sábado, 20 de mayo de 2017

Peligrosa Atracción: Capítulo 1

Pedro se sentó frente al volante del jeep que había alquilado en el aeropuerto, estudió los mapas, compró algo de comida y agua mineral en un supermercado y salió de la ciudad. No tenía interés en visitar Broken Hill. Él estaba allí por una sola razón. Encontrar a Paula Chaves en Drybed Creek y llevársela con él a Sidney. Los pueblos mineros, incluso uno tan grande y famoso como Broken Hill, no le resultaban fascinantes. Y tampoco le resultaba fascinante el páramo australiano. Había tenido suficiente páramo de niño como para que le durase una vida entera. Pero era agradable comprobar que aquello seguía siendo un lugar olvidado de Dios. Le hacía recordar por qué había huido de allí cuando tenía dieciséis años y agradecer lo que había conseguido hacer de su vida.

Minutos después de dejar la civilización, en la carretera no había nada más que plantas resecas, piedras y algunos árboles achaparrados. Era el final del invierno, pero no tendría mejor aspecto cuando llegara la primavera y tampoco en verano. En verano, el sol quemaría las plantas y la poca hierba que hubiera crecido con la lluvia y todo volvería a tener un familiar color marrón. El verde no era un color habitual en el campo australiano. Y el azul… el único azul era el del cielo. Sacudió la cabeza. Él prefería Sidney, su puerto y sus jardines verdes, su maravilloso puente y el impresionante edificio de la Opera. Le había encantado el sitio nada más verlo. Incluso le gustaba el ruido del tráfico. Lo hacía sentir vivo. Francamente, estaba deseando volver. Su misión allí no duraría más de una noche antes de volver a casa, supuestamente con la heredera de Femme Fatale sentada a su lado. Solo necesitaba su cooperación durante un mes. ¿Era demasiado pedir cuando el premio al final de aquellas cuatro semanas era una fortuna? Si vendía sus acciones en ese momento, sólo ganaría unos doscientos mil dólares. Nada comparado con la mina de oro que  pensaba poner frente a las narices. Estaba seguro de eso por la descripción de Paula que el detective le había dado a Hernán.

Puala Chaves tenía veintitrés anos. Era alta, atractiva y rubia tenida. «Es guapa», había dicho el detective. Que la chica fuera físicamente atractiva era una ventaja para Pedro, pero lo mejor era su edad. Era más fácil influenciar a una mujer joven que a algún pájaro viejo. Las mujeres jóvenes no tenían una opinión propia sobre muchas cosas y, aunque la tuvieran, seguían siendo susceptibles a la persuasión y los halagos, especialmente cuando era él quien persuadía y halagaba. No era engreído por naturaleza, pero tampoco se permitía falsas modestias. Era un hombre atractivo y gustaba mucho a las mujeres. Además, era inteligente y tenía un cerebro tan creativo como manipulador. Podía vender cualquier cosa a cualquiera y, por eso, su empresa, Ideas Locas, era una de las agencias de publicidad más famosas de Sidney. No la más grande. La mejor. Persuadir a la joven camarera para que hiciera lo que le pedía no sería muy difícil. Y se alegraba de que no fuera rubia natural. Eso quería decir que solía ir a la peluquería y cuidaba de su aspecto. No había nada más odioso para él que las mujeres que creían estar guapísimas «al natural», sin maquillaje, tintes ni arreglos. Sintió un escalofrío al recordar a su tía, que lo había criado desde los ocho años. Ella nunca iba a la peluquería, nunca se ponía maquillaje ni perfume, ni ropa decente. Tenía el pelo grasiento, era muy gruesa y cubría sus carnes con enormes vestidos de flores manchados de sudor. Era lógico que se hubiera quedado boquiabierto al ver a las chicas de Sidney. Tan guapas, tan elegantes, con el pelo limpio y cortado a la moda. ¡Y olían tan bien! Cada vez que alguna entraba en el café Double Bay en el que trabajaba de camarero, respiraba su aroma a perfume francés con deleite. Cuando alguna lo invitaba a pasar la noche con ella, pensaba que estaba en el cielo.

Aquellas primeras experiencias sexuales le habían hecho tener muy buen gusto para las mujeres. Le gustaban muy guapas y muy elegantes. Nada era más desagradable para él que una mujer mal vestida. Todas las mujeres de su vida eran guapas. Pero se había dado cuenta de que era mejor evitar a las muy inteligentes. Que una empleada fuera inteligente estaba bien. Tenía varias y eran estupendas. Micaela, por ejemplo. Era una chica brillante y moderna. Y muy atractiva. Pero jamás saldría con ella. Y hacía bien. Micaela iba a casarse el mes siguiente con un hombre al que ni siquiera se le había ocurrido la idea del matrimonio hasta que ella le había echado el lazo. Tomás Garrison había sido una vez muy deseado en Sidney, un playboy de primer orden. Y hasta un par de meses atrás, un soltero de oro. ¿Y dónde estaba? A punto de convertirse en su  marido, prometiendo amarla, honrarla y respetarla hasta que la muerte los separase.

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