Se fijó en el edificio blanco con tejado rojo. En la distancia, se veía una sobrecogedora vista panorámica de la ciudad y del valle Amo. Estaba tan absorta en lo que veía que tardó unos instantes en darse cuenta de que el aparcamiento estaba desierto. Paula se echó hacia delante y le dijo al conductor:
-Pablo, ¿Estás seguro de que estamos en el lugar adecuado?
-Sí -dijo él-. El conserje del hotel me dio esta dirección. Esto es Carpe Diem.
-Aprovecha la oportunidad -susurró ella.
Aquello le recordaba a Pedro. Pablo abrió la puerta del coche.
-¿Quiere que la acompañe?
-Estaré bien -se bajó del coche-. Pero parece que el sitio no está abierto, así que te agradecería que me esperaras.
-Por supuesto -dijo él-. Estoy encantado de llevar en mi coche a una mujer tan bella.
Paula esperaba encontrar cerrada la puerta del local, pero cuando Pablo tiró de ella, se abrió con facilidad. Dentro, la recibió una camarera con una sonrisa.
-Señorita Chaves, soy Nancy.
-¿Cómo sabe quién soy?
-El hotel nos avisó de que la esperábamos.
Era la hora de cenar, estaba en uno de los mejores restaurantes de la ciudad y el lugar estaba vacío.
-¿Dónde está todo el mundo?
-Sígame.
paula la siguió por un pasillo y traspasó varias puertas en forma de arco. En algún lugar, había una fuente y percibió el sonido del agua. El aroma a flores invadía el lugar y le daba un toque romántico. La camarera se detuvo junto a una mesa preparada para dos.
-No comprendo... -le dijo Paula a Nancy.
-Hola, Pau.
Se volvió con el corazón acelerado.
-¡Pedro!
Él sonrió a la camarera.
-Gracias, Nancy. Ya me ocupo yo.
Cuando se quedaron a solas, Paula lo miró.
-¿Qué ocurre? Desapareciste sin decir palabra y ahora me das un susto de muerte.
-No era mi intención -agarró la botella de vino que había sobre la mesa y sirvió dos copas.
-Brindemos por Florencia... Por la ciudad, no por una persona.
Con sus palabras llegó el recuerdo de las navidades que había pasado en Londres.
-No.
-De acuerdo. Pues cuéntame qué lugares turísticos has visitado ya -dijo él, y se metió las manos en los bolsillos.
Ella estuvo a punto de decirle lo que podía hacer con las atracciones turísticas, pero se lo pensó mejor. Conocía a Pedro y sabía que era muy testarudo.
-He visto la Piazzale Michelangelo, el Ponte Vecchio, un puente maravilloso que fue el único que dejaron en pie los alemanes al final de la Segunda Guerra Mundial. También he visto Santa María del Fiore y el Duomo.
-Veo que has estado muy ocupada en mi ausencia -comentó él-. ¿Y la ciudad es lo que esperabas?
No. Y era culpa suya. Él le había robado la alegría y no sabía cómo recuperarla.
-Es una bella ciudad.
-No tan bella como tú.
-Vamos al grano, Pedro. ¿Por qué está vacío el restaurante?
-Lo he reservado para nuestro uso privado. Y antes de que me lo preguntes, sí, hablé con el conserje del hotel para que te enviara aquí. Quería darte una sorpresa.
-¿Y para qué tantas molestias?
-Porque todo esto tiene mucho que ver con lo que me sucede -la miró a los ojos y ella sintió un fuerte calor en el vientre.
-¿Como qué?
-Mi vida y mi felicidad -la agarró de la mano y miró la rosa que estaba sobre la mesa-. Esta vez no quiero terminar con flores. Quiero que sean el principio de nuestra relación. Es una rosa roja, la rosa del amor eterno. A pesar de lo que creas, nunca le he dicho esto a otra mujer. Te quiero, Pau. Y quiero casarme contigo.
Ella no lo comprendía. Había tenido su oportunidad y la había desaprovechado.
-Para que nos aclaremos, acabé una vez en tu cama, pero no volverá a pasar.
Él le soltó la mano.
-No se trata de eso.
-¿No?
¿Qué otro motivo podía tener?
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