-De acuerdo.
Pedro se sentó en la tumbona y sus rodillas quedaron muy cerca del muslo de Paula. ¿Era su imaginación o podía sentir el calor de su cuerpo? Estaba más atractivo que nunca. Su cabello oscuro y alborotado le daba un aspecto sexy. Los vaqueros resaltaban sus piernas musculosas y el color azul de su camisa intensificaba el sus ojos.
-¿Qué es lo que quieres, Pedro?
Él estiró la mano como si fuera a tocarla, pero apoyó el antebrazo sobre su muslo.
-Me alegro de verte, Pau. -Sólo ha pasado una semana -aunque parecía mucho más.
-Diez días -la corrigió él. Parecía toda una vida.
-De acuerdo.
-Tengo entendido que fuiste a ver a mi padre.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque él vino a verme.
Se le oscurecieron los ojos y ella tuvo una mala sensación. La decisión de ir a ver a Horacio Alfonso había sido impulsiva. ¿Y si había empeorado las cosas?
-¿Cómo fue? -preguntó ella.
-Interesante.
-¿Te importaría darme más datos?
-Él lo explicó todo desde su punto de vista. Yo le dije por qué hice lo que hice. Él pidió disculpas y dijo que ya era hora de que dejara de actuar como un idiota y de que empezara a comportarse como un padre.
-¿Dijo eso?
-Sí -Pedro esbozó una sonrisa y ella supo que él sabía que habían sido palabras suyas-. Mi padre y yo vamos a trabajar en nuestra comunicación.
-Me alegro, Pedro. ¿Qué hay de tu madre?
-Llamé para disculparme por mi huida repentina. Hablamos y también estamos solucionando las cosas.
Por dentro, Paula bailaba de alegría. Era bueno que él arreglara las cosas con su familia. Al menos, esa parte del viaje había sido productiva.
-Eso está bien. ¿Qué ha pasado con Bella Lucia?
-Antes de marcharme de Londres hice los trámites para invertir el capital necesario para que sigan funcionando los restaurantes y el negocio vuelva a ser rentable. Matías se ocupará de ello.
-Me alegro mucho, Pedro.
Él asintió. -
Sabía que lo aprobarías.
-Así es. Has hecho una cosa buena. Estoy segura de que tu familia te está muy agradecida. Deben de estar... -se echó hacia delante para acariciarlo, pero se detuvo de golpe.
-¿Qué?
-Nada -dejó caer la mano. Por eso había dejado el trabajo. No podía evitar mostrar sus sentimientos hacia Pedro -. ¿Para qué has venido a Florencia?
-Quiero que hablemos de nosotros.
-No hay un nosotros -dijo ella, y se sentó derecha-. Siento que hayas venido tan lejos para hablar de nada.
-Tengo muchas cosas que decir.
-No puedo imaginar el qué.
-Primero, quiero que vuelvas a trabajar para mí.
Ella bajó las piernas hacia un lado y se sentó frente a él. Dejó el vaso de vino en la mesa que había junto a la tumbona y dijo:
-Ya te he dicho por qué no puedo hacer eso.
-Por lo que dije de que no puede haber nada más que trabajo entre nosotros.
Pedro siempre la sorprendía. Estaba tomando responsabilidad ante el asunto.
-Te mereces una estrella de oro.
-Me equivoqué. Te quiero, Pau.
-No te creo -se puso en pie y dió un paso hacia atrás.
-No te sorprendas.
-No puedes decirlo en serio.
-Totalmente en serio -contestó.
-Supongo que a nivel profesional debería sentirme halagada. Al parecer, harías cualquier cosa para evitar que deje el trabajo.
-Te quiero -repitió él.
-Por favor. Estoy segura de que se lo dices a todas las mujeres para conseguir lo que quieres. El problema es que ya me habías dejado claro lo que no quieres... En una palabra, matrimonio y familia.
-Eso son dos palabras.
-Lo que sea -dijo ella. Estaba harta de que Pedro la provocara con las dos palabras que podían romperle el corazón. Le quemaban los ojos y tuvo que esforzarse para controlar las lágrimas-. No cambiarás nunca, Pedro.
¿La amaba? ¿Por qué había dicho eso? Ella le había contado una vez que estaba esperando a que alguien la amara. Pedro había empleado sus palabras en su contra. ¿Por qué?
-Te equivocas, Pau -la agarró del brazo para evitar que se marchara.
-Me haces daño, Pedro. Me has echado en cara mis sentimientos y ni siquiera me has traído flores, como al resto de tus mujeres de usar y tirar. ¿Por qué diablos iba a permitir que me hicieras daño otra vez? El mundo está lleno de mujeres dispuestas a jugar tu juego.
-No estoy jugando a nada -la soltó.
-Yo tampoco -dijo ella, y se marchó.
-No hemos terminado, Paula. Volveré -afirmó él.
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