martes, 23 de mayo de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 7

—¿Qué daño podría hacerle? —la tentó Pedro—. La empresa está cayendo en picado y la reunión del consejo de administración tendrá lugar dentro de un mes. Si puede instilar confianza antes de esa reunión y presentarse como una figura fuerte a cargo de la empresa, las acciones subirán. Incluso podrían llegar al valor que tenían antes del trágico fallecimiento de su tía. Sea como sea, su valor aumentará y entonces podrá vender sus acciones y volver aquí con una auténtica fortuna. Como he dicho antes, sólo será un mes de su vida.

Pedro no se lo creía cuando ella siguió dudando. ¿Qué le pasaba a aquella chica? ¿No tenía espíritu de batalla? ¡No seguiría pensando en la salud del viejo Arturo! Él quería que se fuera. Eso estaba claro.

—Si todo sale como usted dice, señor Alfonso —empezó a decir Paula entonces— y las acciones suben. ¿Qué le pasaría a la empresa cuando yo vendiera mis acciones y me marchase? —preguntó.  Pedro se quedó sorprendido por la pregunta. ¿Qué le importaba a ella?—. Volvería a hundirse, ¿Verdad? Y todas las empleadas de Femme Fatale se quedarían sin trabajo.

Pedro no podía creer su mala suerte. ¡De todas las camareras del mundo, tenía que haberse encontrado con la única que tenía conciencia social!

—No tiene por qué ser así —dijo, intentando sonreír—. Durante el mes que pase en Sidney, puede asegurarse de contratar personal ejecutivo capacitado para llevar la empresa adelante,

—¿Qué pasa con el personal ejecutivo que hay ahora?

—Están marchándose a otras empresas más seguras.

—Ah, ya veo —murmuró ella, mirándolo tan fijamente que Pedro se sintió como un bicho siendo observado bajo un microscopio—. Dígame una cosa, señor Alfonso. ¿Qué gana usted con esto? Se ha tomado muchas molestias viniendo hasta Drybed Creek a buscarme. ¿La cuenta publicitaria de Femme Fatale es tan importante para usted?

Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su frustración. Que Dios lo protegiera de mujeres con tanto cerebro como aquella. ¿Por qué no podía haber sido una rubia tonta con el símbolo del dólar en los ojos? Pero él era muy flexible en los negocios. Y sabía usar todas sus cartas.

—¿Puedo hablar con usted en privado, señorita Chaves?

—Puede llamarme Paula —dijo ella, con una desgana muy poco halagadora—. Pero cualquier cosa que quiera decirme, puede decirla delante de Arturo. Es como si fuera mi padre y no hay secretos entre nosotros—añadió, tomando al hombre del brazo.

Harry hizo una mueca al ver el gesto de afecto. Se alegraba de que no fueran amantes, pero se sentía incómodo frente a exageradas muestras de amor. Cuando Pablo y su mujer se llevaban bien, se ponían tan mimosos que era insoportable estar con ellos.

—No voy a irme a ningún sitio, señor Alfonso—dijo Arturo—. Así que puede decir lo que quiera.

Pedro sonrió.

—Llámame Pedro.

—Estupendo. Así nos dejamos de ceremonias. Y ahora, cuéntanos de que va el asunto —dijo Paula.

Pedro suspiró.

—Tienes razón. Me he tomado muchas molestias para venir aquí personalmente. Pero no lo he hecho por mí. Los problemas de Femme Fatale no me afectan directamente. Mi agencia publicitaria funciona a las mil maravillas y perder una cuenta no me afectaría en absoluto —dijo, mirando los ojos violetas de Paula. Ella le devolvió una mirada cargada de recelo y Harry decidió jugar a la carta más alta. La verdad—. No voy a engañarte, Paula. A mí no me importa nada lo de tu herencia. He venido aquí a salvar de la ruina a alguien que sí me importa. Se llama Hernán Paz  y es uno de los socios del bufete de abogados que representa a tu tía y a su empresa. Es mi mejor amigo.

Pedro dudó un momento antes de seguir.

—Sigue —dijo Paula.

Él supo entonces que empezaba a estar interesada.

—Hernán posee muchas acciones de Femme Fatale. Desgraciadamente, compradas cuando estaban en su valor más alto. Fue un tonto al comprar tantas y especialmente tonto al pedir un préstamo para comprar más. Pero pensó que era una inversión segura para su familia. Nan, al contrario que yo, es un hombre dedicado a su mujer y sus hijos, Benjamín y Sofía. Yo soy el padrino de Sofi —explicó. Era cierto, aunque perverso, ya que la única visita a una iglesia había sido durante el bautizo de la niña—. Si Femme Fatale se hunde —empezó a decir, con su mejor tono de actor— mi amigo Nan también se hundirá. Y su matrimonio con él. Su mujer y él están pasando una mala racha y no creo que ella pudiera perdonarlo. Ttiene miedo de que lo abandone y se lleve a los niños. Pero yo no pienso dejar que eso le pase a mi amigo. No mientras me quede un poco de aliento — terminó, golpeando dramáticamente la barra con el puño.

Pensó que quizá se había pasado, hasta que levantó los ojos y vio a la chica mirándolo con una expresión tierna y comprensiva. Casi sentía deseos de darle las gracias.

—Yo admiro a un hombre que lucha por sus amigos —dijo Arturo—. Tienes que irte a Sidney, Pau. Te conozco. No podrías perdonártelo si no intentaras ayudar al amigo de Pedro. No cuando está en peligro la felicidad de una familia. Y tampoco debes sentirte avergonzada de intentar ganar más dinero, ¿Verdad?

—¡Desde luego que no! —aseguró Pedro con firmeza.

—Tienes razón… —empezó a decir Paula, un poco desconsolada—. Sé que tienes razón. Pero es que…

—Estás preocupada por mí.

—Sí.

 —Es una bobada. No me pasará nada. Delia Walton siempre se ofrece para echarme una mano.

Paula lo miró sorprendida. Y un poco irritada.

—No te acerques a Delia Walton —le advirtió—. Por favor Arturo, esa mujer se ha casado con cuatro hombres. Y los ha sobrevivido a todos. ¡Es una viuda negra!

—Delia es una mujer muy agradable, Pau—dijo el hombre—. Lo que pasa es que tiene mala suerte.

Pedro pensó, por lo que estaba oyendo, que los que tenían mala suerte eran los hombres que se acercaban a Delia. Pero, ¿Quién era él para decir nada y, posiblemente, estropear lo que acababa de conseguir con su brillante actuación? Tenía que recordar que para convencer a aquella chica no podía utilizar los halagos ni la avaricia, sino la compasión. Bajo esa fachada cínica, ella tenía un corazón de oro. Se preguntaba qué hombre le habría hecho daño en el pasado para que lo mirase con tanto recelo.

—Bueno… de acuerdo —dijo Paula por fin—. Pero sólo puedo estar en Sidney un mes. ¡Ni un día más!

—No sé cómo darte las gracias —dijo Pedro, estrechando su mano e intentando no mostrar una sonrisa de triunfo.

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