sábado, 27 de mayo de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 13

Pedro  no podía creer el numerito que Paula y Arturo montaron a la mañana siguiente para despedirse. Cualquiera habría pensado que la chica se marchaba para siempre. Abrazos y más abrazos, acompañados por recomendaciones de última hora y consejos de todo tipo. Por parte de los dos.

Arturo  parecía estar pensándose dos veces si debía dejarla marcharse a Sidney en la dudosa compañía de Pedro.

—Cuidarás de ella, ¿Verdad? —le preguntó por enésima vez cuando Paula entró en el hotel para buscar algo que había olvidado.

—Te he dado mi palabra —le recordó Pedro aunque, para ser sincero, la «niña» de Arturo lo había sorprendido mucho aquella mañana.

Los vaqueros y el jersey del día anterior habían desaparecido, siendo reemplazados por unos estrechos pantalones negros, botines negros de tacón y un suave jersey malva que se pegaba a sus curvas de forma turbadora. Si la chica llevaba sujetador, sus pezones habían encontrado la forma de marcarse. Había tenido que hacer un esfuerzo para apartar la mirada de las provocativas protuberancias. Él no era un fetichista de los pechos femeninos, pero unos pezones erectos siempre llamaban la atención de su libido, como probaba la repentina tensión en su entrepierna.

Preocupado porque Paula hubiera pasado de ser «fácilmente resistible» a «no tan resistible», Pedro había levantado la mirada hacia la parte de ella que le resultaba menos atractiva. Su pelo. Desgraciadamente, ella se había puesto una cinta negra para tapar las raíces, dándole una idea de lo atractiva que podía estar con el pelo de ese color. También se había puesto un poco de maquillaje y, aunque era una mejora sobre el día anterior, afortunadamente él había encontrado faltas. La máscara de pestañas era demasiado espesa y el color de labios no pegaba nada con el jersey. Aunque seguía teniendo potencial para convertirse en una chica muy guapa.

Pedro olvidó inmediatamente los pezones y se concentró en planear los detalles del cambio de imagen. Cuando imaginó el resultado final, volvió a sentirse entusiasmado. Cuando terminase con ella, Paula tomaría Femme Fatale a saco. ¡Esas acciones iban a subir como la espuma! Pero no pensaba usar el vestuario de su tía. Quería verla  con ropa que él hubiera elegido para ella. Un pensamiento que se reafirmó cuando la vió con un horrible bolso de tela al hombro. Si estaba tan guapa llevando ropa de mala calidad, ¿cómo estaría con ropa de diseño elegida precisamente por él, el maestro de los cambios de imagen? Iba a costarle dinero, pero el dinero no era importante. Lo importante era el reto. Además de ver la expresión de Hernán cuando consiguiera aquella misión imposible. ¡Esa botella de Grange Hermitage era prácticamente suya!

—¿Preparada? —sonrió Pedro.

La respuesta de Paula fue mirarlo con los ojos humedecidos antes de volver a abrazar Arturo de nuevo. Pedro controlaba su irritación con dificultad, estudiando el horizonte hasta que termino la despedida. Sólo entonces la tomó del brazo para ayudarla a subir al Jeep. Y, galantemente, resistió la tentación de comerse con los ojos su bien formado trasero. Sin embargo, nada pudo impedir que en su mente se formaran imágenes que habrían horrorizado a Arturo. Obviamente, necesitaba pasar una noche con Romina. No se consideraba a sí mismo un hombre exageradamente interesado en el sexo. Podía estar semanas sin hacer el amor cuando tenía mucho trabajo. Pero cuando tenía necesidad, sólo una sesión maratoniana lo dejaba saciado. Un suspiro de alivio escapó de sus labios cuando, por fin, pudo cerrar la puerta del Jeep.

—Te llamaré en cuanto lleguemos a Sidney —le prometió a Arturo.

—De acuerdo. Y otra cosa, Pedro…

—La cuidaré, te lo prometo —suspiró él—. Y tú ten cuidado con esa Delia — añadió en voz baja.

Arturo sonrió.

—No hay ninguna posibilidad de que me atrape, te lo aseguro. Soy un solterón recalcitrante.

—Famosas últimas palabras —murmuró Pedro, subiendo al Jeep.

Paula lo miró, con los ojos húmedos.

—¿Decías algo?

—Estaba hablando solo. ¿Preparada?

—Sí —contestó ella, arrugando un pañuelo entre las manos.

—No te preocupes por Arturo, Paula. Sabe cuidar de sí mismo.

—Sacará el whisky y los puros antes de cinco minutos —murmuró ella.

—Bueno, al fin y al cabo es un hombre adulto.

Diciendo adiós por la ventanilla, Pedro pisó el acelerador.

—Pero es malo para su salud —insistió su pasajera—. Especialmente fumar.

 —Yo también fumo.

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