—Es un tío guapo, ¿Verdad? —preguntó el hombre, como sin darle importancia.
Pero Paula conocía a Arturo demasiado bien como para dejarse engañar. Él había mirado por ella y su virtud como una gallina desde la muerte de su padre. Y había hecho un buen trabajo. Aunque había sido fácil cuando sus hormonas estaban dormidas y no encontraba nada interesante en el sexo opuesto. Hasta que apareció Diego…
Paula suspiró.
—Dí lo que tengas que decir, Arturo.
—Ten cuidado en Sidney, cariño, Pedro es un buen tipo, pero es un hombre. Aunque no el hombre para tí.
—¿No? —preguntó ella, poniéndose las manos en las caderas—. ¿Y por qué no? Él es soltero, yo soy soltera y éste es un país libre.
—Sí, pero él es el tipo de soltero que quiere seguir soltero. Y tú no.
El corazón de Paula dió un pequeño salto.
—¿Y por qué sabes que quiere seguir soltero?
—Porque me lo ha dicho él.
Paula frunció el ceño, preguntándose por qué un hombre tan sensible como Pedro habría tomado una decisión como aquella. Estaba claro que adoraba a los hijos de su amigo Hernán. ¿Por qué no quería tener hijos y una esposa que lo amase? ¿Y un hogar al que volver cada noche, con un perro y un jardín, no un apartamento por mucho que estuviera frente al edificio de la Opera de Sidney?
—Es un soltero recalcitrante, cariño —siguió Arturo—. Y un poco mujeriego, me parece a mí. Así que insisto, ten cuidado con él.
Paula suspiró de nuevo.
—Te preocupas tontamente, Arturo. Pedro es muy atractivo, pero no pienso hacer el tonto con él. Te lo prometo.
—Me alegro, porque tiene novia.
El corazón de Paula se encogió un poco ante aquella noticia. Pero escondió bien su desilusión. Si Diego le había enseñado algo era a no llevar el corazón en la mano.
—Entonces, no tendré que preocuparme porque me persiga de habitación en habitación, ¿No es eso? —intentó bromear.
—Un hombre como Pedro no tiene que perseguir a las mujeres, cariño. Son ellas las que se echan en sus brazos.
—Arturo, ¿Me has visto alguna vez echarme en los brazos de un hombre? — preguntó Paula.
Afortunadamente, Arturo no sabía nada sobre su aventura con Diego. Se sentía demasiado avergonzada como para contárselo. Lo único que Diego había necesitado fueron un par de cenas y unos halagos y ella había ido con él a su habitación sin hacerse más preguntas. Si no hubiera sido por la alarma de incendios… Temblaba al pensar lo cerca que había estado de hacer el amor con aquel canalla.
—Sí. Tú eres una chica muy sensata —dijo Arturo.
—Entonces, deja de preocuparte. Y cállate que está en la puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario