-No puedo creer que no tengas una mujer especial en tu vida, Mati -comentó Pedro al ver que su hermano fruncía el ceño.
-Créetelo.
Paula bebió un sorbo de vino y dijo:
-Pedro me ha contado que tú le enseñaste todo lo que sabe de las mujeres.
-¿De veras? -preguntó con brillo en la mirada-. ¿Te ha mencionado cuál era la técnica que empleaba para conocerlas?
-No -los ojos azules de Paula brillaban con curiosidad-. ¿Cuál era?
-No tenemos que hablar de ello -se quejó Pedro.
-Si no lo recuerdo mal -dijo Matías, ignorándolo-, era algo así como: «¿No nos hemos visto antes?» Seguido de: «Ah, sí. Apareciste en mis sueños».
-¡No! -exclamó ella mirando a Pedro-. Dime que lo está inventando.
-Ojalá pudiera -dijo Pedro entre risas. Recordó los buenos y divertidos momentos que había compartido con su hermano en un pasado oscuro y doloroso.
-¿Funcionaba? -preguntó ella.
-A la perfección -contestó Matías-. Hacía que me sintiera orgulloso.
Paula negó con la cabeza.
-Estoy muy avergonzada del género femenino. Mira que dejarse liar con un comentario así...
-El comentario no tenía nada que ver -dijo Matías-. Era el carisma de los Alfonso.
-Por favor -protestó ella-. Pedro tenía dieciocho años. Y las adolescentes son muy vulnerables.
Pedro no quería pensar en Paula como adolescente vulnerable, rechazando a los hombres. Nadie mejor que él sabía lo insistentes que podían ser los hombres cuando deseaban a una mujer.
-¿Lo dices por experiencia? -le preguntó a ella.
-Quiero pensar que yo era más inteligente que la media de las chicas -sonrió Paula, pero no lo miró a los ojos.
Pedro se echó hacia atrás y colocó el brazo sobre el respaldo de cuero del banco, muy cerca del hombro de Paula. Se forzó para mantener la atención en la conversación y no pensar en cómo sería acariciar la suave piel que se ocultaba bajo la tela del vestido.
-Mati me enseñaba, pero yo también tenía talento. Tenía que superar todos los impedimentos para poder competir con él.
-Soy siete años mayor -dijo Matías-. No era un concurso.
-Para tí -contestó Pedro sin pensar, y confió en que nadie se hubiera dado cuenta.
Paula se colocó la servilleta sobre el regazo.
-¿Para tí era una competición? -preguntó.
-Sí, me temo que sí.
Matías frunció el ceño.
-Ojalá lo hubiera sabido. La verdad es que la diferencia de edad hacía que el juego no fuera equitativo -sonrió a Paula-. Y ésa no era su única desventaja. Poseo todo el encanto de los Alfonso, y estaría encantado de darte la oportunidad de que juzgues por tí misma.
-Basta, Mati -Pedro se sentía dominado por los celos y por un fuerte sentimiento de protección-. Paula está trabajando. No tiene tiempo para...
-¿Mi vida personal? -lo interrumpió ella-. Quizá haya llegado la hora de que haga una excepción.
-No con Matías -soltó él.
-Al parecer no has superado tu afán competitivo -Matías arqueó una ceja-. Sólo para que queden claras las reglas del juego: ¿somos rivales con todas las mujeres en general? ¿Con tu secretaria en particular? ¿O la competición incluye alguna otra cosa?
-Ya no -soltó Pedro, negándose a hablar de Paula.
-¿Qué quieres decir? -preguntó Matías.
-Nada. No es importante.
Paula lo miró.
-Si no es importante, ¿Qué tiene de malo decírselo?
Pedro sabía que, si no contestaba, el asunto tomaría más importancia de la que se merecía. Miró a Matías a los ojos y dijo:
-Siempre me sentía como si estuviera compitiendo contigo por la atención y el respeto de papá.
-Si ése es el caso -dijo Matías-, el destino te ha dado la oportunidad perfecta para conseguir cambiar eso.
Pedro miró a su hermano.
-Aquí viene el tema del dinero.
-Supongo que Sonia te ha contado que tenemos problemas económicos -dijo Matías.
-Sí -Pedro se percató de que su hermano lo miraba con frialdad-. Si yo me implico, esperaré una participación mayoritaria de control. Deshacer el negocio y venderlo por partes tiene cierto atractivo.
-¿Cómo puedes pensar algo así? Eres un Alfonso -exclamó Matías.
-De nacimiento -contestó Pedro-. Pero en la práctica no lo soy desde hace mucho.
Matías frunció el ceño.
-Es mucho más que un negocio. Es una herencia.
-Desde mi perspectiva, no.
-Así que vas a darnos la espalda. Debería haberlo imaginado.
-¿Qué quieres decir?
-Es lo que mejor se te da. Querías el respeto de papá, pero sólo conseguiste su atención, y no de la manera adecuada. Estropear una celebración en el restaurante y marcharte a un lugar desconocido fue una irresponsabilidad por tu parte. Sonia, el resto de la familia, yo... -Matías negó con la cabeza-. Durante mucho tiempo no supimos si estabas vivo o muerto. ¿Querías respeto? El egoísmo y el comportamiento egocéntrico no es la manera de conseguirlo.
Pedro cerró los puños.
-No tienes ni idea de lo que sucedió.
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