sacado del horno justo antes de salir de casa —le tendió un bollo de pan—. ¿Cuándo saliste de picnic por última vez?
—Hace mucho tiempo. Y desde luego, jamás había disfrutado en el campo de una comida tan elaborada como ésta.
—A Leticia y a mí nos encantaba salir de picnic. De pequeñas lo hacíamos continuamente. ¿Recuerdas esa parte del parque que está justo detrás del río? Encontramos un claro en esa zona cuando teníamos doce años. Era nuestro lugar favorito para comer. ¿Quieres vino? Ya sé que tienes que trabajar esta tarde, pero no creo que una copa te haga ningún daño.
—¿Vas a venir hoy a los juzgados?
—Sí, quiero ver a Perry Mason en acción —su sonrisa dejó a Pedro prácticamente sin respiración. Le habría gustado acercarse a ella y…
Puso fin inmediatamente a ese pensamiento, asintió y tomó la copa de vino que Paula le ofrecía. Qué pasaría a continuación, se preguntó cínicamente. Paula había hecho todo lo posible para ignorarlo desde que había llegado. Y de pronto organizaba un romántico picnic para dos. ¿Significaría eso algo, o simplemente necesitaba tener algo que hacer hasta que encontrara su nuevo trabajo?
—¿Has tenido suerte con tu búsqueda de empleo? —le preguntó.
—Ya tengo preparado el curriculum. Pero no tengo demasiada prisa por ponerme a buscar. Quizá empiece dentro de una semana o dos. Mientras tanto, quiero disfrutar de mis vacaciones. Jamás pude hacerlo en Nueva York —añadió pensativa—. De hecho, creo que voy a optar por un ritmo más tranquilo de vida a partir de ahora.
—Yo pensaba que te gustaba vivir en Nueva York…
—Y me gustaba, ha sido una magnífica experiencia. Pero ahora las cosas han cambiado y tengo que considerar seriamente si quiero volver a esa vida. Estaba totalmente volcada en mi trabajo y de pronto todo desapareció.
Pedro asintió, consciente de lo terriblemente desconcertado que se sentiría si perdiera su trabajo.
Paula estuvo hablando de cosas sin importancia durante el resto del almuerzo. Cuando terminaron, metió todo en la cesta y miró a Pedro expectante.
—¿Te has divertido? —le preguntó, casi tímidamente.
Paula asintió, sorprendido al darse cuenta de lo mucho que había disfrutado de aquella pequeña aventura. Quizá se había dejado absorber demasiado por la rutina. Y quizá estaba acercándose excesivamente a Paula cuando se dio cuenta de lo bien que le sentaba verla sonreír.
—Tiempo de regresar —dijo bruscamente. Tenía trabajo que hacer y no podía perder el tiempo coqueteando con aquella mujer.
Paula se levantó y comenzó a doblar la manta en silencio. Pedro la miró preocupado. Él no pretendía entristecerla, pero tenía que regresar al trabajo. Tras aquel breve interludio,  había llegado el momento de volver a la realidad.
—Te agradezco mucho esta comida sorpresa —maldita fuera, se lamentó. Sonaba excesivamente frío y educado. ¿No podía poner al menos algo de entusiasmo en su voz?
—Tenía miedo de que te enfadaras, pero afortunadamente no ha sido así —se dirigió hacia el coche. Pedro se puso la chaqueta y la siguió, contemplando el suave balanceo de su falda contra sus piernas. Paula estaba preciosa, pensó. Mucho más guapa que nunca. Y sexy.
Se frotó los ojos y aceleró el paso. Aquél no era momento para descripciones románticas.
La alcanzó antes de llegar al coche y tomó la cesta.
—Tengo que pasar por mi despacho antes de ir a los juzgados. Déjame conducir a mí.
Paula le tendió las llaves, sintiéndose bastante satisfecha. El plan había salido a la perfección. Le habría encantado que la bisabuela Norma estuviera viva para poder compartir lo ocurrido con ella. Quizá llamara a Leticia aquella noche para contárselo. O quizá fuera a verla.
Paula disfrutó aquella tarde viendo actuar a Pedro en el juzgado. De hecho, estaba fascinada. Recordaba el día que había ido con su prima a observarlo. Entonces era demasiado joven para apreciar completamente su talento. Y él estaba empezando su carera como abogado. Aquel día, sin embargo, estaba verdaderamente asombrada. Si alguna vez necesitaba un abogado, se dijo, contrataría a Pedro sin ningún tipo de duda.
A media tarde, Paula abandonó los juzgados. Otra iniciativa inesperada para Pedro, se dijo mientras cruzaba los fríos pasillos del edificio. Sabía que Pedro esperaba que estuviera allí cuando él hubiera terminado. Y años atrás, se habría quedado a esperarlo. Pero ya había crecido y abandonado por tanto sus estúpidos caprichos de niña. Incluso en el caso de que todavía estuviera enamorada de él, jamás sería tan explícita en sus intentos por capturar su interés.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 19

La excitación bullía en su interior. Estaba deseando ver la reacción de Pedro. Estaba deseando verlo a él.
La firma de abogados ocupaba la octava planta al completo. El ascensor la dejó en la zona de recepción. La joven recepcionista la recibió con una amistosa sonrisa. Paula le dijo que había quedado con Pedro y la mujer debía de estar informada, porque asintió de inmediato.
—Sí, está citada para hoy, pero debe de estar a punto de llegar de un juicio. Supongo que pronto terminará.
—No importa, en realidad he venido antes porque quiero darle una sorpresa. Y voy a necesitar tu ayuda —se inclinó hacia ella, miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la estaba escuchando y le puso al corriente de su plan. Al oírla reír, le preguntó—: ¿Entonces puedo contar contigo?
—¡Desde luego! No me perdería esto por nada del mundo. Aunque te advierto que es posible que explote.
—Creo que podré controlar a Pedro. Nos conocemos desde hace años.
La recepcionista le señaló la puerta de su despacho y esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
—Buena suerte. Si funciona, algún día intentaré algo parecido.
Paula se dirigió hacia el despacho de Pedro deseando que funcionara. Una vez allí, dejó la puerta entreabierta y mantuvo la mirada fija en el ascensor, mientras esperaba con impaciencia. A los pocos minutos, la puerta del ascensor se abrió y salió Pedro junto a otros dos abogados. Pedro les comentó algo y se dirigió hacia su despacho, sin prestar apenas atención a la recepcionista.
Paula esperó tras la puerta, con un pañuelo de seda en la mano. Pedro entró.
Y Paula le tapó los ojos con el pañuelo y lo anudó rápidamente.
—¿Qué demonios…? —empezó a decir Pedro, intentando quitarse el pañuelo.
—Las manos quietas, señor —dijo Paula, intentando transformar su voz. Temiendo que la risa la traicionara, tomó aire—. Esto es un secuestro.
Pedro dudó, dejó caer las manos y se volvió hacia ella.
—¿Un secuestro?
—Aja. Y no me obligue a utilizar la violencia.
—¿Violencia? Mmm, esto es fascinante.
Paula se acercó a él, para reforzar el nudo del pañuelo y Pedro aprovechó para abrazarla y estrecharla contra él.
—Esto está teniendo un desarrollo interesante —murmuró suavemente.
—¿Inesperado quizá? —preguntó Paula, consciente de los fuertes y duros músculos de Pedro contra su cuerpo.
—Desde luego. Y tengo que reconocer que jamás me habían secuestrado.
—Siempre hay una primera vez —contestó ella, sabiendo que debería apartarse de él, pero fascinada por las sensaciones que en ella estaba despertando.
Y entonces fue Pedro el que la sorprendió con un beso.
—¿Es éste el rescate que tengo que pagar? —preguntó Pedro.
Paula apenas podía pensar, y mucho menos formular una frase con sentido.
—¿Qué?
—¿Mi liberación depende de un beso?
—No. ¿A qué hora tienes que volver a los juzgados?
—A las dos.
Paula lo empujó suavemente y se alejó de él en cuanto Pedro la soltó. Le tomó una mano y dijo, olvidándose prácticamente de disimular su voz:
—Compórtate adecuadamente y estarás allí a la hora debida.
—¿Y si no?
—Yo que tú procuraría no tener que averiguarlo.
Abrió la puerta y lo condujo hacia fuera. La recepcionista tuvo que taparse la boca para ocultar su risa mientras miraba a Paula llevando a Pedro hasta el ascensor. Pedro miró a su alrededor. No había demasiada gente, pero no hubo una sola persona de las que allí estaba que no se detuviera para contemplar sonriente la escena.
Afortunadamente, en el ascensor sólo bajaban dos ejecutivos más, pero Paula se llevó un dedo a los labios para indicarles que se mantuvieran en silencio y ninguno de ellos dijo nada. Paula agarraba con fuerza la mano de Pedro, esperando que no se enfadara.
—Vamos —lo urgió cuando el ascensor llegó a la planta baja. Intentando evitar miradas y risas, llevó a su cautivo a través del vestíbulo del edifico hasta alcanzar la acera. Salió dando gracias al cielo por haber podido aparcar el coche cerca de allí, porque los pocos minutos que tardaron en llegar hasta él le parecieron interminables.
—¿Tengo derecho a preguntar a dónde vamos? —preguntó Pedro, cuando estuvo instalado en el asiento del coche.
—Ya lo verás.
—¿Entonces en algún momento voy a poder quitarme el pañuelo de los ojos?
—Yo te lo quitaré.
—Te estás olvidando de cambiar la voz.
—¿Entonces ya sabes quién soy?
—Lo he sabido desde el primer momento.
Bueno, por lo menos eso quería decir que no besaba a cualquier mujer que decidiera secuestrarlo. Paula se pasó la lengua por los labios, disfrutando nuevamente del sabor de Pedro.
—¿Y cómo lo has sabido?
—La próxima vez, procura cambiar de perfume.
Paula no contestó. Se limitó a seguir conduciendo hasta el parque en el que iban a comer. Era un parque enorme, con una zona infantil y varios kilómetros de césped. Estacionó el coche, sacó la cesta con la comida y ayudó a salir a Pedro. Cuando estuvo fuera, le tendió la cesta.
—Toma, puedes llevarla tú —se la colocó en la mano libre y lo condujo hasta el lugar que consideró más adecuado—. Ahora ya puedes quitarte el pañuelo —le dijo.
—Creía que eras tú la que tenía que hacerlo.
Mirándolo con cierto recelo, Paula se acercó a él y le quitó el pañuelo. Pedro no se movió, pestañeó varias veces y fijó la mirada en ella.
—He pensado que podíamos comer al aire libre —comentó Paula, señalando a su alrededor e intentando adivinar cómo se sentía Pedro.
—Y supongo que una simple invitación te habría parecido demasiado vulgar.
Paula se encogió de hombros, aliviada al ver que no estaba enfadado.
—¿No crees que esto es mucho más excitante?
Pedro asintió lentamente, sin apartar la mirada de Paula.
—Jamás me habían secuestrado antes. ¿Tú lo has hecho más veces?
Aliviada, Paula comenzó a extender la manta en el suelo.
—No, ésta ha sido la primera vez. Pero si la cosa sale bien, podría volver a intentarlo.
Pedro colocó la cesta al borde de la manta y se quitó la chaqueta antes de sentarse.
Paula se arrodilló frente a él, acercó la cesta y comenzó a buscar en su interior.
La cesta, propiedad de su tía, era increíble: había en ella cubertería de plata, platos de porcelana china y copas de cristal. Paula sacó los recipientes con la comida y los abrió. Tras asegurarse de que había sacado todo lo que quería, miró a Pedro.
—¿Ésta es tu idea de una comida en el campo? —preguntó Pedro, sorprendido por aquel despliegue de lujo.
Paula asintió, deseando que le gustara.
—Estás llena de sorpresas, Paula Chaves.
—¿Y eso es bueno?
—Por lo menos hoy, es fantástico.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 18

—Sí, supongo que sí.
Pedro se apoyó contra la pared y se volvió hacia la ventana para mirar la casa de su vecina. ¿Dónde estaría Paula?
—¿Qué has hecho hoy? —le preguntó. Si no iba a poder verla, por lo menos hablarían por teléfono. Todavía no se sentía preparado para colgar el teléfono y enfrentarse a otra velada en solitario.
—¿Me has llamado para someterme a un interrogatorio?
—Te he llamado para invitarte a venir a mi casa. Pero te has negado porque dices que estás ya a punto de meterte en la cama. ¿Qué llevas puesto? ¿Un camisón de seda?
— Pedro, cariño —replicó Paula  con voz grave y seductora—, me parece increíble que me preguntes que llevo puesto. ¿Qué ocurriría si te dijera que nada en absoluto? Hoy ha hecho tanto calor que me resultaba insoportable ponerme nada encima. Me gusta sentir la brisa fresca sobre mi piel desnuda.
Pedro  podía imaginársela sin ningún problema… salvo el problema que evidentemente aquella imagen provocaba en él.
Se oyó la suave risa de Paula flotando al otro lado del teléfono.
—Adiós, Pedro—y colgó el teléfono.
Debatiéndose entre la frustración y la risa, Pedro  también colgó el auricular. Paula era sorprendente. Jamás habría esperado algo así de ella. Tenía que admitir que esperaba que corriera a su casa en cuanto oyera la invitación. Aunque debería conocerla mejor. No había nada en ella que recordara a la adolescente que era en el pasado. No era ningún juego: había cambiado desde la última vez que la había visto. Y tenía una gran curiosidad por conocer qué otros aspectos de su personalidad habría mantenido ocultos durante todos esos años. Le entraban ganas de acercarse a su casa y entrar sin llamar, aunque sólo fuera para confirmar si realmente estaba desnuda.
Volvió a marcar su número de teléfono.
—¿Diga?
— Paula, puedes encontrarte con muchos problemas tentando de esa forma a la gente.
Paula rió. Y Pedro sintió vibrar su risa en cada una de sus terminales nerviosas.
—No te lo esperabas, ¿eh?
—En absoluto. ¿Qué pasa? ¿Que cuando te metes en la cama te dedicas a pensar en salidas como ésa?
—Casi… Ésta se me ha ocurrido en la piscina.
—¿Y tienes más trucos guardados en la manga?
—Pero Pedro, ¿no me has oído? No llevo ningún tipo de manga, estoy…
—Estás jugando con fuego. Y como sigas así, tendré que ir a comprobar qué llevas exactamente encima. O tendrás que venir tú aquí.
—Gracias por la invitación, pero de verdad quería acostarme temprano. ¿Por qué has llegado tan tarde?
—Tenía trabajo que poner al día y no podía dejarlo para mañana. Tengo que estar a las nueve en los juzgados. Paula, ¿también te acostabas tan pronto en Nueva York?
—Claro que no. Pero si lo hubiera hecho, no habría terminado tan agotada.
—Háblame de tu vida en Nueva York.
—¿Por qué?
—Ayer por la noche tú me sometiste a un tercer grado. Ahora me toca a mí.
—No seas exagerado, sólo te hice un par de preguntas.
—Y yo te acabo de hacer una. Háblame de Nueva York.
Paula dudó al principio, pero pronto comenzó a ofrecerle breves bosquejos de su apartamento, su trabajo y sus amigos. Guardó un discreto silencio sobre su vida sentimental, y, por alguna razón, Pedro tampoco quiso preguntarle por ella. Se limitó a escucharla, intentando hacerse una idea de la ajetreada vida que había llevado durante todos esos años.
Cuando reconoció el nombre de algunas de las marcas para las que había trabajado en publicidad, se quedó asombrado. No sabía que el trabajo que Paula había realizado fuera tan importante.
—Bueno, y ése es el resumen de mi vida —concluyó Paula —. Por cierto, hoy he visto a los Bandeley.
—¿Y ellos qué tienen que ver con Nueva York?
—Nada, pero estoy intentando cambiar de tema. Siguen siendo una pareja feliz, ¿verdad?
—Al menos por ahora.
—Es increíble, ¿eh? Otra pareja feliz. Y yo creo que son mayores que mis tíos.
—¿A dónde quieres llegar?
—A ninguna parte, sólo quería señalarte la existencia de otra pareja feliz. Bueno, buenas noches, Pedro, me voy a la cama.
Pedro colgó el teléfono, intrigado por el motivo que le habría llevado a Paula a hablar de sus vecinos. ¿Continuaría secretamente enamorada de él? Desde luego, no había hecho nada que lo indicara. No se había arrojado a sus brazos, como en otras de sus visitas, ni había coqueteado con él… A no ser que considerara las respuestas a sus besos. Pero aquélla no era la primera vez que sacaba el tema de las parejas felices. ¿A qué estaría jugando? Pedro erigió nuevamente sus viejas defensas.
Si Paula pensaba que iba a poder convencerlo para que cambiara de opinión respecto al matrimonio, no lo conocía en absoluto.
Paula preparó un plan para sorprenderlo con la misma precisión que un general habría planificado una batalla. Intentaba anticipar las posibles respuestas de Pedro, pero sin dejarse impresionar por ellas. Esperaba poder llevar adelante su plan. Sería divertido y le demostraría a Pedro Alfonso que no podía dar por sentadas sus opiniones sobre ninguna mujer. Pero si no funcionaba, tampoco lo consideraría un drama.
El jueves por la mañana, se puso otro de los vestidos de verano que se había comprado. En aquella ocasión un vestido de tirantes de color amarillo que además de realzar su figura, le permitía mostrar el suave bronceado adquirido por su piel.
No había vuelto a hablar con Pedro desde su conversación nocturna. La noche anterior, había dejado el teléfono descolgado. Necesitaba planear a conciencia su jugada, y no quería que nadie la interrumpiera.
Condujo hasta Charlotte y encontró un espacio para aparcar muy cerca del edificio en el que Pedro trabajaba. Aquello era una señal, pensó complacida. Tomó su bolso y se aseguró por última vez de que todo estuviera en su lugar. Tomó aire, salió del coche y entró en aquel moderno edificio.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 17

Paula se despertó temprano a la mañana siguiente y, por primera vez desde hacía mucho tiempo, comenzó a sentir que su nivel de energía se aproximaba a la normalidad. Había sido una buena idea regresar a West Bend, se dijo a sí misma mientras se estiraba en la cama.
Se levantó, se duchó rápidamente y se puso uno de sus vestidos de verano. Después de hacer la cama, miró furtivamente hacia la casa de su vecino. Todo estaba en silencio y el coche de Pedro ya había desaparecido; evidentemente, había salido ya hacia Charlotte.
El recuerdo de su beso emergió en su mente. Paula  tomó aire, intentando tranquilizarse. Ya era demasiado tarde para arrepentimientos y lo sabía. Lo ocurrido había sido un simple interludio en su vida. En cuanto decidiera cuál iba a ser su próximo paso, dedicaría sus energías a olvidar a aquel atractivo vecino que en otra época de su vida había invadido sus sueños.
Tras tomar un ligero desayuno, leyó el periódico local y, mientras disfrutaba de un aromático café, estuvo tomando notas para el curriculum. Si todavía estuviera en Nueva York, a esas horas ya habría asistido a dos reuniones, habría hecho una docena de llamadas y tendría ante sí un día rebosante de actividad.
Paula tomó una taza de café y el diario de la bisabuela Norma y salió con ambos al porche. Mientras saboreaba aquella segunda taza de café, comenzó a leer.


"La tía Sara ha venido hoy a tomar el té. Me ha preguntado cómo estaba y yo le he hablado de Fernando. Se ha echado a reír, ha mirado a mamá y me ha dicho que a un hombre hay que procurar tenerlo siempre en suspense. Dice que es bueno mantener un aura de misterio, para hacerle preguntarse qué estoy pensando. Me ha dicho que haga algo inesperado y que no permita que un hombre llegue a estar demasiado pagado de sí mismo. Que intente hacer algo extraño para ver cómo reacciona. La vida es larga, me ha dicho, y si tu marido no es capaz de abrirse a ideas nuevas, te hará infeliz.
Mamá se ha echado a reír, diciendo que ella misma va a seguir el consejo con mi padre.
Esta noche lo pondré a prueba con Fernando. Va a acompañarme a la iglesia. ¿Pero qué puedo hacer que Fernando pueda encontrar extraño?"


Minutos después, Paula cruzaba el jardín con una sonrisa en el rostro. Norma era una joya. Le habría gustado haberla conocido. Durante un momento de locura, se preguntó qué podría hacer que Pedro encontrara extraño. Quizá ignorarlo fuera suficiente… De hecho, era posible que hubiera alguna relación entre su actitud y el hecho de que Pedro pareciera más interesado en ella que antes. ¿O sería una simple coincidencia?
El tiempo lo demostraría. Y tiempo era precisamente algo de lo que disponía en abundancia. Los pocos días que había pasado en West Bend ya habían comenzado a sanarla. No echaba de menos su trabajo tanto como esperaba. Sí, echaba de menos a algunos de sus compañeros, pero la mayor parte de ellos habían sido despedidos al igual que ella y estaban trabajando para otra empresa o buscando una nueva colocación.
Como debería estar haciendo ella. Pero antes tenía que decidir dónde quería buscarla. Nueva York era una ciudad emocionante, dinámica. Pero en ella se dejaba sentir la soledad, por muchos amigos que se tuvieran. En West Bend tenía a su familia y amistades de toda una vida. Charlotte era una ciudad suficientemente grande para disponer de un trabajo desafiante, como a ella le gustaba. Y además, podría estar muy cerca de su casa. Una vez tomada la decisión, Paula pasó el resto de la mañana trabajando en el curriculum. Por la tarde se fue al club de campo a nadar y a tomar el sol. Al volver a casa, estuvo pensando en cómo podría sorprender a un hombre tan cínico como Pedro.
Hacerse la misteriosa no funcionaría. Pedro la conocía desde que era una niña y sabía demasiadas cosas sobre ella.
Pero antes de echarse a dormir la siesta, se le ocurrió la idea perfecta. Sabía que lo sorprendería como no lo había sorprendido nadie desde hacía años.
Pedro estacionó el coche y apagó el motor alegrándose de estar por fin en casa. Estaba agotado. Los juicios le robaban cantidades de energía y la sesión de aquel día no había ido demasiado bien. A pesar de los años que llevaba en la profesión, todavía le sorprendía que los clientes lo mintieran. ¿Por qué no podían comprender que sus abogados podían atenderlos mucho mejor si conocían toda la verdad sobre su causa? Pedro odiaba descubrir datos sobre su propio cliente en el juicio, como le había ocurrido aquel día.
Como resultado, había tenido que abandonar el despacho más tarde de lo habitual, tras una larga reunión con el equipo de investigación. Normalmente, no le importaba trabajar hasta tarde, pero aquel día quería regresar pronto a casa.
Bajó del coche y miró la casa de sus vecinos. Las luces del piso de abajo estaban encendidas. Eso quería decir que Paula todavía estaba levantada. Durante una décima de segundo, vaciló, sin saber qué dirección tomar. Lo que de verdad le apetecía era acercarse a verla, averiguar qué había hecho a lo largo del día y compartir con ella sus propias frustraciones.
Rechazó al momento aquella urgencia, pero al llegar a su casa y encontrarla tan solitaria y silenciosa, decidió llamar a Paula, por si le apetecía hacerle compañía durante la cena. Tenía ganas de hablar con alguien de los acontecimientos del día. Pasaba demasiado tiempo solo.
Se acercó al teléfono. Y cuando Paula contestó, le sorprendió la inusitada oleada de júbilo que lo invadió. La voz de Paula era una voz dulce y femenina, sin ningún acento reconocible, posiblemente a causa de los muchos lugares en los que había vivido durante la infancia. Se encontró a sí mismo preguntándose si Paula habría disfrutado de su infancia de nómada. En ese momento le parecía extraño no habérselo preguntado nunca.
— Paula, soy Pedro.
—Hola Pedro, ¿ha ocurrido algo?
—¿Qué estás haciendo?
—Prepararme para ir a la cama, ¿por qué?
—¿No te parece un poco pronto para acostarte? —mientras hablaba, se desató el nudo de la corbata, se quitó la chaqueta y la arrojó al respaldo del sofá.
—Estoy de vacaciones, puedo hacer lo que quiera y cuando quiera.
—Pero todavía es pronto. ¿Por qué no te acercas a mi casa?
Al otro lado de la línea se hizo un silencio que se prolongó más de lo que Pedro esperaba.
—¿Que vaya a tu casa?
—Acabo de llegar, y me gustaría tener un poco de compañía.
—Acepta mi consejo, Pedro, trabajar hasta altas horas de la noche no sirve de nada. Yo también lo hacía, pero he descubierto que es mejor obligarse a participar en otro tipo de actividades que no tengan nada que ver con tu trabajo. Actividades a las que aferrarte en el caso de que ocurra algún imprevisto.
Pedro  sonrió. ¿Lo estaba regañando?
—¿Qué tipo de imprevisto?
—No sé, por ejemplo, podrías perder tu trabajo.
—Soy uno de los socios de la firma, es imposible que lo pierda. Además, siempre hacen falta abogados.

sábado, 25 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 16

Cuando llegaron a su destino, Pedro se empeñó en acompañarla hasta la puerta de casa. Le pidió a Paula las llaves, abrió la puerta y, antes de devolverle las llaves, posó una mano en su rostro.
—¿Quieres darme un beso de buenas noches, Paula?
—No creo que esto haya sido una cita, Pedro. Sólo somos un par de vecinos que han salido a pasar el día juntos, así que no hace falta que pongamos fin a la noche con un beso —contestó secamente. El corazón le latía violentamente en el pecho. Su cuerpo entero parecía estar recordando el beso que habían compartido en el jardín. Y sabía que si se repetía, en aquella ocasión le iba a resultar prácticamente imposible detenerlo.
—Entonces besémonos como buenos vecinos —replicó Pedro, bajando lentamente la cabeza para apoderarse de sus labios.
Paula comprendió que iba a tener serios problemas en cuanto Pedro la rozó. Sus sentidos parecieron perder inmediatamente el control. Aquel beso no se parecía en absoluto al que Paula había intentado muchos veranos atrás. Era Pedro el que se había hecho enteramente cargo de la situación, profundizando el beso y haciéndola estremecerse de deseo y placer. Paula  le rodeó el cuello con los brazos mientras registraba vagamente que las llaves se caían al suelo.
Pero, afortunadamente, la cordura emergió en cuestión de segundos. Paula lo empujó suavemente y, en cuanto la soltó, se metió en la casa, cerró la puerta y se apoyó contra ella, intentando dominar el acelerado ritmo de su respiración. Se había pasado el día entero diciéndose que no debía involucrarse con Pedro, intentando seguir los pasos que Norma indicaba, pero manteniendo a salvo su corazón. Y había bastado un beso para que su equilibrio emocional se viera completamente amenazado.
Llamaron a la puerta. Era un sonido fuerte e insistente.
—¿Qué quieres? —preguntó Paula, sabiendo que se trataba de Pedro. No podía enfrentarse a él. Quería volar a su habitación, meterse en la cama y esconderse bajo las sábanas. Quizá pudiera volver a Nueva York al día siguiente, antes de que sus impetuosos sueños consiguieran arrastrarla.
—Las llaves.
Paula abrió rápidamente la puerta y tendió la mano. Pedro la miraba fijamente, como si le costara verla en la oscuridad.
—¿Estás bien?
—Claro que estoy bien. Gracias por la cena. Adiós — Paula cerró la puerta con cuidado y prácticamente corrió a su habitación. Entró al baño a ponerse la camiseta con la que dormía y regresó de nuevo al dormitorio, decidida a meterse en la cama y a sacar a Pedro de su vida y de su mente.

Pedro bebió lentamente un sorbo de whisky. No era aficionado al alcohol, pero aquella noche le hacía falta. Y la culpa era de Paula. Había cambiado, y no le gustaban los sentimientos que su cambio agitaba en él. Estaba orgulloso de su capacidad para conocer la personalidad de los testigos, para anticipar los movimientos del proceso y para calibrar el humor de un juez. Pero con Paula era un auténtico desastre.
¿O quizá su ego no estuviera preparado para aceptar que alguien estuviera jugando con él? Era posible que Paula todavía lo deseara y aquella fuera una nueva táctica para captar su atención.
El beso había demostrado que no era tan indiferente a él como aparentaba. Se asomó a la ventana para mirar su casa. La luz del dormitorio estaba encendida. Eso significaba que todavía estaba despierta. ¿Recordando su beso quizá? Él no podía olvidarlo; sus cuerpos habían encajado como si estuvieran hechos el uno para el otro. Y le bastaba recordar el sabor de su boca para sentirse inflamado de deseo.
Sacudió la cabeza y se sirvió otro whisky. Nadie estaba hecho especialmente para nadie y su padre se había asegurado de que aprendiera bien la lección.
Pero había algo en Paula que lo tenía intrigado. Al reconstruir el día, se dio cuenta de que él había dominado la conversación en todo momento. Ella apenas había hablado de sí misma. Y, maldita fuera, estaba interesado en saber lo que estaba haciendo, si le gustaba o no su trabajo, los hombres con los que había salido… Y sus planes de futuro.
Se volvió hacia el teléfono y, sin pensarlo, marcó su número. Paula tardó casi un minuto en contestar.
—¿Paula? Soy yo, Pedro. No te habré sacado de la cama, ¿verdad?
—¿Para eso me llamas? ¿Para preguntarme una tontería? —contestó con aspereza—. Estaba en la cama, pero todavía no estaba dormida. Y, por favor, no me llames dentro de diez minutos para comprobar si me he dormido ya.
—No cuelgues, Paula, quiero hablar contigo.
—Llevamos todo el día hablando.
—Llevo todo el día hablando yo. Pero me he dado cuenta de que sé muy poco sobre ti, sobre lo que has hecho durante todos estos años.
Se hizo un largo silencio entre ellos. Paula se aclaró la garganta. Un signo de nerviosismo, pensó Pedro. Interesante. ¿Por qué se habría puesto Paula nerviosa?
—Es tarde, Pedro, quiero acostarme. ¿No podemos tener esta conversación en otro momento?
—Dime tú cuándo.
—No lo sé, te llamaré.
—No me basta, Paula. Quiero que pongamos ya una cita.
—¿Una cita?
—Una cita —contestó Pedro, sorprendido por el tono de su pregunta. ¿De verdad no querría volver a verlo?—. ¿Qué te parece que quedemos el martes a comer?
—El martes no, lo tengo ocupado —contestó rápidamente.
—El miércoles entonces.
—De acuerdo, quedamos el miércoles a comer.
—Ven a mi despacho a buscarme, podemos comer e ir a dar una vuelta por la ciudad.
—Estupendo, buenas noches —colgó el teléfono.
Pedro dejó lentamente el auricular en su lugar, preguntándose qué estaría pasando por la mente de Paula. Quizá el miércoles lo averiguara.


"Mamá me ha dicho que debo intentar hacerle preguntas sobre su trabajo y sobre otras facetas de su vida. Los hombres disfrutan hablando de si mismos. Y, además, ésa es una buena forma de imaginar cómo podría llegar a ser la vida a su lado. Si él me aburre en una cita, obviamente, lo hará mucho más durante el matrimonio. Pero no creo que Fernando pueda aburrirme nunca. Me basta oír su voz para llenarme de una felicidad que no había experimentado jamás".

Paula suspiró, dejó el diario en la mesilla y apagó la luz. La oscuridad era un amable refugio para los sueños. Y Paula sabía que soñaría con Pedro. Pero lo que ella necesitaba era olvidar lo imposible y concentrarse en hacer planes para el futuro.
Pero, por unos momentos, cedió a la tentación de soñar despierta e imaginar lo que sería compartir su vida con Pedro. Imaginó los besos que compartirían y las noches que llenarían de amor y de risas. Y siguió imaginando durante horas… ¡Ya tendría tiempo de ser realista al día siguiente!

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 15

—Sí, fue duro. Pero no quiero hablar de ello ahora —fijó la mirada en una de las parejas de la pista de baile y, por un instante, deseó sentirse tan feliz y despreocupada como parecía estarlo aquella mujer—. Parece que se divierten —comentó, sin mirar a Pedro.
—Si no quieres que pidamos ya el postre, podemos salir a bailar.
—Claro.
La música era lenta, la luz tenue y la brisa cálida. Pedro se acercó con ella hasta la pista, la rodeó con sus brazos y la estrechó contra su pecho antes de tomar su mano y comenzar a moverse al ritmo de la música. Paula le rodeó el cuello con los brazos y apoyó la frente contra su mejilla, disfrutando de la fragancia masculina de su loción. Se sentía femenina, joven y soñadora como una niña. ¿Cuántas veces, cuando era una adolescente, se había imaginado a sí misma bailando de aquella forma con Pedro?
Y cuando por fin se habían hecho sus sueños realidad ya era demasiado tarde. Sabía que no era hombre para ella. Había llegado ya el momento de olvidar sus deseos de la infancia y concentrarse en el futuro. Quizá la idea de Pedro no fuera tan mala y pudiera pasar algún tiempo con él hasta que se marchara. Sabiendo que no podía volver a enamorarse de él, su corazón no corría ningún peligro. Y además, estaba también el asunto de probar los ingredientes de la receta propuesta por Norma. Paula suspiró suavemente, intentando ignorar las sensaciones provocadas por la cercanía de Pedro.
Se mecían lentamente, sin hablar, limitándose a disfrutar de la melodía y de la noche. La canción terminó y comenzó otra. Y continuaron girando por la pista de baile, perfectamente sincronizados, como si no fuera aquélla la primera vez que bailaban. Paula sabía que jamás olvidaría aquella noche. Aquellas horas mágicas que parecían haberse olvidado del tiempo y del espacio. Y se sentía ligeramente triste. Hacía años, lo hubiera dado todo por poder bailar con él como aquella noche. Sin embargo, en ese momento, eran solamente dos desconocidos compartiendo una noche libre.
Cuando la orquesta hizo un descanso, Paula aprovechó para ir al baño. Mientras se peinaba, estudió su reflejo en el espejo. Tenía los ojos chispeantes por la emoción y el rubor que cubría sus mejillas no era sólo producto del sol de aquella tarde. El vestido continuaba pareciéndole perfecto, y al parecer, también se lo parecía a Pedro. De lo que no estaba muy segura era de si la admiración de Pedro, más que por su cambio de aspecto, no estaría motivada por el hecho de que hubiera dejado de adularlo.
Cinco minutos después, se reunió con él en la mesa.
—¿Quieres tomar postre? —preguntó Pedro.
—No, sólo café. Hace una noche maravillosa, ¿verdad?
—Demasiado calor, quizá.
Paula asintió y miró a su alrededor. La pista de baile estaba abarrotada. En cuanto la orquesta comenzó a tocar nuevamente, Pedro se levantó.
—¿Bailas? —preguntó.
—Sólo un par de canciones más. No me gustaría llegar tarde a casa.
—Claro, necesitas dormir si quieres escribir mañana tu curriculum —contestó Pedro con ironía.
—¿Tú no tienes que trabajar mañana?
—Sí, pero no necesito dormir mucho para sentirme descansado al día siguiente. Por cierto, Paula, si te apetece venir mañana a pasar el día a Charlotte, puedo invitarte a comer.
—Humm, ya veré —musitó.
Una vez en la pista de baile, Paula cedió al impulso de acurrucarse contra él. Probablemente era la única vez en su vida que tendría oportunidad de hacerlo.
Con una audacia extraña en ella, enredó los dedos en su pelo. Pedro la estrechó contra él hasta hacerle sentir la dureza de sus músculos y deslizó la mano lentamente por su espalda.
Paula prácticamente se deshacía entre sus brazos. Por un segundo, hasta se permitió considerar la posibilidad de poder seducir a Pedro. Si la receta de Norma realmente funcionaba, ¿podría conseguir que Pedro llegara a enamorarse de ella?
No, se contestó al instante. La armadura tras la que Pedro se resguardaba era impenetrable. Lo máximo que podía esperar era que le sirviera para averiguar si la receta de Norma podía llegar a funcionar. Y en cuanto se asegurara de que así era, comenzaría a buscar un hombre al que pudiera amar y que estuviera dispuesto a amarla a ella.
Quería compartir su vida con alguien y hacer un hueco en su vida profesional en el que pudiera caber una familia.
Pedro continuaba bailando con Paula, sorprendido por la intensidad del deseo que lo invadía. Normalmente, era inmune a las mujeres y se preguntaba por qué con Paula todo parecía ser diferente.
Paula le había comentado que no pensaba quedarse para siempre en West Bend, aunque todavía no sabía lo que iba a hacer en el futuro. Probablemente regresaría a Nueva York y no la vería durante varios años. Pero mientras estuviera allí, podía pasar más tiempo con ella y averiguar por qué lo fascinaba como no lo había hecho ninguna otra mujer.
Desde que la había visto salir del coche, se había sentido interesado en ella. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la había visto, y quizá echaba de menos su adoración. Cada vez lo intrigaba más aquella mujer. Continuaba siendo un misterio. Y él quería conocerla mejor… íntimamente. Alzó la cabeza. Ya era hora de que pusiera un límite a aquellos pensamientos. Su futuro ya estaba planificado y en él no había lugar para ninguna mujer. Y mucho menos para Paula.
Cuando la música terminó, Pedro salió con Paula  de la pista de baile.
—Ve a buscar el bolso, nos vamos ya.
—¿Tan pronto? —preguntó Paula en tono burlón.
—¿A qué estás jugando, Paula? —preguntó Pedro, mirándola con los ojos entrecerrados.
—No estoy jugando a nada. Si quieres que nos vayamos, nos iremos —contestó, intentando no mostrarse afectada por aquella brusca interrupción—. Voy a buscar el bolso.
Durante el trayecto a casa, Paula  permaneció en completo silencio, preguntándose por qué Pedro  habría decidido poner fin a la noche de manera tan cortante. Aquella noche habían estado muy cerca. Más cerca que en toda su vida. Hablando como amigos, y no como adversarios. Pero la puerta que Pedro parecía haber abierto se había cerrado de repente y Pedro había vuelto a convertirse en el hombre silencioso y distante que ella recordaba.
Suspirando resignada ante los caprichos de los hombres, se relajó en su asiento. Por lo menos ya no sufría por su frialdad, como cuando era niña. Se despediría tranquilamente de él y allí acabaría todo. A menos que Pedro cambiara de actitud, no creía que volviera a salir con él. Era tan impredecible… Quizá pudiera probar la receta con otro. Gabriel  la había invitado nuevamente a salir. Y también Javier Jordan. Podía probarla con cualquiera de los dos.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 14

En cuanto empezó a anochecer, Pedro condujo a Paula hacia el club. Como habitualmente ocurría, lo encontraron prácticamente abarrotado. Pedro y Paula se sentaron en la terraza, cerca de la zona en la que se celebraría el baile.
—Y dime, Paula, ¿a cuál de tus importantes planes has decidido renunciar para salir conmigo? —preguntó Pedro, cuando ambos estaban revisando los menús.
—A escribir mi curriculum —contestó Paula.
—¿A escribir tu curriculum? ¿Has estado a punto de renunciar a pasar el día conmigo para escribir tu curriculum?
Paula lo miró con expresión de inocencia, casi a punto de soltar una carcajada ante su indignación.
—Tengo que encontrar trabajo y cuando antes empiece a buscarlo, más probabilidades tendré de encontrarlo.
—Yo pensaba que podías quedarte a pasar aquí el verano, o por lo menos buena parte de él.
—Ya no soy una niña, tengo que trabajar.
—Pero siempre puedes dedicarte a escribir tu currículum durante las horas en las que yo estoy trabajando, y pasar conmigo mis horas libres.
Paula rió suavemente.
—Estás gruñendo como un niño. Escribiré mi curriculum cuando quiera. Y además, aunque ha sido una tarde muy agradable, no tenemos por qué salir juntos todos los días. De hecho, deberías alegrarte de que por fin haya dejado de seguirte a todas partes.
—El problema está en que, en vez de seguirme, lo que estás haciendo ahora es evitarme —replicó y bajó la mirada hacia la carta—. ¿Has decidido ya lo que vas a cenar?
Paula lo miró divertida.
—¿Crees que estoy evitándote?
—Supongo que no negarás que has dejado de ser aquella adolescente que estaba loca por mí.
—No, por supuesto que no lo voy a negar. Pero has sido tú el que te has arriesgado al pedirme que saliera contigo. ¿Qué habría ocurrido si todavía estuviera enamorada de ti?
—No he corrido ningún riesgo. Desde que llegaste has dejado muy claro que no te importo en absoluto. Eso es un desafío para cualquier hombre.
—¿Entonces has decidido aceptar el desafío y estás dispuesto a demostrar que puedo volver a enamorarme de ti?
—No, lo último que me apetece es que ninguna mujer crea que está enamorada de mí. O que se imagine que está enamorada de mí. Eso puede ser una trampa mortal para un hombre incauto.
—¿Entonces por qué me has pedido, o exigido prácticamente, que salga contigo?
—Tenía ganas de recordar los viejos tiempos… Y de que me contaras algunas cosas sobre ti. Hace mucho que no nos vemos. Quería descubrir cómo eres ahora. Quizá podamos tener alguna que otra cita hasta que te vayas. Puede ser divertido.
Paula bajó la mirada, sintiéndose extrañamente desilusionada. Pero era absurdo. Al fin y al cabo, ella misma había dado a entender que no esperaba ninguna otra cosa de su relación.
—Lo siento —contestó, intentando disimular su repentina tristeza—, pero prefiero dedicarme a otras cosas.
—¿Prefieres ahorrar tu tiempo para dedicárselo al hombre ideal? —le preguntó Pedro burlón.
—Simplemente no tengo demasiado tiempo para perderlo en citas. Oh, mira, ¿no son ésos los Gramlin? — Paula señaló a una pareja que estaba sentada en una mesa cercana a la suya.
—Sí.
—La tía Silvia me contó en una de sus cartas que el mes pasado celebraron su aniversario de bodas —le dirigió a Pedro una sonrisa triunfal—. Llevan cincuenta años casados. Para que veas que hay matrimonios que sí que duran.
—Por lo menos ha durado hasta ahora.
Paula soltó una carcajada.
—Qué cínico eres. Supongo que ésa es una de las cualidades que te ha servido para convertirte en uno de los mejores abogados de la zona. Por cierto, Pedro, todavía no me has hablado nada de tu trabajo.
—¿Y qué te gustaría saber?
—Todo. Que es lo que te gusta y lo que no soportas de él. Los casos más raros que has tenido, si tienes algún socio… Todo lo que puedas contarme.
Pedro dudó un momento, como si no estuviera muy seguro de lo que Paula esperaba. Pero después comenzó a hablar lentamente.
Paula quedó inmediatamente fascinada. Pedro tuvo el don de cautivar y mantener su interés mientras hablaba de las dificultades de sacar adelante un despacho de abogados y de lo mucho que había tenido que luchar durante los primeros años hasta llegar a convertirse en socio de una firma. Le habló de las diferencias entre trabajar sólo y hacerlo en equipo y de los numerosos éxitos que poco a poco iba conquistando.
La música comenzó a sonar cuando ya estaban cenando y para cuando Pedro terminó, ya había algunas parejas en la pista de baile. El tiempo parecía volar mientras escuchaba a Pedro explicándole alguno de sus casos.
—¿Todavía no te has aburrido? —le preguntó Pedro.
—Jamás. ¡Es fascinante! Si encuentro algún rato libre esta semana, iré a verte a uno de los juicios. Me comentaste que vas a los juzgados todos los días, ¿verdad?
—Exacto. Pero ya viniste a verme a un juicio hace años.
—Espero haber madurado desde entonces. Prometo no reírme.
Pedro asintió y la miró pensativo.
—Siempre dejas que sea yo el que hable. Ahora te toca a tí.
—¿A mí?
—Háblame de tí, Paula.
Paula acarició el borde de su copa con expresión pensativa. ¿Qué podía contarle a Pedro?
—Creo que deberíamos dejar la respuesta para más adelante. Ahora mismo estoy en una encrucijada. Me siento como una persona diferente a la que era hace un mes. Y cuando por fin decida lo que quiero hacer con mi futuro, probablemente vuelva a cambiar —alzó la mirada y se quedó casi sin aliento al advertir la expresión de entendimiento y complicidad de Pedro. Nerviosa, desvió la mirada hacia las parejas que estaban bailando.
—Debe de haber sido muy duro perder tu trabajo. Tu tía decía que te encantaba.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 13

—¿Y cómo vas a encontrar a ese hombre?
—Encontrar no es la palabra más adecuada. Yo hablaría de conectar con él, quizá —frunció el ceño.
—Enamorarte —añadió Pedro con sarcasmo.
—Eres un cínico.
—Y tú una idealista.
—Prefiero ser idealista que cínica.
—Y yo prefiero ser realista.
—No todos los matrimonios acaban en divorcio. Mira a mis padres, a mis tíos…
—Han tenido suerte. Y además, todavía están a tiempo de separarse.
—Eres imposible.
Llegaron a su casa. Pedro apagó el motor del coche y se volvió hacia ella.
—Voy un momento a mi casa. ¿Tú quieres ir a cambiarte?
—¿Crees que debería cambiarme?
—A mí me parece que estás perfectamente tal como vas —le acarició el hombro suavemente.
Paula intentó esquivar su caricia procurando no dar muestras del pánico que la invadía. Debía de estar loca al pensar que podía pasar la tarde con él sin que ello supusiera ningún tipo de problema. La más ligera caricia de Pedro le hacía perder la cabeza.
—Ahora mismo vengo —le dijo Pedro, y salió del coche.
Paula intentó tranquilizarse recordando algunos pasajes del diario de la bisabuela. ¿Habría intentado probar Norma sus recetas con otros hombres o la habría puesto en práctica únicamente con el hombre que verdaderamente le interesaba? Paula se preguntaba si debería hacer eso ella también, practicar con alguien antes de ponerse a trabajar en serio. Podía practicar con Pedro, por ejemplo. Al fin y al cabo, sabía que él jamás consideraría siquiera la posibilidad del matrimonio. Podía seguir los consejos que daba el diario y ver los que daban resultado y los que no y cuando por fin estuviera lista y descansada para comenzar nuevamente su vida, ponerse a buscar al hombre perfecto.
Y aquello le recordaba que pronto tendría que comenzar a buscar otro trabajo. Tras tres días de descanso, el agotamiento y la apatía estaban desapareciendo. De hecho, comenzaba a sentirse llena de energía e ideas. Aunque, desgraciadamente, casi todas giraban en torno a Pedro.
Quizá debiera considerar seriamente la posibilidad de buscar trabajo en Charlotte. Sería maravilloso estar cerca de su tía y de Leticia. Y aunque la experiencia de vivir en Nueva York había sido fascinante, allí estaba demasiado lejos del único hogar que verdaderamente adoraba.
Pedro salió de la casa con la misma camisa blanca que antes llevaba, pero con unos pantalones de algodón y una chaqueta del mismo tejido al hombro que tiró en el asiento trasero.
—He pensado que podríamos parar a comprar unas hamburguesas antes de acercarnos al río. Por cierto, todavía no has visto el nuevo centro de interpretación de la naturaleza, ¿verdad?
—No, pero tía Silvia me ha contado muchas cosas sobre él.
—Está al principio del río. Teóricamente, la vida silvestre encuentra aquí un agradable refugio. A lo largo del río hay señales con explicaciones sobre la flora y la fauna de la zona. Si quieres, también podemos bañarnos.
—No tengo traje de baño.
—Imagino que ésa ya es una respuesta, ¿lista para salir?
Paula disfrutó mucho aquella tarde. Pero no estaba segura de que Pedro también lo hiciera. Comieron rápidamente en una hamburguesería y a continuación se dirigieron hacia el río. La mitad de las familias de la ciudad parecían haber tenido la misma idea porque estaba abarrotado.
Nada más salir del coche, Pedro tomó a Paula de la mano y comenzaron a caminar por el paseo de madera que habían construido a lo largo del río. De vez en cuando, era tanta la gente con la que se cruzaban que tenían que ponerse uno detrás de otro, pero ni siquiera en aquellas ocasiones Pedro interrumpía el contacto entre ellos.
A última hora de la tarde, se dirigieron hacia la zona de baño. Estaba repleto de niños. Los más pequeños jugaban en la orilla mientras los de más edad se servían de dos cuerdas colgadas de los árboles para tirarse a la parte más profunda del río.
La mente de Paula se pobló de recuerdos del pasado. Paula, Leticia y sus amigos habían pasado horas maravillosas jugando allí. Deseó haberse llevado el traje de baño, para revivir alguno de aquellos recuerdos.
—Podríamos habernos dado un baño —comentó Pedro, como si le hubiera leído el pensamiento.
—¿Había tanta gente cuando nosotros veníamos a nadar?
—A veces, pero cuando estás en el agua no te importa. Deberíamos venir otro día.
Paula se inclinó ligeramente contra él y posó la mano en su hombro.
—He disfrutado mucho recordando mis tiempos de niña, Pedro. Ha sido una tarde magnífica.
Pedro la estrechó ligeramente contra él.
—Si no estuviéramos rodeados de gente, continuaría ahora mismo lo que empezamos la otra tarde.
Paula lo miró a los ojos y se humedeció los labios lentamente.
—¿Estás haciendo esto deliberadamente para provocarme? Ese vestido me está volviendo loco. Y tu pelo… Dios, llevo todo el día deseando acariciarlo —susurró Pedro.
Paula contuvo la respiración. El brillo de los ojos de Pedro reflejaba un creciente interés en ella. ¿O estaría interpretándolo mal? Quizá, la lectura del diario de Norma  sólo le estuviera sirviendo para hacerse falsas ilusiones.

jueves, 23 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 12

—Eso fue hace años. La verdad es que desde que me fuí a Nueva York no he vuelto a jugar. No sé si se me dará tan bien como entonces.
—Quizá sea como montar en bicicleta, nunca se olvida. Por cierto, me gusta ese vestido.
—¿Te parece apropiado para ir a la iglesia? ¿No resultará demasiado informal?
Se trataba de un vestido cómodo y fresco. La parte de arriba, de color azul claro, se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, realzando sus curvas. La falda, de color crema y con un ligero vuelo, le llegaba por debajo de las rodillas.
—Lo que creo es que estás adorable. Y me gustan las sandalias que te has puesto a juego.
—Y además voy muy cómoda.
—Así que ahora te gusta sentirte ultra femenina, ¿eh? ¿Leíste algo más anoche en el diario de Norma?
—Ni una sola palabra. Llegué tarde a casa. Gabriel se empeñó en llevarme a una heladería después de la cena y estuvimos charlando —no contó nada más. No tenía sentido hablarle de la llamada de Pedro.
Cuando Leticia estacionó el coche frente a la iglesia Baptista, Paula miró con curiosidad a su alrededor, reconociendo a muchas de las personas que charlaban en el exterior de la iglesia.
—Allí está Matías—comentó Leticia antes de salir—. Qué curioso, está hablando con Pedro. Hace mucho que Pedro no venía a la iglesia. Me pregunto qué lo habrá traído hoy por aquí —miró a su prima con expresión pensativa mientras Paula cerraba la puerta.
El corazón de Paula latía a toda velocidad a pesar de los esfuerzos de la joven por mostrarse fría y tranquila. Lo último que necesitaba era encontrarse a Pedro después de haberle colgado el teléfono por la noche.
Siguió en silencio a su prima, preparándose para lo peor. En cuanto Leticia los llamó, los dos hombres se volvieron sonrientes hacia ellas.
—Buenos días, Paula—la saludó Pedro en voz baja y casi íntima cuando se reunieron con ellos—. ¿Has dormido bien?
—Hola, Pedro, Matías— Paula ignoró la pregunta e intentó seguir avanzando.
Pedro la agarró del brazo para detenerla.
—¿Sigue en pie lo de esta tarde?
—¿Qué van a hacer esta tarde? —preguntó Leticia, mirando con recelo a Pedro y a Paula.
—Vamos a ir al río y después a cenar al club de campo —contestó Paula con cierta indiferencia.
—Suena divertido. Pero no me has comentado nada en el coche… —comentó Leticia.
Paula se encogió de hombros, consciente del contacto de Pedro. Sentía arder la piel bajo sus dedos y le resultaba imposible pensar y mucho menos inventar una razón coherente con la que explicarle su silencio a su prima.
—No era nada definitivo. Tengo que ver si puedo reorganizar algunos planes —musitó Paula.
—Ayer por teléfono me dijiste que sí —comentó Pedro suavemente.
—Después de tu última salida, no creo…
—Deberíamos entrar —los interrumpió Leticia.
—Buena idea — Pedro deslizó la mano por el brazo de Paula y le tomó la mano.
—No necesito que me des la mano —replicó ella intentando soltarse.
Once años atrás, Paula se habría sentido halagada por las atenciones que Pedro le prestaba. Pero a esas alturas ya sabía que no significaba nada. No permitiría que sus estúpidos sueños volvieran a atraparla.
—Yo llevaré a Paula a su casa —se ofreció Pedro a la salida de la iglesia—. Así te ahorraré un viaje —le dijo a Leticia.
—Muchísimas gracias, no sabes cuánto te lo agradezco.
Paula  miró a su prima con el ceño fruncido. Si tanto la molestaba llevarla, ella podría haber ido en su coche. Además, había sido la propia Leticia la que se había ofrecido para ir a buscarla.
—Y no hagas nada que yo no haría —dijo Leticia alegremente, antes de volverse hacia Matías.
—Como no tenga cuidado, lo va a agobiar —comentó Pedro mientras se dirigía con Paula hacia su coche.
—Es normal que le apetezca estar con él, le gusta —contestó Paula a la defensiva.
—Y a veces yo creo que a él le gusta ella, pero Leticia está siendo demasiado insistente. Además, ambos sabemos que Leticia no es ningún modelo de estabilidad. Pronto se cansará de él.
—Quizá esta vez esté verdaderamente enamorada —replicó Paula. En realidad estaba de acuerdo con Pedro, pero no tenía intención de decírselo.
Se metió en el coche e intentó buscar nuevos argumentos con los que combatir los de Pedro. Pero no encontró ninguno. Leticia cambiaba de novio con la misma facilidad con la que otras mujeres cambiaban de peinado. Aun así, continuó defendiéndola.
—Leticia es una mujer maravillosa, y estoy segura de que algún día llegará a ser una buena esposa.
—¿Y cuánto tiempo crees que le durará el matrimonio? Ni siquiera ha sido capaz de estar comprometida durante más de seis meses.
—Que tu madre abandonara a tu padre no quiere decir que todas las mujeres abandonen sus familias.
—Muchas lo hacen.
—Sí, supongo que tu trabajo te obliga a enfrentarte a muchos casos parecidos.
—No, yo no atiendo asuntos de familia, pero algunos de mis colegas lo hacen y me lo han comentado.
—¿Y no te han contado que también hay muchos hombres que lo hacen?
—Claro que sí. El matrimonio es una institución caduca y sobre valorada.
—¿Qué? No puedo creer lo que estoy oyendo. El matrimonio es una institución maravillosa que ayuda a fortalecer los vínculos sociales.
—¿Ah sí? Y si es tan maravillosa, ¿por qué no te has casado tú?
Paula cerró la boca y se volvió hacia la ventanilla. No podía decirle que su absurdo enamoramiento de adolescente había marcado toda su vida. Ningún hombre le parecía comparable a Pedro, que durante mucho tiempo había sido para ella el prototipo del hombre ideal.
—He estado demasiado ocupada con mi trabajo —contestó al cabo de unos segundos.
—¿Entonces piensas casarte?
—Quizá, cuando encuentre al hombre adecuado.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 11

—¿Qué eres, mi perro guardián? Puedo acostarme todo lo tarde que me apetezca. Y además, ¿por qué sabes que ayer me acosté tarde?
—Ví la luz de tu habitación encendida cuando me fui a la cama. Por cierto, tengo que reconocer que al verte vestida como ibas hoy ha cambiado radicalmente mi opinión sobre ti.
—¿Ah sí?
—Imaginaba que eras una de esas mujeres que siempre van con vaqueros o con trajes de chaqueta y que se meten en la cama con cualquier camiseta. Pero ahora sospecho que eres completamente diferente. ¿Qué te pones para ir a la cama, Paula? ¿Un camisón de seda y encaje?
Paula bajó la mirada hacia la camiseta que solía ponerse para dormir.
—¿Paula?
—Creo que no es algo de lo que tenga que hablar contigo, Pedro. Al fin y al cabo, apenas nos conocemos —contestó, deseando tener cualquiera de aquellas eróticas prendas de ropa interior que volvían locos a los hombres.
—¿Que apenas nos conocemos? ¿Cómo puedes decir eso? Has ido detrás de mí durante años, me has seguido a todas partes. ¿O acaso has olvidado ya tus arengas sobre el amor eterno?
Paula cerró los ojos avergonzada.
—No hace ninguna falta que me recuerdes mis caprichos de adolescente —contestó lentamente—. Era una niña y estaba locamente enamorada de tí. Pero las cosas han cambiado. Bueno, ahora tengo que acostarme. Adiós — Paula colgó el teléfono y apoyó la cabeza contra la pared. Era imposible no recordar la última vez que le había dicho a Pedro que lo amaba. Había sido terrible. Pedro se había reído de ella y le había dicho que lo dejara solo y se marchara con sus estúpidos caprichos de niña. Que él tenía mejores cosas que hacer que perder el tiempo con una adolescente ridícula.
Pero eso había sido once años atrás. Desde entonces, Paula había crecido y había continuado con su vida. Y no necesitaba que Pedro sacara a relucir su pasado.
El teléfono volvió a sonar.
Pero Paula lo ignoró, regresó al dormitorio, se metió en la cama y apagó la luz. Ya seguiría leyendo el diario mañana. Aquella noche, lo que quería hacer era dormir y olvidarse de Pedro Alfonso y la atracción que alguna vez había sentido por él.
El teléfono dejó de sonar y la casa se quedó en completo silencio. Pero pasó mucho tiempo hasta que Paula consiguió dormirse.

—¡Maldita sea! — Pedro dejó violentamente el auricular en su sitio. ¡Le parecía increíble que Paula le hubiera colgado el teléfono y después ni siquiera se hubiera tomado la molestia de contestar! Se acercó a la ventana y miró hacia la casa de al lado. Soltó un juramento. Lo que él pretendía era bromear sobre el pasado, no que Paula se enfadara.
Suspiró y se frotó el cuello. No debería haber comentado nada. Sobre todo cuando Paula no había dado ningún indicio durante la semana de sentir nada por él.
Y ésa era una parte fundamental del problema. Si era sincero consigo mismo, tenía que admitir que echaba de menos su devoción, su completa adoración. Pero al día siguiente se aseguraría de que pasara la tarde con él. Si había podido arreglárselas para ver a Gabriel a los tres días de llegar, también podía emplear una tarde en verlo a él.
Por lo menos no había tardado mucho en despedirse de Gabriel. Aunque habían llegado suficientemente tarde como para haber hecho algo más que cenar. En principio, Paula no parecía una mujer capaz de llegar muy lejos en la primera cita, pero cómo iba a estar seguro. Hacía años que no la veía. Habían pasado nada menos que once años desde que había intentado besarlo, convencida de que lo amaba.
Sintió que se le revolvían las entrañas al imaginarse a Paula y a Gabriel besándose. Y recordó el sabor de su boca cuando la había besado en el jardín. No quería que ningún otro hombre la tocara.
¿Pero por qué no?
Sin ninguna gana de profundizar en aquellos sentimientos, se dirigió a la ducha. Paula era una persona autónoma. Podía hacer lo que quisiera con su vida. Pero al día siguiente se aseguraría de que pasara el día con él. ¡Y que se olvidara completamente de Gabriel Penning!
Y si eran besos los que quería, Pedro podía ofrecérselos hasta el hartazgo.

—¿Qué tal te fue con Gabriel?—le preguntó Leticia a Paula cuando fue a buscarla a la mañana siguiente para ir a la iglesia.
—Bien, nos divertimos. Es posible que vayamos a jugar al tenis la semana que viene —contestó, intentando teñir de entusiasmo su voz.
—A Gabriel siempre le ha gustado el tenis. Recuerdo que solíais ser pareja en los partidos de dobles.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 10

El pelo se lo habían cortado a la altura de los hombros y se lo habían peinado dejando que conservara su caída natural. Enmarcaba su rostro y le daba un aspecto que casi podría describirse como sexy. Siguiendo el consejo de Leticia, utilizó un maquillaje que realzara sus ojos, y estaba satisfecha con los resultados.
—Hola, Gabriel—saludó a su amigo, un hombre alto, rubio y considerablemente guapo, por el que, sin embargo, jamás se había sentido atraído.
Gabriel no había tenido tiempo de contestar a su saludo cuando apareció Pedro por la acera en la que Gabriel había estacionado su coche. Escrutó a Paula con la mirada de la cabeza a los pies.
— Paula—la saludó sin mostrar ningún tipo de emoción.
—Hola, Pedro— Paula se sentía culpable como una niña a la que hubieran atrapado robando una galleta. Tragó saliva, intentando tranquilizarse. No tenía por qué sentirse culpable por nada. Tenía derecho a salir con quién quisiera. De hecho, si pensaba en el diario de Norma, era hasta una estrategia adecuada. Pedro iba a verla salir con otro. Iba a demostrarle que aunque él nunca la hubiera deseado, otros hombres lo hacían.
—¿Qué tal Pedro? ¿Cómo va todo? —lo saludó Gabriel, tendiéndole la mano.
—No puedo quejarme, ¿y tú, cómo estás?
—Las cosas no podían irme mejor. El negocio va tan bien que estoy empezando a pensar en contratar a alguien que pueda ayudarme —Gabriel ayudaba a su padre en la ferretería desde que era niño y desde que había terminado los estudios, dirigía él mismo el negocio.
—¿Van a salir? —preguntó Pedro, sin apartar la mirada de Paula.
Paula asintió y se acercó a Gabriel sonriente.
Gabriel le abrió la puerta del coche y contestó por ella.
—Sí, quiero que Paula conozca el nuevo restaurante que han abierto.
—Que se diviertan.
—Adiós —dijo Paula, consciente de la mirada de Pedro  mientras se montaba en el coche. En cuanto se sintió a salvo de su mirada, suspiró y se volvió hacia Gabriel dispuesta a prestarle toda su atención y a sacar, aunque sólo fuera durante aquella noche, a Pedro Alfonso de su cabeza.
Cuando se fue a la cama horas después, estaba agotada. Tomó el diario y lo abrió, preguntándose si sería capaz de mantener los ojos abiertos. La noche había sido interminable. Gabriel había dejado de ser un joven con el que compartía diversiones e inquietudes para transformarse en un hombre incapaz de hablar de otra cosa que no fuera su negocio.
Sonó el teléfono.
Y Paula se olvidó inmediatamente de su cansancio. Las llamadas en medio de la noche normalmente significaban problemas. Saltó de la cama y corrió hasta el teléfono del pasillo.
—¿Diga? —preguntó casi sin respiración.
—¿Has disfrutado de la cena?
—¿Pedro? ¿Sabes que son cerca de las doce?
—Sí, y acabas de llegar a casa. Parece que la cena se ha prolongado bastante. ¿Qué tal has cenado?
—¿Cómo sabes que acabo de llegar a casa? ¿Te dedicas a espiarme?
—Claro que no. He visto el coche de Gabriel, eso es todo. ¿Te has divertido, Paula?
—Sí, me he divertido —contestó desafiante.
—Me ha gustado el vestido que te has puesto. Creo que no te había visto nunca con vestido.
Paula sonrió ante el cumplido.
—Claro que me has visto. A la iglesia siempre iba con vestido.
—Pero eso fue hace años, y, por lo que yo recuerdo, no eran tan delicados y femeninos como el de hoy, sino más bien serios e intimidantes.
—Eso fue hace mucho tiempo, Pedro.
 —Así que ahora tienes el armario lleno de vestidos de volantes. Me sorprendes, Paula.
—Me gustan los vestidos muy femeninos —contestó ella lentamente, alegrándose de haber leído el pasaje del diario de Norma que la había animado a salir de compras.
—No, si no me quejo, cariño. En absoluto. Te sentaba muy bien.
¿Cariño? Paula contuvo la respiración. Era la primera vez que la llamaba cariño.
—¿Has cambiado de opinión sobre lo de que nos veamos mañana?
—Todavía no estoy segura —contestó, siguiendo una vez más el consejo de su bisabuela.
—¿Por qué?
—Tengo que asegurarme de que no tengo otras cosas que hacer.
—¿Como cuáles?
—No estoy en el banquillo de los acusados, Pedro. Deja de interrogarme.
Pedro se echó a reír.
—Lo único que pretendo es convencerte para que salgas conmigo mañana. Podemos ir al río y cenar después en el club de campo. Hay baile en la terraza y ofrecen un buffet que merece la pena probar.
—Humm. De acuerdo, me has convencido. Si puedo cambiar de planes, iré.
—Ya era hora de que me dijeras que sí. No me gustaría tener que volver a sentarte en el banquillo de los acusados.
—Sólo porque haya tenido cosas que hacer…
—Nada tan importante como pasar una tarde conmigo.
—¡Ja! —tan arrogante como siempre, pensó.
—Bueno, y ahora vete a la cama. Ya llevas dos noches acostándote tarde. Yo creía que habías regresado muy cansada de Nueva York.

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 9

—¿Y tú se lo has presentado?
—Claro. A lo más que ha llegado ha sido a salir en un par de ocasiones con alguna de ellas. Es un caso perdido.
—¿Conocistes a su madre? —les preguntó entonces Matías.
—No, su madre lo abandonó cuando yo tenía unos dos años —contestó Leticia—. Y eso fue muchos años antes de que Paula comenzara a venir a pasar las vacaciones con nosotros. Pero le he oído a mi madre hablar de lo ocurrido. Decía que para el padre de Pedro fue un golpe terrible. Y también para sus dos hijos. Ellos fueron los que más sufrieron. Tuvieron que soportar el abandono de su madre y después la convivencia con un hombre amargado. Horacio jamás quiso volver a casarse. Y Federico y Pedro oyeron cosas terribles de su madre durante toda su vida. No me extraña que Pedro no sea capaz de confiar en ninguna mujer.
Paula miró a Matías, sabiendo que, al igual que ella, estaba pensando en Selena.
—Bueno, yo creo que ya he dejado hueco para el postre —dijo Leticia alegremente—. ¿Y tú Matías?
Cuando aquella noche Paula estaba abriendo la puerta de su casa, le pareció advertir un movimiento en el patio de la casa de Pedro. ¿Estaría fuera? ¿Esperando quizá a que regresara a casa? No parecía muy probable. Era absurdo engañarse: Pedro no tenía ninguna razón para mostrar interés alguno en su vida.
Pero, por si acaso, se metió rápidamente en la casa.

Antes de dormir, al igual que había hecho la noche anterior, volvió a concentrarse en el diario de la bisabuela.
"No aceptes ninguna invitación en el último momento. Asegúrate de que crea que estás ocupada y que tienes que hacer un esfuerzo extra para pasar algún tiempo con él. Eso es de tía Carolina, pero es igual que el consejo de tía Clara. Finge que tienes otros planes, aunque sólo sea lavarte el pelo. Y si de verdad tienes otra cita, deja que sepa que hay otros hombres que también te encuentran atractiva".
Paula asintió, con la mirada perdida en el vacío. Tenía sentido. Pero tampoco era una novedad. Al fin y al cabo, ¿no había presionado Pedro para que tuvieran una cita cuando se había negado a salir con él? Y especialmente después de que le hubiera dicho que iba a salir con Gabriel. Interesante. Aquella receta estaba resultando ser mucho más eficaz de lo que en principio había pensado.
Si Pedro volvía a pedirle que salieran, fingiría que estaba muy ocupada. Y actuaría como si le estuviera haciendo un favor cuando estaba con él.
Riendo suavemente, Paula volvió a concentrarse en la lectura.
Paula volvió a leer aquellas palabras con el ceño ligeramente fruncido. Estaba cansada y debería llevar horas durmiendo, pero estaba demasiado fascinada para dejar de leer. Norma estaba hablando sobre los consejos de su madre para elegir el vestuario adecuado a su edad.

"Mi madre está muy impactada con esas jóvenes de la ciudad que se atreven a ponerse pantalones. Dice mi madre que si el buen Dios hubiera querido que las mujeres llevaran pantalones, jamás habría inventado los vestidos. A mí me gustan los pantalones, son muy chic, pero mamá no quiere ni oír hablar de ellos. Algo tengo que hacer para llamar la atención de Fernando. Creo que intentaré hacerme un par de vestidos nuevos. Llenos de puntillas y volantes. Ultra femeninos. Si no puedo ir a la moda, tendré que utilizar mi feminidad. Quizá le haga sentirse a Fernando más viril".

Paula rió y dejó el diario en la mesa. Esperaba que la respuesta a la última estrategia inventada por Norma estuviera en las páginas siguientes, pero tendría que descubrirla en otra ocasión porque se le estaban cerrando los ojos.
Apagó la luz y apoyó la cabeza en la almohada. Justo antes de quedarse dormida, se descubrió preguntándose si llevar ropas femeninas tendría realmente algún impacto en los hombres.
—Me voy a volver loca —dijo Paula para sí a la mañana siguiente, mientras tomaba café y leía los anuncios de rebajas en el periódico. En algún momento, durante la noche, había decidido probar el consejo de Norma y pasar el día buscando algún atuendo femenino y cómodo al mismo tiempo. Estaba de vacaciones, tiempo para derrochar. Y además, un vestido de verano tampoco tenía por qué ser excesivamente caro. Se compraría algo y se lo pondría esa misma noche para salir con Gabriel.
¡Aunque no era en Gabriel en quien estaba pensando, sino en Pedro y en su maldito beso!
—Tienes que ser práctica —se dijo—. No tienes ningún futuro en esa dirección, por mucho que alguna vez lo desearas —al perder su trabajo, después de lo mucho que había trabajado para conservar su puesto, había aprendido una dura lección: intentar lo imposible no servía de nada.
Cuando Gabriel llamó al timbre aquella noche, Paula se había cambiado de ropa y peinado una docena de veces. Había llamado a Leticia para que la acompañara en sus compras y el resultado del día habían sido cuatro vestidos, un nuevo maquillaje y un nuevo corte de pelo.
Y en ese momento, cuando tenía a Gabriel  Penning esperándola en la puerta, no estaba del todo segura de qué era lo más adecuado para aquella noche. Quizá debería haberse comprado vestidos más acordes con los que utilizaba siempre. Porque en cuanto encontrara un nuevo trabajo, iba a tener que relegar sus nuevas adquisiciones al fondo del armario.
Aun así, le gustaba el aspecto que tenía con aquel vestido. Dejaba su escote y sus hombros al descubierto, mostrando el bronceado que había adquirido trabajando en el jardín. El corpiño ajustado realzaba su figura y el vuelo de la falda le daba un aspecto atractivo.

martes, 21 de julio de 2015

La Clave Para Conquistarte: Capítulo 8

—¿Estás intentando seducir a la testigo? —preguntó ella, casi sin respiración.
—Eso no sería ético —musitó a menos de un milímetro de sus labios.
Por un instante, Paula pareció sorprenderse, pero al segundo siguiente, se estaba inclinando relajadamente contra él. Y le echó el resto del vaso de limonada helada en la pierna.
—¡Maldita sea! — Pedro retrocedió al instante, intentando evitar el frío y pegajoso líquido.
—Oh, lo siento. Se me había olvidado que tenía el vaso en la mano. ¿Estás bien? — Paula dejó el vaso en la mesa y se acercó a él—. Aquí fuera no tengo servilletas, pero si quieres puedo ir a casa a buscar algo para limpiarte —lo miraba intentando disimular su diversión.
—No te molestes.
Paula lo miró fijamente, intentando adoptar una expresión de absoluta inocencia.
—Lo siento, ha sido un accidente.
—Estoy seguro. Porque si por un momento pensara que lo has hecho intencionadamente, soy capaz de tirarte el resto de la jarra de limonada encima —replicó, mirando disgustado sus vaqueros empapados. Alzó la mirada y cambió de expresión—. Pero puedes arreglar este desastre cenando conmigo esta noche.
Paula frunció el ceño. Ya no tenía ninguna gana de reír.
—Por Dios, ¿es que nunca te das por vencido? No voy a cenar contigo, Pedro. Le he dicho a Leticia  que saldría con ella y es eso lo que pienso hacer.
—Leticia es tu prima, no creo que le importe.
—Pero a mí sí. Y no pienso cambiar de opinión.
Pedro asintió en silencio. Inesperadamente, estiró la mano, la tomó del cuello y la empujó delicadamente contra él para atrapar sus labios en un beso ardiente y demandante. Paula abrió los labios en respuesta y él profundizó su beso, saboreándola y acariciando su lengua. El tiempo pareció detenerse en ese instante.
En el interior de Paulase produjo una explosión de sensaciones. La sorpresa fue inmediatamente sustituida por un inmenso deseo. Quería más, mucho más. Pero antes de que hubiera tenido tiempo de formular cualquier tipo de pensamiento, Pedro retrocedió.
—Quizá no puedas anular tus citas, pero por lo menos piensa en mí mientras tanto —dijo Pedro. Rozó sus labios una vez más, giró sobre sus talones y se dirigió hacia la casa.
Paula permaneció mirándolo sorprendida. Desde que lo conocía, aquella era la primera vez que la besaba. Ella había intentado hacerlo una vez, pero Pedro la había puesto inmediatamente en su lugar. Se había reído de ella, se había burlado. Pero jamás la había besado.
¡Y menos de aquella forma!
Se pasó la lengua por los labios, disfrutando del sabor que el beso de Pedro había dejado. Pero todo había sido demasiado rápido. Y no le habían hecho ninguna gracia las razones de su beso. Entrecerró los ojos y lo fulminó con la mirada.
—Qué tipo más arrogante. Lo último que necesito ahora es enredarme con alguien que reniega de las mujeres.
Se dirigió hacia la casa, intentando convencerse a sí misma de que la atracción que sentía hacia Pedro era puramente física. No tenía nada que ver con el amor, ni el futuro, ni el respeto mutuo. Y le bastaba recordar las burlas de las que había sido víctima durante todos aquellos años para saberlo.
Pero algo parecía haber cambiado. Aunque no estaba segura de qué. ¿Por qué se habría acercado Pedro a ella? Incluso la había presionado para que tuvieran una cita. No, no estaba segura de lo que se proponía, pero tenía que reconocer que tanto su insistencia como su beso le habían resultado gratificantes. Y, maldita fuera, iba a ser muy difícil dejar de pensar en él durante la noche.
La cena fue muy agradable. Matías era un hombre divertido y un gran conversador. Era tan alto como Pedro, aunque más fornido y con el pelo más claro. No parecía prestar especial atención a su prima, mientras que ésta prácticamente lo devoraba con la mirada. Paula se preguntaba si los sentimientos hacia ella serían recíprocos. Y, en el caso de que así fuera, cuánto tardaría Leticia en cansarse de Matías.
Cuando después de la cena Leticia se disculpó para ir al baño, Matías se volvió sonriente hacia Paula.
—Había oído hablar mucho de tí —le comentó.
—¿De verdad?
—A Pedro Alfonso.
—Oh — Paula se sonrojó y tragó saliva—. ¿ Pedro te ha hablado de mí?
—Estuvimos juntos en la universidad.
—Ah, bueno, en ese caso espero que no te creyeras todo lo que decía —contestó ella riendo. Se imaginaba perfectamente las cosas que Pedro podía decir de ella diez años atrás.
—Cuando volvía de las vacaciones se quejaba de que había una mocosa que no lo dejaba ni a sol ni a sombra.
—Y tenía razón. Estaba loca por él —pero ya lo había superado, se aseguró a sí misma.
—Sí, eso nos contaba —rió Matías—. Pero yo a veces pensaba que, a pesar de sus quejas, en el fondo le gustaba. Hablaba muchísimo de tí.
—Estoy segura — Paula dio un largo sorbo a su bebida y miró atentamente a Matías—. Matías, ¿conocías a la chica de la que se enamoró Pedro cuando estaba en la universidad?
Matías cambió completamente de expresión y asintió lentamente.
—Selena Canfield.
—¿Cómo era? ¿Qué sucedió entre ellos?
—Quizá deberías preguntárselo a Pedro.
—Quizá, pero ya sabes que no me contará nada. ¿Realmente estaba enamorado de ella?
Matías se encogió de hombros.
—Por lo menos eso era lo que él pensaba.
—¿Y ella no estaba enamorada de él?
—Lo fingió. Pero sólo fue una elaborada estrategia para atrapar al hombre con el que una vez había estado comprometida. Y en cuanto su prometido volvió a acercarse a ella, abandonó a Pedro, y de la forma más humillante. Siempre he pensado que Selena fue especialmente cruel con él para demostrarle a su prometido que ya no tenía nada que ver con Pedro.
Paula suspiró. No le extrañaba que Pedro fuera tan cínico con las mujeres después de una experiencia como aquélla.
— Paula, ¿has aprovechado mi ausencia para revelar mis más oscuros secretos? —preguntó Leticia alegremente cuando volvió a reunirse con ellos.
—Tú no tienes nada que ocultar, Leticia—contestó Paula.
—¿Y de qué estabas hablando entonces?
—De Pedro.
—¿De Pedro Alfonso? ¿Qué ha pasado con él?
—Nada. Como me habías comentado que Matías había estado con él en la universidad, hemos estado hablando de eso.
— Pedro mencionaba a Paula alguna que otra vez —intervino Matías.
—Estoy segura de que hacía algo más que mencionarla —dijo Leticia, mirando a su prima con los ojos entrecerrados—. Paula lo seguía a todas partes, quería convencerlo de que fuera su novio.
—Gracias, prima, yo te defiendo y tú me arrojas a los lobos.
—Pero si es verdad. Yo no podía entender lo que veías en él. Era mucho mayor que tú y no parecía tener ningún interés por las chicas. Hasta que se enamoró. Pero desde que su novia lo dejó, no volvió a interesarle ninguna mujer. Y no porque ellas no lo hayan intentado. No sabes la cantidad de amigas mías que me han pedido que se lo presentara durante todos estos años.