martes, 30 de mayo de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 20

Paula intentó recordar si había experimentado aquella sensación con Diego. No lo creía, aunque la química debía haber sido fuerte para que ella hubiera aceptado acostarse con él; un momento importante para una chica que había jurado no dormir con un hombre hasta que estuviera prometida. Había sido muy cuidadosa con su virtud sin darse cuenta de lo fácil que era no sentirse tentada cuando la carne no pedía a gritos un hombre.

Por supuesto, se decía a sí misma que Diego y ella estaban locamente enamorados el uno del otro. Pero era una excusa, una justificación. La verdad era que se había quedado enganchada al placer adictivo de sus besos y a la promesa de más placer. A veces la preocupaba pensar que habría pasado si hubiera dormido con él. Quizá se parecía más a su madre de lo que había creído. Quizá sólo necesitaba un determinado tipo de hombre para despertar en ella a la chica «alegre». Quizá todos los hombres con traje de chaqueta la encendían y despertaban en ella un monstruo de lascivia. Era un pensamiento preocupante, dado que estaba a punto de aterrizar en una ciudad en la que había miles de hombres así. ¿Volvería la cabeza en cada esquina? ¿Sería la esclava de todos ellos? Sólo cuando salieron del avión, aquel miedo desapareció. El aeropuerto estaba lleno de hombres con traje de chaqueta, todos ellos con el móvil pegado a la oreja y la mano al maletín de piel. Varios de ellos la miraron, pero ninguno de ellos la atraía. No sentía nada parecido a lo que sentía estando cerca de Pedro. Casi suspiró aliviada. Mejor ser la esclava de una pasión desordenada que sentirse atraída por cada hombre guapo y elegante que pasara a su lado.

—¿Te sientes mejor ahora con los pies en el suelo? —preguntó Pedro.

Paula dejó escapar el aire que había estado conteniendo.

—Mucho mejor, gracias —contestó, dispuesta a disfrutar de la ciudad con la que siempre había soñado.

—No juzgues Sidney por la zona que hay alrededor del aeropuerto —le advirtió Pedro cuando tomaban un taxi—. Es una zona industrial espantosa. Siempre están tirando edificios y haciendo bloques nuevos. Pero ese es el progreso. Sidney es una ciudad joven, en continuo cambio. Eso es lo que me gusta de ella. Pero a veces es demasiado ruidosa incluso para mí.

—A mí no me importa el ruido —dijo Paula—. Pero no me imaginaba que hubiera tantos coches.

De repente, en la distancia, Paula vió los que debían ser los rascacielos más altos de la ciudad. Un montón de altísimos edificios agrupados, con una altura increíble.Era espectacular. Aquello era lo que había estado esperando y su corazón latía acelerado mientras se acercaban y ella tenía que levantar los ojos cada vez más. Cuando el taxi entró en un túnel,  suspiró desilusionada.

—Desgraciadamente esta calle pasa por debajo del puente —explicó Pedro—. Si te apetece, un día iremos paseando y, si quieres, subiremos a un barco.

—¡Me encantaría! —exclamó ella, un poco sin aliento. Pero es que la dejaba sin aliento ir sentada tan cerca de él, con sus muslos rozándose.

—A mí me encantará llevarte —sonrió él, con sinceridad—. Me gusta enseñar Sidney a los visitantes y creo que me encantaría especialmente enseñártela a tí.

—¿Por qué a mí especialmente?

—Porque me recuerdas a mí mismo cuando llegué. A mí también me pareció una ciudad grandiosa.

En ese momento salían del túnel y Paula se dió la vuelta para admirar el puente, con sus enormes pilares y la espectacular forma de percha. El tamaño de aquel puente era abrumador para una chica del páramo.

—Es increíble, ¿Verdad?

—Sí. No querría vivir en ningún otro sitio. Ya verás la vista que tiene mi departamento.

—Tengo la impresión de que tu apartamento no es un sitio con un pequeño balcón.

—Pues no —rió él.

—¿Qué es, un palacio?

—Es un dúplex muy grande.

Un dúplex para un playboy, pensó Paulla. Al que, ocasionalmente, llevaría alguna mascota para su diversión. La idea debería haberla disgustado, pero se sentía llena de envidia. ¿Qué no daría ella por ser esa mascota, aunque sólo fuera una noche?

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