martes, 1 de diciembre de 2015

La Traición: Capítulo 9

—Claro que sí —habló con aspereza—. Recuerda que soy una chica del campo. A los cinco años de edad, ya lo sabía todo acerca de la reproducción.

—¿Y eso no te preocupa? —inquirió intrigado.

—Ya habrá tiempo suficiente para preocuparse cuando sea una realidad —se encogió de hombros. Era mentira. La verdad era que estaba muy angustiada, pero no quería que él se diera cuenta.

Miguel  sería el mayor problema de todos. Si Paula estaba embarazada, estaría desilusionado, pero lo aceptaría. La gente que vivía en el campo como él, siempre toleraba y comprendía la pasión y las tentaciones de la carne. Pero si él llegaba a descubrir que Paula llevaba a un Alfonso en las entrañas… Eso era algo en lo que la joven no quería ni pensar.

—Supongo que sólo perdería el tiempo si te pidiera que te casaras conmigo — comentó con una gran falta de entusiasmo.

—Tal vez —repuso, irritada por el tono de voz—. Si estuvieras hablando en serio, posiblemente lo tomaría en cuenta; pero si esa es tu manera de actuar con “decencia” conmigo, olvídalo. Yo jamás aceptaría a un hombre bajo esas condiciones. —Entonces, ¿reconoces que un Alfonso puede ser decente?

—Nunca pensé otra cosa —replicó, tajante—. De lo contrario, jamás hubiera aceptado tu invitación a comer —su sensación de bienestar y calidez fue sustituida por la fría realidad. Al parecer, la fiesta sí había terminado. Y su pesar aumentó al oír la siguiente pregunta de Pedro:

—Entonces, ¿puedo estar seguro de que tu padre no irá a buscarme con un acta matrimonial en una mano y un rifle en la otra?

—No te preocupes —lo miró con desprecio—. Si llego a tener algo que decirle, me aseguraré de no mencionar tu nombre.

—Mmm… En ese caso, yo tendré que darle la noticia.

—¿Qué dijiste? —abrió los ojos, confundida.

—Que yo tendré que darle la noticia. Alguien debe hacerlo —miró con diversión su expresión de asombro—. Así, podremos empezar a hacer todos los preparativos para la boda.

—¿Boda? —repitió pasmada.

—Sí. La iglesia… los invitados… la luna de miel… Las bodas son muy comunes. Es una costumbre que tiene la gente.

—¿Por qué crees que quiero casarme contigo? —ignoró el sarcasmo de Pedro.

—Dijiste que lo tomarías en cuenta en el caso de que yo estuviera hablando en serio. Bueno, pues así es y no me importa si estás o no embarazada ahora. Estoy enamorado de tí, de modo que piénsalo bien.

—Esto… —se atragantó— esto es muy repentino, Pedro… apenas si me conoces —se sentía como una tonta, pero no se le ocurrió otra cosa que decir.
—He descubierto todo lo que necesito saber, Paula—susurró y le besó la palma—. Eres digna y valiente —sonrió y añadió, con malicia—. Y posees una gran sensualidad que me enloquece.

Paula  tragó saliva. Pedro esperaba oír su respuesta, pero la cercanía de ese hombre le impedía pensar con claridad. Nadie la había hecho sentir tan viva ni consciente de su cuerpo como ese hombre carismático.

—Está bien, Pedro. Me casaré contigo.

Él se acercó y le dió un delicioso beso en los labios hasta que ella lo empujó y trató de recuperar el aliento.

—No sé qué va a decir mi padre —bajó la vista—. Su única hija, casada con un Alfonso… Se pondrá furioso.

—Es natural —asintió—. Mi padre tampoco se pondrá feliz, pero puedo enfrentarlo. Además, no hay nada que ellos puedan hacer. La era de los dinosaurios ya terminó.

—No lo conoces tan bien como yo —susurró, tensa.

—No, pero tu padre no es un tonto. Cuando se dé cuenta de lo que existe entre nosotros, estará dispuesto a olvidar los rencores familiares. Tal vez se haya ablandado con la edad.

—Los robles no se ablandan con la edad —negó con la cabeza—. Sólo se hacen más duros de cortar. Será mejor que hable con él primero, antes que tú lo hagas —esa idea le pareció mejor. Miguel  se enojaría mucho y daría puntapiés, pero terminaría por calmarse. Se enfurruñaría, la miraría con enojo y mascullaría algo acerca de criar cuervos, pero Paula le serviría un par de copas de whisky y cruzaría los dedos—. ¿Cuándo quieres verlo? Mi padre no regresa de Inverness sino hasta la medianoche. Será mejor que lo dejes para mañana.

—Bueno. Dile que iré a verlo mañana, después del desayuno.

Disfrutaron de un último y seductor beso y, reacia, Paula lo empujó con suavidad.

—Tendrás que aprender a no ponerme las manos encima… sino hasta después de que nos casemos —salió del auto y lo vio alejarse. Entonces, se abrazó a sí misma y se dirigió a la casa.

Mirta sería el primer obstáculo que debería superar. El ama de llaves no perdía detalle de lo que veía.

—Dios mío —exclamó al ver a Paula—. Lavé y planché ese vestido esta mañana. Parece que te caíste en una brecha. Será mejor que te cambies para lavarlo de nuevo.

—Está bien, Mirta. Es culpa mía y no quiero darte más trabajo; me haré cargo de esto —y se sirvió una taza de té.

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