sábado, 13 de mayo de 2017

Por Tu Amor: Capítulo 30

-Ha sido estupendo ver Londres contigo, Pau. Reírnos. Gastarme el dinero contigo.

 -Pero... Todo lo que dijiste de besarme...

 -Lo decía de verdad. Ha sido muy divertido. Eres tremenda. Y no quiero que lo malinterpretes, porque el sexo lo complica todo.

-No lo comprendo. ¿Es porque no lo he hecho nunca?

 -Es porque no hay nada entre nosotros, Pau-se separó de ella.

 No se fiaba de lo que podía hacer si la tocaba. Ella se cruzó de brazos. La vergüenza borraba toda huella de pasión y placer. Él se odiaba a sí mismo por haberla avergonzado. Pero no podía hacerlo. Y menos a Paula.

-Tienes que irte -dijo Pedro.

Tenía que marcharse antes de que él no la dejara escapar. Paula se levantó de la cama, agarró el jersey y se cubrió con él mientras salía de la habitación. Destrozada. Pedro se pasó los dedos por el cabello y se presionó los ojos con la mano, tratando de borrarlo todo sin éxito. Nunca olvidaría la expresión de dolor y sorpresa que Paula había puesto por su culpa. Pero había hecho lo correcto al decirle que se fuera. Y no sólo por ella. Él la necesitaba, y no sólo en el aspecto físico. La necesitaba en todos los aspectos en que se podía necesitar a una mujer. Y no podía soportarlo. No quería necesitar a nadie. Si había sacado algo positivo de su doloroso pasado, era saber que sólo podía contar consigo mismo. Le había pedido a Paula que se fuera por el bien de ella. Se lo agradecería por la mañana, y ambos podrían olvidarse de todo.


Paula estaba aturdida cuando cerró la puerta de su habitación con llave. Como si tuviera que asegurarse de que Pedro no pudiera entrar. Podía dejar la puerta abierta y danzar desnuda a su alrededor y seguiría a salvo de él. «Qué irónico es todo», pensó con amargura. Había decidido esperar para entregarse al hombre adecuado y quería que fuera Pedro. Ni siquiera había pensado en tener un anillo en el dedo para entregarse a él. Simplemente, quería hacerlo porque lo amaba. Y él la había rechazado. La rabia se apoderó de ella y no le quedó más remedio que alimentarla para calmar el dolor que la invadía. Tiró el sujetador al suelo y se puso el jersey. Deseaba que la tragara la tierra. La habían humillado cuando el hombre al que ella quería se había apostado con sus amigos que conseguiría acostarse con ella. Y cuando el rumor se esparció por toda la universidad. Pero aquello no era nada comparado con lo que le estaba sucediendo. Estaba enamorada de un hombre que no la quería.

-Se acuesta con muchas mujeres -dijo con los ojos llenos de lágrimas-. Pero no quiere acostarse conmigo. Ni siquiera por dinero. No lo necesita.

Ella no tenía experiencia en el tema, pero había oído que los hombres casi siempre querían mantener relaciones sexuales. Y que aprovechaban todas las oportunidades que encontraban. Eso hacía más patético que la hubiera rechazado. Pedro ni siquiera tenía que buscar la ocasión. Ella había estado en su cama, entre sus brazos. Dispuesta y preparada. Y él la había rechazado. ¿No era suficientemente guapa para él? ¿No era lo bastante rubia? ¿Qué le pasaba? Él la había besado. Y había sido maravilloso. Sentía un nudo en el estómago y una fuerte presión en el pecho. Su rechazo no tenía nada que ver con su aspecto. Era la química. Ella la sentía. Él no. Probablemente, ella no habría sido nada más que pura diversión. Al menos, él había tenido la decencia de rechazarla antes de convertirla en una completa idiota. Respiró hondo y percibió el aroma de Pedro, que había quedado impregnado en su jersey.

-No puede amarme. No puede amar a nadie -pronunció con voz temblorosa.

Fue entonces cuando su corazón se resquebrajó y supo que sus pedazos siempre le provocarían dolor. Al día siguiente,  todavía deseaba que la tragara la tierra aunque, probablemente, no fuera lo mejor que podía pensar antes de subirse a un avión. Pero no podía evitarlo. Después de haber pasado la noche llorando contra la almohada para ahogar sus gemidos, se sentía agotada. Y tenía un aspecto horrible.

Ambos habían permanecido en silencio durante el trayecto hasta el aeropuerto. Y allí estaban. Paula, la reina del amor eterno, enamorada de Pedro, el rey de las aventuras de una noche, en la sala de espera de un aeropuerto. Él estaba sentado enfrente de ella, trabajando en el ordenador portátil. Ella lo miraba de reojo, a pesar de que cada vez que lo hacía sentía un fuerte dolor en el corazón. Si al menos él también tuviera mal aspecto... Pero no, era el mismo Pedro de siempre. Atractivo, intenso... Pedro. Ella deseaba... En ese momento sonó su teléfono móvil y él la miró. Cuando sus miradas se encontraron, Pedro bajó la vista hacia la pantalla. Paula contestó la llamada.

-¿Diga?

-Hola, cariño. Soy mamá.

 -Mamá -Paula sintió un nudo en la garganta al oír la cálida voz de su madre.

 No podía perder el control en esos momentos, sobre todo después de haber conseguido mantener el tipo durante el viaje desde el hotel al aeropuerto.

-¿Pau? ¿Estás ahí? -preguntó Alejandra Chaves con preocupación-. ¿Va todo bien?

Paula se puso en pie y caminó hacia la ventana para observar cómo un equipo hacía el mantenimiento de un avión.

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