—Eso depende de su punto de vista. Ahora mismo no conseguiría ni una fracción de su verdadero valor, pero si quiere venderlas le pagarán al menos doscientos mil dólares.
—¡Doscientos mil dólares! —repitió ella, llevándose la mano al corazón.
Pedro se dió cuenta de que iba a tener problemas. Debería haberse pensado que esa cantidad le parecería desorbitada a cualquiera que viviera en un pueblo de mala muerte como aquél.
Paula tomó al hombre calvo del brazo y empezó a dar saltos de alegría.
—¿Has oído eso, Arturo? ¡Con doscientos mil dólares podría arreglar el hotel, podría poner aire acondicionado y…!
—Espera un momento, cariño —la interrumpió Arturo—. No puedo dejar que hagas eso. Ese dinero es tuyo, no mío. Tú no vas a vivir en Drybed Creek toda tu vida. Una chica como tú no puede hacer eso. Deberías meterlo en el banco, invertirlo en algo. Siempre has dicho que no querías ser como tu padre, que nunca tuvo un céntimo.
—Eso es verdad, pero…
—Primero deberías gastarte un poco de dinero en algo que realmente quieras hacer. Unas vacaciones, por ejemplo. ¿Qué tal un viaje a Sidney? Siempre has querido ir a Sidney.
Pedro estaba empezando a querer a ese Arturo.
—¿Cómo puedo irme a Sidney si me necesitas aquí? —protestó Paula—. No pienso ir a ningún sitio hasta que estés curado del todo. Y no quiero volver a oír eso de que es mi dinero. Lo que es mío es tuyo. Pienso vender esas acciones y utilizar el dinero para convertir este hotel en un hotel de primera categoría.
Pedro vió un brillo de desilusión en los ojos de Arturo e imaginó que el pobre hombre estaba harto de que aquella chica quisiera dirigir su vida y su hotel. Aunque, obviamente, ella era mucho más que una camarera para él. Pero, ¿Y qué? ¡Arturo tenía edad suficiente para ser su abuelo! No quería ni pensar que fueran amantes. Pero cosas más raras pasaban. Fuera cual fuera su relación, se alegraba de tener un aliado. Porque se daba cuenta de que aquella chica era testaruda. Y lista. Nada que ver con lo que había imaginado. ¡Y él que había creído que sería tan fácil de convencer! Sin embargo, su deseo de visitar Sidney era una posibilidad que tenía que aprovechar: Y aún no había intentado tocar una de las más viejas debilidades humanas: la avaricia.
—Desgraciadamente, no es tan simple —intervino entonces—. Para empezar, la señorita Chaves no puede vender sus acciones hasta que el testamento sea verificado por un notario y eso tardará algunas semanas. Después, es posible que le resulte difícil encontrar comprador para tantas acciones de una empresa que, en este momento, está atravesando serias dificultades.
—Oh —murmuró ella, decepcionada.
—Pero yo tengo un plan —continuó Pedro— que, espero, pueda salvar la empresa de su tía y recuperar el valor de las acciones. Quizá incluso para hacer Femme Fatale suficientemente atractiva como para que alguien la compre. Pero necesito que venga conmigo a Sidney, señorita Chaves.
—No puedo. Arturo ha estado enfermo y…
—Estoy perfectamente, Pau —la interrumpió él—. En serio, cariño. ¡Escucha a este hombre! Oportunidades como ésta no se presentan todos los días.
—Sólo sería un mes—dijo Pedro—. Un mes en el que tendrá la oportunidad de visitar una de las ciudades más importantes del mundo y posiblemente la oportunidad de su vida de hacer una fortuna.
—¿Y para qué tengo que ir con usted? —preguntó ella, con una mezcla de sorpresa y recelo—. Quiero decir… ¿Qué voy a hacer allí?
—Pues, como única heredera de su tía y hasta que pueda vender las acciones, es usted la presidenta de Femme Fatale, señorita Chaves.
—¿En serio?
Pedro se dió cuenta de que la idea la sorprendía y la intrigaba.
—En serio —repitió él—. Ha heredado una cantidad de acciones que le dan derecho a ser la directora y presidenta del consejo de administración. Francamente, en este momento Femme Fatale la necesita, señorita Chaves. El administrador de su tía contrató un gerente para llevar la empresa hasta que se encontrase a la heredera, pero es un hombre. Tengo la impresión de que las empleadas, todas ellas mujeres, no están nada contentas con la situación y creo que, con su presencia, las cosas cambiarían para bien.
La chica frunció el ceño.
—Pero yo no sé nada sobre la industria de lencería…
—Por eso estoy aquí yo. Mi agencia ha llevado la publicidad de Femme Fatale durante años y conozco un poco el negocio. Yo seré su consejero. Su mano derecha, por decirlo de alguna forma.
Paula no parecía segura, aunque era comprensible. Aunque era una chica naturalmente inteligente, también era una sencilla chica de pueblo sin preparación para un trabajo como aquel. Llevar un bar no era lo mismo que dirigir una empresa. Pero no podían elegir. Tenía que ser ella. Y tampoco tenía que dirigir la empresa. Solo tenía que ser vista como la nueva directora.
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