martes, 15 de diciembre de 2015

La Traición: Capítulo 33

Estaba impresionada y frustrada. ¿Cómo pudo Pedro decirle algo semejante? ¿Qué motivo le había dado ella, para que interpretara su agradecimiento de ese modo? Por primera vez en muchos años, Paula se había divertido mucho, estuvo dispuesta a perdonar y olvidar lo sucedido en el pasado y le pareció que podría reconciliarse con Pedro; sin embargo, con unas cuantas palabras acusadoras, él la hizo poner los pies sobre la tierra.

¿Acaso fue algo deliberado?, se preguntó. Pedro debió imaginar que ella jamás soportaría semejante insulto. Quizá él se había vengado de ese modo, por haberlo rechazado durante tanto tiempo. Cualquier cosa era posible con un hombre como él.

El tránsito de la tarde había congestionado las calles y Paula consultó su reloj, impaciente. Eran las siete, lo cual significaba que llegaría a casa, después de la medianoche. La perspectiva de conducir por las estrechas y sinuosas carreteras de las Tierras Altas, no le agradó y se dijo que se detendría en Perth a pasar la noche. Allí había un hotel cómodo, en donde ya se había quedado. Podría llegar allí a las nueve de la noche, acostarse temprano para madrugar y salir hacia Kinvaig al día siguiente.

Triste, miró por la ventana del taxi. Una cosa era segura. No volvería a dejar que Alfonso se le acercara. Esa era la segunda vez que la hacía quedar en ridículo, mas no habría una tercera vez.

Por fin, llegó al estacionamiento. Paula subió al tercer piso y se dirigió a la camioneta; de pronto, antes de poder abrir la puerta, una mano la tomó del hombro y la hizo detenerse.

—No tan rápido —exclamó Pedro y sus ojos grises relucieron de rabia.

¡Maldición! Debió seguirla en otro taxi, pensó Paula.

—No tengo nada que decirte, Alfonso—se apartó—. Vete y déjame en paz.

—Pues yo tengo mucho que decirte —replicó y le quitó las llaves del auto—. Tú y yo íbamos a pasar la noche juntos.

—Devuélveme esas llaves —le advirtió.

—Como de costumbre, estás actuando como una tonta —metió las llaves en el bolsillo de su chaqueta—. Vas a regresar al hotel para que podamos resolver ese lío.

—Tú eres el que está metido en un lío —se enfureció—. Si no me das esas llaves, voy a ir por la policía y te voy a acusar de…

Pedro la interrumpió besándola con un ansia salvaje. Paula experimentó un fuerte mareo y perdió el aliento. Cuando al fin decidió separarse, la chica se apoyó contra él, exhausta, jadeante. Al recuperar el aliento, empujó a Pedro.

—Me robaste las llaves y también me atacaste —exclamó—. Ahora sí estás metido en un verdadero problema, Alfonso. Espero que alguien haya presenciado esto —miró a su alrededor.

—No hubo testigos —gruñó—. ¿Vas a venir por la buena o acaso tendré que llevarte a rastras al hotel?

Nerviosa, Paula retrocedió. Pedro parecía estar dispuesto a cumplir su amenaza. Inhaló profundamente y lo observó con un frío desdén:

—Esa es la única forma en que obtendrás algo de mí, Alfonso, usando la fuerza bruta. Claro que ese es tu fuerte, ¿verdad?

—Por lo menos, sería algo más honesto, que el hecho de que me hayas ofrecido tu cuerpo sólo porque sentiste que estabas en deuda conmigo. Sin embargo, ahora ya no me importa qué es lo que te haya motivado —la tomó del brazo—. Vámonos ya y no te…

—De nuevo me insultas —se zafó una vez más—. ¿Crees que soy la clase de mujer que, se acostaría con un hombre sólo porque él le ha hecho un favor? ¿Acaso me consideras como una ramera?

—Bueno, si no lo haces por gratitud, entonces, ¿cuál es el motivo? —frunció el entrecejo—. No soy tan tonto como para pensar que de pronto te enamoraste de mí.

La joven apretó los labios y lo contempló con resentimiento. ¿Cómo se atrevía Pedro a preguntarle eso? ¿Cómo podía ella responder a esa pregunta sin perder la dignidad?

—¿Acaso eres tan insensible y estúpido que tengo que explicártelo todo? —se enojó—. Te dije que pasaría la noche contigo porque eso deseaba, maldita sea. Ahora, ya no estoy segura —bajó la vista—. Estaba empezando a cambiar la opinión que tenía de ti, pero parece que después de todo no debo hacerlo. A pesar de que eres divertido y encantador, sigues siendo el mismo Pedro Alfonso, a quien sólo le interesa burlarse de mí.

—¿Por qué reaccionaste con tan poco entusiasmo cuando llegamos al hotel? — se indignó Pedro—. He visto más alegría en el rostro de la señora Ross cuando tiene que planchar una montaña de ropa. Y no fuiste tan fría y apática ese día, cuando fuimos a Para Mhor.

—Por el, amor de Dios, eso sucedió hace cinco años —se ruborizó, al comprender lo que él quería decir—. ¿Pensaste que yo no quería hacer el amor contigo, sólo porque no quise desfilar desnuda en el cuarto, como tú?

—Así es —confirmó—. No tienes por qué avergonzarte de tu cuerpo. Recuerda que ya lo conozco.

—Sí, demasiado bien —pasó saliva—. ¿Por eso estás tan molesto, Pedro? Sólo porque yo no… ¿Creíste que…? —sacudió la cabeza, incrédula—. Mira… yo… tenía veinte años cuando me hiciste el amor por primera vez. Entonces… no me atemorizabas. Eras como… como un sueño hecho realidad. Yo era una chica sin experiencia, completamente hechizada por tí, y deseaba vivir la vida por primera vez.

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