-¿Por qué desapareciste, Pedro?
-¿Por qué nadie me buscó? -repuso él.
-Contraté a un detective privado.
Pedro se quedó de piedra, pero disimuló.
-¿Sí?
-Te localizó y me confirmó que estabas bien.
A Pedro le costaba creerlo.
-Ya.
-El hombre me informó de que te había seguido hasta donde vivías, una horrible y pequeña habitación en Nueva York. Trabajabas como ayudante de camarero en un restaurante del que no recuerdo el nombre. Una buena humillación, mi niño.
Pedro recordaba la habitación. Las ratas, los insectos y las paredes amarillentas. Sobrevivía a base de sándwiches y de lo que cocinaba en un pequeño hornillo. Cuando no tenía dinero, asistía a los comedores de la beneficencia. Y a cada momento se repetía que tendría éxito y que le demostraría a su padre que estaba equivocado.
-No soy tu niño. Y ningún detective se puso en contacto conmigo.
Horacio dejó el puro sobre el cenicero que estaba en la mesa.
-Sólo tenía orden de encontrarte. Era evidente que querías tu espacio. Sabías dónde estaba tu familia. Si necesitabas ayuda, sólo tenías que pedirla.
Pedro cerró los puños al sentir que lo invadía la rabia.
-Eso es tu manera de justificar que ahora pides dinero para sacar adelante tu fracasado negocio.
-Si fuera mío, no habría fracasado. Mi hermano nos ha metido en este lío.
Juan cubrió a su hijo, que fue quien hizo el desfalco. Eso confirmaba lo que Matías había dicho.
-¿Así que es culpa del tío Juan por ayudar a su hijo?
-Si tu tío hubiera tenido el mismo compromiso con el negocio que yo, habría encontrado otra manera de arreglar las cosas. Mi padre creó el restaurante para mi madre, no para la suya. Juan siempre ha estado celoso por ello.
Pedro pensó que era una ironía que Matías y él tuvieran madres diferentes y sin embargo hubieran mantenido una buena relación, a pesar del sentimiento de competencia y del afán por complacer a su padre. Horacio dejó la copa sobre la mesa de cristal, junto al cenicero.
-Piensa en ello, Pedro. Si inviertes el capital necesario, nos dará un margen de acción. Podríamos dirigir la empresa. Padre e hijo.
-¿Dejar fuera al tío Juan? -preguntó Pedro-. ¿Y qué hay de Matías? ¿Y de Sonia?
-Ahora es la reina de Meridia. Creo que sus días como cocinera pertenecen al pasado. Y Matías quiere lo que sea mejor para el negocio.
Probablemente, lo de Sonia fuera verdad. Pero al Matías que recordaba no le gustaría la idea de desplazar a un miembro de la familia que había trabajado toda su vida en el negocio.
-¿Qué opinas, Pedro?
-¿De veras confiarías en mí con una participación mayoritaria? -respondió.
Horacio lo miró con los ojos entornados.
-¿Por qué no iba a hacerlo?
-Porque podría desmontarlo todo y destruirte.
-¿Eso es lo que planeas?
-¿Qué harías tú en mi lugar? -preguntó.
Su padre tenía fama de ser un brillante hombre de negocios y a Pedro le habían dicho que se parecía mucho a él. Su padre era un bastardo sin corazón que destruiría cualquier cosa, incluida la familia, por el bien del negocio. ¿Él también era así?
-No importa. No quiero saberlo -Pedro vió sorpresa en los ojos de su padre, se volvió y salió de la habitación.
Encontró a Paula en el recibidor, donde la había dejado con Cristina.
-¿Pedro? -los ojos de Paula expresaban preocupación al verlo.
-Nos vamos -dijo él cortante.
-Pero...
-Ahora -la tomó del brazo y la guió hasta la puerta.
-Me alegro de conocerte, Cristina-se despidió ella por encima del hombro-. Saluda a Horacio de mi parte.
Una vez dentro del coche, se volvió hacia él:
-Has sido muy maleducado.
-Bastante.
-¿Qué ha pasado con tu padre?
-Dijo que con mi dinero y su cerebro podríamos gobernar el mundo como padre e hijo.
-No seas sarcástico -dijo ella-. Cuéntame lo que ha pasado en realidad.
-Le dije lo que haría si obtenía una participación mayoritaria.
-Pero Pedro, no quieres...
-No estoy de humor para que lo defiendas. ¿Te he dicho alguna vez lo asqueroso que me resulta que siempre veas el vaso medio lleno? ¿Por qué no puedes odiarlo igual que yo? ¿Sólo por principio?
-Eso es una tontería -negó con la cabeza-. Ni siquiera lo conozco. Y tú tampoco.
Ya no. Pedro pensó que Paula tenía razón. Y no quería conocer a Horacio Alfonso. Tenía miedo de encontrar más motivos para odiarlo. A pesar de lo que le había dicho, la mayor parte del tiempo le gustaba la actitud de Paula. Lo equilibraba. No podía pensar en ninguna otra persona que pudiera haberlo convencido para ir allí. Al menos, había hecho que no pensara sólo en lo mucho que deseaba besarla. Después de haberla besado, la atracción que sentía por ella era cada vez más fuerte. Había llegado el momento de regresar a casa. Continuarían con su relación laboral y la vida volvería a ser agradable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario