sábado, 13 de mayo de 2017

Por Tu Amor: Capítulo 31

-Estoy bien, mamá -pero se le formó otro nudo en la garganta.

 Se sentía como cuando tenía diez u once años y se perdió en un parque de atracciones. Durante un buen rato había vagado por el parque sola y asustada, buscándolos. Pero había conseguido mantener el control hasta que la encontraron y rompió a llorar.

 -¿Qué ocurre? -preguntó Alejandra.

 -Estoy en el aeropuerto. En Dublín. Vamos de regreso a Londres.

-¿Qué haces en Irlanda?

-Pedro ha venido a ver a su madre. Está cerca de Londres.

-Lo sé -dijo su madre-. Nunca habías comentado nada de su familia.

 -Porque no sabía nada.

Y deseaba no saber nada. Pedro había cambiado después de haber ido a verlos. El pasado había sacado su lado oscuro. Pero ella también había podido ver su lado protector. Sentía que conocía a toda la persona, al hombre tridimensional con sus fallos y sus debilidades, su fuerza y una nobleza que ella nunca había imaginado. Era el hombre que llevaba esperando toda la vida y que nunca tendría.

 -¿Pau?

-Lo siento, mamá. ¿Por qué me has llamado? ¿Va todo bien? ¿Papá?

 -Todos estamos bien. Es que no sabía nada de tí.

Fue entonces cuando Paula se percató de que nunca había apreciado lo suficiente a su familia. Siempre había considerado su amor como algo garantizado. Unas semanas sin saber de ella y la mujer la estaba llamando. Pedro se había marchado de casa a los dieciocho porque su madre era un desastre y su padre un canalla y nadie se había molestado en ir a buscarlo.

-He estado muy ocupada, mamá. ¿Cómo les  ha ido en el crucero?

-De maravilla. Tenías que haber venido con nosotros.

 -Me alegro de que lo hayan  pasado bien. Tengo ganas de ver las fotos.

 -¿Cuándo vuelves a casa?

Ella deseaba no haberse ido nunca, deseaba estar allí en ese momento. Las lágrimas amenazaban con aflorar otra vez. Oyó que sonaba un teléfono y se volvió para ver que Pedro contestaba una llamada; después él le hizo un gesto para indicarle que tenían que embarcar.

 -Llegaré pronto. Tengo que irme, mamá. Me alegra oír tu voz.

-Lo mismo digo. Estoy deseando que me cuentes todo sobre tu viaje y cómo te va la vida.

 -Te echo de menos. Adiós, mamá. Te quiero.

-Yo también, cariño.

Siguió a Pedro hasta el avión y se sentó en su plaza. Cuando aterrizaron en Londres, se desabrochó el cinturón y se puso en pie. Pedro estaba sacando una bolsa del compartimento superior y al ver cómo se movían los músculos de su espalda, ella experimentó una nueva oleada de dolor. Echaba de menos su casa, su familia. Y había tomado otra decisión.

-Pedro, no voy a ir al hotel contigo.

 -¿Por qué no? -preguntó él, arqueando una ceja

. -Tengo que ocuparme de un asunto.

-¿Va todo bien? -preguntó con el ceño fruncido.

 «No», quería contestar ella. Le había hecho mucho daño y no soportaba estar cerca de él.

-Todo va bien -mintió.

Él la miró durante unos instantes, pero su expresión era ilegible.

-De acuerdo. Te veré más tarde.

Pedro  actuaba como si nada hubiera cambiado entre ellos pero, para ella, todo era diferente. Paula respiró hondo, preparándose para enfrentarse a Horacio Alfonso. En un principio había pensado pasar por su casa, pero decidió que lo más probable era que lo encontrara en Bella Lucia. Llamó a la puerta de su despacho y después de que él contestara, entró en la habitación. El padre de Pedro estaba sentado delante del ordenador.

-Hola, señor Alfonso.

-Paula-dijo con cara de sorpresa-. Me alegro de verte.

-Matías estaba abajo y me ha dicho que subiera. ¿Lo interrumpo?

-Para nada, cariño. Siéntate -le indicó que tomara asiento en una silla que había al otro lado del escritorio.

 -Gracias -contestó ella, y tomó asiento.

 -Supongo que Pedro está abajo, ¿No?

 -No. He venido sola.

-Qué agradable sorpresa -entrelazó los dedos sobre el escritorio-. Estás tan guapa como siempre. Creo que Londres te sienta bien.

Eso era una tontería. Era consciente de que parecía que la hubiera atropellado un camión. De tal palo, tal astilla. Quizá, como el hijo, el padre tuviera algo más en su interior que nadie conocía, y ella estaba dispuesta a comprobarlo. Desde un principio, ella había sido una especie de intermediaria entre Pedro y su familia. Y lo había hecho porque amaba a Pedro, porque cuando se amaba a alguien, se deseaba que ese alguien fuera feliz. Y él no podría serlo hasta que resolviera su pasado. Estaba dispuesta a hacerle un último favor.

-Londres es una ciudad preciosa, pero no creo que me siente bien. Ni Dublín tampoco.

 -Qué pasa con Dublín? -preguntó él.

 -Esta no es una visita de cortesía.

 Horacio frunció el ceño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario