Paula lo siguió y se arrodilló sobre la cama junto a él para abrazarlo. Permanecieron así durante largo rato, hasta que él se sentó en la cama y la colocó sobre su regazo para estrecharla entre sus brazos.
-Nunca le había contado a nadie lo que sucedió aquella noche, Pau.
-Me alegro de que me lo hayas contado a mí -apoyó la mejilla sobre su hombro.
Pedro pasó la noche con la sensación de que todo iba mal, partiendo del hecho de que no estaba solo en la cama. Una mujer estaba medio tumbada sobre él, con sus senos redondeados presionando contra su pecho. La luz que provenía del salón iluminaba el cabello de Paula y creaba una aureola sobre ella. Respiró hondo y soltó el aire aliviado. Paula no lo había dejado. La abrazó y pensó que se sentía demasiado bien junto a ella. Al parecer, se habían quedado dormidos. Él le había contado su secreto y eso le había resultado agotador. Sin embargo, ella no le había dado la espalda. De hecho, lo había defendido. Paula solía decirle lo que a ella le parecía que hacía mal, y a veces eso lo molestaba mucho. Pero su sinceridad hacía que aquel momento fuera muy dulce porque convertía en creíbles todas las cosas buenas que ella había dicho sobre él. Y la necesitaba. Necesitaba hablar con alguien después de haber visitado a su madre. La besó en la cabeza e inhaló el aroma embriagador y seductor que desprendía su cuerpo. Ella se acurrucó contra su cuerpo y él casi pudo sentir el calor del centro del ser femenino contra su propia pierna. De pronto, toda la sangre de su cuerpo descendió a su entrepierna. Estaba excitado. Estaba preparado. La deseaba. Paula movió la mano que tenía sobre su pecho y él se la agarró para que no la retirara. Su corazón latía con fuerza.
-¿Pedro? -preguntó Paula adormilada.
-Estoy aquí, Pau.
Ella permaneció en silencio unos instantes, recordando lo que él le había contado.
-¿Estás bien?
-Estoy bien. Mucho mejor que bien. No estoy solo. Gracias por...
Ella le cubrió los labios con un dedo para que se callara.
-No digas nada. Me alegro de haber estado aquí. Espero que te haya ayudado.
Como respuesta, él la besó en la parte interna de la muñeca. Después, introdujo cada uno de sus dedos en su boca. Cuando le acarició con la lengua entre el dedo índice y el corazón, oyó que ella comenzaba a respirar de forma acelerada.
-Pedro... -susurró ella-. Bésame, por favor. Me gustó mucho cuando me besaste.
-Pero, creí que no...
-No podía permitirlo. Porque... Bueno, ahora no importa. Las cosas son diferentes. Después de... -le acarició la mejilla-. No importa. Bésame.
-¿Estás segura? -preguntó él, pero ya estaba besándola.
Los sonidos de placer que ella emitía provocaron que le hirviera la sangre Una ola de deseo lo invadió por dentro y no pudo evitar colocarse sobre ella. Cuando le acarició la boca con la lengua, Paula separó los labios y el le acarició el interior, metiendo y sacando la lengua rítmicamente, invadiéndola, imitando el acto de hacer el amor. Pedro le acarició el paladar y notó cómo se estremecía, acariciándole la pierna con su pie descalzo. Le levantó el jersey y colocó la mano sobre su vientre, como si fuera lo más natural del mundo.
-Oh, Pedro... -dijo ella.
-Me gusta acariciarte, Pau.
Le acarició la piel suave y llevó la mano hasta la altura de sus senos. Necesitaba sentir su cuerpo desnudo contra el suyo. Subió la mano y le acarició los pechos. A través del sujetador, notó cómo se le endurecían los pezones. En la oscuridad, vió que ella echaba la cabeza hacia atrás, dejando el cuello al descubierto. Él sonrió al ver que se estremecía entre sus brazos.
-Oh, Pedro. Eso me gusta...
-Me encanta acariciarte.
Le quitó el jersey. Ella se sentó y lo ayudó a desabrochar el sujetador.
-Hazme el amor, Pedro.
-No tenemos prisa -dijo lleno de deseo.
La besó en el cuello sin dejar de acariciarle los senos. Jugueteó con los pulgares sobre sus pezones y vió que respondía rápidamente a cualquiera de sus caricias. Estaba volviéndose loco. Pero ella lo había detenido una vez insistiendo en que, si hacían el amor, se estropearía la buena relación que mantenían.
-¿Pau? -la besó de nuevo-. Tengo que hacerte una pregunta: ¿Estás segura?
-Convencida -dijo ella-. Nunca lo había estado. Siempre me entraban dudas. Y no podía hacerlo.
-¿Ahora no tienes ninguna duda? -insistió él.
Ella echó la cabeza a un lado para que la besara en el cuello una vez más.
-Ninguna. He estado esperando al hombre adecuado y nunca pensé que serías tú.
Pero me parece perfecto. Lo adecuado. ¿Esperar al hombre adecuado? Pedro no fue capaz de ignorar sus palabras.
-¿Lo has hecho alguna vez?
-No -dijo ella, tras dudar un instante.
-¿Eres virgen?
-Ésa sería la palabra adecuada para alguien que nunca ha tenido relaciones sexuales -su tono era atrevido, pero se notaba cierta vulnerabilidad en su voz.
Paula era virgen. ¿Qué diablos estaba haciendo él? Ella le importaba. Cielos, era un ser despreciable. No podía tratarla como había tratado a otras mujeres, mujeres expertas que sólo buscaban una aventura. Retiró las manos de su cuerpo y se sentó en la cama.
-¿Pedro? -Paula lo miró y habló con voz temblorosa.
-Tenías razón, Paula, cuando dijiste que esto estropearía la relación que hay entre nosotros.
-Me equivoqué. Esto es lo que quiero. Te deseo.
Él la miró y pensó que no podría contenerse. Paula quería casarse. Quería alguien que la hiciera felíz. Ése era el regalo que le guardaba al hombre adecuado. Era algo especial. Ella era especial. Si él se lo robaba, ella lo odiaría. Y creía que no podría soportarlo. Si ella no se marchaba, no creía que pudiera detenerse.
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