Se mordió el labio inferior para evitar que le temblara. Diversas emociones se reflejaban en su cara. Traición. Desconcierto. Desilusión. Pero sobre todo, un fuerte dolor en el alma. Pedro deseó machacar al hombre que la había herido.
-La cosa es, Pedro, que tu historial con las mujeres indica que tus relaciones versan sobre la cantidad y no la calidad. Envías rosas y crees que todo va bien. Pero a mí eso no me vale.
¿Creía que era como el bastardo que había puesto esa mirada de dolor en sus ojos? ¿Tan mal concepto tenía de él?
-Paula, yo...
-¿Qué más se puede decir? Has dejado claro que no quieres nada permanente. Y yo no me contentaré con menos.
-¿Te refieres al matrimonio?
-No es una palabra fea.
-Tampoco es una garantía.
-Puede que no. Pero te garantizo que eres un riesgo inaceptable. Nunca te establecerás con la mujer que amas porque nunca amarás a una mujer. Como se suele decir, el fruto no cae muy lejos del árbol.
-¿Qué quieres decir?
-Eres igual que tu padre.
Había pasado toda la vida tratando de ser diferente y, al parecer, todo el mundo se empeñaba en decirle que había fracasado. Estaba harto de oírlo pero, sobre todo, le molestaba oírlo de su boca.
-No vuelvas a decirme eso, Paula.
-Creía que querías que siempre te dijera la verdad.
-En el trabajo sí.
-Entonces, estamos de acuerdo -apretó los labios-. Nuestra relación tiene que mantenerse en un plano estrictamente profesional. Todo aclarado. Estoy cansada. Me voy a la cama.
Cuando se volvió para salir de la habitación, Pedro se fijó en el trozo de espalda que el vestido desabrochado dejaba al descubierto. Su mano deseaba acariciarla, el resto de él deseaba poseerla. Y eso demostraba que era un sinvergüenza. No era bueno para ella, sólo conseguiría hacerla infeliz. Igual que su padre había hecho con su madre. Tenía razón en alejarse de él. Pero había algo que le decía que si la dejaba marchar, se arrepentiría toda la vida.
Paula sabía que Pedro nunca debía descubrir que ya no tenía fuerza de voluntad para resistirse ante él. Había pasado una semana desde el día de Año Nuevo y ella no conseguía olvidar los besos que él le había dado. Nunca había sentido tanto deseo como el que sentía hacia él y el hecho de tener que ocultarlo le estaba pasando factura. Pedro no había dicho nada más sobre lo que había sucedido, pero ella sentía que una pared invisible se había erguido entre ambos. A veces, cuando él no sabía que ella lo estaba mirando, sus ojos se oscurecían y ella se preguntaba en qué estaría pensando. Él le había dicho que trabajarían en Londres hasta que Matías le entregara su plan del negocio. Y cada tarde, la llevaba a hacer turismo. Pero ella deseaba recuperar la relación que tenía antes de que sucediera nada. Lo que quería era regresar al momento en el que le había pedido que lo acompañara al viaje. Para poder decirle que no. Porque en Londres se había convertido en otro hombre. Y ella también era diferente. Lo había besado y deseaba más. Desde aquella noche había pensado mucho en lo sucedido y había decidido que él no la había acompañado a la fiesta de la embajada para ser amable. Había ido para conectar de nuevo con su hermana, con su familia, aunque era posible que él ni siquiera lo supiera. Su pasado, la parte de su vida de la que nunca hablaba, era lo que lo hacía diferente. Quizá si... Cuando sonó el teléfono, dejó sobre la mesa la carpeta que se disponía a revisar y se levantó para contestar:
-¿Diga?
-Pau, soy Sonia. Ella miró hacia la puerta cerrada de la habitación de Pedro.
-Sonia, iré a llamar a Pedro. Está hablando por la otra línea, pero...
-No, no lo molestes. Hablaré contigo -dijo Sonia-. Sólo quería decirles que espero que disfrutaran de la visita a la embajada y que lo pasaran bien en la fiesta. Pepe y tú desaparecieron tan de repente que no tuvimos oportunidad de decirles adiós.
Paula sintió que se le sonrojaban las mejillas.
-Yo... Nunca lo había pasado tan bien. No lo olvidaré jamás -consiguió decir.
Era la verdad. Nunca olvidaría el beso que Pedro le había dado en aquella fiesta.
-¿Va todo bien, Pau? ¿Ha sucedido algo? -preguntó Sonia con preocupación.
-No, de verdad -mintió.
-Se trata de Pepe, ¿No es así? -hizo una pausa antes de continuar-. Deja que hable claro: ¿Estás enamorada de mi hermano?
-Cielos, no -Paula confiaba en que eso fuera la verdad-. Sonia, sé que intentas ser agradable, pero Pedro no quiere compromisos, y yo sí.
-Lo siento. Estoy cotilleando. Pero deberías saber que nuestros años de formación, tanto los de Pepe como los míos, fueron difíciles. Ten paciencia con él, Pau. Puede merecer mucho la pena.
-No va a cambiar.
-Siento que lo veas de esa manera -hizo otra pausa y añadió-: Hazme un favor, ¿Quieres? Dile a Pepe que he hablado con mi madre. Me llevó tiempo pero me contó lo que él hizo por ella hace doce años.
-¿Y?
-Tú sabrás lo que hacer. Adiós, Pau. Ha sido un placer conocerte.
Antes de que Paula pudiera contestar, se oyó un clic al otro lado de la línea. En ese momento, se abrió la puerta de la habitación y entró Pedro. Tenía el cabello alborotado, como si se hubiera peinado con los dedos. Vestía una sudadera y unos vaqueros que le quedaban de maravilla. Y, al verlo, le dió un vuelco el corazón.
-¿Quién ha llamado? -preguntó él.
-Tu hermana. No quería que te molestara. Sebastián y ella regresan a casa y quería despedirse.
-Entiendo -frunció el ceño-. Parece algo bastante inocuo. ¿Por qué tienes cara de que la bolsa haya caído en picado?
Paula repitió lo que su hermana había dicho y se fijó en la expresión de Pedro. De repente le pareció un hombre que lo acabara de perder todo, que no tuviera a nadie. Le pareció un hombre vacío. Sintió que se le encogía el corazón y deseó abrazarlo de nuevo. Pero no podía permitírselo. Sonia tenía razón. De pronto, sabía muy bien lo que tenía que hacer.
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