-¿Hace frío en Dublín en esta época del año? -preguntó Paula.
-¿Por qué?
Paula contempló durante unos segundos el rostro de Pedro. Su pasado se estaba apoderando de él. Los problemas con su familia estaban aflorando y ella no podía dejar de pensar que ésa era la causa de su inquietud. Quizá, si resolviera sus conflictos, los dos podrían recuperar la buena relación que tenían como jefe y secretaria. La relación en la que ella marcaba el límite y él no lo cruzaba para besarla. Aquélla en la que ella no se preguntaba si se estaba enamorando de él.
-El clima de Dublín importa mucho porque necesito saber qué ropa tendré que ponerme cuando vayamos a visitar a tu madre, Pedro.
Pedro no estaba seguro de por qué Paula conseguía que hiciera casi todo pero, desde luego, sabía que no era mediante el sexo. Allí estaban, en Irlanda. Él había llamado a su madre y ella los estaba esperando. Nada más llegar a Dublín, había alquilado un coche con conductor para que los llevara a la casa de Ana, a unos quince minutos de la ciudad. La casa estaba rodeada de colinas, caballos y pastos. El lugar era bucólico y lo hacía sentirse incómodo. La casa de Ana Zolezzi Alfonso era de dos plantas y estaba situada en un valle. Era un lugar tranquilo y sereno, nada parecido a lo que Pedro recordaba de su madre, que siempre había sido una mujer inestable y emocionalmente necesitada. Y, si tal y como había dicho su padre, él era hijo de su madre, ¿Cómo sería él? Recordaba que ella le decía que tenía que comportarse. Permanecer callado. Escucharla porque, si no, su padre haría que la escuchara. Y él se había comportado y se había esforzado mucho más, después de escuchar cómo su padre le decía que se moriría antes de tener otra oportunidad para destrozar Bella Lucia. Matías tenía razón. El destino le había dado la última posibilidad de venganza. Paula iba sentada en silencio en el coche. Él la miró y se fijó en sus hombros derechos y en la tensión de su mandíbula.
-¿No estás nerviosa por este encuentro, verdad?
-No -contestó ella, y entrelazó los dedos sobre su regazo. Con fuerza-. ¿Tú estás nervioso?
-Por supuesto que no.
Cuando el conductor se detuvo frente a la casa, Pedro salió del coche y sujetó la puerta para que saliera Paula. Mientras esperaba, oyó voces y risas. Una pareja apareció rodeando la casa. Iban agarrados por la cintura. El cabello rubio de su madre era tal y como él lo recordaba, largo y ondulado. Ella seguía siendo una mujer rellenita y vestía pantalones vaqueros y un jersey verde. Pero su sonrisa la hacía parecer más joven al mirar al hombre alto de cabello oscuro y ojos azules que le sonreía. El amor... Pedro levantó la guardia inmediatamente. Ana lo vió y miró a su compañero, éste le dió un abrazo y ambos se detuvieron en el camino de piedra, delante de Pedro. Ana lo miró un instante.
-La última vez que te ví no eras más que un niño. Has crecido, Pepe.
-Hola, mamá.
-Es maravilloso volver a verte. Tienes muy buen aspecto. Estás muy atractivo -levantó la mano como para acariciarlo y la dejó caer. Al ver a Paula, preguntó con curiosidad-: ¿Quién es ella? ¿Tu esposa?
Paula extendió la mano y contestó:
-Soy Paula Chaves. Pau. La secretaria de Pedro.
Pedro miró al hombre alto.
-Tu turno.
-Ricardo Foley -su acento indicaba que era irlandés-. Tu madre y yo somos...
-Buenos amigos -interrumpió ella, agarrándolo del brazo-. Por favor, entren en casa. Prepararé un té. Nos pondremos al día.
-Nos encantará -dijo Paula-. ¿Verdad, Pedro?
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