Saber más había hecho que lo abrazara. Y él la había besado. Necesitaba concentrarse en el negocio y olvidarse del hombre peligroso que había descubierto la noche anterior. Se aclaró la garganta.
-Como verás en las notas, se trata de cosas variadas. Desde vídeos para entretener a los bebés hasta un aparatito para evitar que los niños aburridos se dediquen a desenrollar el papel higiénico, o una funda lavable que una madre obsesiva ha diseñado para la silla de los carritos de los supermercados.
-¿Eso son problemas?
-Para la mayoría de las madres, sí -aclaró ella.
-¿Y qué hay de las que no son mayoría? -dijo él, sin dejar de mirar el informe.
Pero tensó el músculo del mentón. Al ver su ceño fruncido, ella se preguntó en qué estaría pensando. ¿Algo sobre su madre? Y una vez más, se recordó que aquello era trabajo y no un asunto personal. Hasta entonces se habían dedicado al mercado tecnológico y aquélla era un área en la que no se habían introducido todavía. La diversificación era buena en los negocios. Tenía sentido no poner todos los huevos en la misma cesta. ¿En el amor? Ella no quería diversificación y Pedro era un gran maestro en ese tema.
-En lugar de invertir en un solo artículo -dijo ella-, se me ha ocurrido que una empresa que se dedique a una serie de artículos que faciliten las tareas y las preocupaciones de las madres sería original.
-Estoy de acuerdo -dijo él-. Agrupa toda la información que tengas.
-De acuerdo -anotó algo en un papel y le entregó otra carpeta-. Aquí tienes una que creo que te interesará.
-Una central de telefonía móvil -dijo él, y asintió.
-Añade más funciones al teléfono de las que la mayoría de la gente tiene hoy en día. He hecho que lo analice nuestro experto en aparatos y dice que parece prometedor.
Pedro asintió y anotó algo en la carpeta que ella le había regalado por Navidad.
-Como tú lo veas.
Eso era lo que Paula imaginaba que él iba a decir. La mayoría de las veces, Pedro aceptaba sus ideas y eso la complacía. Paula le entregó otra carpeta con la última de sus recomendaciones. Era otra de las áreas donde Alfonso Ventures tenía que aventurarse. Ella se había reunido con el joven empresario y su entusiasmo era contagioso. Le había asegurado que Pedro daría el visto bueno.
-Es la propuesta de un restaurante.
-No -contestó, y frunció el ceño otra vez.
Pedro Alfonso no solía fruncir el ceño. Nunca lo había hecho dos veces en una misma reunión. ¿Cómo no iba a querer Paula saber más si él seguía comportándose así? Primero las madres y, después, los restaurantes habían hecho que frunciera el ceño. Aunque ella no comprendía la relación, y quería saber más.
-Soy consciente de que los restaurantes suponen un negocio incierto, pero mira dónde está situado. En el centro de Nueva York, la renta es muy razonable y, el concepto, joven y fresco. Si lo respaldamos, podría convertirse en un punto caliente para los solteros de Manhattan que buscan pareja.
Él negó con la cabeza.
-No quiero saber nada de un restaurante.
-¿Por qué?
Tensó la mandíbula y contestó:
-No sé nada de restaurantes.
Su tono de voz llamó la atención de Paula. Sólo lo había oído hablar de esa manera una vez... el día anterior cuando se enfrentó a su padre.
-Tampoco sabes nada del aparatito que evita que se desenrolle el papel higiénico. Ese es mi trabajo. Creo en esta propuesta, Pedro. Y mucho -se sentó derecha-. E iré por ella. Se lo prometí al chico.
-No es tu estilo -la miró un instante-. Tendrás que retirar tu promesa.
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