Paula se miró en el espejo del bar y estuvo a punto de echarse a llorar. Tenía el pelo destrozado. ¡Destrozado! ¿Por qué había intentado teñirse ella misma las raíces? ¿No le había advertido su peluquera que tenía un pelo difícil de teñir? Pero, ¿Qué iba a hacer si tenía unas raíces negras de cinco centímetros y, sencillamente, no tenía tiempo de ir a Broken Hill? Había visto el tinte en la tienda y lo había comprado, convencida de que si seguía las instrucciones al pie de la letra, el pelo le quedaría bien.
¡Y le había quedado espantoso! Las raíces, rojas y el resto del pelo rubio paja. Sin embargo, la fotografía que aparecía en la caja del tinte prometía un pelo brillante, rubio y saludable. Por supuesto, no se había dado cuenta de que la fecha de caducidad había expirado tres años antes. Cuando bajó a desayunar por la mañana, amargada, Arturo le había quitado importancia. Pero, ¿Qué sabía él? Estaba medio cegato el pobre. Pero, con más de sesenta años, había tenido una vida muy dura y, además, teniendo que criar a una niña que ni siquiera era su hija.
Desde que la mina de plata había cerrado diez años antes, Drybed Creek había pasado de ser un pueblo lleno de gente a un poblacho con una sola tienda, un bar que hacía las veces de hotel, un garaje en el que servían comida y… moscas, muchas moscas.
Era la única mujer soltera de menos de cincuenta años y nunca había conocido a nadie en Drybed Creek que fuera un posible candidato para ser su pareja y el padre de sus hijos. Comprensible, dado el tipo de hombre que vivía allí, por no mencionar el tipo de hombres que frecuentaban el bar. Camioneros sudorosos y cubiertos de polvo que no eran precisamente lo mejor para despertar las ilusiones de una mujer. ¡Su listón estaba un poquito más alto que eso!
Había creído encontrar al hombre de sus sueños unos meses antes en Broken Hill. Pero se había equivocado. Amargamente. Sin embargo, había dejado de pensar en el matrimonio. Su prioridad en la vida era arreglar las habitaciones del hotel para sacar partido de los turistas que llegaban de vez en cuando. A la gente, aquel hotel perdido en medio de la nada le parecía un sitio romántico. No pensaba que hubiera nada ni remotamente romántico en Drybed Creek, pero era su hogar. Aunque la ciudad de sus sueños era Sidney. ¿Cuántas veces había escuchado quejas sobre el tráfico, el ruido, las drogas, la delincuencia?
Tenía que admitir que en Drybed Creek no había ni tráfico, ni ruido. Y en cuanto a drogas y criminalidad… la escasa población y la pobreza de la mayoría de los habitantes alejaban a los delincuentes. El único vicio de aquel lugar era el ponche. Y las competiciones de dardos los viernes por la noche. Esas noches había muchas apuestas ilegales que le hubieran interesado a la policía. Si hubiera policía en Drybed Creek. La verdad era que aquel era prácticamente un pueblo fantasma. Quizá era por eso por lo que los turistas lo encontraban romántico. Pero fuera cual fuera la atracción, la única forma de ganar dinero allí era ofreciendo buena cama y buena comida a los visitantes.
A Arnie, sin embargo, no le gustaba demasiado la idea porque pensaba que era demasiado trabajo. Tanya lo había convencido, diciendo que ella se encargaría de todo. Pintaría las habitaciones, haría los desayunos y lavaría las sábanas. Cuando Arturo había señalado que tenía que trabajar detrás de la barra y hacer la limpieza, Paula insistió en que el trabajo duro nunca había matado a nadie. Ella era joven y fuerte. ¡Y estaba aburrida de muerte! La idea de tener compañía de vez en cuando también le parecía atractiva. Sería estupendo hablar con gente que no fuera de Drybed Creek. No se había dado cuenta de que era un sitio tan aburrido hasta que volvió allí unas semanas atrás. No le había importado vivir en el pueblo cuando era una niña, pero al terminar el instituto se trasladó a Broken Hill para buscar trabajo y allí se abrió para ella un mundo lleno de posibilidades.
Aunque era una chica inteligente, había perdido muchos años de colegio siguiendo a su padre de una ciudad a otra y sus calificaciones en el instituto no le habían dado acceso a la universidad. De modo que se matriculó en una academia de informática, que pagaba trabajando como camarera. Cuando terminó el curso, consiguió un trabajo como secretaria, pero descubrió que no le gustaba ser el último mono en una empresa y optó por el puesto de recepcionista en un pequeño hotel cerca del aeropuerto. Cuando el director había tenido que salir de viaje inesperadamente, dejándola a cargo del hotel de forma temporal, había descubierto su vocación. Le gustaba ser la jefa. Aunque no le habían dado el título de directora de forma oficial, estaba dirigiendo el hotel ella solita cuando Arnie se había puesto enfermo. Una de sus gripes se había convertido en neumonía y había vuelto a Drybed Creek para cuidar de él.
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