jueves, 17 de diciembre de 2015

La Traición: Capítulo 40

El sonido de un motor rompió el silencio de esa tranquila mañana. Paula salió al vestíbulo de una de las cabañas de Glen Gallan. Se cubrió los ojos, de la luz del sol y vio que la camioneta bajaba al valle. No podía ser Luis, pues ella le había encargado muchas cosas por hacer durante el resto de la semana, en otra parte de la propiedad. Tenía que ser Pedro.

Frunció el entrecejo y entró. Mirta era la única persona que conocía su paradero y Paula la había hecho jurar que no divulgaría el secreto; sin embargo, Pedro la había encontrado. No obstante, como Paula no se sentía bien todavía después de haber pasado en la cabaña dos días y dos noches, pensó que tal vez era mejor que Pedro hubiera ido a verla.

Lavó los platos del desayuno, antes de oírlo subir los escalones del vestíbulo.

Paula lo recibió con una sonrisa avergonzada y musitó:

—Me imaginé que eras tú. Siéntate y te prepararé un poco de café.

Pedro  vestía jeans, una chaqueta de cuero y una camiseta blanca. Era alto, fornido y parecía llenar al cuarto con su presencia.

—Gracias —sonrió impenetrable y se sentó—. Esta es la primera vez que entro a una de tus cabañas —miró a su alrededor—. Es muy acogedora y cómoda.

—Pero todavía no tenemos cafeteras —comentó al poner una olla de agua sobre la estufa—. Tendrás que conformarte con tomar café instantáneo.

—Es un precio muy pequeño el que hay que pagar, para estar en un lugar tan encantador —se encogió de hombros.

Paula se preguntó si él se estaba mostrando sarcástico.

—Supongo que Mirta te contó que yo estaba aquí.

—Mirta no quiere, ni puede mentir. Al principio, me dijo que te habías ido a pasar unos días a Inverness, pero luego añadió que llevabas contigo, suficientes latas como para subsistir una semana. Uno no lleva latas a Invemess, ¿verdad? —le sonrió, pero sus ojos brillaron con resentimiento y la joven supo que debía darle una explicación.

—Lamento no habértelo dicho, Pedro —bajó la vista y pasó saliva—. Yo… quería estar sola; necesitaba tiempo para pensar. Y… tenía que irme de esa casa.

—Sí, Mirta me dijo que has estado actuando de una manera muy extraña, que casi no comes ni duermes y que estás muy callada, como taciturna —se inclinó hacia adelante.

—Me sentí… sofocada —alzó los hombros—. Es una sensación difícil de explicar.

—¿Sofocada por mis atenciones? —gruñó—. ¿Es por eso que querías estar sola?

—No, claro que no —exclamó.

—No me parece muy convincente, Paula —la contempló con frialdad—. Si ya no quieres saber nada de mí, dímelo ahora y ya no te seguiré molestando.

—No me dejes, Pedro —de pronto, toda la tristeza que la embargó durante los últimos días, pareció desbordarse. Una lágrima rodó por su mejilla—. Por favor, quédate. Te… necesito. Creo que me estoy volviendo loca. Tengo que hablar contigo.

De inmediato, Pedro se puso de pie y la abrazó con fuerza.

—Basta ya, Paula, basta —exclamó, para que la chica no cayera en un estado de histeria—. No te está pasando nada, estás tan cuerda como yo.

—¿De veras? —sus azules ojos lo miraron de modo suplicante—. Entonces, ¿por qué me siento tan culpable por querer casarme contigo, mi amor? ¿Por qué mi padre no me deja en paz y me atormenta todo el tiempo?

—Entonces, ¿en verdad quieres ser mi esposa? —le enmarcó el rostro con las manos.

—Eso es lo que más deseo en la vida—susurró—. Me moriría si te casaras con otra mujer.

—Eso era lo único que quería escuchar de tí —murmuró—. Es lo único que importa —le besó la mejilla y luego la boca. El beso se volvió apasionado y exigente e hizo vibrar a Paula con amor y deseo. Ella empezó a responder con una urgencia cada vez mayor y hundió sus dedos en el cabello negro. El olor masculino de Pedro invadía sus sentidos y los agudizaba. Su cuerpo se amoldaba al de él, sintiendo y absorbiendo toda su calidez. Pronto, sus besos se hicieron más exigentes.

Al sentir que Paula lo deseaba, Pedro la alzó en brazos y, sin dejar de besarla, se dirigió al dormitorio.

Allí, la desvistió con lentitud, disfrutando de cada nueva revelación. Hicieron el amor con un ritmo suave, respondiendo a su mutua necesidad de complacerse. Las sensibles caricias de él y el calor de sus labios la hicieron estremecerse. Cuando al fin sus cuerpos se movían juntos, con un ritmo profundo y sensual, la chica cerró los ojos y le hundió los dedos en la espalda hasta que la tormenta de la pasión terminó, dejándola sin aliento y embargándola con una gran satisfacción.

Pedro esperó a que ella respirara con menor dificultad y luego rodó a un lado y le dio un beso en la frente.

—Acabas de probar algo muy importante —musitó.

—¿Qué cosa? —susurró, soñadora.

—Que me has extrañado tanto, como yo a tí—sonrió con una ternura infinita.

Reposaron juntos, mirándose a los ojos, mientras él le acariciaba la columna con un dedo, de arriba a abajo.

—¿No huele a quemado? —frunció la nariz—. Oh, Pedro, la olla —se sentó—. Ya debe estar achicharrada.

—Yo me haré cargo —Pedro se levantó de un salto—. Poco después que regresó, la calmó.


—No te preocupes, no habrá un incendio. Apagué la estufa a tiempo —sonrió.

—Gracias —admiró su magnífico cuerpo y se puso de pie—. Tengo deseos de ducharme, ¿me acompañas? —sonrió de una manera provocadora.

2 comentarios:

  1. Espectaculares los caps, ojalà Pau encuentre en Pedro la paz que necesita.

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  2. Muy buenos capítulos! Por fin le pudo contar toda la verdad sobre el padre de Pau! lástima q perdieron 5 años! :(

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