-Has cambiado -dijo con resentimiento.
-Sí, y espero que a mejor -su sonrisa era triste y de disculpa.
-Le contaste a Sonia lo sucedido -dijo Paula.
-¿Que Pepe me protegió? -Ana asintió y miró a su hijo-. Sé que prometiste guardar mi secreto, pero siempre me odiaré por habértelo pedido. Soy tu madre. Debería haberte protegido yo.
-Sí.
-Pedro, no sé qué sucedió -dijo Paula-. Y no necesito detalles. Pero tu madre está tratando de disculparse.
-Está bien, Paula -suspiró Ana-. Tiene todo el derecho a estar enfadado. Pedro pagó un precio muy alto.
«Maldita sea», pensó él. Ella había perdido un marido aquella noche, pero él había perdido a su familia. Lo había perdido todo. Su madre lo miraba suplicándole comprensión.
-Tu padre no es un hombre malo. No podía amarme y no creo que yo estuviera enamorada de él. En cualquier caso, no me hacía felíz.
«Ahora que ya sabe lo que es la felicidad», pensó él.
-Lo que sucedió entre tu padre y yo no tiene nada que ver con lo que él sentía hacia Sonia y hacia tí. Siempre adoró a sus hijos. Y pensaba que el sol nacía y se ocultaba en tí, Pepe.
-Pues tenía una extraña manera de demostrarlo -soltó Pedro.
-Yo lo he perdonado, hijo. Es hora de que tú también lo hagas.
Paula le agarró la mano y lo obligó a que la mirara.
-Tu madre tiene razón, Pedro. El pasado está comiéndose tu presente y robándote el futuro. Tienes que olvidarlo para poder seguir hacia delante. Por tu bien.
¿Continuar hacia delante? Pedro se sentía como si lo hubieran abandonado en una isla desierta durante doce años y acabaran de rescatarlo, sólo para descubrir que todas las personas que a él le importaban habían continuado hacia delante sin él. Su madre era feliz y vivía en paz, pero él estaba enfadado y resentido. ¿Qué tipo de hijo era? ¿Qué clase de hombre? Miró a Paula a los ojos. La bella Paula. La sensata y cabezota Paula. Era un auténtico cretino por haberla implicado en aquel lío. Lo menos que podía hacer era protegerla de sí mismo.
¡Pedro la había dejado plantada! Y Ricardo había tenido que llevarla al hotel. ¿Pero qué diablos le pasaba? Marcharse sin decir palabra no era su estilo. Y ella estaba enfadada. Entró en el hotel y apretó el botón de llamada del ascensor. Al ver que las puertas no se abrían inmediatamente, apretó varias veces.
-Estúpido ascensor -murmuró.
La madre de Pedro estaba disgustada y dijo que todo había sido culpa suya y que él tenía todo el derecho del mundo a estar enfadado. Pero cuando Paula le pidió más detalles, Ana le contestó que debía pedírselos a Pedro.
-Por supuesto que voy a hacerlo -una vez más, apretó el botón para llamar al ascensor.
El miedo empezaba a formarse en su interior. Ella había notado que Pedro no aprobaba que su madre estuviera con Ricardo, pero no comprendía por qué. Sus padres llevaban muchos años divorciados, y eso explicaba por qué Jack no quería compromisos. Pero cualquiera podía darse cuenta de que Ana parecía feliz y de que un anillo en el dedo no marcaría ninguna diferencia. Entonces, ¿Cuál era el problema de él? Por fin llegó el ascensor.
-Menos mal.
Una vez en la planta superior, corrió por el pasillo hasta la suite. Abrió la puerta, entró y encendió la luz. Al ver que Pedro estaba sentado en una butaca, se detuvo en seco. ¿Llevaba a oscuras todo ese tiempo?
-Ha sido un golpe muy bajo, Pedro -dejó el abrigo y el bolso sobre una silla-. ¿Por qué te has marchado de esa manera?
Pedro parecía ausente.
-¿Pedro? -lo llamó con las manos en las caderas.
Frente a él, sobre la mesa, había una botella de whisky y un vaso medio lleno. Parecía que no lo había probado.
-Me has abandonado, Pedro.
-Tenía que salir de allí.
-Eso ya lo he visto, pero ¿Por qué?
Pedro agarró el vaso de whisky y lo movió, mirando el líquido como si fuera la cura de todos sus males.
-Pedro, ¿Estás bien? -preguntó ella con preocupación.
-Creo que no.
El Pedro que ella conocía nunca habría hecho una admisión así. Aquel hombre más introspectivo le llegaba de lleno al corazón. En menos de un segundo, estaba sentada a su lado. Le tocó la frente por si tenía fiebre. Entonces, lo miró a los ojos y vió que tenía el alma herida.
-¿Qué ocurre?
-Tenías razón, Pau. Soy una persona despreciable.
-Nunca he dicho tal cosa -protestó ella.
Él volvió la cabeza y la miró intensamente.
-Dijiste que era como mi padre. Es lo mismo.
-Eres un buen hombre.
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