sábado, 27 de mayo de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 14

Ella lo miró, sorprendida.

—Pero yo no te he visto fumar.

—Me fumé un cigarrillo en la terraza antes de irme a la cama. Pero fumo con moderación y en contadas ocasiones. Como cuando voy conduciendo —explicó él.  O cuando estaba muy agitado. Y siempre después de hacer el amor. Pero eso no lo dijo.

—¿Por qué? —preguntó Paula, perpleja.

—Me relaja.

No por primera vez, Pedro se preguntó por qué tenía que fumar después de hacer el amor si se suponía que el sexo era el acto más relajante de todos. No tenía ni idea de por qué el sexo no lo relajaba, pero así era. Harry sacó un cigarrillo y lo encendió, decidido a no cambiar sus hábitos por nadie.

—No te importa, ¿Verdad?

Paula se encogió de hombros.

—¿Por qué iba a importarme? Estoy acostumbrada al humo del bar. Veo a mucha gente cometiendo un suicidio lento todos los días y me da igual. Sólo me molesta que fume Arturo. Es duro ver a una persona que quieres haciendo algo que lo está matando poco a poco. Pero tú puedes hacer lo que te parezca.

Pedro sonrió.

 —Dime una cosa, Paula. ¿Qué es lo que tanto te disgusta de mí?

—No te entiendo.

—Vamos, no lo niegues. Te disgusté desde que me viste entrar en el bar.

Paula se puso colorada. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que Pedro había visto a una mujer ruborizarse que se quedo desarmado durante unos segundos. Tenía que recordar que no estaba tratando con una endurecida chica de Sidney, sino con una dulce chica de pueblo que no parecía en absoluto una típica camarera.

—No voy a ofenderme, no te preocupes —siguió Pedro suavemente—. Pero quiero que me digas la verdad.

¡La verdad! La verdad era lo último que su orgullo le permitiría contarle. Aquel hombre estaba acostumbrado a tener mujeres a sus pies que le perdonarían todo, incluso su desgraciado hábito de fumar. Se sintió avergonzada. No se había parado a pensar que sus esfuerzos por controlar sus hormonas pudieran hacerlo creer que la disgustaba. Pero se daba cuenta de que su actitud del día anterior le debía haber parecido grosera, sobre todo a la hora de cenar. Pero estaba tan atractivo con aquellos vaqueros que había tenido que alejarse para que él no notara su agitación. Por la mañana había intentado portarse de la forma más natural posible, pero obviamente había fracasado. ¿Qué esperaba, bajando a desayunar con el traje de Armani y una camisa abierta, sin corbata? La mezcla de sofisticación y naturalidad era tan potentemente atractiva que a ella le temblaban las manos. ¿Cómo iba a desayunar con él en ese estado? Murmurando una excusa, había salido volando hacia su habitación, donde se había cambiado de ropa varias veces antes de decidirse. Al final se había pintado los labios de un color que no pegaba nada con el jersey, pero era demasiado tarde para cambiarse de nuevo. La atracción sexual era una cosa espantosa.

—Háblame, Paula—insistió tratando de entender  el objeto de su tormento. Pero ella simplemente no sabía qué decir—. Mira, tenemos que estar juntos durante un mes. Si no podemos comunicarnos, quizá lo mejor es que de la vuelta y te deje en tu casa.

—No es que no me gustes —consiguió decir ella, asustada.

 Aunque no le gustaba la idea de dejar sólo a Arturo, estaba deseando ir a Sidney. Y la oportunidad de reflotar la empresa de su tía era demasiado tentadora. Aunque le daba miedo, era emocionante. Casi tan emocionante como pasar un mes viviendo y trabajando con Pedro Alfonso.

—Entonces, ¿Cuál es el problema? —preguntó él—. ¿Por qué me has estado evitando? ¿Y por qué a veces me miras como si fuera un mensajero del infierno en lugar de alguien que ha traído buenas noticias?

Paula sabía que tenía que darle una explicación lógica para su comportamiento o parecería una tonta, que era justamente lo que había estado intentando evitar. Había sido tan tonta con Diego… Una tonta confiada y enamorada. Lo había hecho mal desde el principio, llevando su corazón en la mano y colocándose en la posición de víctima perfecta para el adúltero sin conciencia que había resultado ser. Aunque destrozada por sus mentiras, ella se había sentido aún más desolada cuando lo que creía auténtico amor por él había muerto al saber que era un hipócrita. Había sido una buena lección darse cuenta de que no estaba realmente enamorada, sino sufriendo de un ataque agudo de lujuria. Aquella vez, confrontada por un sentimiento parecido, había adoptado la actitud contraria; alejarse y mantener una fachada fría para protegerse a sí misma de la vergüenza. Una precaución ridícula, en realidad. Pedro había dejado claro que el único interés que tenía en ella era profesional.

—¿Me lo vas a decir? —insistió él.

Paula decidió que, como Diego era el culpable de su reacción ante el atractivo de Pedro, él mismo podía ser la excusa para su menos que amistosa actitud.

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