martes, 23 de mayo de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 5

Pedro se preguntaba si había cometido un error poniéndose un traje de Armani. Todo el mundo lo miraba como si fuera E.T. El viejo que estaba sentado en la esquina, el calvo que había detrás de la barra. Y la chica que había a su lado. Paula Chaves, suponía.

La miró a los ojos directamente, antes de fijarse en la masa de pelo rubio teñido. O lo que parecía pelo. Qué horror. ¡Si un peluquero de Sidney le hiciera eso a una mujer podrían demandarlo! Era un espanto. Pero el pelo se podía arreglar. O eso esperaba. Por fin, se fijó en su cara. Una cara completamente limpia, sin una gota de maquillaje. No estaba mal, pensó. Ojos grandes. Pómulos altos. Labios generosos. Tenía las cejas demasiado anchas, sin embargo. Y la piel seca y demasiado bronceada. Pero nada que un salón de belleza no pudiera arreglar. Al menos, era alta y esbelta, y tenía lo que parecía un busto generoso. Muy parecida en altura y complexión a su tía. Con un poco de suerte, podría ponerse los carísimos trajes de diseño de Marina. Pablo le había dicho que su ropero era uno de los mejores de Sidney. El jersey azul y los vaqueros gastados de la camarera no eran, desde luego, el atuendo que debía usar la nueva presidenta de Femme Fatale.

Pedro  sonrió, pero ella no le devolvió la sonrisa. Tenía los ojos de color violeta, notó mientras se acercaba. Y también noto que la chica tenía cara de pocos amigos. Estuvo a punto de comprobar si llevaba la bragueta abierta. Pero sabía que no era así. El instinto le dijo que su sonrisa no iba a funcionar con Paula Chaves. Obviamente, él no era su tipo. Quizá le gustaban los hombres de aspecto rudo. Quizá no le gustaban los hombres elegantes y vestidos para matar. Se sintió ligeramente incómodo por el desinterés de la joven, a pesar de que pensaba conducir aquel asunto de forma profesional y no con seducciones. Que era lo mejor, porque ella, desde luego, no era su tipo. Poniéndose serio,  dejó el maletín de Gucci a sus pies y miró directamente a Paula.

—¿Paula Chaves?

Ella no contestó y siguió mirándolo con recelo.

—¿Quién quiere saberlo? —preguntó el hombre calvo.

—Pedro Alfonso. Estoy aquí representando a la empresa Femme Fatale. Puede que hayan oído hablar de ella. Tiene su sede en Sidney y se dedica a fabricar y vender lencería femenina.

—¿Es usted vendedor de lencería? —preguntó Paula, con una sonrisa irónica.

Pedro se habría puesto colorado si pudiera hacerlo. Pero trabajar en publicidad durante todos aquellos años lo había preparado para cualquier momento embarazoso.

—No, no soy un vendedor de lencería —dijo, sonriendo—. Soy el propietario de una agencia de publicidad en Sidney. Se llama Ideas Locas, es posible que la conozcan.

—No, lo siento —dijo la chica, que no parecía sentirlo en absoluto—. Pero no entiendo. ¿Cómo sabe mi nombre y qué quiere de mí?

Pedro se sorprendió por su educado acento y su actitud fría. Parecía más una institutríz inglesa que una camarera australiana.

—A mí también me gustaría saberlo —dijo el hombre que estaba a su lado.

Pedro respiró profundamente y les explicó la historia de la empresa Femme Fatale y de su difunta propietaria, terminando con lo que le había ocurrido a la compañía tras la muerte de Marina. Lo que no mencionó fue que su tía era lesbiana. Cuando explicó que había dejado la empresa en herencia a su pariente más cercana y que ésta resultaba ser Paula, la chica se quedó perpleja. Al menos, su expresión dejó de ser helada.

Sacó la carta de presentación de la firma de abogados de Pablo junto con una copia del testamento y Paula  leyó ambos papeles con mucha atención. Incrédula, se los pasó al hombre calvo y después miró a Pedro, atónita.

—Yo sabía que mi padre tenía una hermana en alguna parte —admitió—. Pero no quería que yo la conociera. Decía que era muy mala.

Pedro levantó las cejas. ¿Sería que Marina era lesbiana lo que su hermano desaprobaba o que se dedicara a vender lencería atrevida?

—¿Está diciendo que Paula es una heredera?—preguntó el hombre calvo—. ¿Que es rica?

—Lo es y no lo es —dijo Pedro—. Desgraciadamente, Marina no tenía dinero en el banco, ni propiedades. De hecho, dejó una pequeña cantidad en números rojos tras su muerte. Lo que ha heredado la señorita Chaves es una gran cantidad de acciones de la empresa de su tía.

—¡Eso es estupendo! ¿Has oído, cariño? ¡Eres rica!

—No me lo creo —murmuró la chica, pensativa—. Por lo que ha dicho el señor Alfonso,  esas acciones ahora mismo no valen mucho.

Pedro no pensaba mentirle. Aún no, al menos.

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